En la “cuna de la libertad”, el odio antisemita se ha manifestado con altibajos durante todas las épocas. Ya sea como parte de prejuicios heredados de la vieja Europa, tradiciones religiosas o como chivos expiatorios ante las crisis, los judíos han sido con frecuencia objeto de discriminación y agresiones
Liga Antidifamación (ADL)*
Desde los primeros días de su independencia, los fundadores de Estados Unidos imaginaron el país como una tierra de tolerancia religiosa. El artículo IV de la Constitución prometía que no se utilizarían pruebas religiosas en las elecciones para cualquier cargo o beneficio público.
El presidente Washington incluso dio una cálida bienvenida a los judíos estadounidenses en una carta dirigida a las Congregaciones Hebreas de Newport, Rhode Island, en 1790, en la que prometía que Estados Unidos “no aprueba la intolerancia, no apoya la persecución”. En 1791 fue aprobada la Carta de Derechos (Bill of Rights), y su Primera Enmienda prohibía al gobierno impedir la libertad de religión o promulgar cualquier ley relativa al establecimiento de la misma.
Sin embargo, los estados individuales mantuvieron la posibilidad de imponer limitaciones a los derechos de las minorías religiosas, y algunos lo hicieron durante décadas contra los judíos, católicos, ateos y, posteriormente, mormones y musulmanes.
Las primeras congregaciones judías establecidas en las 13 colonias originales de los Estados Unidos
El antisemitismo estadounidense no surgió de la nada, sino como parte de una hegemonía racial impuesta que esclavizaba, subyugaba y discriminaba a los negros y otras minorías. La historia de los judíos en Estados Unidos es la historia de una negociación continua entre las libertades legales ganadas con mucho esfuerzo y los persistentes efectos sociales de los prejuicios raciales y religiosos que perduran y resurgen en ese país.
Los primeros judíos de los que se sabe que establecieron un hogar permanente en Estados Unidos llegaron a la colonia holandesa de Nueva Ámsterdam (actual Nueva York) en 1654: un grupo de 23 refugiados, en su mayoría sefardíes, procedentes de Recife, Brasil, ciudad que expulsó a sus judíos ese año después de la conquista portuguesa. Aunque el gobernador holandés Peter Stuyvesant intentó expulsarlos, la Compañía Holandesa de las Indias Occidentales impuso la tolerancia, priorizando los posibles beneficios económicos de las redes mercantiles judías para la colonia en crecimiento. Cuando esta primera comunidad judía estadounidense solicitó en 1685 el derecho a practicar el culto en público, el Concejo Municipal denegó la petición, afirmando que ese derecho solo pertenecía a quienes profesaban “la fe en Cristo”. Pero en el siglo XVIII las sinagogas eran toleradas. En 1740, las leyes de naturalización incluyeron a los residentes protestantes y judíos, concediendo a estos un estatus legal que en Europa no tendrían durante otros 50 años. Para la época de la Guerra de Independencia, ya existían cinco pequeñas comunidades judías en la costa atlántica del país.
Entre 1830 y 1860 llegaron a Estados Unidos unos 200.000 inmigrantes judíos desde Europa Central, buscando oportunidades económicas y para escapar las restricciones antisemitas que limitaban el matrimonio, los negocios y la vida profesional de los judíos. En general, encontraron libertad y oportunidades en Estados Unidos. Sin embargo, como forasteros históricamente condenados por el cristianismo y la emergente “ciencia” racial, los judíos siguieron sirviendo como chivos expiatorios. Dado que algunos judíos se distinguían por su apellido, sus modales y su acento, la presencia de un judío en una actividad de mala reputación —incluso entre una mayoría de actores no judíos— se prestaba a acusaciones injustas, basándose en antiguos estereotipos antisemitas que habían florecido durante mucho tiempo en Europa.
Por ejemplo, durante la Guerra Civil o Guerra de Secesión la intolerancia antisemita aumentó drásticamente en ambos bandos; tanto la Unión como la Confederación acusaron injustificadamente a los judíos de ayudar al bando contrario. Las caricaturas en los periódicos representaban a los judíos como comerciantes antipatriotas que vendían suministros militares a precios absurdamente altos, socavando el esfuerzo bélico para obtener beneficios. El general Ulysses S. Grant llegó a emitir una orden para expulsar a todos los judíos del territorio bajo su mando, culpándolos de ser una banda de contrabandistas y especuladores del algodón, delitos llevados a cabo por una red diversa de personas en su región.
