La intimidación funciona. Lo peor ya está aquí. La élite se inclina mansamente en nombre del «debate»; la élite cava su propia tumba, sonriéndole amablemente a chicos que nunca han abierto un libro de historia
Hay 15,7 millones de judíos en el mundo; 7,2 millones viven en Israel, 6,3 millones en Estados Unidos, 27.000 en países árabe-musulmanes y 440.000 en Francia. Desde los pogromos del 7 de octubre, los actos antisemitas se han disparado en todo el mundo. En Francia han aumentado un 1000%. La expresión del antisemitismo se ha desinhibido, como si la masacre de hombres, mujeres y niños, las torturas, mutilaciones y violaciones, filmadas con entusiasmo por terroristas felices de haber cumplido con su deber de aniquilación total, autorizaran a la gente corriente, cuyo antisemitismo roncaba tranquilamente, a expresar su odio a plena luz del día.
Y como este odio se ve justificado en discursos de políticos tan oportunistas como convencidos, así como por intelectuales negacionistas y rancios, lo acrecientan con palabras, hechos y desvaríos. Elaboran listas de sionistas a los que hay que liquidar «económicamente», por ahora. Los antisemitas ya no se esconden; se sienten orgullosos, aplaudidos y cortejados. El antisionismo posterior al 7 de octubre es antisemitismo que por fin se asume como tal. El antisemitismo es un desafío a la faz de la democracia liberal; el antisemitismo es la victoria moral del islamismo en Occidente.
Abnousse Shalmani (Foto: L’Express)
Por aquí, con una sonrisa en los labios, dudan, en una cómoda resistencia, los cobardes universitarios burgueses sobre las violaciones perpetradas por los terroristas de Hamás; por allá, se alegran de que Europa se haya sacudido por fin la culpa pos-Holocausto para condenar a Israel, con la esperanza apenas disimulada de borrarlo del mapa del Medio Oriente; allí, reescriben la historia considerando a Israel como una fuerza colonizadora ocupante desde 1947; más allá, aceptan debatir con estudiantes incultos la posibilidad de cesar toda colaboración con las universidades israelíes. Por acuyá prohíben hablar a un exembajador israelí, ferviente partidario de la solución de dos Estados; allí arrancan carteles de los rehenes israelíes porque es mentira, una invención de los «sionistas fascistas»; aquí ovacionan a una activista franco-siria [se refiere a la eurodiputada recién electa por el grupo de extrema izquierda “La Francia Insumisa”, Rima Hassan] que está de acuerdo con las autoridades sirias que han masacrado a medio millón de personas sin pestañear. Acá es imposible negarse a utilizar las inapropiadas palabras genocidio, apartheid o fascismo, y allá se intimida a cualquiera que no musite Los Protocolos de los Sabios de Sión versión 3.0.
Los antisemitas ya no se esconden; se sienten orgullosos, aplaudidos y cortejados. El antisionismo posterior al 7 de octubre es antisemitismo que por fin se asume como tal
La intimidación funciona. Lo peor está aquí. Una minoría de ideólogos embriagados de teorías islamistas, cocinadas con una salsa identitaria, logran ponerse al nivel de dirigentes políticos, institucionales y mediáticos. Gritan, amenazan, bloquean, denuncian, firman tribunas indigestas, le hacen la cama al antisemitismo, y la élite se doblega mansamente —entiéndanlo, estamos a favor del debate—, la élite retrocede —hay que saber escuchar el dolor de quienes lloran por los civiles de Gaza, aunque no hayan tenido ni un momento de compasión por los miles de judíos asesinados—, la élite cava su tumba sonriéndole amablemente a chicos que nunca han abierto un libro de historia, que disfrutan siendo felicitados por los mulás, que gritan a pleno pulmón su amor por Hamás —ese «ejército de resistencia anticolonial»—, mientras se pintan las manos de rojo sangre fingiendo desconocer la inmoralidad de ese gesto, sin imaginar que su pelo rosa, su fluidez de género, les valdrán la muerte en el reino soñado del islamismo que los vomita.
Solo hay un país, no dos, ni tres, que está en la línea de fuego de todas las organizaciones internacionales, culpable por nacimiento, culpable por su existencia. La gran culpa de Israel es estar poblado por judíos
Solo hay un país, no dos, ni tres, un solo país, que es un refugio para los judíos. Solo hay un país, no dos, ni tres, solo un país al que el mundo le exige una “respuesta proporcionada” a un pogromo; solo hay un país, no dos, ni tres, que está en la línea de fuego de todas las organizaciones internacionales, culpable por nacimiento, culpable por su existencia. La gran culpa de Israel es estar poblado por judíos.
Si no queremos empezar un día una columna con «Érase una vez un país llamado Israel», es hora de luchar de verdad contra el antisemitismo, que es antihumanismo y que mañana será nuestra vergüenza colectiva.
*Escritora y periodista franco-iraní.
Fuente: L’Express.
Traducción de Alejo Schapire (@aschapire).
Versión NMI.