E l conflicto árabe-israelí y su más notoria prolongación, el conflicto palestino-israelí, tiene un poco envidiable récord de invenciones macabras. Desde las amenazas creíbles que vociferaban echar los judíos al mar, hasta las más novedosas y escalofriantes iniciativas terroristas.
El razonamiento de estas actividades, cuidadosamente planificadas y muy bien ejecutadas, ha cumplido el objetivo de aterrorizar a los israelíes, a los judíos y a quienes de alguna manera apoyan las causas del pueblo judío. En su fuero interno, quienes perpetran, diseñan y/o apoyan estas acciones, y también en buena medida quienes con su silencio cómplice las avalan, están convencidos de que lograrán doblegar el espíritu de supervivencia del pueblo judío y del Estado de Israel.
Hasta los momentos —y ello no ha de cambiar— el efecto ha sido precisamente el contrario. El Estado judío y los judíos de todo el mundo han logrado aplicar las contramedidas necesarias, y el espíritu de lucha además de la moral nacional, a pesar del dolor y la desilusión, se han incrementado.
Fedayines, pistoleros que incursionaban en territorio israelí para matar civiles; atentados en aeropuertos, secuestro de aviones, intifadas espontáneas y planificadas, autobuses explotando, hombres y mujeres con cinturones de explosivos que matan matándose, cuchillazos aleatorios en cualquier localidad, atropellamientos indiscriminados, lluvia de cohetes sobre todo el territorio de Israel, túneles subterráneos que penetran territorio israelí... ¿Qué más se puede prever y combatir?
Mucho. La imaginación no tiene límites. En los últimos días, una nueva modalidad, ciertamente original y difícil de atajar: el ecoterrorismo. Incendiar indiscriminadamente amplias porciones de lo que pueda agarrar fuego. Muy elegante nombre para una criminal acción que tiene los visos suicidas de aquellos a quienes no les importa morir matando, causando daño a propios y extraños en etapas sucesivas. Acción novedosa, cobarde como de costumbre. Inútil para conseguir cualquiera de los fines que se puedan buscar: los confesables y los inconfesables.
Israel se ve sometido, una vez más, a una emergencia nacional. Otra vez la lucha de la civilización contra la barbarie. ¿Cuál es la intención? Además de aterrorizar, molestar, incomodar y causar grandes daños económicos, y Dios libre, cobrar vidas… ¿se avanzará en lograr una solución para el drama palestino? ¿Se rendirán los israelíes? ¿El mundo civilizado apoyará aún más y con resultados tangibles la causa palestina? La respuesta es simple y tajante: no.
Una vez más el efecto es el contrario. Israel se apañará de alguna manera para desarticular estas amenazas ecosuicidas-homicidas. El mundo civilizado entenderá, aunque no lo manifieste, el verdadero carácter terrorista de los perpetradores. Las negociaciones y el necesario diálogo no avanzarán por esta vía.
Y en el momento en que ocurren, justo cuando una nueva administración está por tomar las riendas del ejecutivo de la nación más poderosa del mundo, la carta de presentación que significa este ecoterrorismo le ahorra al gobierno israelí las presentaciones y explicaciones de rigor. Los hechos hablan por sí solos.
Como dijera Abba Eban, no pierden oportunidad de perder una oportunidad.
Y todos sufrimos por ello.