Después de la expulsión de los judíos del norte de Mississippi y Paducah, Kentucky, el presidente Lincoln se enteró de la orden de Grant y la suspendió, condenando el agravio contra todo un grupo por el comportamiento de solo “unos pocos pecadores”. Posteriormente, Grant se disculpó y pasó el resto de su vida como “amigo de las causas de los derechos humanos en general, especialmente las que involucran a los judíos”, tomando medidas legales para proteger la libertad religiosa.
Estados Unidos era una opción atractiva para las esperanzas de muchos judíos de tener una vida de tolerancia, dignidad y oportunidades imparciales. Por ello, entre 1881 y 1914 aproximadamente 2.000.000 judíos de Europa del Este emigraron a Estados Unidos, escapando de la pobreza y de una violenta ola de pogromos que destruyeron decenas de miles de hogares judíos y arruinaron económicamente a muchas otras familias. Alrededor del 85% de estos inmigrantes entraron por el puerto de Nueva York. Al carecer de fondos para viajar más lejos, muchos encontraron trabajo en la ciudad y se establecieron allí. Algunos estadounidenses se opusieron a la minoría judía y resintieron su presencia en la vida urbana, expresando su incomodidad por los modales y costumbres extranjeras de los inmigrantes judíos y por su determinado deseo de alcanzar el éxito en Estados Unidos.
Sin embargo, en términos generales la mayoría de estos judíos se asimilaron a la clase media estadounidense con relativa rapidez, y ascendieron profesionalmente en el escenario capitalista urbano, hecho que alimentó aún más el resentimiento en algunos sectores. Por ejemplo, durante las crisis económicas de finales del siglo XIX, los populistas agrarios del Sur y Medio Oeste adoptaron teorías conspirativas, afirmando que los judíos urbanos estaban explotando los mercados y al gobierno federal en su conjunto. Algunos de estos populistas condenaron a los judíos como una amenaza nacional, como una clase corrupta de financistas internacionales que poseían los bancos y arruinaban las pequeñas granjas familiares al promover el patrón oro.
Tanto en las zonas rurales como en las urbanas, los antisemitas estadounidenses aprovechaban periódicamente la condición de judío para justificar acusaciones y violencia. Por ejemplo, en 1913, el supervisor de una fábrica, Leo Frank —un judío de 29 años— fue condenado por el asesinato de una joven empleada en Atlanta, Georgia1. Al cuestionarse la imparcialidad de un juicio contaminado por un antisemitismo manifiesto, el gobernador de Georgia redujo la condena de Frank de pena de muerte a cadena perpetua en 1915. Esto provocó una ola de propaganda centrada en la religión de Frank. Una turba enfurecida, que incluía a destacados ciudadanos locales, lo secuestró de la prisión y lo linchó.
El primer y único judío linchado en EEUU, Leo Frank, fue víctima del prejuicio (1915). Después de su asesinato surgieron fuertes indicios de que otro fue el autor del crimen del que se le culpó. Esta foto se vendía como tarjeta postal
Incidentes como este aumentaron la ansiedad de los judíos estadounidenses sobre la capacidad o la voluntad de los líderes de la nación para protegerlos de los prejuicios populares. La violencia colectiva contra los judíos y otras minorías sociales y religiosas se incrementó durante la Primera Guerra Mundial, a medida que los estadounidenses se sentían más resentidos con las naciones extranjeras y expresaban su pánico por la posible propagación del bolchevismo, con el cual asociaban injustamente a todos los judíos.
En la década de 1920, el revivido Ku Klux Klan, que concentró su violencia en los negros estadounidenses y los católicos, también amedrentó y atacó a los judíos como una amenaza percibida para la América Blanca y la “raza aria”.
La sociedad civilizada tampoco estaba libre de antisemitismo. En los años de entreguerras, los judíos estadounidenses estuvieron sujetos a cuotas educativas, discriminación en el ámbito profesional, restricciones en comunidades residenciales y recreativas, y actos continuos y descarados de violencia física. En algunos espacios típicos de la sociedad estadounidense, como universidades, clubes y otras asociaciones, se negaba sistemáticamente la membresía a los judíos.
