Oro Jalfon*
En el país del pueblo del libro, al pueblo se le prohibió asistir a los lugares de lectura y de rezo. Un virus minúsculo, accesible solamente bajo el microscopio, puso de rodillas a la humanidad. El mundo se paralizó, y el país del pueblo del libro también, durante dos meses. ¿Un mensaje de Dios? ¿Un castigo divino? Hubo deliberaciones, debates y severas críticas.
El 25 de marzo, en una carta bajo el título alusivo al libro de Yirmiyahu (Jeremías) “»עת צרה היא ליעקב, se emitieron las nuevas directivas: prohibición de minyán en espacios cerrados, solo rezos colectivos en espacios abiertos y con distancia de dos metros entre cada persona; no más 10 personas, para cumplir el minyán. Se permitía llevar un Sefer Torá a la calle de la ciudad.
Sesenta días sin rozar los bancos de las sinagogas, sin la tertulia del shiur colectivo, sin el beso tranquilizador a la mezuzá al entrar y salir. El Gran Rabino de Israel, David Lau, suplicó, apremió. Fuertes presiones se ejercieron desde el Ministerio de Asuntos exteriores y de la Religión hacia el gobierno, hasta que el 20 de mayo en la mañana, se abrieron de nuevo las puertas de las sinagogas de Israel.
Fieles rezando en las afueras de una sinagoga de Jerusalén
(Foto: Flash90)
Decidimos reunir algunas impresiones: ¿Cómo perciben el duelo del cierre de sinagogas, y su posterior reapertura, personalidades centrales en la vida rabínica, así como también fieles asiduos a la casa de rezos?
Ante un fenómeno nuevo y temible a la vez, pudimos recoger opiniones que, aunque diversas, afirman el vínculo inquebrantable de nuestro pueblo con la tefilá, el acto de rezar.
Rav Yossef Ben Shoushan, rabino y educador de la sinagoga Oz Leisrael en el barrio Kyriat Moshé, de Jerusalén, nos dice de forma tajante: “Pienso que, si fuimos expulsados de las Yeshivot, batei midrash ybatei knesset, no es casualidad. Es Dios, Él mismo, por intermedio del virus de corona, quien nos expulsó a causa de nuestro comportamiento no adecuado en estos lugares santos. Hoy, al volver con mucha humildad y sumisión, debemos poner atención a conducirnos a la altura de esos lugares santos, mostrar contrición y arrepentimiento”.
Apenas regresados del confinamiento, Rav Benshushan comenzó a impartir cursos de halajot (leyes) sobre la santidad de la sinagoga. “Para ser meritorios de continuar de residir en ella”, afirma. “El coronavirus aún está presente, y solo Dios sabe si podría propagarse nuevamente, lo que significaría que seríamos de nuevo expulsados”. Todo está en Sus manos, y volvemos con alegría y regocijo, pero también con mucho temor.
Haya Leah y yo nos conocimos en el ulpán para olim jadashim hace siete años. Es descendiente de los Benei Anusim (descendientes de conversos al Cristianismo a la fuerza que han vuelto al Judaísmo) de España, y asidua a la sinagoga de su barrio en Jerusalén. A partir de marzo nos hemos cruzado en Zoom, esa mágica aplicación de videoconferencia que le ha asestado un duro golpe al confinamiento debido al coronavirus, manteniéndonos conectados con el mundo exterior. Su punto de vista acerca de estos meses en que estuvo prohibido asistir a los rezos en las sinagogas resulta tan certero como conmovedor: “Considero que el cierre de las sinagogas fue un shock cultural y espiritual. Personas acostumbradas toda la vida a asistir a la casa de rezos sintieron un desbalance en sus vidas. Sin embargo, reaccionaron debidamente, diciéndose: ‘Si el problema está en el contagio, pues salgamos a la calle!’. Solo por dar un ejemplo, en frente de mi casa comenzaron las tefilot de Shabat abajo del edificio, y poco a poco se fue generando una verdadera sinagoga, aunque sin rabino que dirigiera los rezos. Digamos que el fenómeno ocurrido no es ‘normal’. A nadie se le ocurrió decir “Si está cerrado, pues está cerrado y no hay nada que hacer”. Los videos que nos han llegado, en que hemos visto a un hombre en el medio de la calle oficiando de jazán, y las personas desde los balcones le contestaban…”
Creo también que la profecía “De Sión saldrá la Torá y de Jerusalén la Palabra de Hashem” se está cumpliendo, a través de la cantidad de actividades que se están planificando y transmitiendo vía Zoom hacia todo el mundo. En un tiempo récord se movilizaron para implementar shiurim, conferencias y clases de Torá sin costo alguno, que dada la situación de confinamiento fueron trasmitidos al mundo entero. Ello genera una impronta en el alma y un deseo de acercamiento a Éretz Israel. Cada vez más personas están pidiendo hacer aliá. Por otro lado, se siente un aura de mayor recogimiento en este momento en las sinagogas, ya que después de esta larga ausencia debemos valorar lo que tenemos. Y agradecerlo de todo corazón.
Mientras navegaba por Google y Facebook con mis compañeras fieles durante estos largos meses de coronavirus, quiso la casualidad que me topara con la última entrega del programa audiovisual online “Café con fe”, grabado hace apenas unos días que lleva por título “Pandemia, ¿castigo divino?”
