A pesar de la distancia —y de su población predominantemente mestiza—, el imperio racista de Hitler fue muy activo en este subcontinente, tanto a través de su famosa “quinta columna” como con el apoyo de numerosos simpatizantes locales. De hecho, estuvo cerca de conquistar el poder en algunos países de la región
Comúnmente, se piensa que la hecatombe mundial desatada por el Eje Berlín-Roma-Tokio entre 1939 y 1945 no afectó a los países al sur del río Grande. Nada más alejado de la realidad histórica: el régimen nazi tenía sus miras puestas en los abundantes recursos naturales de esta vasta región y trabajó con ahínco para controlarlos, pero la actitud decidida de los aliados —además del desarrollo desfavorable de la guerra— le impidieron tener éxito.
Un primer factor de riesgo para el continente fueron las colonias de los países que cayeron bajo la férula alemana, es decir las posesiones de Francia (Guayana Francesa e islas del Caribe como Martinica y Guadalupe) y de los Países Bajos (Guayana Holandesa y otras islas de las llamadas “Indias Occidentales”). Si Inglaterra hubiese sucumbido ante la Blitzkrieg, y sin la intervención de Estados Unidos, Venezuela habría tenido satélites de Hitler en su frontera oriental (Guayana Inglesa, actual Guyana) y frente a sus costas (Trinidad, Aruba y Curazao).
Aunque EEUU no entró en la guerra hasta diciembre de 1941, el gobierno de Franklin Roosevelt dejó muy claro, incluso antes de que comenzara el conflicto, que a través de los principios la Doctrina Monroe —modificada con las políticas del “buen vecino” y de “defensa hemisférica”— no permitiría que ninguna potencia hostil tomara control de territorios en el continente americano. La Marina de EEUU, junto con la británica, asumió la tarea de patrullar grandes extensiones del Océano Atlántico, las cuales estaban infestadas de barcos y submarinos alemanes. Una de las principales preocupaciones era proteger el Canal de Panamá de cualquier intento de sabotaje, y este fue un factor fundamental en la definición de la estrategia militar en el Caribe.
La principal fuerza con la que contaba Hitler en América Latina eran las comunidades alemanas locales, que en su mayor parte simpatizaban con el nazismo. El hoy casi olvidado periodista estadounidense John Gunther —él mismo descendiente de alemanes, pero intensamente antinazi— publicó una obra imprescindible para estudiar este tema: Inside Latin America (1941). Allí describió en forma pormenorizada las actividades de la “quinta columna” en el continente, destacando que había más de 1.200.000 alemanes de primera o segunda generación tan solo en América del Sur (es decir, exceptuando a México y Centroamérica), así como multitud de empresas comerciales alemanas, entre ellas varias líneas aéreas que representaban un grave riesgo estratégico para los intereses de los aliados; estas líneas cubrían rutas muy importantes, tanto en los cielos sudamericanos como en su conexión con África y Europa.
Además, Alemania era un importante consumidor de productos de la región y fuente de muchas de sus importaciones, lo que le otorgaba una significativa influencia económica. Estados Unidos creó una “lista negra” de 1800 empresas alemanas que representaban a firmas norteamericanas, por lo cual tuvieron que terminar todo contacto con ellas; Inglaterra hizo otro tanto. Estas listas negras también incluirían luego a compañías y personas que habían mostrado algún apoyo o acercamiento al régimen nazi.
Así, a pesar de que su población y el Congreso eran mayoritariamente aislacionistas, EEUU asumió una clara posición contra el Eje, y su actividad diplomática y económica fue muy eficaz para presionar a los países latinoamericanos a actuar en forma similar. Por ejemplo, una decisión de grandes consecuencias fue que, cuando el continente europeo quedó prácticamente aislado del comercio mundial al comenzar la guerra, EEUU comenzó a adquirir buena parte de la producción latinoamericana de materias primas para evitar que las economías de la región colapsaran.
En la década de 1930, las principales comunidades germanas de América Latina se organizaron rápidamente siguiendo el modelo nazi, gracias a la labor de miembros del Partido Nacional-Socialista del Pueblo Alemán (NSDAP) y de la Gestapo (policía política) enviados especialmente desde Berlín. Las escuelas alemanas enseñaban la ideología nazi, surgieron grupos de Hitlerjugend (“juventudes hitlerianas”), y hasta “tropas de asalto” armadas. Además, las embajadas y consulados alemanes distribuían una enorme cantidad de propaganda impresa. También poseían varios periódicos, tanto en alemán como en español, que reproducían los materiales suministrados por la agencia noticioso-propagandística de los nazis, Transocean.
No pocos militares latinoamericanos sentían claras simpatías por el nazismo, además de que varios ejércitos de la región habían recibido entrenamiento y asesoría alemana desde hacía décadas. A ello se sumaron los esfuerzos proselitistas del fascio italiano y de la Falange española, aunque estos últimos estuvieron mucho menos activos que los alemanes.
