Hace unos días topamos con un caso de antisemitismo clásico ocurrido en Uruguay. Se trata del Concurso Oficial de Carnaval, donde un grupo llamado “Caballeros” presentó una parodia de El mercader de Venecia de William Shakespeare.
Por más que el director del conjunto, Raúl “Rulo” Sánchez, y el letrista Martín Perroneni, aseguraron que ni la selección de la obra ni su interpretación buscaban ofender a la comunidad judía y menos generar sentimientos antisemitas, lo cierto es que, precisamente, esa obra divulga una serie de estereotipos y bulos judeófobos surgidos en la Edad Media y que, de algún modo, persisten hasta nuestros días, justo en estos tiempos en que enfrentamos un brutal incremento del odio contra los judíos donde se mezclan todas las formas de antisemitismo, incluyendo los prejuicios medievales. Por supuesto que la presentación de una parodia que recrea la obra antisemita del escritor inglés echa más leña al fuego del encono.
La representación de El Mercader de Venecia en Montevideo
(Foto: VisAVis)
A no dudarlo, Shakespeare fue uno de los dramaturgos más geniales de todos los tiempos, en cuyas creaciones vemos condensados los principios nacionales ingleses y, al mismo tiempo, con proyección universal. De hecho, sus obras teatrales forman parte fundamental de la literatura occidental. Sin embargo, apartando su valor literario, resulta sustancial comprender el concepto que Shakespeare desarrolla sobre el pueblo judío.
La obra comienza cuando Basanio le pide a Antonio (el mercader de Venecia) un préstamo para conquistar a Porcia. El mercader no tiene efectivo, pero avala la deuda requerida al judío Shylock, el usurero de la ciudad. Shylock lo hace firmar un contrato, en el cual Antonio se compromete a pagar en un lapso de tres meses, y de lo contrario entregará una libra de carne de su propio cuerpo. Mientras, Jessica, la hija de Shylock, avergonzada de su padre, se escapa con Lorenzo, un caballero cristiano, y se lleva parte de la fortuna del prestamista. Se muestra al judío furioso, más por las joyas y el dinero que se llevó su hija, que por su fuga.
Antonio no puede pagar la fianza, y el judío pretende hacer cumplir el compromiso. Muchos interceden ante Shylock, le piden piedad, pero con crueldad, insiste en consumar el trato. Acuden al tribunal veneciano, el cual sentencia a favor de Shylock, con la advertencia de que el contrato solo le otorga una libra de carne sin derramar ni una gota de sangre; por ello, el tribunal logra un acuerdo con Shylock. Antonio lo perdona si cumple dos condiciones: que se haga cristiano y que nombre herederos a Jessica y a Lorenzo. El judío acepta ambas rectificaciones.
A lo largo de la pieza encontramos insultos a Shylock, descrito como cruel, vengativo y avaro; es decir, una perversa imagen, distorsionada, del pueblo judío. Shylock es presentado como un sujeto maligno: no siente amor por su hija; es incapaz de apiadarse de otro ser humano, solo lo mueve su afán de lucro. Estos agravios se adjudican a los judíos en general, y para justificarlos se muestra a un judío supuestamente representativo.
El mercader de Venecia fue una creación de Shakespeare basada en prejuicios convencionalmente aceptados, pues su autor vivió en una época (1564-1616) y en un país donde no había judíos, y su conocimiento de ellos solo pudo haberle llegado a través de mitos
La trama impone una pasión antijudía, y así justifica los maltratos hacia Shylock que se extienden al colectivo judío. Desconocemos la noción de Shakespeare acerca del pueblo judío; no obstante, resulta obvio que en El mercader de Venecia utilizó conceptos preconcebidos. A pesar de su genialidad, al reflejar en toda su obra una variedad de perfiles sicológicos, en este caso particular el elemento judío no fue producto del desarrollo de la imaginación del autor, más bien corresponde al uso de un estereotipo establecido en la sociedad con anterioridad; tomó los rasgos adjudicados a los judíos, sin analizarlos ni elaborarlos.
Recordemos que en la sociedad feudal a los judíos se les marginó de numerosas actividades laborales, al punto que tan solo se les permitía dedicarse al tráfico financiero, lo cual provocó el rechazo del resto de la población.
Un hecho histórico confirma el nulo esfuerzo de Shakespeare en la producción de Shylock: en 1290, el Rey Eduardo I publicó un edicto expulsando a los judíos de Inglaterra; más de tres siglos después, recién en 1656, se volvió a admitir al judaísmo en suelo inglés, por lo que el usurero de El mercader de Venecia fue una creación basada en prejuicios convencionalmente aceptados, pues su autor vivió en una época (1564-1616) y en un país donde no había judíos, y su conocimiento de ellos solo pudo haberle llegado a través de mitos; es decir, en su cotidianidad, el insigne dramaturgo no debió conocer a ningún judío.
Significativamente, y pese a los desmentidos del director de la agrupación “Caballeros”, la elección de una obra que no evidencia la genialidad del propio Shakespeare como parte del carnaval, una fiesta popular de la sociedad uruguaya, nos hace sospechar de una mala intención, sumado a que el concurso en el que participó esta parodia es oficial, con lo que indica una responsabilidad de las autoridades del país en la propagación de prejuicios generalizados, humillantes y, sobre todo, sin bases reales.
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