Las declaraciones sesgadas de funcionarios de la ONU y los reportes de los medios ante los ataques contra los israelíes, así como sobre los sucesos en el Monte del Templo de Jerusalén, tienen su raíz en las mentiras de la izquierda sobre el sionismo
Jonathan Tobin*
La furia contra la “Relatora Especial para los Territorios Palestinos” de la ONU, Francesca Albanese, por sus escandalosas calumnias contra Israel, está más que justificada. También lo está la frustración e indignación por la cobertura sesgada del Medio Oriente en los principales medios de comunicación, como CNN y The New York Times, sobre los mortales ataques terroristas palestinos, así como sobre los eventos recientes en el Monte del Templo de Jerusalén.
La serie interminable de comentarios atroces de Albanese proporciona mucho forraje para los críticos de las Naciones Unidas y de la comunidad internacional de «derechos humanos». Del mismo modo, los informes noticiosos que tratan con indiferencia los ataques terroristas contra judíos mientras enfatizan los disparos de las Fuerzas de Defensa de Israel contra sospechosos de terrorismo palestino, o incluso sus intentos de restablecer el orden en el Monte del Templo —después de que los alborotadores se apoderaran de las mezquitas y cometieran graves violaciones de los derechos humanos—, son señalados por los grupos que monitorean el sesgo de los medios antiisraelíes.
Estos terribles ejemplos de cómo tanto las organizaciones internacionales como los medios informan mal y caracterizan falsamente los eventos en Israel son, en sí mismos, importantes y merecen un vigoroso rechazo. Pero tales declaraciones y cobertura mediática (que bien podría denominarse más una forma de desinformación o propaganda que periodismo) son solo la punta del iceberg que deben enfrentar quienes se preocupan por la campaña contra Israel. Igual de importante, incluso esencial, que denunciar todas y cada una de esas mentiras y prejuicios, es que la confluencia de tantos incidentes atroces debe servir como un recordatorio de que el problema es mucho más profundo.
Las mentiras tuiteadas por Albanese, así como la mayor parte de la cobertura mediática de lo que ha estado sucediendo en el Monte del Templo (igual que respecto a ataques terroristas como el asesinato de Lucy Dee, de 48 años, y sus hijas Maia de 20 y Rina de 15, por un terrorista palestino disparó contra su automóvil), son exasperantes. Pero no son simplemente el producto de la indiferencia hacia el sufrimiento y los derechos de los judíos, o incluso el antisemitismo, aunque todo ello puede observarse fácilmente en tales casos.
Albanese, como los palestinos y la izquierda antisionista, consideran la existencia de un Estado judío en cualquier parte del país como una “ocupación”. En ese sentido, todos los judíos israelíes, incluso los opositores más liberales a los asentamientos que simpatizan con la difícil situación de los palestinos, son tan culpables de ser “ocupantes” como los residentes de los asentamientos de Cisjordania
Estos son síntomas, más que la causa raíz, que explican el problema que se presenta en gran parte de la discusión sobre Israel y su conflicto con los palestinos. La verdadera causa no es el prejuicio, la ignorancia o incluso el odio a los judíos (que no está muy por debajo de la superficie de las críticas al Estado judío). El problema no es tanto el prejuicio como la aceptación generalizada del concepto de que Israel “ocupa” territorios palestinos.
Es esta disposición —tanto de los observadores neutrales como de muchos que afirman apoyar a Israel— a creer que la relación entre los judíos y el territorio en cuestión es de “ocupación”, lo que impulsa las valoraciones negativas de la conducta de Israel. Es la narrativa interminable de este concepto lo que explica las actitudes hacia los palestinos y las llamadas “soluciones” que se proponen —ya sea de dos Estados o de un solo Estado— a la yijad de un siglo contra el sionismo en los medios. Es la creencia de que la “ocupación” debe ser eliminada lo que también motiva las posiciones de los enemigos de Israel en instituciones multilaterales como las Naciones Unidas, así como la cada vez más influyente izquierda interseccional del Partido Demócrata. Y también es esencial para comprender por qué la administración Biden y los grupos judíos liberales creen que Israel debe ser salvado de sí mismo para poder sobrevivir como Estado judío.
En pocas palabras, mientras se considere que Israel está en posesión de un territorio que pertenece a otros, ya sea en Judea y Samaria —o incluso en Jerusalén y en el Israel anterior a 1967 dentro de la antigua «Línea Verde»—, las calumnias y el sesgo de los medios continuarán.
El argumento expresado abiertamente por personas como Albanese, y reflejado en la cobertura de CNN y el Times, es simple. Considera que Israel “ocupa” ilegalmente Judea, Samaria y gran parte de Jerusalén desde la Guerra de los Seis Días de junio de 1967. Considera cualquier cosa que impida la entrega de este territorio por parte de Israel —incluyendo tanto las comunidades judías allí existentes como los esfuerzos de las FDI para erradicar el terrorismo palestino— como un “obstáculo para la paz”.
Albanese, como los palestinos y la izquierda antisionista, tanto de Estados Unidos como en todo el mundo, definen la “ocupación” de otra manera. Consideran la existencia de un Estado judío en cualquier parte del país como una “ocupación”, y esa es una definición ampliamente aceptada en todo el mundo. En ese sentido, todos los judíos israelíes, incluso los opositores más liberales a los asentamientos que simpatizan con la difícil situación de los palestinos, son tan culpables de ser “ocupantes” como los residentes de los asentamientos de Cisjordania.