En México, por ejemplo, la población germana giraba alrededor de la Comunidad Popular Alemana de México, también conocida como Centro Alemán, que agrupaba a todos los clubes, escuelas, bibliotecas y demás organizaciones de los alemanes residentes en ese país. Era obligatorio que todos ellos colaboraran con el Centro, que además se financiaba a través de aportes de las compañías, bancos, firmas importadoras y demás empresas en las que los alemanes tenían participación; quienes no lo hacían eran rápidamente “disciplinados”.
El poder de esta “quinta columna” llegó al punto de crear una filial mexicana del partido nazi alemán: el NSDAP Landesgruppe México, al que solo podían pertenecer “alemanes arios” y que contaba con sus propias “juventudes hitlerianas” que debían jurar fidelidad al Führer. En cada ciudad la sede del partido era usualmente una escuela alemana, de las que había varias decenas en todo el país. Los miembros del partido y los alumnos de las escuelas solo hablaban alemán durante sus actividades político-ideológicas, las cuales incluían ejercicios paramilitares; llegó a estimarse que aproximadamente 2000 militantes nazis salieron de estas organizaciones. Hermann Rauschning, autor del libro Conversaciones con Hitler, escribió que este había dicho: “Tenemos que crear una nueva Alemania en América del Sur. México es un país que clama por un líder capaz. Con los tesoros que hay en el subsuelo de México, Alemania sería rica y poderosa”. Además, debido a su larga y permeable frontera con EEUU, México era un botín extremadamente apetecible para el Tercer Reich.
El Centro Alemán desarrolló una activa campaña contra los aliados entre la población mexicana en general, aprovechando la extendida actitud “antigringa” del país por el despojo de territorios que sufrió durante el siglo XIX. Además de la prensa en lengua germana para consumo de esa comunidad, numerosos periódicos en español, e incluso en inglés, seguían la línea pro-alemana, y en algunos casos estaban subsidiados con ese propósito. Una publicación que llegó a tener notable influencia fue Timón, dirigida por el escritor José Vasconcelos, un conocido filonazi y antisemita que también fue rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); este periódico sería clausurado por el presidente izquierdista Lázaro Cárdenas.
De hecho, en México también surgieron grupos pro-nazis no alemanes, como el Partido Nacional-Socialista Mexicano (PNSM), que usaba abiertamente la esvástica y alcanzó a tener 15.000 miembros, entre los cuales había numerosos profesionales y técnicos. Proféticamente, este grupo aseguraba en su propaganda que Japón atacaría a Estados Unidos; contaba con que este perdería la guerra contra el Eje, y así México recuperaría Texas y California.
La “quinta columna” apoyó la creación de otro grupo de extrema derecha llamado Unión Nacional Sinarquista, que también mantuvo vínculos muy estrechos con la Falange española y el Imperio Japonés, e incluso estableció una efímera colonia en el estado de Baja California. También debe mencionarse al grupo llamado “Tecos”, furibundamente pronazi y antisemita, cuyos integrantes fueron nada menos que los fundadores de la Universidad Autónoma de Guadalajara en 1935*.
La propaganda nazi en México asumía la forma de cursos gratuitos de idioma alemán, escuelas nocturnas para adultos y distribución de libros, sobre todo entre los militares. Las actividades de penetración ideológica iban acompañadas de espionaje, otra actividad fundamental de la “quinta columna”: se compilaba información sobre personajes clave de la sociedad mexicana, en especial miembros de las fuerzas armadas, para su uso en el momento preciso. Además colocó a simpatizantes en posiciones clave del gobierno, la industria y los medios de comunicación; y por supuesto, la proverbial corruptibilidad de los políticos mexicanos —como de los del resto de la región— era un camino efectivo para obtener ventajas para los nazis.
Afortunadamente, el gobierno de Manuel Ávila Camacho, que sustituyó al de Cárdenas a finales de 1940, mostró una clara actitud a favor de los aliados, basada en el hecho de que la economía mexicana dependía ahora casi en su totalidad de Estados Unidos. México firmó varios acuerdos de “defensa hemisférica” con EEUU, aprobando el uso de sus aeropuertos por parte de la aviación estadounidense en caso necesario. Cuando el gobierno de Washington confiscó todos los buques de los países del Eje que estaban en sus aguas territoriales (marzo de 1941), México tomó una decisión similar, que poco después fue seguida también por Perú y Venezuela. Luego, en el verano del mismo año, el gobierno ordenó el cierre de todos los consulados alemanes, italianos y japoneses.
Finalmente, cuando Estados Unidos entró en guerra contra el Eje, todas las actividades nazi-fascistas en territorio mexicano fueron prohibidas. Poco después, en abril de 1942, Alemania hundió tres buques petroleros mexicanos, por lo que el 22 de mayo el país le declaró la guerra al Eje. Un escuadrón de la aviación mexicana participó en la Guerra del Pacífico bajo bandera estadounidense, sufriendo 108 víctimas mortales.
En Argentina residían para 1940 casi 60.000 alemanes nacidos en el Reich, más 135.000 nativos del país, la mitad de los cuales vivía en Buenos Aires. Incidentalmente, ese era también el momento de mayor auge de la comunidad judía argentina, estimada entonces en unos 360.000 integrantes.
