La posición oficial de esos países es que durante el Holocausto todos sus habitantes fueron víctimas, nunca victimarios. Estos dos casos resultan muy ilustrativos
Traducción y síntesis: Sami Rozenbaum
E n Kaunas, una ciudad gris a 100 kilómetros al oeste de Vilnius (Vilna), hay pocos lugares históricos tan misteriosos y encantadores como el Séptimo Fuerte.
Este complejo de ladrillos rojos, de unas siete hectáreas, data de 1882 e incluye amplios pasajes subterráneos que conectan sus salas y cámaras. La fortaleza ubicada en lo alto de una colina está rodeada de hierbas altas y flores amarillas que atraen a las abejas y aves cantoras, junto con familias que vienen a retozar en el breve verano báltico. También es un lugar popular para celebrar fiestas de graduación y recepciones de bodas, con buffets y barbacoas, así como campamentos de verano para niños.
La mayoría de los visitantes ignoran que están jugando, comiendo y celebrando en lo que fue un campo de concentración.
En 1941, miles de judíos fueron encerrados, sometidos al hambre y finalmente masacrados por los colaboradores lituanos de los nazis en el Séptimo Fuerte, en lo que constituyó el mayor asesinato en masa en la historia de ese país. Se cree que este complejo fue el primer campo de concentración ubicado en el territorio que la Alemania nazi conquistó durante su invasión hacia el Este.
Incluso para los escasos estándares de conmemoración de Europa Oriental, donde muchos cementerios judíos y sitios del Holocausto han sido dañados o abandonados, el Séptimo Fuerte es inusual por su eliminación del pasado reciente. Se le privatizó en 2009 y ahora es propiedad del Centro del Patrimonio Militar, ONG dirigida por un especialista en informática, Vladimir Orlov, que cobra aproximadamente 4 dólares por la entrada y organiza los festejos en el lugar.
Los críticos afirman que esta es una consecuencia de una falla del Estado lituano en enfrentar la oscura historia de esa nación durante el genocidio. “Esto habla muy mal de mi país”, dice Ruta Vanagaite, novelista lituana que atrajo la atención internacional hacia el Séptimo Fuerte en un libro que escribió el año pasado junto a Efraim Zuroff, director del Centro Simon Wiesenthal en Israel. La aparente amnesia que rodea al Fuerte, añade, es también indicativa de “la actitud hacia el pueblo que fue asesinado”.
Los restos de 5000 judíos están sepultados en fosas comunes, identificadas por unos pocos postes y rocas. En ocasiones, algunos familiares encienden velas en memoria de los muertos.
El sitio web del Centro del Patrimonio Militar menciona el significado del área durante el Holocausto y ofrece tours del lugar de los asesinatos, junto con una descripción de la historia del fuerte. También hay un museo militar, pero no existe una exhibición permanente sobre lo ocurrido durante el Holocausto.
El Séptimo Fuerte es uno de varios temas controversiales mencionados en el best seller de Vanagaite, Nuestro pueblo, que ahora está siendo traducido del lituano al inglés. Obra reveladora sobre la complicidad de los lituanos en la Shoá, el libro desmiente la narrativa promovida por el gobierno, que describe a los lituanos solo como víctimas de la ocupación alemana y luego rusa. Este sentimiento prevalece en Europa Oriental, pero es particularmente fuerte en Lituania, el único país del mundo que considera formalmente a la dominación rusa de su territorio como un genocidio. Esta auto-percepción como víctimas, según Zuroff, ha evitado durante décadas un debate abierto sobre el prominente rol de miles de colaboradores lituanos, algunos de ellos honrados como héroes de la patria por sus credenciales anticomunistas, en el asesinato del 95% de los judíos del país.
A pesar de las críticas, Lituania ha realizado recientemente algunos gestos que fueron alabados por grupos judíos locales e internacionales. En junio pasado, el parlamento aprobó una ley que facilita la adquisición de la nacionalidad para los descendientes de judíos lituanos. La ciudad de Vilna, que abrió un Instituto de Estudio del Idish en 2001, planea construir un museo judío y está llevando a cabo excavaciones arqueológicas en lo que fue la gran sinagoga.
Pero Lituania también ha sido objeto de fuertes críticas por honrar a los colaboradores de los nazis, incluyendo a Jonas Noreika, de quien se cree que ayudó a asesinar judíos, y Juozas Ambrazevicius-Brazaitis, líder de un gobierno pro-nazi. Los restos de este último fueron retornados a Lituania y sepultados en un funeral de Estado en 2012, mientras que a Noreika se le conmemora con una placa en un parque.