“El privilegio de usar esta piscina está limitado a los gentiles autorizados”, es decir, prohibido a los judíos. Meadowbrook, Maryland, en las primeras décadas del siglo XX
En 1922, el rector de la Universidad de Harvard propuso una cuota del 15% de estudiantes judíos en cada clase, sosteniendo que la presencia de demasiados judíos en la universidad podría causar más antisemitismo. Yale, Princeton, Columbia y muchas otras instituciones de enseñanza superior también limitaron la inscripción de judíos, al igual que numerosas academias privadas y escuelas preparatorias.
Restricciones más severas contra los judíos eran frecuentes en las fraternidades, clubes, centros turísticos, hoteles y barrios específicos. En estos, las asociaciones de propietarios regularmente restringían la venta de propiedades a los judíos. Algunos hoteles incluso anunciaban explícitamente sus políticas de “no hebreos”. En muchos sentidos, esta exclusión sistemática reflejaba el espíritu de la legislación de Jim Crow, que marginaba a los afroamericanos de participar plenamente en todos los aspectos de la sociedad. Por supuesto, estas restricciones no eran comparables a las impuestas a los negros estadounidenses de la época, que soportaban un elaborado sistema de segregación racial acentuado por la violencia y linchamientos en el sur, así como una dura discriminación en todo el país.
Pero, al igual que para la gente de color no judía, las experiencias de los judíos en Estados Unidos fueron complicadas. Estados Unidos ofrecía oportunidades, pero cuando se alcanzaba el éxito las acusaciones antisemitas eran frecuentes. También se ofreció a muchos judíos la oportunidad de asimilarse como “blancos”, pero solo a veces y únicamente como parte de un sistema racista.
Más tarde, los agitadores racistas fomentaron activamente la hostilidad antijudía y contra los negros, y demonizaron a ambas minorías de una manera que recuerda los modelos contemporáneos de nacionalismo blanco. Por tanto, no es de extrañar que muchos judíos estadounidenses sintieran una marcada solidaridad con los afroamericanos como víctimas del “odio racial”, y se vieran obligados a identificarse como una “raza” que merecía protección racial y no solamente religiosa. Y así, como escribe el historiador Eric L. Goldstein, “la cuestión de si los judíos debían concebirse como una raza o simplemente como una denominación religiosa se convirtió en uno de los temas más debatidos del discurso comunitario judío de principios del siglo XX”.
El clima social de Estados Unidos a principios del siglo XX estuvo influenciado por la creciente popularidad de los medios de comunicación masivos, incluyendo la prensa y la radio. A través de estos canales, algunas de las personas más influyentes del país utilizaron sus plataformas nacionales para avivar el odio y el miedo a los judíos en los años de entreguerras.
Entre 1920 y 1924, Henry Ford, uno de los estadounidenses más ricos y poderosos, publicó teorías conspirativas antisemitas en 91 números consecutivos de su periódico semanal, que en 1924 tenía una tirada de 700.000 ejemplares. Basándose en Los Protocolos de los Sabios de Sión, Ford reimprimió gran parte de su contenido en su libro de cuatro volúmenes El Judío Internacional, del cual se distribuyeron cientos de miles de ejemplares. Posteriormente, Hitler elogiaría a Ford en su obra Mein Kampf (“Mi Lucha”).
El padre Charles Coughlin, una figura católica cuyo programa de radio semanal llegaba a 15 millones de oyentes, también propagaba creencias antisemitas, justificaba la violencia nazi contra los judíos, animaba a sus seguidores estadounidenses a pintar esvásticas en los negocios judíos y atacar en grupo a los judíos en las calles. Los ataques físicos a los judíos aumentaron en la década de 1930, especialmente en las ciudades donde los alemanes estadounidenses pro-nazis y los católicos partidarios del padre Coughlin se reunían en las calles.
El reverendo Charles Coughlin, uno de los primeros líderes políticos que usaron la radio para alcanzar una audiencia masiva, fue finalmente proscrito del medio en 1939 por su retórica fascista y antisemita
Las tasas de inmigración sin precedentes de Estados Unidos a principios de siglo también llevaron a muchos ciudadanos a condenar a todos los inmigrantes y a los disidentes sociales como “bolcheviques”. En este ambiente, la década de 1920 vio un aumento del antisemitismo, junto con el proteccionismo, la xenofobia, el racismo y el anticatolicismo. En 1924, el Congreso impuso restricciones a la inmigración con el objetivo de resucitar en el país el carácter blanco protestante del siglo XIX. Las nuevas políticas prohibían por completo a los inmigrantes asiáticos y limitaban severamente la entrada de grupos “indeseables”, que incluían a los italianos y los eslavos. Este último grupo englobaba a los judíos de Europa Oriental y gran parte de Europa Central. A estas cuotas se añadieron posteriormente estrictas barreras administrativas. Así, a medida que el nazismo ascendía en Europa durante la década de 1930, la mayoría de los judíos amenazados encontraron cerradas las puertas de Estados Unidos.