Había grandes colonias germanas en la provincia de Misiones, donde estaban a relativamente corta distancia de aglomeraciones similares en Santa Catarina (Brasil) y Valdivia (Chile); de hecho, algunos pueblos de Misiones eran casi exclusivamente alemanes.
Según John Gunther, en Argentina existían más de 200 escuelas alemanas, las cuales, como en el caso mexicano, eran importantes centros de ideologización nazi. También surgió un Partido Nacional-Socialista Argentino (65.000 integrantes) con sus respectivas “juventudes hitlerianas”, Girl Scouts exclusivamente alemanas, ¡y hasta un Partido Nacional-Socialista Femenino!
La prensa pro-nazi —como la prensa en general— estaba muy desarrollada en el país del sur; una decena de periódicos eran claramente de esa tendencia, tanto en alemán como en español, como el Deutsche La Plata Zeitung, que se editaba en ambos idiomas; curiosamente también había un pequeño diario antinazi en lengua alemana, Argentinisches Tageblatt. En español, los diarios El Pampero y Clarinada eran abiertamente fascistas.
Aún se recuerda que los simpatizantes argentinos del régimen de Hitler organizaron la mayor reunión nazi jamás efectuada fuera del Tercer Reich, en el estadio Luna Park de Buenos Aires, el 10 de abril de 1938; el motivo fue celebrar el Anschluss, la anexión de Austria por Alemania. Asistieron unas 20.000 personas, y el acto contó con toda la parafernalia nacional-socialista: esvásticas, banderas, himnos, letreros en letras góticas, y una estricta organización militar del público por parte de jóvenes vestidos con camisas pardas.
Aunque una proporción muy alta de la población argentina tenía ascendencia italiana, la mayoría de ellos estaban plenamente integrados a la sociedad y no mostraron una especial atracción por el fascismo de Mussolini. Sin embargo, al parecer por presiones del embajador italiano, el filme El gran dictador de Charlie Chaplin fue prohibido en Argentina; entonces miles de bonaerenses cruzaron el Río de la Plata para verla en Uruguay.
El auge del nazismo organizado en Argentina sufrió un retroceso a mediados de 1941, cuando el gobierno se alarmó por la fuerza que estaba manifestando. El Congreso ordenó una investigación, tras la cual decenas de alemanes fueron arrestados, incluyendo al secretario general del partido nazi; también se clausuró una emisora de radio controlada por los germanos. Los reportes de la investigación parlamentaria (denominada Comité del Congreso para Investigar las Actividades anti-Argentinas) revelaron que, según la documentación confiscada, había 60.000 hombres entrenando como “tropas de asalto” en Argentina y hasta 500.000 en toda Latinoamérica, cuyo papel sería fomentar revueltas para asumir el control de cada país a través de figuras pro-nazis locales. El comité también informó que el “impuesto” que debían pagar los alemanes argentinos al movimiento nacional-socialista oscilaba entre 4% y 32% de sus ingresos. Además, se halló una lista que identificaba a 3000 argentinos antinazis, potenciales víctimas de chantaje o asesinato.
Pero luego la situación dio un giro en sentido contrario; en junio de 1943 el presidente Ramón Castillo fue depuesto, y asumió el poder el general Pedro Ramírez, quien tenía simpatías fascistas; en ese momento se desató una intensa campaña antisemita en todo el país. Diarios pro-nazis como El Pampero —que habían sido cerrados varias veces por Castillo— publicaban ahora sus contenidos sin tapujos, mientras la vibrante prensa judía en idish fue prohibida; esto generó protestas incluso del presidente de EEUU, Franklin Roosevelt (tal como reseñó en Caracas el semanario El Mundo Israelita, antecesor de NMI), y los periódicos en idish pudieron reanudar su publicación. Pero los ataques contra la comunidad judía continuaron, incluyendo agresiones contra un grupo de teatro en la ciudad de Salta, hecho que fue denunciado por la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA) al ministro del Interior, mientras la policía política allanaba hogares judíos.
La arremetida antisemita del gobierno de Ramírez continuó con el retiro de la nacionalidad a los judíos naturalizados, incluso a figuras como el reconocido escritor Alberto Gerchunoff, quien había inmigrado desde Rusia siendo niño. El diario Clarinada llegó a pedir abiertamente que se expulsara a todos los judíos de Argentina, o se les encerrara en guetos.
El general Ramírez fue sustituido en 1944 por otro general, Edelmiro Farrell, quien moderó la afiliación pro-nazi del país y las acciones antisemitas, seguramente previendo que Alemania perdería la guerra. Argentina rompió relaciones diplomáticas con los países del Eje, y en marzo de 1945 incluso les declaró la guerra. Pero como se conoce ampliamente, el país del sur abrió sus puertas a los criminales de guerra nazis, sobre todo durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1955). Figuras clave del régimen hitleriano como Adolf Eichmann, Josef Mengele, Erich Priebke, Edward Roschmann y Walter Kutschmann, entre otros, rehicieron sus vidas en el país, y las simpatías por la ultraderecha se mantuvieron vivas en la casta militar.
