Joseph Hodara*
En momentos en los que el áspero duelo entre Israel y Gaza continúa y las sirenas aúllan en mi entorno, se antoja imperativo sugerir y ponderar el devenir de Gaza. Ejercicio futurológico que me ocupó en el pasado —en términos absolutamente desiguales— al considerar el devenir de algunos países latinoamericanos.
Gaza ocupa hoy una angosta franja con playas en el Mediterráneo y con fronteras entre Egipto, por un lado, e Israel por el otro. Le abruma un alto coeficiente demográfico, que le conduce a superar los dos millones de habitantes en una superficie que apenas abraza 365 kilómetros cuadrados. El resultado: un apretado territorio que exhibe una de las densidades más altas del mundo.
En el abastecimiento de electricidad, gas y agua depende absolutamente de Israel, y para gozar de algún razonable nivel socioeconómico se subordina a la ayuda en moneda efectiva de Catar. Sin el soporte del uno y del otro, Gaza no puede contar con un elemental nivel de vida.
Entre 1967 y 2005 Israel ocupó la quinta parte de su territorio, y levantó allí más de 20 colonias agrícolas. En el andar del tiempo, las negociaciones con Egipto y con Yasser Arafat condujeron en 2007 a un nuevo orden territorial y político gobernado por el Hamás, fracción extremista palestina y musulmana que desde entonces rivaliza con las corrientes algo más moderadas que dominan en Ramala.
Por su privilegiada ubicación, Gaza podría ser una de las perlas del Mediterráneo. El radicalismo, tanto de la Autoridad Palestina como de Hamás, la han convertido en rehén de sus odios políticos
(Foto: Wikimedia Commons)
El previsible desmantelamiento de la élite hoy dominante en Gaza como resultado de su brusco enfrentamiento militar con Israel, me conduce a reflexionar sobre el probable devenir de este territorio. Sin omitir otras posibilidades, anticipo cuatro escenarios que se levantarían al concluir el actual duelo militar.
Creo que estimar sus desiguales costos y beneficios constituirá tarea ineludible para instancias nacionales e internacionales interesadas en instituir un fecundo equilibrio en esta parte del mundo. Aporto al respecto algunas especulaciones.
Situación que se conoció desde la guerra de los Seis Días (1967) hasta el primer quinquenio del siglo. Estimo que podría reproducirse, si Jerusalén se inclinara a reimponer a Gaza un severo control militar después de eliminar al liderazgo de Hamás.
En este escenario Israel ampliaría no solo los servicios de energía y agua que hoy suministra. Para preservar un orden razonable debería además invertir en servicios sociales básicos y reconstruir —con soporte regional e internacional— viviendas y servicios básicos, hoy disueltos como resultado del actual choque militar.
Por añadidura, una incorporación informal e indirecta de Gaza a Israel implicaría una abrumadora adición demográfica que se sumaría —directa u oblicuamente— a los ciudadanos de origen árabe-musulmán, que hoy representan en nuestro país algo más del 20% de la población total.
En estas circunstancias, la inestabilidad institucional de Israel será constante. Ni la probable ayuda de diferentes Estados musulmanes, ni el apoyo de organismos internacionales, habrán de suavizar el abrumador malestar social y la inquietud religiosa si Gaza llegara a formar parte de Israel.
De aquí mi conclusión: por sus altos costos y flacas perspectivas, este escenario es apenas viable. Solo una perversa fantasía es capaz de enhebrarlo.
Geográfica y culturalmente, Gaza es una prolongación de Egipto. No pocos imaginan que su formal enlace con ese país no habrá de presentar altos obstáculos.
Sin embargo, juzgo que la suma de una Gaza empobrecida, que hoy reclama altas inversiones para lograr alguna factibilidad socioeconómica, multiplicará las severas dificultades que hoy abruman a El Cairo.
En otros términos, para convertir a Gaza en una economía viable o en un seductor núcleo turístico, Egipto deberá invertir —en caso de anexarla— considerables recursos, que en estos días ese país prefiere dedicar a otros temas.
Sin embargo, en contraste con el escenario anterior no cabe descartarlo absolutamente. Es verosímil que con amplia ayuda internacional, y conservando sus acuerdos de paz con Israel, Egipto podría considerar —más allá de múltiples reservas y condiciones— la anexión de Gaza.
En el pasado, tal posibilidad fue repetidamente considerada por Jerusalén y Ramala. Para concretarla habrá necesidad de diversificar las vías de comunicación entre la capital palestina y Gaza, con la activa participación de Israel.
Tres factores tornarían factible este escenario: primero, el sensible acortamiento de las distancias religiosas e ideológicas que hoy se conocen entre los palestinos que habitan estas zonas. Después, la amplia disposición de Israel para aceptar una entidad palestina que le rodearía desde la frontera con Jerusalén hasta el Mediterráneo. Y, en fin, la negociación definitiva de los territorios ocupados en la Guerra de los Seis Días, de suerte que buena parte de ellos se incorporarían por acuerdo mutuo a Israel.
Ninguno de estos factores se presenta hoy en el escenario regional.
El previsible desmantelamiento de la élite hoy dominante en Gaza como resultado de su brusco enfrentamiento militar con Israel, me conduce a reflexionar sobre el probable devenir de este territorio
Los Acuerdos de Abraham, concertados con varios países de la península árabe, abren hoy la perspectiva de una amplia ayuda por parte de todos ellos, y no solo de Catar.
Ciertamente, organismos internacionales y no pocos países —desde Estados Unidos a Turquía, por ejemplo— revelarían interés estratégico y/o económico para respaldar a Gaza, al menos en sus primeros pasos en su carácter de entidad nacional independiente ya inserta en la ONU.
Es verosímil que en estas circunstancias, y por propio y elemental interés, esta nueva entidad nacional habrá de moderar por fin la efervescencia religiosa que hoy sacude a Gaza.
En suma: más allá de los violentos choques que hoy afectan a las poblaciones de Israel y Gaza, y sin soslayar las tensiones étnicas y políticas que hoy nos abruman en este rincón del mundo, cabe imaginar en este contexto futuros posibles y factibles.
No es un hueco ejercicio intelectual. Se trata de una imperativa necesidad, que se tornará inesquivable al concluir las hostilidades hoy gobernadas en gran parte por una maliciosa cibernética y errada política.
*Sociólogo y periodista israelí, docente en la Universidad de Bar Ilán.
Fuente: Enlace Judío.
Versión NMI.