EEUU mantuvo sus leyes de inmigración altamente restrictivas durante el ascenso de Adolf Hitler al poder y la mayor parte del Holocausto. En 1939, cuando el trasatlántico alemán St. Louis, que trasportaba más de 900 refugiados de la Alemania nazi, llegó a Miami después de haber sido rechazado por Cuba, Estados Unidos se negó a concederles la entrada. Varios pasajeros enviaron telegramas al presidente Roosevelt solicitando asilo. En respuesta recibieron un telegrama del Departamento de Estado que decía: “Los pasajeros deben esperar su turno en la lista de espera, y calificar para obtener visados de inmigración antes de ser admitidos en Estados Unidos”. Finalmente, las autoridades estadounidenses obligaron a los refugiados a retornar a Europa. Casi un tercio de los pasajeros del St. Louis fueron asesinados en el Holocausto.
Después de que se le negó refugio en Cuba, Estados Unidos y Canadá, los 900 judíos del St. Louis retornaron a Europa; un tercio de ellos fue asesinado en el Holocausto
Incluso mientras Estados Unidos observaba el auge del fascismo en Europa, muchos estadounidenses simpatizaban con el nazismo y gran parte de Estados Unidos seguía siendo cómplice del sistema de castas raciales de las leyes Jim Crow, que suprimía legalmente la vida de los negros estadounidenses. De hecho, las leyes raciales nazis se inspiraron directamente en las políticas raciales estadounidenses.
Un número significativo de estadounidenses incluso apoyaba la difusión de una ideología que otorgara superioridad a los “arios” sobre los negros, judíos y otros grupos “inferiores” en su propio país. Por ejemplo, en 1939, el grupo pronazi German American Bund, que organizaba campamentos de adiestramiento para jóvenes en todo el país, celebró un encuentro en el Madison Square Garden de Nueva York en el que hizo gala de un antisemitismo despiadado ante una multitud de 20.000 personas entusiastas. En términos más generales, los frecuentes comentarios antisemitas de la década de 1930 en la prensa y las iglesias protestantes hicieron que las noticias sobre las atrocidades de los nazis contra los judíos fueran menos sorprendentes para el público estadounidense. Una encuesta de julio de 1939 reveló que menos del 40% de los estadounidenses creía que los judíos debían ser tratados “como cualquier otro estadounidense”.
Tras la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, los aislacionistas acérrimos culparon a los judíos de arrastrar a la nación al conflicto en el extranjero. El mundialmente famoso aviador y anti-intervencionista Charles Lindbergh llegó a afirmar en 1941 que el control judío de “nuestras películas, nuestra prensa, nuestra radio y nuestro gobierno” era lo que realmente ponía en peligro al pueblo estadounidense.
La violencia antisemita diaria asolaba a los judíos en las calles de algunas de las principales ciudades estadounidenses, normalmente perpetrada por miembros de las comunidades vecinas de inmigrantes alemanes y polacos, en las que el antisemitismo prosperaba. Ellos encontraron argumentos y motivación en el periódico del padre Coughlin, Social Justice, que publicó más de 100 artículos antisemitas con una tirada de más de un millón de ejemplares entre 1940 y 1942. Incluso hacia el final de la guerra, en 1944, el 60% de los estadounidenses seguía afirmando haber oído recientemente “críticas o comentarios contra los judíos”. En definitiva, el país se había acostumbrado a la normalización del antisemitismo.
Mientras el antisemitismo persistía en el país, unos 550.000 judíos estadounidenses luchaban junto a sus compatriotas en la Segunda Guerra Mundial, y 36.000 fueron condecorados por su valentía. Al final de la guerra, la conciencia generalizada de los estadounidenses sobre el Holocausto y la victoria de Estados Unidos sobre el nazismo —así como las interacciones con los soldados judíos en las fuerzas armadas— trasformaron las creencias y el trato de la sociedad estadounidense hacia los judíos.
