E n estas fechas próximas a la celebración de la festividad de Janucá, en la que conmemoramos los milagros claros y evidentes ocurridos en la época de la reconquista del Bet Hamikdash por parte de los macabim, se me antoja darle una connotación extra al fenómeno del milagro, que vieron claramente los yehudim al encender la menorá prevista para alumbrar por 24 horas solamente, durando milagrosamente ocho largos días.
Estamos acostumbrados a manejar el concepto del milagro como un fenómeno supra natural evidentemente creado por un ser dotado de poderes especiales, quien es capaz de cambiar el curso natural de la vida y la “normalidad” con la que vemos todo a nuestro alrededor.
En definitiva, cuando le pedimos a Dios por un milagro, anhelamos ver un cambio drástico en una determinada situación que nos favorezca ampliamente.
Pero detengámonos por un minuto a pensar en la cantidad de milagros que pasan desapercibidos ante nuestros ojos y que, de hecho, nos ocurren a diario, dándolos por sentados de manera natural y por descontado, pensando que estamos en pleno derecho de ellos.
Me refiero específicamente a la salud. Desde que nos despertamos en la mañana hasta que conciliamos el sueño reparador de la noche, todo, absolutamente todo es un milagro. Levantarnos, valernos por nosotros mismos. Caminar, ver, escuchar, sentir, oler… Todo es un gran milagro intrínseco en nuestra rutina diaria. Hasta poder evacuar sin mayores dificultades tiene inclusive su propia plegaria de agradecimiento a Dios por haber creado en nuestro cuerpo cavidades y orificios especiales por donde podemos desahogar nuestras necesidades fisiológicas y así poder gozar de plena salud física.
Somos realmente privilegiados al contar con buena salud y con fuerzas para enfrentar nuestro día a día, por más estresante y agobiante que pueda parecer. Dios nos regala un día tras otro más de vida para aprovechar las herramientas de una buena salud y fuerza física para hacer mitzvot, ayudar a nuestro prójimo y cumplir con su voluntad.
Ahora, en medio de esta oscuridad que reina a nuestro alrededor, debemos abrir más que nunca nuestros ojos y ver en cada respiro, en cada día que termina con salud, el milagro que se prodiga a diario con nuestro cuerpo y espíritu.
Tenemos que aprender a ver la vida con mayor sencillez y darle importancia, siempre agradeciendo a Dios por todo, a las cosas que percibimos como básicas e inherentes a nuestra condición humana.
Otro aspecto del milagro que Dios obra desde tiempos remotos con su pueblo es el hecho de que aun en las peores circunstancias de nuestra historia, en donde ya veíamos claramente nuestro fin como nación, de repente nos hemos remontado de manera milagrosa, fortaleciéndonos después de las duras pruebas que hemos tenido que afrontar, saliendo airosos, triunfantes ante la mirada estupefacta de nuestros enemigos, quienes pensaron vernos destruidos y aniquilados física y moralmente.
Cada criatura que viene al mundo dentro de nuestro pueblo certifica la frase que con orgullo dijimos, decimos y diremos por siempre: Am Israel Jai.
Nada ni nadie ha podido vencernos porque contamos con Dios que nos cuida como a sus hijos y obra milagros y maravillas ante nuestros ojos, que nos llenan de fe renovada y disipan la oscuridad.
Precisamente para esto llega Janucá: para ahuyentar con la luz que se desprende de la janukiyá tanta oscuridad reinante a nuestro alrededor.
Janucá representa el gran nes (milagro) que Dios nos otorgó primero con el triunfo de una batalla caracterizada por la lucha de unos pocos frente a un grupo fuerte y numeroso, que desembocó en la reconquista de nuestra identidad como pueblo guiado por la luz de la menorá, cuya luminaria se prolongó milagrosamente por ocho días.
Un detalle que aprendí con mi querida amiga Goldie Slavin a propósito de Janucá es el hecho de que la palabra nisayón (prueba) tiene la misma raíz de la palabra nes, concluyendo con esto que aun los grandes milagros exigen de nosotros una férrea emuná (fe) y muchas veces tener que pasar una dura y difícil prueba para llegar a la meta, y con ella nuestra salvación y el gran milagro que Dios nos dispensa día a día al regalarnos la vida y las oportunidades de crecimiento humano, que es al fin y al cabo nuestro gran reto en este mundo.
Finalmente les pido a todos ustedes, mis queridos lectores, que en este Janucá que está por comenzar pongamos nuestro mejor ánimo en cumplir la mitzvá del encendido de la janukiyá, observando todos los detalles de este hermoso precepto, y que, aprovechando la luz que irradian las llamas, observemos más detenidamente nuestra realidad, viendo todo lo bueno y los milagros con que Akadosh Baruj Hu nos sostiene como su pueblo elegido.
Un último detalle muy importante que no puede faltar: que todos pidamos y hagamos tefilá frente a esa fulgurante janukiyá para que Dios nos abra aún más puertas de luz y de milagros al descubierto que evidencien de manera más clara su presencia como Rey de Reyes, y el único capaz de disipar la oscuridad reinante en estos momentos producto del galut que todavía no termina para nosotros.
Quiera Dios que con la llegada de Janucá se iluminen aún más nuestras vidas con esas peticiones concedidas que cada uno de nosotros tiene en particular y en conjunto, y que los milagros y la presencia del Amo del Mundo se hagan más claras y evidentes, trayendo la salvación, paz, armonía y alegría que tanto anhelan nuestros corazones.
¡Janucá Saméaj para todos!