Conmovedora crónica de un reportero
Nueva York (agencia ZINS), exclusivo. Eran las 10 de la mañana del viernes 14 de mayo, cuando la radio norteamericana trasmitió desde Tel Aviv la noticia tan largamente esperada de que el Estado judío había sido ya proclamado oficialmente. Toda aquella mañana esperábamos ansiosos las novedades de Éretz Israel. Esta noticia se esparció a través de la metrópoli neoyorquina con la rapidez de un relámpago, abarcando en unos instantes a sus ocho millones de habitantes. Hombres y mujeres de todas las edades, razas y religiones recibieron con inmenso júbilo la proclamación de la independencia judía, que sobrevino después de dos mil años.
Inmediatamente, la prensa estadounidense lanzó extras, mientras la radio daba a conocer cada hora comunicados procedentes de la Tierra Santa. Los dos y medio millones de judíos neoyorquinos, que durante los recientes meses críticos manifestaran tan dignamente su cariño a Éretz Israel y al sionismo, se sintieron aliviados por la noticia.
A las cuatro de la tarde, 200 hombres y mujeres, estacionados en la Calle 66, contemplaban con lágrimas en los ojos cómo se izaba la bandera azul y blanca con la estrella de David en el edificio de la Agencia Judía. Numerosos jóvenes se dieron en bailar la hora a media calle. La policía detuvo el tráfico, y los transeúntes cristianos descubrían sus cabezas en honor a la bandera del Estado judío que acababa de nacer. Las oficinas de la Agencia Judía se hallaban aglomeradas, y todas se habían convertido en un gran salón de recepción donde muchos judíos brindaban Lejáim (“por la vida”) y se deseaban Mazal Tov (“buena suerte”). Al contemplar todo aquello, apenas daba crédito a lo que mis ojos veían, y al salir a la calle lancé una mirada más a la bandera azul y blanca que ahora ondeaba en los espacios.
Era el sábado en la noche. El Teatro Habima de Palestina, que se encuentra aquí desde hace tres semanas, estrenaba el Gólem de Leivik. La sala de espectáculos estaba repleta. Habima venía a Estados Unidos como simple representante del yishuv, mas ahora actúa en calidad de Teatro Nacional del Estado judío. Todos lo pensábamos. Cada espectador seguía ansioso los movimientos de los artistas y los claros sonidos de su maravilloso lenguaje hebreo. Pero el público, emocionado, estaba en espera de algo más: sabía que en alguna forma debía expresarse también en este teatro el gran acontecimiento histórico que había conmovido a todo el mundo, pues Habima no solo es un teatro, es parte integral del gran ejército de pioneros que ha estado reconstruyendo Palestina y cimentando las bases de la independencia judía.
Y en efecto: tan pronto terminó la función, el telón volvía a levantarse. En el escenario apareció toda la compañía, y el célebre artista norteamericano Raymond Massey, cristiano, actuando en representación del arte estadounidense y del Fondo Americano Pro-Instituciones de Éretz Israel, entregó solemnemente dos banderas a Habima. Aquel era un momento conmovedor e inolvidable. Espontáneamente, todo el público se puso en pie, y 2.500 personas entonaron emocionados el himno estadounidense y el Hatikva, mientras Masskin tomaba en sus manos la bandera de las barras y las estrellas y Hanna Rovina levantaba, con lágrimas de alegría, los colores azul y blanco del Estado judío.
A horas avanzadas de la noche abandonamos el teatro. Broadway estaba tan abarrotado de gente que apenas se podía dar un paso. En la esquina, un grupo de jóvenes judíos, de ambos sexos, extendía una gran bandera judía. Me acerqué mientras un muchacho de unos 14 años levantaba la voz: “¡Den vuestra ayuda a la Haganá! ¡Colaboren con los heroicos combatientes del Estado de Israel!”. Los transeúntes, cristianos y judíos por igual, italianos, negros, irlandeses, echaban en la bandera sus contribuciones voluntarias, monedas y dólares de papel. De este modo el norteamericano común, el hombre de la calle, expresaba su más profunda simpatía hacia un pueblo que lucha por su libertad, recordando que en Israel corre el año de 1776…
Es domingo a mediodía. Se ha anunciado para esta noche el más grande mitin popular en Nueva York. El Consejo Sionista de Emergencia de Estados Unidos, que representa a todos los partidos sionistas del país, ha convocado a los judíos neoyorquinos para manifestar sus sentimientos en honor del Estado judío. El mitin ha sido anunciado para las ocho de la noche. Todo el día ha llovido copiosamente; sin embargo, seis horas antes ya no se puede pasar por las calles del gran Madison Square Garden.
Mientras yo abandonaba el subway, una oleada de millares de personas se aglomeraba a la salida de los trenes subterráneos para dirigirse hacia la misma dirección. Uno tenía la impresión de que el tren no llevaba más que pasajeros judíos del Bronx, Brooklyn y otras partes de la metrópoli, que se apresuraban para llegar al Madison Square Garden. Una multitud de unas cien mil personas, cubiertas de paraguas, inundaba cinco calles de los alrededores, deteniendo el tráfico, atrayendo grandes secciones de policía montada y de infantería, y todo aquel gentío esperaba ansioso que se abrieran las puertas.
A las seis de la tarde, 20.000 personas se introdujeron al Madison Square Garden, ocupando inmediatamente todo lugar disponible, mientras más de 75.000 hombres y mujeres se quedaban en las calles, aglomeradas bajo la lluvia incesante, en espera de escuchar a los oradores por los altavoces que se habían instalado especialmente para este objeto en las calles cercanas.
El autor de estas líneas tuvo que vérselas con cinco cordones de policía, y mostrar numerosas veces su tarjeta de prensa a los oficiales, antes de poder abrirse paso entre las multitudes y lograr que se le franqueara la entrada.
La ovación más inmensa que he conocido fue la que recibiera el embajador de la pequeña nación latinoamericana, Guatemala, el doctor Granados . Aquella ovación era como una tempestad que se desatara de repente a través de la enorme sala. Durante largo rato, el doctor Neuman se esforzó en vano para calmar al público. El modesto doctor Granados tuvo que esperar para hacer uso de la palabra, en vista de esta expresión espontánea de cariño que ahora le brindaba el público. El embajador contestó a este reconocimiento con palabras breves y sinceras. Su discurso fue más corto que la ovación que se le había dado. Su voz se ahogaba de emoción.
Este mitin ha sido el punto culminante de las celebraciones del Estado judío en Nueva York, y esta metrópoli jamás lo olvidará.
Por León Hutowich
Tomado de El Mundo Israelita, 5 de junio de 1948