La Lituania judía
Según la Enciclopedia Judaica, Lituania contaba en 1937 con unos 160.000 judíos, que constituían la minoría nacional más importante del país y aproximadamente un tercio de la población en las principales ciudades. Vilna, con unos 60.000 judíos, era llamada “la Jerusalén de Lituania”, centro espiritual de los judíos de Europa Oriental.
Casi la totalidad de los judíos lituanos fueron asesinados durante el Holocausto, muchos de ellos por colaboradores pro-nazis.
En un país donde muchos se sienten nuevamente amenazados por una Rusia expansionista, la veneración de figuras como estas “va de la mano con casos de irrespeto hacia las víctimas” del Séptimo Fuerte, afirma Zuroff. “También hay un factor de ocultamiento: si no se le conmemora, no ocurrió”, agrega.
Orlov, el operador del Fuerte, insiste en que los festejos no se efectúan en el área en la que fueron sepultadas las víctimas del Holocausto, que según él ocupa solo un 2% del complejo. “Todo lugar de Lituania tiene alguna historia trágica; este no es distinto”, declaró a un reportero de JTA que le preguntó sobre el costo de una recepción matrimonial.
En su libro, Vanagaite y Zuroff revelan que, en 2012, Orlov halló restos humanos. “Descubrimos en la fosa una capa de limo, de la cual sobresalían lo que parecían ser palos. Eran huesos de las personas asesinadas”, narró Orlov según el libro. “Tras bombear el agua de la fosa e introducir mi mano, sentí una enorme cantidad de huesos. Su profundidad podría ser de varios metros”.
Orlov acudió a la policía, al Departamento de Protección del Patrimonio y a la comunidad judía para informar su descubrimiento. Pero al no obtener ningún resultado, “empacó los huesos en bolsas de basura y las colocó en un depósito”.
Después de que los medios locales reportaron la situación, en 2014 la administración de la ciudad de Kaunas ordenó inhumar nuevamente los huesos en el sitio donde habían sido descubiertos.
A pesar de estos problemas, según Zuroff la sociedad lituana está finalmente en camino de enfrentar su historia del Holocausto. El libro que coescribió con Vanagaite ha desatado el primer gran debate en los medios sobre este tema, motivando iniciativas como revocar los honores de Estado a los colaboradores de los nazis, y un compromiso por parte de los historiadores oficiales de “tratar de publicar” este año una lista de aproximadamente mil perpetradores conocidos de la Shoá.
Jared McBride*
O levsk, un antiguo y soñoliento pueblo en lo profundo de los bosques de Ucrania, se volvió parte de mi vida en 2003, cuando durante mis investigaciones descubrí una docena de testimonios sobre los horrendos pogromos que ocurrieron allí a principios de la guerra germano-soviética de 1941 a 1945.
Sobrevivientes y testigos describen cómo los judíos fueron golpeados, humillados y mutilados en el verano de 1941. Muchos de sus torturadores y asesinos eran miembros de la Poliska Sich (“Ejército revolucionario del pueblo ucraniano”), dirigido por uno de los más famosos líderes nacionalistas ucranianos de la guerra, Taras “Bulba”-Borovets. Tomando su nombre de un mítico jefe cosaco, Bulba-Borovets controló Olevsk y sus alrededores cuando la presencia de los alemanes era aún escasa en ese remoto lugar. Solo después del violento pogromo de los judíos a manos de los Sich los nazis tomaron control del pueblo, y establecieron un gueto; entonces los Sich eran quienes patrullaban el gueto, y más tarde suministraron a los alemanes la mano de obra para liquidar a la población judía.
En 2008 llegué a Olevsk. Recorriendo un camino no pavimentado en uno de los pocos taxis del pueblo hacia la aldea de Varvarivka, no podía dejar de pensar que ese era el mismo camino por el que los judíos de Olevsk fueron llevados a su muerte. En Varvarivka, el 15 de noviembre de 1941, los alemanes y los Poliska Sich mataron a tiros a toda la población judía, más de 500 hombres, mujeres y niños. En un claro entre los árboles, a un lado del camino, hay un pequeño memorial negro rodeado de una cerca; según esta placa de la era soviética, “invasores fascistas alemanes” mataron a “ciudadanos pacíficos” en ese lugar en 1941. No hay referencia a la identidad judía de las víctimas.
