Redacción NMI
La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 fue un punto de quiebre en la agresion nazi contra los judíos del Reich, un prólogo para el Holocausto. Mucho se ha escrito sobre aquella aciaga noche, aunque se conocen menos los antecedentes que la rodearon
Herschel Grynszpan nació en 1921 en Hannover, Alemania, en el seno de una familia judía de origen polaco. En 1936, a la edad de 15 años, marchó a Francia como refugiado.
A principios de noviembre de 1938, se enteró de que su familia había sido deportada, junto a otros miles de judíos provenientes de Polonia, hacia la frontera con ese país; como el gobierno polaco no les permitía ingresar, se creó una “tierra de nadie” donde los judíos expulsados vivían a la intemperie con sus pocos equipajes y enseres.
Indignado, el 7 de noviembre Grynszpan ingresó en la embajada alemana en París pidiendo entrevistarse con algún funcionario; después de que le presentaran a Ernst von Rath, tercer secretario de la delegación diplomática, el joven sacó un arma y le disparó a quemarropa.
Grynszpan se entregó a las autoridades sin ofrecer resistencia; von Rath agonizó durante dos días, y falleció el 9 de noviembre.
Esa noche, un grupo de jerarcas nazis estaba reunido en Múnich para conmemorar los 15 años del fallido golpe de Hitler contra el gobierno democrático de la República de Weimar (el llamado putsch de 1923). El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, señaló que había llegado la hora de “golpear” a los judíos. El jefe de la Gestapo, Heinrich Mueller, envió instrucciones a los dirigentes locales de todo el Reich —en aquel momento integrado por Alemania y Austria— para que se llevara a cabo un pogromo que debía parecer espontáneo; las autoridades intervendrían después, pero no para detener a los vándalos, sino a los judíos.
Tras la ocupación alemana de Francia, las autoridades entregaron a Grynszpan a los nazis. En 1942, Goebbels planificó someter al joven a un juicio espectacular, para demostrar que el ataque había formado parte de una “conspiración judía” para provocar la guerra, y así justificar la persecución contra los judíos en toda la Europa ocupada. Pero este juicio nunca se realizó, y jamás se volvió a saber nada de Herschel Grynszpan.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, Zbaszyn era una aldea fronteriza entre Polonia y Alemania. Allí fueron arrojados los miles de judíos de origen polaco expulsados por los nazis en noviembre de 1938.
Todo comenzó con un decreto emitido poco antes por el Ministerio del Interior de Polonia, según el cual todos los ciudadanos polacos residentes en el exterior debían revalidar sus pasaportes antes del 29 de octubre; quienes no lo hicieran no podrían volver a entrar al país. Con ese pretexto, la policía alemana comenzó el 27 de octubre a arrestar a todos los judíos que tenían ciudadanía polaca.
En general, los nazis optaron por desterrar a los jefes de las respectivas familias, aunque en algunos casos incluyeron a todos sus miembros; este fue el caso de la familia Grynszpan.
Los polacos, que no habían sido informados sobre los miles de refugiados que serían deportados a su país, los concentraron en Zbaszyn y no les permitieron salir de allí, pensando que la gran cantidad de personas aglomeradas junto a la frontera presionaría a los alemanes a iniciar negociaciones para permitirles regresar. Durante los primeros días, los ciudadanos locales accedieron al pedido de las autoridades y brindaron alimentos y agua caliente a los refugiados.
Pero al prolongarse las negociaciones sin resultados concretos, el gobierno polaco permitió a los judíos salir de Zbaszyn. Muchos fueron alojados por familiares y amigos en Polonia, recibiendo ayuda de las comunidades judías locales; otros lograron abandonar el país.
Finalmente, el 24 de enero de 1939 los alemanes permitieron regresar a los deportados que lo desearan para “ordenar sus asuntos”, y Polonia accedió a recibirlos en forma permanente. Estos acuerdos tuvieron en vigencia hasta el verano de 1939. Trágicamente, muchos de estos deportados iniciales, luego radicados en Alemania, Polonia u otro país europeo, terminarían pereciendo en el Holocausto.