L a imagen ya ha sido usada, pero vale la pena recordarla en estos momentos: los judíos europeos son como el canario que se envía a la mina para saber si hay gases tóxicos en su interior. La muerte de judíos anticipa siempre tragedias para Europa y para el mundo. Sin embargo, ni las élites ni la opinión pública europeas parecen haber aprendido las lecciones de la historia.
Los atentados contra objetivos judíos en Francia y Bélgica en 2012 y 2014 precedieron la arremetida islamista contra Charlie Hebdo, el supermercado Casher y las masacres en París de noviembre pasado. Todo indica que las autoridades europeas, especialmente las francesas y belgas, no pasaron la “prueba del canario”. Después del asesinato de cuatro niños y un adulto en la entrada de una escuela judía en Toulouse en marzo de 2012, y del ataque contra el Museo Judío de Bruselas en mayo de 2014, que dejó como saldo cuatro muertos entre ellos dos turistas israelíes, las redes terroristas siguieron operando y reclutando adeptos con bastante libertad. No hay que olvidar que algunos de los verdugos del Bataclan salieron de Bélgica.o
¿Se repite la historia? Guardando las distancias, se podría afirmar que hay similitudes entre el pasado reciente y lo que ocurre hoy en día. En su momento, las amenazas proferidas contra “la plaga judía” por un oscuro ex cabo del ejército alemán en Mi Lucha, no fueron tomadas en serio por la dirigencia europea de entonces. Incluso, un ingenuo Chamberlain pensó que se podría apaciguar a la bestia nazi con un acuerdo que valía menos que el papel en el que estaba firmado.
La clave antisemita del conflicto que se anunciaba fue banalizada e incluso ignorada. El “problema judío” era secundario ante la posibilidad de asegurar la “paz” con el fascismo. Las democracias, particularmente Francia, Inglaterra y Estados Unidos, no supieron o no quisieron leer los signos de los tiempos, y dejaron que el canario pereciera en la mina, lo que significó una guerra que arrasó países y se saldó con 50 millones de muertos.
El escritor checo Milan Kundera dijo en 1985, al recibir el Premio Jerusalén en Israel, que Europa había “trágicamente decepcionado a los judíos”, y parece que todavía lo sigue haciendo. Ahora el antisemitismo europeo se nutre fundamentalmente del islamismo, aunque todavía encuentra ecos en los extremos de la derecha y la izquierda. Incluso el “progresismo” se disfraza de antisionista para repetir las mismas acusaciones que algunas vez divulgaron los antijudíos católicos y nacionalistas.
Europa no aprende. Matan judíos en Francia y Bélgica, pero eso no es suficiente para comprender la profundidad, la extensión y los retos que representa el radicalismo islamista. Predicadores wahabistas siguen divulgando su discurso de odio (donde, por supuesto, los judíos son la causa de todos los males), las redes siguen reclutando adeptos, incluyendo jóvenes que se convierten al Islam y van a hacer la yijad a Siria e Irak, y terroristas franceses y belgas de origen magrebí operan en comunidades que, por decir lo menos, los toleran. Muchos judíos han desarrollado el “instinto del canario en la mina”. Por eso miles de franceses de confesión judía se han ido a Israel, Estados Unidos y Canadá. Han entendido que los dirigentes europeos son incapaces de enfrentar la amenaza que, como el huevo de la serpiente (evoco el título de la película de Ingmar Bergman), incuba desde adentro la destrucción del Estado de derecho y la convivencia pacífica. El antisemitismo vuelve a ser hoy la clave para leer los signos de estos tiempos que no auguran nada bueno para el mundo.
Muchos judíos han desarrollado el “instinto del canario en la mina”. Por eso miles de franceses de confesión judía se han ido a Israel, Estados Unidos y Canadá. Han entendido que los dirigentes europeos son incapaces de enfrentar la amenaza