Es la depositaria de la única colección completa de El Mundo Israelita—la que perteneció a don Moisés—, así como de su biblioteca, por lo cual se considera su heredera. Estos recuerdos, vívidos y cálidos, ofrecen un atisbo a la vida y personalidad de tan insigne figura de la historia de nuestra kehilá
Sami Rozenbaum
¿Cómo llegó don Moisés a dirigir un periódico?
Él era empírico, autodidacta. Estudió muy poco. En aquella época, terminar el sexto grado era casi como llegar a ser doctor…
Había perdido a su papá a temprana edad, por lo que él y sus hermanos tuvieron que salir a ganarse la vida. Trabajaba haciendo correas, mis otros tíos también. Pero mi tío Moisés leía mucho, le gustaba la poesía y empezó a incursionar en eso, hasta le publicaron unos versos en una revista. Un día dio un discurso muy bonito, de mucho carácter, porque para tener carácter fuerte estaba él… Entonces se le acercó ese señor Eduardo Cats y le preguntó: “¿Usted quiere fundar conmigo un periódico?”, y él respondió: “¡Sí!” No dudó, porque había nacido para eso.
¿Cómo describiría su temperamento?
Él vivía en mi casa junto a su mamá (mi abuela), y era como mi segundo padre. Mi papá era bastante liberal, mientras que mi tío era muy estricto. Por ejemplo, cuando Rómulo Betancourt, en la época de la transición a la democracia, había mucho movimiento en la calle, fue un tiempo difícil. En la Universidad Central siempre había problemas, a los estudiantes les daban lo que llamaban “plan de machete”. Una tarde mi hermana, quien estudiaba allí, iba a salir a clases, y él le preguntó: “¿Tú para dónde vas?”. Ella le contestó: “A la universidad, tengo examen”. “¡Ay no, mija! Yo prefiero un burro vivo que una abogada muerta” (risas). “¡Pero tío! ¿Cómo me vas a decir eso?”, “¡Lo que te dije!”, y no la quería dejar salir por nada del mundo.Eso también tenía él, unas salidas muy coloquiales.
Era caraqueñísimo.
Súper, supercaraqueño, ni se imagina usted. Nosotras le decíamos “Tiburcio”. Una siempre andaba poniéndole sobrenombres a la gente… Tiburcio esto, Tiburcio lo otro…
¿Cómo era su oficina?
No era muy grande. Mi tío llegaba como a las ocho y media y trabajaba allí todo el día, como hasta las cinco y media. Después se iba para la Plaza Bolívar.
La Plaza Bolívar era casi su segunda casa. Estaba allá hasta la noche hablando con sus amigos, y luego agarraba el autobús para mi casa, en El Paraíso. Eran otros tiempos… Cuando llegaba le preguntábamos: “¿Y qué dijeron hoy en la Plaza Bolívar sobre Pérez Jiménez?”
Él fue uno de los “edecanes del Libertador”. Después de muchos años el gobernador de Caracas, Diego Arria, como veía que esas personas de la tercera edad se sentaban todos los días a hacer sus tertulias casi al lado de la estatua de Bolívar, les dio unas sillas decoradas, cada una con su nombre, y los nombró “edecanes del Libertador” con medalla y todo. Ese fue un acto importante.
¿Cómo hizo él para atravesar tantos períodos de dictadura, golpes y cambios de régimen político que hubo en el país?
Siempre mantenía contacto con el gobierno. Estaba bien con todos, pero estaba mejor con los adecos. Él era muy político.
A veces se armaban líos en la calle, y mi abuela lo llamaba: “No te vengas, Moisés. Vete a la casa de la prima Nina, porque la cosa está mala por el centro”. Entonces él se quedaba allí esa noche, y al día siguiente… otra vez pa’ la oficina.
¿Alguna vez recibió una llamada o visita de la policía política, en relación con algo que hubiese publicado?