Después de 1945, el antisemitismo expresado públicamente disminuyó drásticamente en Estados Unidos. El porcentaje de estadounidenses que declararon haber escuchado críticas recientes contra los judíos se desplomó del 64% en 1946 al 16% en 1951. En la opinión pública de la posguerra se comenzó a hablar del protestantismo, el catolicismo y el judaísmo como las tres tradiciones espirituales prominentes de Estados Unidos: una tradición “judeo-cristiana”.
Parte del cambio en la condición de la vida judía en Estados Unidos fue resultado de la mejoría significativa en las relaciones entre católicos y judíos, que comenzó con el Concilio Vaticano II, que en 1965 derogó el histórico tema de la Iglesia sobre la responsabilidad colectiva de los judíos en la muerte de Jesús —que ha sido fuente de antisemitismo a lo largo de los tiempos—, y abrió un camino a nuevas relaciones entre los miembros de las dos religiones.
George Lincoln Rockwell, fundador del Partido Nazi Norteamericano, posa con algunos de sus seguidores en 1961 en el “Odio Bus”, una camioneta Volkswagen con la que recorría el país para difundir su mensaje
A medida que la era de los derechos civiles cobraba fuerza en la segunda mitad del siglo XX, los judíos se fueron liberando de las garras de la discriminación que había bloqueado su ingreso a las universidades, su éxito en el mercado laboral y el acceso al mercado de vivienda. Aunque algunas prácticas excluyentes persistieron —como las que impedían a los judíos tener éxito en ciertas profesiones o entrar en determinados lugares sociales—, en la década de 1970 el antisemitismo se estaba desplazando claramente a los márgenes de la sociedad estadounidense.
La participación de la comunidad judía estadounidense en el movimiento por los derechos civiles contribuyó a alimentar el antisemitismo en esos márgenes de la sociedad. Como era de esperar, los supremacistas blancos arremetieron contra las comunidades negra y la judía, imaginando la descomposición de la “América blanca” propiciada por una conspiración judía. George Lincoln Rockwell, fundador del Partido Nazi Americano, incluso hizo un llamado en 1967 a la deportación de todos los negros a África y de los “judíos comunistas” a las cámaras de gas. Sinagogas y centros comunitarios judíos, así como las iglesias negras, fueron atacados con explosivos.
Sin embargo, cuando el siglo XX dio paso al XXI, el alcance de la aceptación de los judíos en Estados Unidos podía ilustrarse en el hecho de que, por primera vez, un importante partido político nominó a un judío estadounidense —un judío practicante— como candidato a la vicepresidencia. De hecho, la candidatura de Joe Lieberman y su aceptación fue una muestra de la aceptación y el éxito de la comunidad judía estadounidense.
Lamentablemente, el antisemitismo no se ha extinguido del todo. De hecho, hay numerosos indicadores que demuestran su continuada presencia.
La ansiedad generalizada por la globalización, la migración masiva y la desigualdad económica —especialmente después de la crisis financiera de 2008— han creado las condiciones en las que el antisemitismo siempre ha proliferado. Buscando una explicación simple para un cambio social complejo, el prejuicio antijudío sirve como una útil cortina de humo para quienes albergan la conocida teoría conspirativa según la cual cuando las fuerzas trasnacionales provocan una crisis o causan una injusticia, los judíos deben ser los responsables. El término “globalista” —utilizado a menudo como término despectivo para referirse a los judíos— evoca este mito antisemita, acusando falsamente a los misteriosos agentes del multiculturalismo y la cooperación internacional de debilitar a Estados Unidos desde adentro.
Las redes sociales y otras plataformas tecnológicas, incluidas las que acompañan a los juegos en línea, aceleran la propagación del antisemitismo. Les han facilitado a los antisemitas la comunicación y el cultivo de comunidades destructivas en línea, desarrollando su propio vocabulario, temas y palabras clave, que a menudo se difunden ampliamente como memes. Este problema ha persistido en línea.
Por ejemplo, en 1995 fue lanzado Stormfront, uno de los principales foros de los supremacistas blancos que sigue funcionando hoy en día. Este fenómeno cobró relevancia en 2016 con el surgimiento de la llamada alt right (“derecha alternativa”), una agrupación política poco definida de extremistas de derecha que rechaza el conservadurismo tradicional, promueve el nacionalismo racista y asigna significados antisemitas a símbolos y memes ordinarios. Este grupo explotó hábilmente plataformas como Facebook, Twitter y YouTube en su esfuerzo por universalizar sus mensajes y extender su alcance, mucho antes de que el público en general se diera cuenta de su actividad.