En Uruguay el trabajo de la “quinta columna” fue aun más osado: el plan consistía simplemente en anexar el país al Tercer Reich como una colonia agrícola.
Siendo una nación de alta cultura, resulta apropiado que todo comenzara con un libro. El profesor universitario y activista de izquierda Hugo Fernández Artucio, quien había luchado en la Guerra Civil Española del lado republicano, llevó a cabo una investigación personal sobre la “quinta columna” en su país —a la que el gobierno no prestaba mucha atención—, y la publicó en Argentina a principios de 1940 con el título de Nazis en el Uruguay.
La obra causó tal sensación e indignación entre el público, que el Congreso uruguayo se vio obligado a crear una comisión para estudiar el asunto. Tras sus sorprendentes hallazgos, el 17 de junio de 1940 se procedió a detener a 12 ciudadanos alemanes y uruguayos de ese origen, entre ellos Arnulf Fuhrmann, director de Operaciones Antisemitas en América del Sur (sí, existía un cargo específicamente para actividades antisemitas); Otto Klein, director de espionaje alemán en el continente; Julius Holzer, comandante de las “tropas de asalto” uruguayas; y Rudolph Paetz, director de propaganda y penetración ideológica en el sistema educativo. Estos individuos contaban con el apoyo de varias empresas de capital alemán.
El proyecto nazi consistía en llevar a cabo un golpe de Estado, tras el cual “colonos” nazis de Brasil y Argentina penetrarían en el país para controlar sus instituciones y zonas estratégicas. Lo más irritante fue que Julius Dalldorf, agregado de prensa de la embajada de Alemania, era a la vez el líder de la organización nacional-socialista uruguaya, algo que obviamente quebrantaba las normas de la diplomacia. Dalldorf fue llamado “el pequeño Führer”, pero no se le arrestó a causa de su inmunidad diplomática.
A raíz de estos acontecimientos, el presidente de Uruguay, Alfredo Baldomir, accedió en 1941 a la solicitud de Estados Unidos de permitir el uso de sus aeropuertos y demás bases militares en caso necesario, e incluso fue más allá: propuso que “toda nación americana que participe en una guerra defensiva contra una potencia extranjera sea considerada no beligerante”; es decir, que se le permitiría usar libremente las instalaciones militares de los demás países. La mayoría de las naciones del hemisferio se sumaron a este principio.
Que los nazis controlaran Uruguay habría significado una seria amenaza para todo el continente. Tan siniestra posibilidad pudo evitarse, en buena parte, gracias al libro de Hugo Fernández Artucio. Debe mencionarse que, años más tarde, él integró la Comisión Especial de la ONU para Palestina (UNSCOP), en apoyo a la creación de un Estado judío en Éretz Israel.
En Chile vivían hacia 1940 unos 80.000 alemanes de primera y segunda generación; al menos la mitad de los habitantes de la región de Valdivia tenía sangre germana, y la ciudad de ese nombre parecía un trozo de Alemania trasplantado a América del Sur: casi todas las instituciones, desde las escuelas hasta la prensa, eran alemanas.
Debe mencionarse que Carabineros, la famosa —y temida— policía semi-militar de Chile, tuvo durante varios años un instructor alemán de nombre Otto von Zipellius; según informó The New York Times en julio de 1940, él firmaba su correspondencia dirigida a Berlín como “Jefe de los líderes del distrito del partido nazi alemán en Chile”. Poco después de comenzar la guerra, von Zipellius fue despedido.
La política chilena había sido muy turbulenta en la década de 1930, con una sucesión de golpes y contragolpes. En 1932 se fundó el Movimiento Nacional-Socialista de Chile (MNS), liderado por un tal Jorge González Von Marées, cuya madre era originaria de la nobleza alemana. El partido logró penetrar sindicatos, federaciones estudiantiles y otras organizaciones, y contaba con la simpatía de numerosos miembros de la clase media y alta del país. Para 1935 el MNS tenía unos 20.000 militantes, un diario (Trabajo), una revista (Acción Chilena), y las infaltables “tropas de asalto” al estilo nazi para “defenderse” de quienes se le oponían en las calles. En las elecciones parlamentarias de 1937 el MNS obtuvo tres diputados, entre ellos González Von Marées.
En 1938 surgió el Frente Popular, una amalgama de organizaciones de izquierda que capitalizó el descontento que existía contra el gobierno de Arturo Alessandri, y se preparó para competir en las elecciones de ese año. Seis semanas antes de los comicios, el 5 de septiembre, el MNS, con el apoyo del ex presidente filo-fascista Carlos Ibáñez, intentó tomar el poder con un pequeño grupo armado de 61 hombres. Cuando asesinaron a un policía en las afueras del palacio presidencial de La Moneda, en el centro de Santiago, el propio presidente Alessandri salió iracundo a la calle y ordenó actuar al ejército y a Carabineros. Los “nacistas”, como eran conocidos los miembros del partido, fueron masacrados en un edificio cercano.