Luego visité el cuartel de los Sich en lo que después de la guerra fue una escuela de párvulos, en el centro del pueblo. Tras tomar control de Olevsk en julio de 1941, los Sich realizaron el primer pogromo, llevando a unos 30 o 40 judíos, hombres y mujeres, al río Ubort. En un testimonio que encontré en los archivos, Tevel Trosman narra que los Sich sometieron a los judíos a “vulgares burlas y humillaciones en el barro durante media hora”. Otro sobreviviente, Yakov Shklover, describió cómo los Sich se reían mientras hacían que él y otros se agacharan en el lodo y los golpeaban con las culatas de sus rifles. Un líder Sich mutiló a sus víctimas pasándoles una carreta por encima.
Centro Simon Wiesenthal
En una pared del ex parvulario, una placa dorada, colocada por el partido derechista Svoboda, honraba a Taras Bulba-Borovets y sus Sich. Ciertamente, los líderes de la violencia antisemita y la limpieza étnica contra los polacos han sido homenajeados en otros pueblos y ciudades de Ucrania, pero raramente en el propio escenario de sus crímenes.
En otro incidente de ese verano de 1941, los Sich llevaron a 300 judíos al patio de su cuartel. Trosman describió que los obligaron a cortar pasto con los dientes; podían escuchar las risas de los soldados dentro del cuartel mientras eran golpeados con látigos y con las culatas de las armas.
Terminamos el día en el viejo cementerio judío, entre lápidas torcidas y cubiertas de maleza. En el santuario encontramos viejos manuscritos y restos de objetos como tefilín, bajo capas de polvo y tierra: posesiones de los judíos asesinados cerca del río Ubort.
Regresé a Olevsk en 2011 y 2012. La placa dorada en honor a los Sich había desaparecido a causa de los disturbios políticos, pero la gente de Svoboda había levantado un nuevo monumento, justo al final del camino donde los pogromos tuvieron lugar; su inauguración desató un debate en el periódico local sobre el papel de los Sich en la historia del pueblo, pero no hubo discusiones sobre el asesinato de los judíos.
La Ucrania judía
En 1939 vivía en Ucrania más de un millón y medio de judíos. Las mayores concentraciones estaban en Odessa (180.000), Kiev (175.000), Járkov (116.000) y Berdichev (40.000). Más de un millón de judíos ucranianos perecieron en el Holocausto.
Un documento del Centro Simon Wiesenthal, del año 2011, señala: “Según nuestro conocimiento, Ucrania no ha llevado a cabo ni una sola investigación de un criminal de guerra nazi local, ni ha enjuiciado a un solo perpetrador del Holocausto”.
En los últimos años, el recuerdo de Bulba-Borovets y sus Sich ha figurado prominentemente en Olevsk y la política regional. Este año se han llevado a cabo varias celebraciones de los Sich por toda la región de Volhynia. En la ciudad de Rivne hay planes para construirles un nuevo monumento, y en el verano se realizó una carrera de bicicletas en su honor. En el propio Olevsk hay varios proyectos, como dar el nombre de Bulba-Borovets a un parque y una plaza, y una exposición sobre los Sich en el museo local (también hay planes de crearles un museo propio). El parlamento ucraniano aprobó en abril una resolución para celebrar el 75 aniversario de la fundación de la Poliska Sich.
Esto no debería resultar sorprendente, dadas las políticas del gobierno actual en cuanto a la memoria histórica. Detrás de estos intentos de “limpiar” las actividades de los nacionalistas durante la guerra está el Instituto de la Memoria Nacional, dirigido por el activista Volodymyr Viatrovych, quien afirma que los guerrilleros salvaron judíos durante el conflicto y no participaron en ningún pogromo. Y así, un monumento a los autores de un pogromo ha sido inaugurado en Uman; otro perseguidor de judíos, Petro Diachenko, quien además fue soldado de la Wehrmacht y resultó condecorado por ayudar a los alemanes a suprimir el levantamiento del gueto de Varsovia, recibió un homenaje de la Rada (Parlamento de Ucrania) en 2015. El gobierno de la ciudad de Kiev acaba de aprobar que una calle reciba el nombre de un nacionalista de extrema derecha, Stepan Bandera. La “descomunización” y la invocación de valores occidentales sirve como forma de encubrir esta manipulación de la memoria.
Si el gobierno ucraniano está tan ansioso por construir nuevos memoriales, yo sugeriría uno en el río Ubort que enumere los nombres de los judíos que fueron masacrados allí, por qué los asesinaron, y quién lo hizo.
*Docente en el Departamento de Historia de la Universidad de California, Los Ángeles
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