Manifestación del Movimiento Nacional Socialista, uno de los mayores grupos neonazis de Estados Unidos, en Draketown, Georgia, 2018
Mientras estas empresas han impuesto pocas o ninguna restricción sobre los discursos de odio, un puñado de plataformas sociales y foros en línea —como 4chan, 8chan y Gab— se convirtieron en destinos atractivos para antisemitas de todo tipo. Estas plataformas permiten a los antisemitas y otras personas que propagan un odio virulento difundir abiertamente sus opiniones, sin importar qué tan intolerantes o violentas sean.
Fomentando aún más este aumento del antisemitismo, el odio se ha filtrado desde estos ámbitos a la discusión pública. Por ejemplo, el tono cada vez más hostil del debate político en Estados Unidos ha inspirado a grupos marginales en ambos extremos del espectro ideológico. Esto es más pronunciado en la extrema derecha; los supremacistas blancos han sido responsables de casi todos los devastadores actos de violencia contra las comunidades judías, así como contra otras comunidades marginadas de Estados Unidos. Estos extremistas, al parecer, se han visto envalentonados por la adopción de elementos específicos de su retórica por parte del expresidente Trump y su indiferencia ante su odio. Por ejemplo, el uso de términos como “globalista” o “caravanas de migrantes” e, incluso, su lema de campaña, America First (“Estados Unidos primero”). Todo esto ha contribuido a alimentar un movimiento que parece estar creciendo y que tiene el potencial de hacer mucho daño. Este movimiento acaparó la atención nacional en agosto de 2017, cuando supremacistas blancos, neonazis y otros extremistas afines se reunieron en la manifestación Unite the Right (“Unir a la derecha”) en Charlottesville, Virginia. Sus descarados gritos de “¡Los judíos no nos reemplazarán!” evocaron la antigua afirmación de los supremacistas blancos de que los judíos estaban conspirando para destruir la sociedad “blanca y pura” del país. Un hombre embistió con su auto a un grupo de manifestantes pacíficos y mató a una joven.
Durante el año de la manifestación de Charlottesville, los incidentes antisemitas aumentaron en un 57% (entre 2016 y 2017), el mayor aumento en un solo año desde que la ADL comenzó a monitorear las denuncias hace casi 40 años. En 2018, los crímenes de odio en general alcanzaron el nivel más alto reportado en 27 años, siendo los judíos y las instituciones judías el objetivo más frecuente —por un amplio margen— de los incidentes motivados en el odio religioso.
Trágicamente, en los dos años siguientes se producirían asesinatos antisemitas. El 27 de octubre de 2018, el día de violencia más letal contra los judíos en suelo estadounidense, un supremacista blanco, gritando “todos los judíos deben morir”, abrió fuego contra los miembros de las tres congregaciones que se reunían en la sinagoga Tree of Life (Árbol de la Vida) en el barrio de Squirrel Hill de Pittsburgh, matando a 11 personas e hiriendo a seis. Pocas horas antes, el atacante había publicado en línea un despiadado mensaje contra HIAS, organización judía de reasentamiento de refugiados que ha ayudado a los judíos a huir del antisemitismo político y a otros inmigrantes que huyen de la persecución y la guerra. Más recientemente, HIAS se ha opuesto a la política de la Casa Blanca de prohibir la entrada de refugiados. Acusando a los judíos de traer “invasores que matan a nuestra gente”, el atacante se hizo eco de la centenaria acusación de que los judíos son maestros titiriteros que amenazan a la América blanca, en este caso, acogiendo a refugiados musulmanes y promoviendo la inmigración en la frontera sur de Estados Unidos.
Homenaje a las víctimas del ataque terrorista en la sinagoga Tree of Life de Pittsburgh, Pensilvania, ocurrido en 2018
Luego, en el sexto mes de aniversario de la masacre de Pittsburgh, un supremacista blanco abrió fuego en la sinagoga de Jabad en Poway, en el área de San Diego, California, matando a una persona e hiriendo a otras tres. Poco antes del incidente, el atacante había publicado un enlace a un manifiesto antisemita en 8chan —posteriormente llamado 8kun—, una red social que publica mensajes creados por los usuarios.
