Estamos iniciando, según el calendario judío, el 17 de Tamuz, el ciclo anual de las tres semanas que empiezan con un ayuno y concluyen con otro, el 9 de Av. Conmemoramos, otro año más, la destrucción de ambos Templos de Jerusalén.
El motivo de la primera destrucción se atribuye al derramamiento de sangre, la promiscuidad sexual y la idolatría. El Templo y Jerusalén fueron arrasados por Nabucodonosor en el año 586 antes de la era común. El pueblo judío fue conducido a un amargo exilio en Babilonia.
El Segundo Templo fue construido para ser inaugurado en el año 516 antes de la era común. La gloria nacional fue recuperada, aunque quedó una diáspora muy importante. Este Segundo Templo fue destruido en el año 70 de la era común. Los romanos arrasaron Jerusalén, y se conformó la diáspora judía más larga y dispersa del pueblo judío, que recién logró reivindicarse casi dos mil años después gracias al éxito del movimiento sionista y la creación del Estado de Israel.
El Templo no ha sido reconstruido para dar paso a un tercero y definitivo. La razón atribuible a esta ya muy larga espera es que no ha desaparecido el terrible asunto del odio gratuito, que fue la causa de su destrucción.
El Templo de Jerusalén reconstruido no es solo cuestión de una edificación física con sus ornamentos. Es una concepción de superioridad espiritual que ha de promover la paz, la convivencia y el buen actuar de las personas y la sociedad en general. Pero las muchas y también terribles pugnas entre personas y partes, corrientes de pensamiento e instituciones, tienen el factor común del odio infundado, el rencor y la venganza. Los ladrillos del templo no aguantan tal avalancha.
Lo anteriormente señalado es válido para muchas comunidades judías, y es lamentable. Pero lo que también sucede en el Estado de Israel es aún más lamentable y grave. El verbo encendido de la lucha política refleja algo más que posiciones enfrentadas y desacuerdos. Se llega a percibir el odio, un odio que es gratuito, pues además de ser hermanos, todos tienen la buena o mala suerte de compartir los mismos problemas y los mismos enemigos. Estos últimos se regocijan observando cómo unos y otros se destrozan en una y mil escaramuzas. Se pone en evidencia una profunda incomprensión de la clase política, un egoísmo desproporcionado, y una gran temeridad al no asumir con responsabilidad la tarea de conducir la vida del Estado judío, bien sea desde la posición de gobierno o de la oposición. Posiciones que se alternan entre una y otra coalición.
El Segundo Templo fue reconstruido luego de que hubiera cierta enmienda en la conducta nacional respecto a las causas de su destrucción. Parecen muy severas faltas tales como idolatría, derramamiento de sangre y promiscuidad, y de seguro no se eliminaron del todo, pero de alguna manera hubo la corrección necesaria para acceder a un segundo Templo con todo su simbolismo real y virtual.
Sin embargo, el odio gratuito no ha desaparecido para dar lugar a un Tercer Templo. Se trata en principio de un sentimiento. Es cierto que puede derivar en acciones detestables, pero se trata de un sentimiento en primera instancia. Todos sabemos que el odio es algo que daña más a quien lo profesa que a sus destinatarios. Sabemos que eliminar el odio gratuito traerá beneficios personales y nacionales, pero sigue allí, y el Templo de Jerusalén destruido.
El Israel de estos días está sometido a una tremenda dosis de odio. De odio gratuito. Las disputas atentan contra la seguridad, la paz, la convivencia, la imagen ante propios y extraños, y contra la economía.
Ciertamente el odio gratuito es muy costoso. En todos los aspectos.