González Von Marées fue apresado brevemente, pero poco después reorganizó su partido con el nombre de Vanguardia Popular Socialista (VPS), cuyos miembros usaban una vestimenta y simbología apenas distintas a la de los nazis alemanes. En 1941 volvió a ser electo diputado, esta vez por la VPS. Pero poco después, a causa de violentos enfrentamientos entre este movimiento y los radicales en el Congreso, González Von Marées se enfrentó a tiros con la policía, tras lo cual fue enviado por un tiempo a un sanatorio mental.
Tras la entrada de EEUU en la guerra y la ruptura de relaciones diplomáticas entre Chile y Alemania, surgió una nueva conspiración de extrema derecha para un golpe de Estado, esta vez contra el presidente Juan Antonio Ríos y con la posible complicidad del régimen fascista argentino. La inteligencia británica reveló los planes, y la Armada de Estados Unidos envió un crucero al puerto del Valparaíso como una advertencia; el complot fue desarticulado.
Los movimientos pro-nazis en Chile dejaron su impronta en el estamento militar, como pudo observarse décadas más tarde. Jorge González Von Marées, quien murió en 1962, sigue siendo una “inspiración” para los neonazis chilenos.
El régimen de Hitler miraba con codicia hacia Brasil, por su gigantesco territorio que colinda con casi todos los demás países de América del Sur y sus ilimitados recursos naturales.
En la década de 1930, Brasil contaba con una enorme población nacida en Alemania: más de 800.000 personas, además de casi 1.400.000 descendientes de alemanes, la mayor aglomeración germana de toda América Latina, y además la más rica. Al igual que en el resto del continente, tras la llegada de Hitler al poder estas comunidades se organizaron bajo el modelo nazi.
Además, los vínculos económicos entre Alemania y Brasil era de gran importancia: antes de que la guerra bloqueara el comercio con Europa, el gigante sudamericano obtenía de Alemania el 25% de sus importaciones y le enviaba casi el 20% de sus exportaciones.
Por si fuera poco, hay que recordar que Brasil es el país de América más cercano geográficamente a África: la ruta aérea entre Natal, capital del estado de Rio Grande do Norte, y Dakar en el África Occidental Francesa (actualmente capital de Senegal), era vital, dada la escasa velocidad y autonomía de los aviones de aquella época. Cuando Francia cayó ante la Alemania nazi, existía el peligro de que el puente aéreo Dakar-Natal fuera un vínculo directo con el Tercer Reich. Por cierto que este servicio lo prestaba la aerolínea más importante de Brasil, Cóndor, una subsidiaria de Deutsche Lufthansa, a la que se sumaba la Línea Aérea Trascontinental Italiana (LATI).
Pero el gobierno del dictador brasileño Getúlio Vargas nunca vio con buenos ojos la actividad de la “quinta columna”. En fecha tan temprana como 1937 las organizaciones nacional-socialistas fueron prohibidas, y al año siguiente, a raíz de un intento de golpe de Estado, el gobierno acusó al agregado cultural de la embajada del Reich de estar involucrado, y arrestó a varios ciudadanos alemanes. Vargas ordenó clausurar las 1.200 escuelas alemanas y todos los periódicos en lengua germana. Además, se establecieron cuarteles militares en las regiones donde los alemanes habían creado comunidades casi exclusivamente de ese origen, en los estados de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná.
Es interesante mencionar que el ministro de Relaciones Exteriores de Getúlio Vargas era Oswaldo Aranha, quien una década más tarde cumpliría un papel estelar como presidente de la Asamblea General de la ONU, en la votación a favor de la creación del Estado judío.
A mediados de 1942 Alemania hundió una veintena de buques brasileños, por lo que el gobierno de Río de Janeiro —entonces la capital del país— le declaró la guerra. Brasil integró su armada con la Marina de Estados Unidos, sobre todo para patrullar sus costas ante la amenaza de los barcos y submarinos del Eje, y envió unos 30.000 hombres al frente de guerra en Italia. El país perdió más de mil vidas en el conflicto.
A pesar de su escasa población y primitiva infraestructura, Bolivia tenía mucha importancia estratégica, debido a sus ricos yacimientos de estaño y wolframio. En el país vivían unos 8.000 alemanes, aunque algunos eran refugiados judíos; de hecho, según la Enciclopedia del Holocausto, Bolivia fue uno de los países latinoamericanos que emitieron más visas a los judíos europeos entre 1933 y 1945: alrededor de 10.000.
La comunidad alemana, a pesar de su reducido tamaño, poseía una notable influencia económica; a través de la publicidad de sus empresas, esa influencia se reflejaba en el contenido pro-nazi de varios periódicos. Además, el ejército había sido entrenado por Alemania durante décadas. El presidente Carlos Quintanilla era conocido por sus simpatías fascistas, pero en 1940 tomó el poder el general Enrique Peñaranda, quien dio un vuelco a la política boliviana y se alineó firmemente con los aliados. Entre las medidas que Peñaranda adoptó estuvo la expropiación de Lloyd Aéreo Boliviano (LAB), aerolínea que había estado en manos alemanas.