En el año que siguió al tiroteo de Pittsburgh, el FBI afirma haber actuado contra al menos 12 complots o amenazas violentas planeadas por los supremacistas blancos contra comunidades judías. No solo los nacionalistas blancos han intentado cometer este tipo de crímenes; también en las interpretaciones radicales del Islam se han utilizado teorías conspirativas antisemitas que han promovido la violencia antijudía en Estados Unidos. Desde 2016, el FBI ha frustrado al menos tres ataques letales planeados contra judíos por islamistas extremistas inspirados por el grupo terrorista ISIS y por los llamados “lobos solitarios”.
A pesar de esto, el año 2019 quedó marcado por el aumento de una violencia antisemita de otra naturaleza en el área de Nueva York. Los actos de violencia y acoso contra los judíos jasídicos han sido notorios. Estos actos antisemitas no están relacionados con los supremacistas blancos; varios proceden de grupos diversos —incluyendo individuos de color— contra judíos identificables por su vestimenta, y resaltan el hecho de que el antisemitismo es un problema social que no se limita a una ideología, una comunidad o una tendencia política.
Se produjeron múltiples incidentes notorios, entre ellos el ataque en Jersey City (Nueva Jersey), en el cual unos extremistas atacaron un supermercado kosher y asesinaron a tres personas; en Monsey (Nueva York), un hombre irrumpió en la casa del rabino local y utilizó un machete para herir a cinco personas antes de ser ahuyentado. Además, ha habido un patrón sostenido de actos antisemitas en Brooklyn, NY, donde la comunidad judía, visiblemente ortodoxa, ha sido objeto de acoso, vandalismo y una creciente violencia durante mucho tiempo.
El antisemitismo también es evidente en los círculos de la izquierda política, aunque no tenga el carácter violento de estos actos. Comprometidos con el antirracismo, muchos en la izquierda invocan la teoría social de la interseccionalidad para fusionar a los judíos en su conjunto con las “élites blancas privilegiadas”. Este estereotipo racial del judaísmo prescinde de los judíos de color, que son víctimas tanto del antisemitismo como del racismo.
Caracterizar a todos los judíos como “blancos” también ignora un hecho básico de la historia: ni siquiera los judíos que se identifican como blancos han estado a salvo de la persecución o, incluso, del genocidio cuando el antisemitismo ha cobrado fuerza. A pesar de que actualmente los judíos estadounidenses son cada vez más el objetivo de los supremacistas blancos y de los islamistas radicales, los judíos son sometidos a otras formas de abuso; algunos destacados antirracistas de la izquierda mantienen una noción generalizada del “privilegio judío” y se niegan a verlos como una población vulnerable a los ataques racistas.
A los judíos solo se les concede una mitad de la teoría de la interseccionalidad: comparten el privilegio y las críticas asociadas a su percepción como blancos; al mismo tiempo, se les niega la participación en la intersección de los prejuicios y se les excluye de las conversaciones y espacios reservados a las comunidades marginadas, a pesar de su amplia experiencia histórica y contemporánea con la discriminación.
El antisemitismo también se manifiesta bajo el ala del antisionismo como herramienta para excluir a los judíos. Esto se ha visto en movimientos políticos como las Marchas Dyke de Chicago y Washington DC en 2017 y 2019, respectivamente, que prohibieron la exhibición de la estrella de David, un símbolo cultural judío que también aparece en la bandera israelí, por considerarlo demasiado “nacionalista”. La aplicación incoherente de este principio a otros símbolos llevó a muchos a acusarles de antisemitismo. Esta tendencia también ha sido evidente entre algunas figuras públicas como la activista progresista Linda Sarsour, que ridiculizó a los “sionistas” como incapaces de ser verdaderos feministas. Los comentarios de Sarsour sobre el movimiento feminista ignoran intencionalmente el importante papel desempeñado por muchas activistas feministas judías que apoyan la existencia del Estado de Israel.
En los últimos años, también han surgido diferentes formas de extremismo en muchos campus universitarios estadounidenses, contribuyendo a crear atmósferas hostiles para los estudiantes judíos y los que provienen de otros grupos marginados. Según un estudio reciente, la propaganda de la supremacía blanca aumentó por tercer año consecutivo en el año escolar 2018-2019, alcanzando su mayor actividad de propaganda extremista en los campus durante el semestre de primavera de 2019.
