Israel continúa en una crisis que no parece amainar. La propuesta de reforma judicial se topa con la negativa de un amplio sector del país, y con la insistencia de otro también amplio sector. A falta de diálogo entre las partes, las posiciones se radicalizan y la calle estalla.
Las manifestaciones multitudinarias de los sábados en la noche han dado paso a protestas otros días, cierre de vías y concentraciones frente a residencias de personeros que lideran la iniciativa de reforma. En los medios de comunicación, los verbos encendidos y el poco o nulo respeto por el adversario político son la norma común de comportamiento.
Las amenazas a la estabilidad y seguridad económica del país, fundadas o infundadas, han surtido efecto. Quizás no tanto en movilización de capitales, pero sí en una devaluación de la moneda que obedece a razones políticas antes que económicas.
¿Qué pasa en Israel? ¿Es tan grave y delicada la propuesta de reforma judicial? ¿Es necesario un cambio? Si lo fuera, ¿no es posible hacerlo en forma consensuada, con la aprobación de la mayoría y la participación de todos? Resulta increíble que un país y una sociedad con tantos logros se encuentre en un punto tal de estancamiento por falta de… comunicación real.
Hay, entre otras, dos posibles respuestas al asunto.
Manifestantes escribieron la frase “Yariv Levin – Enemigo del pueblo” frente a la casa de Levin, ministro de Justicia y viceprimer ministro, quien es el principal impulsor de la reforma judicial
(Foto: Policía de Israel)
La primera es que la coalición de gobierno quiere imponerse a toda costa, realizar cambios necesarios y no necesarios para conseguir una mayor cuota de poder y hasta poder evadir algunos procedimientos que tienen abiertos algunos de sus miembros. Aunque muchos coincidan en la necesidad de ciertos cambios, aunque se reconozca que quizá la elección de los jueces del Tribunal Supremo debería hacerse de otra manera, la conclusión es que una reforma así no debe realizarse basada en la mayoría parlamentaria circunstancial de estos momentos. Es una reforma mayor que requiere de mayor consenso.
La otra respuesta es que quizá se tema que uno de los poderes clásicos y tradicionales del sistema israelí deje de ser territorio preferencial para un sector que tiene sospechas fundadas debido a los cambios en la demografía y las composiciones de los recientes gobiernos de Israel. El Poder Judicial ha sido muchas veces el órgano rector de lo que debe ser lógico y ético, sobre la base de consideraciones éticas y lógicas de sus miembros, de jueces probos y correctos. Pero estos jueces son percibidos como una élite de izquierda, que no tiene la conexión necesaria con los cambios que ha venido experimentando la sociedad israelí. ¿Es el último de los poderes en manos de los llamados fundadores del Estado? ¿Temen que caiga el último reducto de las instituciones fundacionales?
No es prudente asumir posiciones absolutas. En ambas de las posturas anteriores hay algo de verdad y mucho de temor. No es malo que sea así. Los cambios para bien requieren de análisis, y de sobreponerse a temores y obstáculos. Se hace conversando, negociando. No sería bueno imponerse unos sobre otros, en una faena donde los vencedores y vencidos serían todos perdedores.
Pero la teoría no se conduele con la práctica. Israel está en un hervidero peligroso. La intransigencia y el irrespeto son el común denominador, y entre tanto los problemas de todos siguen vigentes. Atentados diarios, inflación, amenazas de los enemigos de siempre. Y una imagen de desorden y obcecación que no hace nada bien ante los ojos de propios y extraños, de enemigos y de amigos.
Un poco de sentido común de todas las partes involucradas, sin tener que claudicar en sus posturas honestas, sería lo oportuno. Pero lamentablemente el sentido común resulta ser el menos común de los sentidos.
Lamentable, pero cierto.