Masha Gabriel*
Un paseo por algunos de los barrios residenciales de Boston y sus alrededores, permite al visitante leer carteles colocados en los jardines delanteros de la mayoría de las casas con las leyendas: Hate has no home here, Black Lives Matter, Love lives here, (“El odio no tiene lugar aquí”, “Las vidas negras importan”, “Aquí vive el amor”), etc. La gran mayoría de las iglesias y sinagogas de la ciudad ondean la bandera multicolor en señal de integración y de rechazo a cualquier discurso homófobo.
El mismo país que hasta hace pocos años relegaba a sus ciudadanos negros a un estatus de segunda, hoy se avergüenza de su pasado esclavista y se afana en remedar algunas de sus barbaridades del pasado.
Aunque la mayoría de estos movimientos están vinculados a ciertas regiones más “progresistas” e, incluso, a sectores más identificados con el Partido Demócrata, lo cierto es que afortunadamente el mundo occidental ha evolucionado y, en general, las nuevas generaciones crecen más sensibles a los discursos discriminatorios. Evidentemente siguen existiendo bolsas de racismo, homofobia, discriminación por género, etc., pero no son ya socialmente aceptables.
Y sin embargo…
Esos mismos luchadores por la justicia social que parecen afanarse en expandir los valores de la igualdad, el respeto y la libertad, miran a otro lado cuando se trata de denunciar el antisemitismo.
No hablamos de gobiernos, que de vez en cuando tienen palabras y gestos sombríos para condenar el enésimo ataque a una sinagoga, a un religioso, o a un judío cualquiera. Sino del alto grado de aceptación de que goza el antisemitismo, por ejemplo en ambientes mediáticos, académicos o artísticos. Muchas veces son precisamente los adalides de esos movimientos humanitarios quienes albergan un mal disimulado discurso antijudío, ante la total indiferencia de los propios estamentos que representan.
De la mano de la llamada “interseccionalidad”, ese movimiento que reclama la unificación de las clases marginadas para luchar unidas contra la discriminación, el discurso antisemita se ha ido incrustando en el corazón mismo de unos movimientos aparentemente humanitarios. Un buen ejemplo de esto es la Marcha de las Mujeres. La mayor protesta de un solo día en la historia de los Estados Unidos, que en 2017 llegó a reunir a unos cinco millones de personas en todo el país y siete millones a nivel mundial. Su agenda hace referencia a la necesidad de unión de “inmigrantes de todo estatus, musulmanes y de diversas religiones, personas que se identifican como LGBTQIA, indígenas, negros y marrones, discapacitados, supervivientes de agresión sexual”. ¿Quién podría negarse a apoyar estas nobles causas?
Pero según un extenso artículo de la revista Tablet Magazine, la plataforma de la Marcha de las Mujeres presenta ciertas sombras. Durante su primera reunión, en noviembre de 2016, los líderes de la organización respaldaron libelos antisemitas virulentos, alegando que los judíos eran “líderes de la trata de esclavos estadounidense” o que “tenían una responsabilidad colectiva especial como explotadores de personas negras y marrones”. Este libelo antisemita proviene, entre otros, de Louis Farrakhan, líder de la Nación del Islam, vinculado ideológicamente con tres de las fundadoras del movimiento: Linda Sarsour, Tamika D. Mallory y Carmen Pérez. Tal y como reportaba la periodista Petra Marquardt-Bigman, Farrakhan ha sido denunciado en muchas ocasiones y por distintas organizaciones por promover un discurso “de innata superioridad negra sobre los blancos y de retórica profundamente racista, antisemita y anti-LGBT”.
Abogando por los derechos humanos, excepto los de los judíos: de izquierda a derecha Carmen Pérez, Bob Bland, Tamika Mallory y Linda Sarsour.
(Foto: AP)
Mientras se escribe este artículo, salta la noticia de que estas tres “defensoras de los derechos humanos” han dejado la plataforma de la Marcha de las Mujeres para seguir con su activismo por distintos caminos (Linda Sarsour, por ejemplo, dedicándose a apoyar al candidato demócrata Bernie Sanders). Lo que en principio aparentaría ser una buena noticia de cara a la salud del movimiento, deja de serlo cuando se miran alguno de los nombres que van a reemplazarlas. Entre las flamantes líderes de la plataforma se encuentra Zahra Billoo, de quién The Investigative Project on Terrorism explicaba: “Al menos Billoo es lo suficientemente sincera como para admitir que no cree que el Estado judío deba existir (no ha mencionado otros países que desea que desaparezcan). Ha comparado repetidamente a los soldados israelíes con los terroristas de ISIS. Ser proisraelí, ha escrito, es equivalente a ser ‘pro-terror, pro-violencia, robo de tierras y apartheid’”.