Pero los mayores desafíos que enfrentan los estudiantes judíos en el campus ocurren en el contexto de eventos, actividades o retóricas que critican a Israel invocando temas o conspiraciones antijudías, por ejemplo, campañas como las iniciativas de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS). Esto hace que los estudiantes judíos se sientan aislados, asediados o excluidos de los grupos o iniciativas del campus, a menos que nieguen explícitamente cualquier conexión con Israel. Estos eventos e iniciativas suelen enmarcarse en la crítica a Israel pero, con demasiada frecuencia, se convierten en antisemitismo clásico, invocando teorías conspirativas y tropos persistentes para caracterizar a Israel, así como para responsabilizar colectivamente a todos los estudiantes judíos, de lo que consideran injusticias cometidas por el Estado judío. Este tipo de actividad suele convertir a todos los judíos del campus en objetivos, independientemente de su posición sobre cuestiones del Medio Oriente, su grado de observancia religiosa o su compromiso político.
El antisionismo como antisemitismo estalló tras el horrible ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 contra Israel, especialmente por parte de activistas antiisraelíes. En mítines celebrados en todo Estados Unidos, los oradores y asistentes justificaron y celebraron el asesinato de israelíes por parte de Hamás. Entre los organizadores de estas manifestaciones se encuentran grupos como Estudiantes por la Justicia en Palestina (SJP), el Movimiento de Jóvenes Palestinos (PYM), la Red de la Comunidad Palestina de Estados Unidos (USPCN), Within Our Lifetime-United for Palestine (WOL), Voz Judía por la Paz (JVP) e If Not Now (INN), entre otros. Muchos de estos grupos tienen un historial de promoción de temas antisemitas clásicos en las redes sociales, en mítines y otros entornos.
“Solo hay una solución”, dice la pancarta. ¿Se refieren a Solución Final al problema judío? Manifestación “propalestina”, en realidad antisemita, en la Universidad de Michigan poco después del ataque terrorista de Hamás de octubre de 2023
(Foto: The Washington Free Beacon)
En los campus, los estudiantes judíos han enfrentado niveles de antisemitismo sin precedentes tras el 7 de octubre. El 73% de los encuestados sufrieron o fueron testigos de alguna forma de antisemitismo solo en el otoño del año escolar 2023-2024. Muchos de ellos informaron que no se sienten físicamente seguros en el campus, y que se sienten aún menos seguros emocionalmente. Desde el 7 de octubre, el porcentaje de estudiantes judíos que dijeron sentirse cómodos con que otros en el campus sepan que son judíos se redujo casi a la mitad.
La necesidad de combatir el antisemitismo refleja una obligación más amplia de rechazar las normas tóxicas de pensamiento prejuiciado que amenazan a nuestra sociedad en su conjunto. Aunque a algunos les resulte tentador utilizar como chivo expiatorio a un grupo marginado en tiempos de crisis social, hacerlo sienta las bases de un peligroso panorama político que amenaza a todos. Cuando se tolera una forma de odio, pronto puede tolerarse otra. La historia nos enseña que cuando se utilizan las teorías conspirativas antisemitas para justificar las políticas discriminatorias y la violencia basada en el odio, esas políticas y actos de violencia suelen extenderse a otros grupos.
Al comprender la forma en que el antisemitismo se ha infiltrado en todo el espectro político de la nación —tanto en los segmentos populistas como en los de élite—, es crucial que no ignoremos los comentarios de odio que escuchamos sobre los judíos o los casos de comportamiento antijudío que encontramos en nuestra vida cotidiana. Podemos reconocer el peligro de esta forma de pensar basada en el odio cuando vemos esvásticas pintadas en un edificio, o leemos sobre actos de acoso, o incluso violencia, dirigidos a judíos observantes en Brooklyn o en el Condado de Rockland. Puede que ninguno de estos actos sea resultado de una campaña coordinada, pero eso no disminuye el dolor que sienten las víctimas, ni el impulso que esos actos proporcionan a las ideologías basadas en el odio que tienen el potencial de causar un daño mucho mayor.
Al trasladar sus bases desde la teología al racismo, la eugenesia y las teorías sociales, los mitos antisemitas se apoyan en una mezcla de diferentes ideologías y sistemas de creencias. Para refutar o contrarrestar cualquier mito antisemita, primero debemos desenredar y comprender las creencias fundamentales en las que se basa ese mito.
*Fuente: ADL (antisemitism.adl.org/es/).
Versión NMI.