Talya Zax*
Desde que la Academia Sueca anunció a Olga Tokarczuk y Peter Handke como ganadores del Premio Nobel de Literatura, se ha destacado mucho el contraste entre ellos.
Tokarczuk, la ganadora de 2018 —cuyo premio llega un año tarde, después de que un escándalo descarriló las deliberaciones del comité en 2018— es una novelista polaca cuyo ojo crítico hacia el gobierno y la historia de su país la ha convertido en el blanco de una reacción nacionalista. Handke, el ganador de 2019, es un escritor austríaco casi tan conocido por su defensa del criminal de guerra serbio Slobodan Milosevic como por sus novelas, obras de teatro y películas de gran prestigio.
Si bien la victoria de Tokarczuk ha sido ampliamente elogiada (The Guardian la declaró «la vencedora feminista a la que el Nobel necesitaba»), la de Handke provocó un descontento inmediato y generalizado. PEN America, organización que aboga por la libertad de los escritores, escribió que estaba «atónito por la selección de un autor que ha usado su figura pública para socavar la verdad histórica y ofrecer ayuda pública a los autores de un genocidio». El intelectual público esloveno Slavoj Žižek dijo a The Guardian que “En 2014 Handke pidió que se aboliera el Nobel, diciendo que era una ‘falsa canonización’ de la literatura. El hecho de que ahora lo obtuvo demuestra que tenía razón”.
La controversia sobre el apoyo de Handke a Milosevic se remonta a 20 años, pero las notables diferencias políticas entre él y Tokarczuk alcanzaron un punto de particular claridad en 2014. Ese año, Handke recibió el Premio Internacional Ibsen, pero la indignación masiva lo llevó a rechazar el dinero aunque aceptó el premio. En su discurso de recepción, dijo que sus críticos deberían «irse al infierno» (en 2006 había enfrentado una controversia, cuando rechazó el premio Heinrich Heine de Alemania después de que las autoridades intentaron retirarlo tras asistir al funeral de Milosevic).
El contraste no puede ser mayor: Olga Tokarczuk y Peter Handke.
(Foto: andina.pe)
2014 también marcó el lanzamiento del trabajo más ambicioso de Tokarczuk, Los libros de Jacob, novela que desencadenó gran parte del rencor contra ella de los nacionalistas polacos. La obra, que aún no ha aparecido en inglés, se centra en la figura histórica de Jakub Frank, un líder religioso judío nacido en el siglo XVIII. Frank, de quien se cree que nació con el nombre de Jakub Leibowicz, dirigió una secta mesiánica que incorporó porciones significativas de la práctica cristiana al judaísmo; dirigió bautismos en masa de sus seguidores. Como señaló Ruth Franklin en un perfil en la revista The New Yorker, Tokarczuk pasó casi una década investigando a Frank y la Polonia en la que vivía. El resultado es un libro que, según quienes lo han leído, ofrece una imagen de las muchas formas intrincadas e impredecibles en que la historia de Polonia está ligada a la de sus judíos. «No hay cultura polaca sin cultura judía», dijo Tokarczuk a Franklin.
El lanzamiento de la novela fue anterior a una escalada en el nacionalismo polaco ligada al ascenso al poder del partido Ley y Justicia en 2015. Pero las fuerzas que alimentaron esa escalada ya estaban frecuentes. Cuando Tokarczuk aceptó el Premio Nike, el honor literario más alto del país, por Los libros de Jacob, dijo en su discurso que el país había «cometido actos horrendos como colonizadores, como una mayoría nacional que suprimió a la minoría, como propietarios de esclavos, y como asesinos de judíos”. Fue rápidamente inundada de amenazas tan alarmantes que sus editores le contrataron guardaespaldas. En los cinco años trascurridos desde entonces, Tokarczuk ha visto cómo el partido Ley y la Justicia tomó una línea cada vez más dura para censurar las opiniones sobre la relación de Polonia con los judíos. En 2016, el gobierno comenzó una campaña contra el historiador de Princeton Jan Gross, conocido por su trabajo sobre la masacre de Jedwabne, cuando los habitantes gentiles de ese pueblo asesinaron a 1600 de sus vecinos judíos. En 2018, el gobierno del partido Ley y Justicia declaró ilegal culpar a Polonia o a los ciudadanos polacos de los crímenes nazis. Polin, el innovador museo polaco de historia judía, permanece sin director desde hace cinco meses, ya que el funcionario designado, quien supervisó una serie de exposiciones altamente críticas sobre la política de Polonia hacia los judíos, espera la confirmación oficial, a pesar de haber sido reelecto para el puesto.
«El tema de mi libro, una Polonia multicultural, no es cómodo para los defensores de esta nueva versión de la historia», comentó Tokarczuk a PEN Transmissions, revista dirigida por la versión en inglés de PEN, en mayo de 2018. Le sorprendió la ira que provocó el libro, pero en lugar de callar, ha continuado hablando en nombre de las comunidades que considera que su gobierno desea dejar de lado. En un artículo de opinión para The New York Times luego del asesinato al aire del joven y liberal alcalde de Gdansk, Pawel Adamowicz, por un radical polaco, Tokarczuk se refirió a una narrativa populista polaca que «usa como chivos expiatorios a los llamados ‘izquierdistas locos’, ‘amantes de los homosexuales’, alemanes, judíos, ‘títeres de la Unión Europea’, feministas, liberales y cualquiera que apoye a los inmigrantes». «Tenemos una atmósfera sofocante de odio», escribió, «un estancamiento altamente emocional en el que solo puede haber traidores y héroes».
Entonces, por un lado está Tokarczuk, defensora del multiculturalismo que se ha mantenido desafiante a pesar de enfrentar un profundo antagonismo por su postura. Y por el otro Handke, elogiador de Milosevic, quien ordenó el genocidio bosnio durante la guerra de los Balcanes de la década de 1990 y murió durante su juicio por crímenes de guerra en La Haya. Él también se ha mantenido comprometido con su posición; el «váyanse al infierno» de 2014, uno de sus últimos comentarios públicos conocidos sobre el asunto, dice mucho sobre él.
El gobierno polaco, afirmó Tokarczuk a PEN Transmissions, «quiere controlar y definir la historia y reescribir nuestro pasado, borrando cualquier lado oscuro».
«En el momento en que vivimos actualmente en Polonia, el papel del escritor es muy especial», agrega. «Tenemos que ser personas honestas y decentes, para escribir sobre el mundo de la manera correcta».
*Editora adjunta de Cultura de Forward.