No, que yo sepa no. Yo viví esa época: si usted no se metía con ellos, ellos no se metían con usted. Nunca tuvo problemas con ningún gobierno. Eso sí, él venía a la casa y contaba cosas. Era el comentarista número uno. Por sus tertulias en la Plaza Bolívar lo sabía todo.
¿Lograba mantenerse económicamente con el periódico?
Sí, vivía de eso. Él prácticamente mantenía a mi abuela. Pero más era lo que trabajaba que lo que ganaba.
Había una sección muy importante llamada “Carnet social”. ¿Sabe si era un servicio pagado?
Creo que no, le mandaban la información. Le decían “Fulanito de tal está de cumpleaños”. Ah, muy bien, y lo ponía en el periódico. Además ás,como él era una persona muy familiar, publicaba todos los acontecimientos de la familia. A veces le teníamos que decir: “¡Tiburcio, no vayas a poner esta foto, ni esto que te estoy contando! ¡Mucho cuidado!” (risas). Anunciaba nuestros cumpleaños, bodas, publicaba las fotos de nuestras graduaciones…
¿Recibía alguna ayuda en su trabajo?
No. Pero cuando venía una fecha como Rosh Hashaná, cuando había muchos avisos, se angustiaba de una manera que mi hermana y yo nos íbamos con él de Sociedad a Traposos y le decíamos: “¡Pero no te preocupes tanto! ¡Te vamos a ayudar!”, y él respondía: “No, ustedes no saben de esto, ustedes saben de otras cosas”. Entonces le ordenábamos los papeles y los periódicos como él nos decía.
Era una persona que hacía tantas cosas. No sé cómo, pero lo hacía todo: era redactor, editor, director… ¡Y todavía le daba tiempo de hacer una siesta! Ahí mismo en su oficina. Y siempre tenía todo listo para entregarlo el viernes en la imprenta.
¿Alguna vez viajó fuera del país?
Cuando se iba a casar ya tenía más de 50 años. No sé por qué razón tuvo que ir a casarse a Curazao. Tampoco sé cuántos Válium se tomó, porque él nunca se había montado en un avión… Su esposa se llamaba Miriam, ella era de Maracaibo.
¿Nunca viajó a Israel?
No. Y eso que él trabajó tanto a favor de Israel. Él escribía cosas como “La juventud está dando su sangre por Israel. Nosotros también tenemos que colaborar”.
Parece que era feliz con ese trabajo, pues estuvo tantos años haciendo el periódico.
Era muy feliz con eso. Su único problema era el cigarrillo. Fumaba mucho. Él nos comentaba que ya a los seis años, cuando veía una colilla en la calle, la recogía. Sufría de enfisema pulmonar. A veces nos lo llevábamos por un fin de semana a Los Teques; su médico lo mandaba allá para que mejorara de sus pulmones, por el clima templado.
Un día, los señores Rubén Merenfeld y Moisés Garzón le dijeron: “Tú ya tienes una edad en la que deberías estar tranquilo en tu casa”, y le propusieron que la comunidad iba a asumir el periódico. Lo jubilaron, vamos a decirlo así. Creo que le dieron algún dinerito para que pudiera sobrevivir, y para justificar eso él se presentaba los miércoles y jueves en el periódico para ayudar en lo que saliera.
¿Le pegó mucho dejar el periódico?
¿Dejar? Decir “dejar” es como mucho… Como te digo, después de retirarse él se iba a la oficina de Nuevo Mundo Israelita con su esposa, y los dos ayudaban en lo que fuera: empaquetar, ensobrar. Siempre quería ayudar. Estuvo ligado al periódico hasta el fin.
-«Tantos recuerdos…» por Pablo Goldstein
-«Don Moisés Sananes Z’L: unas breves palabras», por Priscilla Abecasis
-«75 años… aquí seguimos», por Gila Hubschmann
-«Nuevo Mundo Israelita: priceless…», por Rachel Chocrón de Benchimol
-«45 años y contando», por Miguel Truzman Tamsot
–Carnet Social en El Mundo Israelita
-Holocausto en El Mundo Israelita