Esta primera semana de septiembre se cumplen 82 años de la instauración, por decreto del régimen nazifascista de Adolf Hitler, mediante el cual todos los judíos a partir de los 6 años, ubicados en territorios del Reich, tendrían que utilizar una tela en forma de Estrella de David,de color amarillo en un fondo negro, adherida a la ropa en el área del pecho con la palabra “judío” escrita en alemán o en el idioma del país invadido, como por ejemplo las ciudades de Polonia Occidental, anexadas por Alemania, Eslovaquia, parte de Rumania, y Hungría, entre otros.
El Maguén o Estrella de David tiene su origen, según los historiadores, en el libro poético denominado El Cantar de los Cantares que se atribuye al rey Salomón, en donde se simboliza la íntima relación entre Hashem y la Humanidad: “Yo soy de mi amado y mi amado es mío”; y por eso la conformación del Maguén David en dos triángulos superpuestos, donde uno de ellos apunta hacia arriba y el otro hacia abajo, estableciendo y reforzando una estrecha relación entre el cielo y la tierra, entre el pacto de Dios con el patriarca Abraham.
Otras confesiones religiosas como la cristiana lo han mencionado también como un poema que establece a “Dios como el perfecto esposo del pueblo creyente”. Así que el Maguén David, junto a la menorá y la Torá, son las expresiones más genuinas de la identidad del pueblo judío.
Hay que decir que si bien es cierto que gran parte de las poblaciones judías ubicadas en territorios del Reich usaron ese distintivo, muchos judíos y no judíos manifestaron enérgicamente su desacuerdo con dicho decreto, inclusive varios diarios de la época expresaron en sus líneas la desazón de tan arbitraria medida, que a su vez ocasionó una oleada de suicidios.
En Francia los judíos rechazaron portarla, y ni qué decir de Dinamarca, donde por la fuerte oposición de la población y las autoridades, los nazis no obligaron a utilizarla.
Distintivos para identificar a los judíos son de vieja data, transitan en el mismo riel que el antisemitismo, van de la mano, pudiéramos por ejemplo decir que con la necesidad perentoria que tenía el Cristianismo antiguo de deslindarse de sus raíces judías, empezó el hostigamiento, persecución y expulsión de las comunidades judías en Europa, amén de culparlos por la muerte de Jesús, del asesinato de niños cristianos para utilizar su sangre en rituales o la confección de la matzá (pan ázimo que se come en la festividad de Pésaj), por el envenenamiento de pozos de agua, en fin, desde la antigüedad, pasando por el Medioevo e incluso en la modernidad, los judíos han sido el chivo expiatorio perfecto para cualquier calamidad. Incluso ciertos sectores señalaron a los judíos de crear el covid para luego inventar las vacunas, acusando al CEO de Pfizer, Albert Bourla de origen judío, como demostración de dicha teoría conspirativa; podríamos citar cientos de ejemplos más.
En el siglo XIII era cotidiano marginar a las comunidades judías en Europa, inclusive era un dogma de la Iglesia Católica. Se les exigía llevar un distintivo en su día a día, al igual que a otros grupos marginados como los leprosos, los mendigos e inclusive las prostitutas.
A pesar de toda esta trama indescriptible de mentiras, falsas historias, tergiversación de relatos, de prohibiciones de toda índole que por más de 3000 años han venido nublando la atmósfera de la humanidad a través del odio hacia lo judío, hoy hacia el Estado judío de Israel, vemos con asombro que no solo no ha decrecido o desaparecido ese sentimiento escabroso, sino que se ha robustecido en diferentes partes del mundo. Inclusive en EEUU, que es el adalid de la libertad y la inclusión, vemos con estupor cómo los ataques y expresiones judeófobas han crecido exponencialmente.
Inclusive vimos este fin de semana, en Orlando, Florida, una marcha neonazi con banderas alegóricas al régimen hitleriano, a plena luz del día y sin que tuviera alguna sanción, repulsión o reacción del gobierno o la población, a sabiendas de lo que significó para la humanidad la ideología supremacista aria nazi, que representaba su ideal del hombre y la mujer de raza superior, todo lo contrario a lo que supuestamente inspira los ideales de igualdad, libertad y fraternidad acogidos por gran parte del planeta.
Entonces, ¿qué está pasando en la humanidad? ¿Volveremos a la indiferencia tan criticada por Hannah Arendt?
Quiero terminar esta nota con un hecho que debo resaltar: este lunes próximo pasado, en el partido de tenis del US Open que enfrentaba al jugador alemán Alexander Zverev contra Jannik Sinner, una persona del publico gritó una consigna nazi, e inmediatamente Zverev paró el juego e hizo que el disociado gorila (con perdón a los gorilas) fuera expulsado del recinto, actitud que debemos aplaudir de pie, y que todos deberíamos asumir cuando presenciemos situaciones parecidas, claro en la dimensión y posibilidades en las que podamos actuar en la denuncia, en la crítica, en la desaprobación; pero nunca con indiferencia.
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Extraordinario llamado a la reflexión de aquellos que callan o se hacen indiferentes antes manifestaciones fóbicas o de odio.