En 1941 se descubrió un plan para derrocar al gobierno de Peñaranda, que fue rápidamente frustrado. Pero en diciembre de 1943 otro golpe tuvo éxito, y un grupo llamado Movimiento Nacionalista Revolucionario, encabezado por Gualberto Villarroel, le arrebató el poder. El MNR era pro-fascista y estaba vinculado con el régimen de Pedro Ramírez en Argentina. Muy pronto se pudieron observar las similitudes: su periódico, La Calle, comenzó a publicar abundante propaganda antisemita, y una proclama del MNR que pedía el cese de la inmigración judía fue reproducida como folleto.
Una noticia de la Jewish Telegraphic Agency (JTA), publicada el 8 de enero de 1944 por nuestro antecesor, El Mundo Israelita, informaba que funcionarios del nuevo régimen, incluyendo al ministro de Obras Públicas, organizaban agresiones contra los pocos judíos que vivían en Bolivia, pero que las autoridades policiales las habían evitado. Un detalle tragicómico es que los parlamentarios del MNR presentaron una moción exigiendo la “expulsión inmediata” del país de todos los taxistas judíos. El reporte de JTA finalizaba con sarcasmo: “No hay en toda Bolivia más de diez conductores de taxi israelitas”.
El gobierno de Villarroel fue boicoteado por casi todos los países del continente y cercado económicamente por Estados Unidos; la presión fue de tal magnitud que el régimen se vio forzado a confiscar las empresas germanas, y a expulsar a decenas de alemanes y japoneses. Pero la evidencia de que su toma del poder había sido “gestionada” por la embajada alemana trajo como consecuencia que los países vecinos, Colombia, Ecuador y Perú, asumieran medidas contra las representaciones diplomáticas del Reich; allí se detuvo a muchos ciudadanos alemanes, y unos cuantos fueron deportados.
En Perú se descubrió una conspiración, organizada por alemanes y japoneses, cuyo plan era desatar disturbios antisemitas en Lima el 31 de diciembre de 1943. Esos motines contra comercios e instituciones judías, según la información difundida por el propio gobierno de Manuel Prado, habrían sido la señal para un estallido popular “espontáneo” y un golpe de Estado.
Hace muchos años, el lema de una campaña que promovía el turismo en Venezuela rezaba “El secreto mejor guardado del Caribe”. Si hablamos de la historia reciente, el secreto mejor guardado —al menos el menos conocido por la mayoría del público— es el papel trascendental que jugó nuestro país en la Segunda Guerra Mundial.
Apenas iniciado el conflicto, en septiembre de 1939, el gobierno del general Eleazar López Contreras declaró la neutralidad de Venezuela. En aquellos días, al igual que sucedió en otros países de la región, varios buques mercantes alemanes e italianos solicitaron refugio en puertos venezolanos, para evitar su incautación en aguas internacionales por parte de los aliados. Así, en Puerto Cabello había siete buques cargueros de países del Eje, y uno en Maracaibo.
Cuando —como se narró anteriormente— el gobierno nacional ordenó confiscar estas naves en marzo de 1941 (al igual que hicieron Estados Unidos, México y Perú), los buques que estaban anclados en Puerto Cabello fueron incendiados por sus propias tripulaciones; gracias a la pronta acción de la Armada nacional, solo uno de esos barcos resultó destruido y no se originó un desastre en las instalaciones portuarias.
Tras el ataque japonés a Pearl Harbor y la consiguiente entrada de EEUU en la Segunda Guerra Mundial, Venezuela, ya bajo la presidencia de Isaías Medina Angarita, declaró su “solidaridad” con el país del norte, rompió relaciones diplomáticas con las naciones del Eje y congeló los bienes de los alemanes residentes en el país.
En enero de 1942, Venezuela adhirió formalmente al “Acuerdo de Cooperación Militar, Naval y Aéreo en Defensa del Hemisferio Occidental”, por el cual el país se comprometía a cooperar en la defensa del continente ante cualquier agresión externa, es decir del Eje, permitiendo el uso de sus puertos, aeropuertos y otras instalaciones por EEUU y sus aliados. Según señala Luis Farage Dangel, compilador del libro Venezuela y la Segunda Guerra Mundial, en ese momento nuestro país era el principal proveedor de petróleo para los aliados: el 64% del combustible que se empleaba en los frentes de guerra de Europa y el norte de África se originaba en campos venezolanos. Como en Venezuela aún no había grandes refinerías, el crudo extraído de los yacimientos del Zulia se procesaba en Aruba y Curazao, y el producido en Monagas se refinaba en Trinidad. Por cierto que, antes de la guerra, el 40% del petróleo y derivados que se usaban en Alemania también provenía de Venezuela.
Aruba y Curazao, colonias holandesas, habían sido ocupadas por los británicos en 1940 cuando los nazis conquistaron los Países Bajos (en 1942 estas islas pasaron a manos estadounidenses, hasta el final de la guerra). La refinería de Aruba, de la empresa Standard Oil, era la más grande del mundo. En la refinería Shottegat de Curazao, propiedad de la Royal Dutch Shell, se procesaba nada menos que el 80% del combustible empleado por la Real Fuerza Aérea británica, sin el cual no podría haber triunfado en la llamada Batalla de Inglaterra.