El rabino Pynchas Brener, personalidad emblemática de la kehilá de Venezuela, de la que fue guía espiritual durante cuarenta años y residenciado actualmente en Miami, realiza desde allí el programa“Café con fe”, seguido por miles de suscritores de habla hispana en el mundo entero. En esta oportunidad, invitó a conversar vía online al prestigioso rabino Yerahmiel Barylka, identificado con la ortodoxia moderna, que se ha desempeñado como educador y rabino en México, Argentina y España; así como al rabino Eliahu Birnbaum, nacido en Paysandú (Uruguay), quien fue rabino de la kehilá uruguaya y dirige el instituto Amiel —que prepara rabinos ortodoxos modernos y sionistas—, y es además el rabino de la organización Shavei Israel, dedicada a asistir a los descendientes de Benei Anusim y de las tribus perdidas de Israel.
El rabino Brener preguntó: “Ya hace dos meses que no hemos ido a una sinagoga, estamos distanciados los unos de los otros. El virus no desaparecerá mañana; se piensa que quizá dentro de un año o año y medio se habrá podido desarrollar una vacuna; e incluso existe la posibilidad de que no se encuentre vacuna efectiva alguna. ¿Qué va a pasar con nuestras sinagogas, con nuestras comunidades?¿Vamos a tener el mismo tipo de sinagoga? ¿O vamos a estar todavía comunicándonos por Zoom?”.
Rabino Eliahu Birnbaum: “La pandemia del Covid-19 no es solamente una catástrofe global, es también una catástrofe judía. Rabino Brener, usted me conoce, y también el rabino Barylka me conoce, y saben que soy una persona sumamente optimista; pero por otro lado estoy viendo lo que ocurre en el mundo judío. El cierre de las sinagogas no es solamente un tema geográfico o físico de cerrar la puerta de la sinagoga; significa cortar el vínculo de vida de muchos judíos con su kehilá, con su identidad, y por ello la catástrofe que se está desarrollando sin duda influye sobre el mundo judío en general. Este último Shabat, parashat Bamidbar, abrieron la sinagoga en el yishuv donde vivo, en Efrat. Al llegar al lugar de culto lo primero que hice fue decir la berajá de Shehejeyanu, de alegría; por otro lado, es un momento de tristeza: estamos sentados a tres metros uno del otro, cuando alguien sube a la Torá no la puede tocar, no la puede besar, está obligado a colocar un papel entre la mano y el rollo, como si fuera algo impuro”.
Birnbaum está convencido de que esta nueva realidad va a crear en el futuro nuevos modelos de sinagogas y de comunidades. “El mundo judío y sus instituciones van a cambiar”, afirma.
Por otro lado, tanto el rabino Birnbaum como el rabino Barylka se oponen al “judaísmo culpable”. El Rav Brener le preguntó: “Rabino Barylka, si alguien le dijera a usted en este momento que Dios nos está castigando seguramente por nuestros pecados y que debemos entonces hacer un cambio, aplicar más Kashrut, cumplir más Shabat, que nos están enviando un mensaje, a través del virus para que cambiemos, ¿qué le diría usted?”.
“Le diría que Dios es siempre el mismo, en todas las oportunidades, en todo tiempo y en todo lugar. Y que Dios aspira de nosotros que nos comportemos según los principios que Él nos brindó para constituir una sociedad mejor; pero no establecería ningún tipo de relación con lo que ocurre ahora, con el virus que acecha a la humanidad, porque no creo que Dios nos esté castigando o nos esté enviando en estos momentos algún tipo de señal para que cambiemos. Quien quiere ver señales divinas, las ve los 365 días del año, durante toda la vida. Y quien no las puede o no las quiere ver, va a seguir dudando en esta coyuntura, aun más que antes, porque en situaciones de desesperación, el hombre que ha eclipsado a Dios cotidianamente sale a buscarlo y se pregunta por el mal. El hombre parte de la suposición de que un Dios omnisciente y Todopoderoso debería ser capaz de arreglar el mundo según Sus intenciones; sin embargo, el mal y el sufrimiento existen, siguen existiendo. Pero eso no significa que Dios los envía, porque ese no es el lenguaje como lo debemos interpretar. Pese a que, entre nuestros rabinos, vamos a encontrarnos con más de uno que proclama un judaísmo culpable, tratando de hacernos sentir permanentemente mal, ya que de esa manera nos pueden manipular mucho mejor”.
Opiniones diversas y divergentes no faltan en nuestro pueblo, ni entre nuestros rabinos. Pero una cosa es innegable: el fenómeno que se gestó, la necesidad de continuar estudiando y rezando por encima de todas las barreras, ha sido de proporciones universales.
Logramos ganarle la batalla al contagio al quedarnos en casa, pero al mismo tiempo Zoom y otros medios de tecnología masiva irrumpieron en nuestros hogares. La gente, por primera y quizá única vez, tuvo oportunidad de escuchar varios shiurim en vivo al día, sin dejar de lado sus tareas domésticas. Los hombres salieron a las calles, salieron a los balcones. Grupos de diez, luego de hasta cincuenta. Pero a nadie se le ocurrió darse por vencido. ¿Quizá seamos verdaderamente “los locos de Dios?”
*Periodista, ex directora de Nuevo Mundo Israelita.