Añadamos a estas perlas, comparaciones entre israelíes y nazis (“No es necesario un museo del holocausto, ya que Israel se ha encargado de recrearlo”).
Según una encuesta de Gallup de marzo de 2019, el 95% de los judíos norteamericanos apoya a Israel. Así pues, Linda Sarsour está acusando al 95% de los judíos de ser incompatibles con la justicia social. Es decir, pretende alienar a una minoría, prohibiéndole formar parte de los movimientos “socialmente aceptables”
En un acto de ignorancia y discriminación, Linda Sarsour declaró que apoyar al Estado de Israel es incompatible con ser feminista, una afirmación que es coherente con una ola de odio al judío que lamentablemente ha secuestrado a tantos movimientos humanitarios. Recordemos que, a pesar de la plataforma mediática de la que goza cualquier judío que esté en contra de Israel, según una encuesta de Gallup de marzo de 2019, el 95% de los judíos norteamericanos apoya a Israel. Así pues, Linda Sarsour está acusando al 95% de los judíos de ser incompatibles con la justicia social. Es decir, pretende alienar a una minoría, prohibiéndole formar parte de los movimientos “socialmente aceptables”.
Tal vez uno de los paradigmas más tristes respecto a cómo los derechos humanos se han visto relegados a último plano frente a las agendas políticas, los intereses personales y el antisemitismo, sea el caso de Amnistía Internacional, organización nacida para velar por los derechos humanos alrededor del mundo, cuyo fundador Robert L. Bernstein —y su presidente entre 1978 y 1998— criticó duramente a dicha organización, en un artículo de opinión en el New York Times en 2009, por publicar “informes sobre el conflicto árabe-israelí que están ayudando a aquellos que desean trasformar a Israel en un Estado paria”, o por perder “su perspectiva crítica en un conflicto en el cual Israel ha sido repetidamente atacado por Hamas y Hezbolá, organizaciones [terroristas] que van a por los ciudadanos israelíes y que utilizan a su propia gente como escudos humanos. Estos son grupos apoyados por el gobierno de Irán, que abiertamente declaró su intención no solo de destruir Israel, sino de matar a los judíos en todas partes”.
Amparadas por un posmodernismo anticolonialista, estas plataformas se erigen en movimientos contrarios al poder. Como tales, los hechos y la historia son reemplazados por la subjetividad del relato; y en esta narrativa que intentan imponer, desgraciadamente vinculan a los judíos con el poder, el dinero y el colonialismo, en el mejor estilo antisemita. Todo lo que debe ser rechazado.
Y sí, efectivamente hay judíos en esos movimientos. Pero el antisemitismo de un argumento no viene dado por si quien lo sostiene es judío o no, sino por el argumento en sí.
Evidentemente, esto no significa que los millones de manifestantes de la Marcha de las Mujeres deban ser vistos como sospechosos de albergar sentimientos de odio a los judíos; muy probablemente ni siquiera se imaginan todo lo que subyace. Pero sí deberían encenderse las alarmas, porque a medida que estos movimientos van tomando la iniciativa de la lucha social, una minoría va siendo aislada cada vez más, y así debilitada, toda vez que es puesta en el ojo de la acusación, como preferente e “interseccional” chivo expiatorio. Especialmente cuando tanta virtud social gritada a los cuatro vientos coincide con un gravísimo aumento de la violencia antisemita en los campus universitarios y en las calles de Estados Unidos, así como en muchísimas ciudades europeas, o en el corazón mismo de los partidos políticos, como el laborismo de Corbyn.
Resulta irónico que cuando el mundo supuestamente grita cada vez más contra las injusticias y a favor de los derechos humanos, el odio al judío se exprese con cada vez mayor impunidad, e incluso con apoyo mediático y académico. A menos que los judíos no merezcan su dosis de derechos humanos, porque tal vez nos están contando que no son tan “humanos”. ¿Les recuerda algo?
*Ex directora de Radio Sefarad. Directora de ReVista de Medio Oriente,
la rama en español de CAMERA (Committee for Accuracy in Middle East Reporting in America).
Fuente: thecitizen.es. Versión NMI.