En cuanto a Trinidad, allí se ubicaba la refinería de Point A Pierre de la Leasehold Company, propiedad del Imperio Británico. En esa colonia se estableció el cuartel general del Comando de Defensa del Caribe, que contaba con cientos de aviones ingleses y estadounidenses, numerosos buques de guerra, y el principal centro de operaciones antisubmarinas de EEUU.
Dado el valor estratégico del petróleo venezolano, para el régimen nazi era de vital importancia interrumpir su flujo hacia las refinerías, y el de los derivados allí producidos hacia Europa. Por eso, la Armada alemana inició en enero de 1942 la Operación Neuland (“Tierra Nueva”), que convirtió al Mar Caribe en uno de los escenarios del conflicto mundial.
La madrugada de ese 16 de febrero, el submarino nazi U-502 torpedeó tres buques petroleros que navegaban frente a las costas de Paraguaná hacia Aruba y Curazao: el británico Tía Juana, el Monagas (de bandera venezolana) y el San Nicolás, de la empresa Lago Oil. El cañonero General Urdaneta era la única nave de la Armada venezolana que se encontraba cerca, pero nada pudo hacer, pues en ese momento ninguna unidad naval del país estaba dotada de sistemas antisubmarinos. Este buque estaba comandado por un joven teniente de navío que, paradójicamente, tenía nombre alemán: Wolfgang Larrazábal, quien 16 años más tarde presidiría la junta provisional de gobierno tras el derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez.
Mientras esto ocurría, otros dos submarinos alemanes bombardearon las refinerías de Aruba y Curazao, y hundieron varios buques que estaban anclados en sus aguas.
El General Urdaneta logró rescatar a los sobrevivientes del ataque del U-502 y los trasladó a los puertos de Maracaibo y Las Piedras. A pesar de tenerlo en la mira, el submarino nazi no lo atacó debido a la neutralidad de Venezuela; su objetivo eran solo los barcos petroleros. El gobierno protestó ante Alemania por el hundimiento del Monagas, pero esto fue lo único que pudo hacer.
En los tres buques atacados esa noche murieron unos 30 tripulantes; se trató nada menos que del primer ataque alemán en aguas americanas durante la Segunda Guerra Mundial, pero el episodio ha sido casi olvidado.
El flujo de petróleo y derivados cesó durante varias semanas tras los ataques. Desde entonces, se adoptó el sistema de convoyes que también se empleaba en el Atlántico Norte: todos los tanqueros iban escoltados por barcos de guerra aliados, y algunos fueron dotados de artillería. Pero hubo otros ataques alemanes, así como batallas navales en las que submarinos del Tercer Reich fueron hundidos por los aliados.
Según Luis Farage Dangel, durante la Operación Neuland, que finalizó en 1944, los nazis desplegaron en total 96 submarinos en el Mar Caribe y lograron hundir unos 400 buques comerciales, de los cuales 69 fueron atacados frente a las costas de Venezuela. Alemania perdió ocho submarinos, dos de ellos en el mar territorial venezolano, donde aún permanecen sus restos.
La colonia alemana en Venezuela era pequeña y se concentraba en Caracas, Maracaibo, Valencia y Puerto Cabello. Al igual que en el resto del continente, esta comunidad fue organizada por el régimen nazi a través de su embajada con el fin de usarla como “quinta columna”.
En mayo de 1940, la legación holandesa en Caracas envió al gobierno de su país (que acababa de salir al exilio) un informe sobre las actividades nazis en Venezuela. Entre otras cosas, indicaba que había más alemanes que los que el gobierno tenía contabilizados, aproximadamente 8.000; que el jefe nazi para Venezuela era Arnold Margerie, de la firma Química Bayer & Wescott; que entre 1938 y marzo de 1940 habían ingresado al país unos 600 alemanes del sexo masculino, y se sospechaba que muchos eran agentes especiales del gobierno nazi; que dos alemanes naturalizados, infiltrados como empleados en el Ministerio de Relaciones Exteriores, habían facilitado el ingreso al país de esos individuos. El informe también revelaba que la colonia alemana estaba adquiriendo una “cantidad inusitada” de receptores y trasmisores de radio, e incluía listas de los miembros del Club de Deportes Alemán, al que calificaba como “una organización política evidentemente de signo nazi”.
Otro informe, esta vez del Foreign Office (cancillería) británico, señalaba en junio de 1941 que el nuncio apostólico del Vaticano en Caracas, monseñor Tosti, actuaba políticamente como “otro agente diplomático italiano” (fascista) y trabajaba en estrecho contacto con las delegaciones del Eje.
