M uchos son los mensajes que encierra la festividad de Pésaj, y en particular la noche del séder. Todos estos mensajes son tan actuales y vigentes hoy como lo fueron hace más de tres mil años.
Quisiera enfocarme en un mensaje en particular. Sabemos que la noche del séder está llena de simbolismos que nos ayudan a recordar y recrear la salida de Egipto. Lo curioso es que esta noche también está llena de contradicciones, lo que la convierte en una gran “paradoja”, como veremos a continuación.
Kadesh. Comenzamos el séder haciendo kidush. A diferencia de otras festividades, se acostumbra que cada comensal tenga su propia copa de vino, en vez de que cada quien haga kidush y le dé de tomar a los demás. Esta copa está ligada a las siguientes tres que se van a beber durante la noche del séder. Una de las razones por las que bebemos estas cuatro copas, probablemente la más conocida, se encuentra en el Talmud Yerushalmi. Ahí, rabí Yojanán comenta que las cuatro copas corresponden a los cuatro términos sobre la redención utilizados por Hashem en la Torá con relación a la salida de Egipto; estos son: “Y los sacaré, y los salvaré, y los redimiré y los tomaré”. Pero también simbolizan los cuatro reinos que dominaron al pueblo de Israel después de la salida de Egipto.
Por otro lado, existe un motivo tal vez menos conocido. En el libro Or Zarua de rabí Itzjak ben Moshé (siglo XIII) está escrito que el vino debe ser rojo, para recordar la sangre del Brit Milá y la del Korbán Pésaj, y también para recordar que el faraón se bañaba con sangre de niños hebreos para curar su lepra.
Karpás: La razón que trae la Guemará en el tratado de Pesajim es que remojamos una verdura en sal para despertar la curiosidad de los niños. Otros sabios explican que en una mesa de reyes se suele comenzar una cena importante con un aperitivo de este tipo. Sin embargo, el libro Birké Yosef dice que se come el karpás en recuerdo a los seiscientos mil hebreos esclavizados. La palabra karpás en hebreo está formada por las letras כ ר פ , que forman la palabra פרך, que significa trabajo forzado, y por la “O”, cuyo valor numérico es 60, haciendo alusión a la cifra de 600.000.
Matzá: Encontramos en la Torá dos razones contradictorias. Por un lado, comemos matzá para recordar que salimos tan rápido de Egipto que ni siquiera dio tiempo para que leudara el pan. Pero por otro lado, para recordar que siendo esclavos comíamos matzá, que es “el pan del pobre”.
Jaróset: Desde niños nos han explicado que la razón por la cual comemos el jaróset es recordar la masa que se preparaba para construir los ladrillos que debían fabricar nuestros antepasados esclavos, lo que es cierto. Sin embargo, nuestros sabios mencionan que el jaróset debe contener manzana, para recordar que las mujeres daban a luz debajo de manzanos, fuera de sus casas y sin ningún tipo de dolor, y esto para que los egipcios no se enteraran (tratado de Sotá).
A todo esto se le puede agregar que por un lado hay que comer ciertos alimentos en posición recostada, vestirnos con nuestras mejores galas y sentarnos cómodamente para representar nuestra libertad; pero por otro lado, ponemos en la kehará (plato del séder) un huevo duro, que representa el luto por no tener el Beit Hamikdash (Templo de Jerusalén) y no poder hacer la ofrenda festiva.
El mensaje es claro: en el Judaísmo nada se hace sin ningún motivo. Hasta los eventos más desastrosos y los sufrimientos más profundos tienen un propósito que va mucho más allá de nuestro propio entendimiento, ya sea a nivel general o particular. A veces deben pasar varias generaciones para tener una idea del propósito de algún acontecimiento. Todo lo que sufrieron nuestros antepasados en Egipto tuvo el objetivo de formarnos como pueblo.
Nuestros sabios nos dan muchos más detalles de este tema. Lo seguro es que nada fue en vano. El séder nos enseña que todo lo que hace Hashem tiene un propósito y es para bien.
¿Y el café con leche?
Bueno, escuché una vez que el café con leche nos enseña prácticamente lo mismo, pero aplicado a nuestra vida personal. Preparar el café por la mañana nos puede dar una mejor actitud para el largo día que nos espera. Ponemos café negro y amargo, pero le colocamos azúcar blanca. Vertimos agua hirviendo, pero también leche fría. Podremos tener momentos en el día que serán dulces o amargos, frescos y blancos o molestos como el agua hirviendo, pero al final de cuentas debemos aplicar la berajá (bendición) que decimos al café con leche: Shehakól Nihiá Bidvaró, “Que todo sea según su palabra”, es decir, la voluntad de Dios.
¡Jag Saméaj!
*Moré del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”