L a felicidad es un estado emocional interno que depende de nuestros pensamientos y de cómo nos enfrentamos a ellos. También se relaciona con la forma en que interpretamos cada experiencia de nuestra vida y en la manera en que nos comportamos en el día a día.
La felicidad no se relaciona con las condiciones externas o del entorno, no toma en consideración lo que se tenga o se deje de tener. Contrariamente, es algo inherente a la persona que surge del interior y lo más profundo de nuestro ser.
Los diferentes estados emocionales de la felicidad consisten en el amor, la alegría, el entusiasmo, la gratitud y la esperanza; estos se conjugan para obtener satisfacción personal y darle un significado relevante y trascendental a la vida. Generar emociones positivas ayuda a alcanzar el éxito personal, a ver nuestro pasado con gratitud, realización y complacencia. Nos hace observar nuestro presente con interés, con miras de progreso y superación, y al futuro con esperanza y optimismo.
La persona capaz de experimentar los estados emocionales de la felicidad no solo gozará de cada segundo, sino que favorecerá a todo su entorno, pues los demás se regocijarán y contagiarán de su alegría. “El que vive dispuesto a ser una luminaria para los demás, también lo será para sí mismo”. De igual manera, quien elige vivir feliz aprenderá de sus experiencias, tendrá energía para actuar proactivamente, se adaptará al entorno, superará sus frustraciones y resolverá mejor las situaciones problemáticas que se le puedan plantear.
Para lograr el estado interno de felicidad lo primero que hay que hacer es reconocer e introducir a Dios en nuestra vida, realizando lo correcto y bueno ante Él. También es necesario trabajar por desarrollar la cualidad de la bondad, y entrenarnos para valorar y apreciar todo lo que nos rodea. Estar agradecidos por cada día y cada cosa que recibimos, y aceptar la voluntad del Creador. Cuando se acepta su voluntad se está consciente de nuestra dependencia absoluta hacia Él, y se sabe que todas las experiencias se enlazan para un fin diseñado exclusivamente para cada persona.
Dejarse guiar por Dios libera de incertidumbres y ansiedades, que son preocupaciones, un sinfín de pensamientos que se van perpetuando y van consumiendo a la persona dejando al cuerpo sin energía para actuar. En cambio, al ocuparse y hacer lo que se debe, las acciones son las protagonistas, estas acciones dan fuerza y ánimo para cumplir la voluntad del Creador.
Esta aceptación incondicional hacia Dios requiere de fe; este es uno de los recursos personales más poderosos, y la manera de practicarlo es forjar una conexión diaria con el Creador y confiar plenamente en todo lo enviado por Él. Aceptar y confiar son factores clave para facilitar la expresión de emociones positivas, ya que la tranquilidad y la paz mental van a ser propulsoras del bienestar individual.
El bienestar individual radica en los pensamientos. Estos están supeditados al control personal, es decir, si la persona se esfuerza inicialmente en pensar de forma positiva, esto se volverá un hábito y los pensamientos favorecedores surgirán espontáneamente.
El pensamiento positivo genera energía positiva, invita a la acción, permite pensar en las necesidades propias y ajenas, se centra en los logros y está orientado hacia el futuro. Todo esto se fusiona para sentir la felicidad.
En conclusión, la felicidad no se relaciona con lo que tengo, sino por cómo me siento internamente, por mis pensamientos, la manera en que reacciono y la forma de interpretar la realidad. Al elegir vivir con satisfacción, la persona podrá llegar a descubrir quién es realmente, logrará identificar sus virtudes y el uso que les puede dar. De esta forma se logrará cumplir la misión personal por la cual se vino a este mundo.
*Sicóloga