El gobierno de López Contreras prohibió toda expresión pública a favor de los regímenes fascistas, medida que mantuvo Medina Angarita. A pesar de ello, también en Venezuela apareció un partido nazi, como denunció un informe presentado por la Cámara de Diputados del Congreso de la República el 13 de julio de 1942: el movimiento había surgido del Club de Deportes Alemán, contaba con solo 92 miembros registrados, pero “logró llevar a sus filas en forma más o menos activa, mediante los métodos de la coacción y aprovechando la imposibilidad en que estaban para agruparse políticamente, a 99% de los alemanes no judíos residentes en el país”.
El mismo informe parlamentario denunció las actividades de un capitán de la Armada alemana llamado Veer Feltner, quien se dedicaba a observar con un catalejo (telescopio pequeño), desde una colina frente a las costas de Choroní, el tráfico marítimo que se dirigía a La Guaira y Puerto Cabello, con el fin de informar a los servicios de inteligencia nazis. Feltner trabajaba en la firma valenciana Frey y Compañía.
En otro caso de espionaje, a principios de 1943 aterrizó cerca de Las Piedras, estado Falcón, un avión militar estadounidense cuyos tripulantes, en una misión estilo comando, intentaron detener a un ciudadano alemán que informaba a su país sobre los buques petroleros que atravesaban el Golfo de Venezuela; pero el espía había huido. También existen referencias de un nazi que trabajaba como mesonero en el restaurante del campo petrolero “La Floresta” de la Standard Oil en Caripito, estado Monagas, labor que aprovechaba para recabar información de inteligencia. Este individuo logró escapar cuando se supo descubierto.
Un agente nazi que sí pudo ser detenido fue el colombiano-alemán Herbert Schwuartau, quien con el seudónimo de Martin Schwarz se hizo pasar por representante de la compañía colombo-argentina Salzman, fabricante de medias femeninas, en un local comercial ubicado de Gradillas a San Jacinto en Caracas. En Argentina se sabía que la firma Salzman era una fachada para actividades de espionaje y financiamiento de los nazis. Como señala un reportaje publicado en la revista El Desafío de la Historia, “se presume que este espía tenía estrechas conexiones con la red de inteligencia alemana Simón Bolívar, que era controlada desde Buenos Aires”. Schwuartau fue detenido en una de sus entradas a Colombia, en octubre de 1942, a instancias de la inteligencia británica y estadounidense, y deportado a EEUU, donde se le internó en un campo de concentración destinado a espías enemigos.
La opinión pública venezolana era mayoritariamente antinazi, tanto por el carácter nacional como por las agresiones que sufrió el país. El 16 de febrero de 1945, exactamente tres años después del hundimiento del Monagas, y como un trámite para poder incorporarse a la naciente Organización de las Naciones Unidas, Venezuela le declaró la guerra a Alemania y Japón (Italia ya estaba fuera del conflicto).
El día en que se produjo la caída de Berlín, 2 de mayo de 1945, miles de personas se concentraron en la Plaza Bolívar de Caracas para celebrar el acontecimiento, mientras sonaban las campanas de todas las iglesias. El semanario El Mundo Israelita registró el júbilo que se vivía en la ciudad; llama la atención un detalle de la reseña: “Ante el temor de que, exaltados los ánimos, el pueblo emprendiera actos de violencia contra las firmas comerciales alemanas, estas fueron custodiadas por numerosos agentes policiales. Entre las casas con mayor vigilancia se encontraron la de Gathmann Hermanos, Gustavo Zingg y otras”.
El mismo semanario publicó, días más tarde, sendos comunicados de la embajada británica en Caracas, que informaban los nombres de personas, empresas e instituciones de Venezuela que habían estado hasta esa fecha en la “lista negra” de ese país por haber mostrado simpatía hacia los regímenes del Eje, o ser sospechosas de colaborar con ellos. Entre esos nombres se encontraban Blohm y Compañía, Camisas “Eterna”, Colegio Alemán, Colegio Humboldt, Ferretería Alemana, Restaurant Vienna, y numerosos ciudadanos venezolanos.
Como puede verse, el régimen nazi hizo grandes esfuerzos para apropiarse de los recursos de América Latina, e incluso intentó tomar el poder en estos países. El presente reportaje no cubre la totalidad de las naciones latinoamericanas, aunque hubo otros casos de “quintas columnas” dignos de mención, como en Colombia y América Central.
Quizá el primer fracaso de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial fue no haber logrado victoria alguna en este continente, en buena parte gracias a la acción militar y diplomática de Estados Unidos y el Imperio Británico. Pero también queremos creer que ello ocurrió gracias a la mentalidad predominante en los pueblos de nuestra región, donde resulta muy difícil sembrar odios. Casi siempre.
* Véase el dossier “El misterioso ‘padre’ de la literatura judeofóbica en América Latina”, en NMI Nº 1880 (archivo.nmidigital.com, pulsando “Ediciones anteriores”).
1 Comment
Estimado director,
Muchas gracias por esta pieza maestra de periodismo investigativo. Su lectura fue un inmenso placer intelectual. Aunque ya había leído mucho sobre este tema (incluso en las columnas de NMI), aprendí mucho. Saludos. Mis respetos. J.P.Luneau, periodista.