M oisés creció rodeado de lujos, fue criado por la hija del faraón. A pesar de su prestigio, popularidad y poder, Moisés nunca olvidó sus orígenes. Su corazón lloraba por la difícil situación de sus hermanos. Salió del palacio real a compartir con ellos y observó su terrible sufrimiento. A los hombres se les asignaban tareas ordinariamente fijadas para las mujeres, y a las mujeres, las cargas asignadas generalmente a los hombres. A los niños se les daba el trabajo de los adultos, y los ancianos se veían obligados a jugar como niños. Más allá de la indignidad, esta crueldad desgastó la fuerza física y la fortaleza interior de los hebreos.
Fueron obligados a efectuar trabajos forzados: mezclar morteros, formar ladrillos, edificar fortalezas y construir almacenes. Fueron obligados a trabajar en terreno inestable, y sus captores los reprendían a cada instante. No se les permitió descanso alguno; trabajaban y dormían bajo el ardiente sol del desierto. Sus capataces constantemente los maltrataban y golpeaban. En ocasiones, inclusive, los asesinaban.
Moisés buscó maneras de mejorar la suerte de sus hermanos. Un día vio a un superintendente egipcio golpeando muy fuertemente a un judío. Sabiendo que las autoridades egipcias no intervendrían a favor del hebreo, Moisés le quitó la vida al capataz.
Al día siguiente, Moisés regresó a compartir con su pueblo, y encontró al mismo judío al que había salvado luchando con otro judío, quien estaba a punto de herirlo. Atónito ante la violencia, Moisés gritó: “Malvado, ¿por qué golpeas a tu compañero?”. El reprendido respondió con enojo: “¿Quién te nombró ministro para que juzgues sobre nosotros? ¿Tienes acaso la intención de matarme como mataste ayer al egipcio?”. Moisés se preocupó y concluyó: “De hecho, el asunto es conocido”.
Una interpretación literal de estas palabras implica que Moisés temió por su seguridad, entendió que esos dos judíos tenían la intención de reportar su acto a las autoridades. De hecho, el versículo siguiente confirma que ello efectivamente sucedió: “El Faraón oyó hablar de la ejecución y trató de matar a Moisés”.
Nuestros sabios, sin embargo, ofrecen una explicación alternativa: “De hecho, el asunto es conocido”, es decir, la razón del sufrimiento de mis hermanos.
Hasta ese momento, Moisés se había preguntado por qué los judíos sufrían. Él sabía que Dios había ordenado que fuesen esclavizados en Egipto, pero ¿por qué fueron forzados a trabajar sufriendo tanto? Sin embargo, dado que él fue testigo de judíos chismeando, comprendió por qué sufrían.
Tenga en cuenta el lector que nuestros antepasados adoraban ídolos y en ocasiones se agredían físicamente. Sin embargo, nada de esto, de acuerdo a la óptica de Moisés, justificaba su sufrimiento. Pero el chisme, un pecado aparentemente inocente, era suficiente para explicarlo.
Los chismes ocultan a menudo su naturaleza malvada y nos atraen. Una observación a un amigo cercano sobre otro parece inocua superficialmente. Pero, según nos dicen nuestros sabios, constituye un pecado que en cierto modo ¡disminuye el asesinato, el adulterio y la idolatría combinados! De hecho, la difamación impide la presencia divina entre nosotros.
Para subrayar el poder de los chismes exploremos otro triste capítulo de nuestra historia. Ahab era un rey judío que obligaba a sus súbditos a adorar ídolos. Ahab era también un capaz guerrero que llenó las filas de su ejército de idólatras. Sin embargo, a pesar de sus muchas peligrosas campañas, nunca perdió un solo soldado en batalla. Nuestros sabios atribuyen su increíble fortuna a una estricta prohibición de chismear. Eran pecadores que habían dado la espalda a Dios, pero como no se dieron la espalda entre ellos, lograban salir ilesos en sus numerosas batallas. Por el contrario, los guerreros del rey David eran piadosos y sabios judíos, cuya única culpa era el chisme ocasional. Aunque David ganó todas sus batallas, muchos de sus guerreros perecieron en ellas. ¿Por qué?
Los místicos judíos explican que los chismes publican los pecados que se cometen en privado. Dios, que ama a sus hijos, siempre busca maneras de perdonarlos o retrasar su castigo. Él es tolerante y pasa por alto incluso pecados tan graves como la idolatría. Sin embargo, una vez que un chisme divulga el pecado, incluso Dios ya no puede pasarlo por alto. Se asemeja a un padre que ignora las debilidades de su hijo, pero cuando un chisme le informa de las malas acciones de su hijo, el padre pierde esa prerrogativa y no tiene otra opción, debe castigar a su hijo.
Ese es el significado más profundo de las palabras de Moisés: “De hecho, el secreto es conocido”. Mientras nadie chismeara, Moisés no podía entender el sufrimiento de los judíos, pues mientras sus pecados estuvieran ocultos, un Dios amoroso los ignoraría. Pero cuando vio que los judíos chismeaban, comprendió que “su secreto era conocido” y Dios ya no los pasaría por alto. Moisés finalmente entendió por qué los judíos sufrían tan terriblemente.
El chisme es difícil de evitar: es un impulso tentador para autocomplacerse. La manera de evitar el chisme es centrarse en su antídoto: el amor. Cuando amamos a nuestros semejantes, nos negamos a decir o escuchar algo negativo sobre ellos.
Recordemos que nuestra nación es una sola familia; un chisme sobre un compañero es un chisme sobre un hermano. De hecho, si el chisme es la causa de tal sufrimiento, entonces el amor es su bálsamo. Concentrémonos en amarnos unos a otros y poner fin a nuestra larga historia de sufrimiento.