Dado que el rechazo al sionismo es un elemento inextricable de la identidad nacional palestina que surgió durante este conflicto, ningún líder palestino, sin importar cuánto los estadounidenses e israelíes quieran pensar en ellos como «moderados», puede aceptar tal compromiso
Por supuesto, los críticos liberales de Israel no aceptan eso. Creen que Israel dentro de la “Línea Verde” es legítimo, mientras que los judíos que viven del otro lado no lo son.
El problema con esa forma de pensar es que una vez que concedes que cualquier parte del país que constituye la antigua patria del pueblo judío —a la que tiene derechos arraigados en la historia y el derecho internacional— está fuera del alcance de los israelíes y los sionistas, hace que la paz sea menos, en lugar de más, probable.
Afirmar eso no es negar que los árabes palestinos, tal como ahora se conciben a sí mismos, se hayan convertido en una nacionalidad separada en el trascurso de los últimos 100 años, aunque tal no era el caso hasta principios del siglo XX. En varios momentos a lo largo de estas diez décadas, los judíos aceptaron comprometerse en planes por medio de los cuales los árabes adquirirían soberanía sobre una parte del país, a cambio de su reconocimiento de un Estado judío en el resto. Pero en toda oportunidad, incluso repetidamente en los últimos 30 años desde los Acuerdos de Oslo de 1993, han rechazado cualquier acuerdo que pusiera fin al conflicto, porque ello implicaría aceptar la legitimidad de un Estado judío, sin importar dónde se trazaran sus fronteras.
Esa negativa no es tanto producto de un malentendido o una “transacción inmobiliaria” en la que las dos partes se niegan a comprometerse, como han creído observadores internacionales bien intencionados y múltiples presidentes estadounidenses. Dado que el rechazo al sionismo es un elemento inextricable de la identidad nacional palestina que surgió durante este conflicto, ningún líder palestino, sin importar cuánto los estadounidenses e israelíes quieran pensar en ellos como «moderados», puede aceptar tal compromiso.
La “Relatora Especial para los Territorios Palestinos” de la ONU, Francesca Albanese, negó que Israel tenga derecho a defenderse de los ataques terroristas palestinos, una muestra de la noción de que Israel simplemente no tiene derecho a existir
(Foto: JNS)
Más concretamente, la izquierda interseccional, que concibe la guerra palestina contra Israel como moralmente equivalente a la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, ve el sionismo a ambos lados de la Línea Verde de la misma manera. Si divides el mundo, como hacen los creyentes en la interseccionalidad y la teoría crítica de la raza, en dos grupos —opresores y víctimas—, asignas el estatus de víctima a los palestinos y tratas a los israelíes como colonizadores, entonces no importa cuán mal se comporten los primeros, los segundos siempre estarán equivocados.
Es por ello que funcionarios de la ONU como Albanese, que se hacen pasar por activistas de derechos humanos, pueden tratar crímenes de lesa humanidad, como la masacre de la familia Dee, como una «resistencia» justificada a la «ocupación». De la misma manera, los esfuerzos de las FDI para detener a los terroristas, o incluso para mantener el orden en el Monte del Templo —el lugar más sagrado del judaísmo—, serán vistos como actos de “ocupación” que deben ser condenados.
Lamentablemente, gran parte de los esfuerzos del Estado de Israel y de los grupos que tienen la tarea de defenderlo en EEUU se ven afectados por su voluntad de dar cierta legitimidad a la narrativa de la “ocupación”, incluso cuando luchan por un trato justo para el Estado judío. Demasiados partidarios de Israel tratan la cuestión de la “ocupación” con un enfoque de «sí, pero», en el que reconocen que Israel no tiene plenos derechos a esos territorios que, al menos en teoría, aún podrían negociarse a cambio de una paz real. Esa fue la presunción de los desastrosos Acuerdos de Oslo, que buscaban intercambiar “tierra por paz” con la Organización para la Liberación de Palestina. Además de constituir una transacción que terminaría siendo un intercambio de tierras por más terror, las concesiones legitimaron la noción de que los judíos no tenían derecho a estar en Judea y Samaria. En lugar de evidenciar, como pensaron ingenuamente los arquitectos israelíes de las propuestas, el amor de Israel por la paz y su voluntad de compromiso, simplemente convenció a gran parte del mundo de que el Estado judío era un ladrón que de mala gana devolvía parte de la propiedad que había robado.
Si divides el mundo, como hacen los creyentes en la interseccionalidad y la teoría crítica de la raza, en dos grupos —opresores y víctimas—, asignas el estatus de víctima a los palestinos y tratas a los israelíes como colonizadores, entonces no importa cuán mal se comporten los primeros, los segundos siempre estarán equivocados
Independientemente de sus afiliaciones o simpatías políticas, quienes se preocupan por Israel deben comprender que no pueden evitar enfrentarse a la mentira de la “ocupación”. No se puede evadir haciendo un rebranding de Israel como un lugar de hermosos paisajes o innovación científica, como algunos han pensado. Tampoco se puede eludir hablando constantemente de la voluntad de Israel de aceptar una solución de dos Estados, que el otro lado no quiere.
Si usted quiere denunciar a personas como Albanese, o a aquellos que mienten sobre Israel en los medios, hágalo. Tales esfuerzos son necesarios e importantes para acabar con los bulos antisionistas que han ganado tan amplia aceptación. Pero cualquier argumento que no corrija el concepto erróneo de la “ocupación” está destinado a fracasar, con consecuencias que van más allá de nuestra frustración con las Naciones Unidas y el sesgo de los medios.
*Editor jefe de Jewish News Syndicate (JNS).
Fuente: jns.org.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.