Hace dos semanas fui a mi sinagoga local por primera vez en 33 años. Esto era sorprendente porque no había puesto un pie en un Shul en todo este tiempo, aparte de un par de bodas y una que otra Bar Mitzvá. En 2001, incluso llegué a casarme con un no judío.
Tan asombroso como el lugar en el que estaba era el hecho de que fui a la sinagoga para escuchar a una política laborista hablar sobre sus experiencias. Esto se debe a que gradualmente, en los últimos meses, tanto mi sensibilidad política como mi sentido de la identidad cultural han cambiado radicalmente.
Es posible que usted haya escuchado que en el Reino Unido existe un problema con el antisemitismo en la izquierda. Esto llegó de manera abrupta a la corriente principal cuando Jeremy Corbyn fue elegido líder del Partido Laborista, en septiembre de 2015. Corbyn describió a unos representantes de Hamás como «amigos», cuando los invitó a una polémica reunión en el Parlamento en 2009. El año pasado aparecieron en internet videos de él de 2013, en los que decía que algunos sionistas británicos «no tenían sentido de la ironía inglesa».
Ahora, en Estados Unidos, tienen a su propia Ilhan Omar, una congresista demócrata que tuiteó en 2012 que «Israel ha hipnotizado al mundo». El mes pasado dijo ante una audiencia en Washington sobre los judíos que apoyan a Israel: «Quiero hablar sobre una influencia política en este país considera que está bien presionar a favor de la lealtad a un país extranjero».
Es una tendencia aterradora a ambos lados del Atlántico. Y, en el sistema bipartidista que el Reino Unido comparte con Estados Unidos, existe la posibilidad real de que Jeremy Corbyn pueda convertirse en primer ministro.
Bajo su dirección, el Partido Laborista se ha estado dividiendo. En junio, Luciana Berger, quien es judía y ex ministra de la salud pública, fue expulsada (estando embarazada) del partido al que llamó «institucionalmente racista». Louise Ellman, la política que fui a escuchar en la sinagoga, ha sido llamada «prostituta del movimiento obrero judío».
Los judíos estadounidenses a menudo parecían más felices que nosotros, los británicos, con la jerga de Brighton Beach y el idish y los bagels (nosotros solíamos llamarlos beigels, con la pronunciación del shtetl). Tenían a Woody Allen y Jackie Mason, nosotros tuvimos a Warren Mitchell. Ellos conservaron con orgullo sus apellidos Stein y Leibovitz, mientras nosotros cambiamos silenciosamente a Stone y Leigh.
Pero, gracias a Jeremy Corbyn y sus amigos, los judíos británicos han comenzado a movilizarse. Tengo un amigo en los medios de comunicación que lo expresa así: «Jeremy Corbyn ha hecho que muchas personas que no se sentían muy judías, sean judías de nuevo».
La parlamentaria Margaret Hodge está de acuerdo. «Recuerdo que mi padre intentó hacerme judía y fracasó», dijo recientemente. “El rabino local intentó hacerme judía y fracasó. Correspondió al líder del Partido Laborista hacer eso». Siendo judía, por supuesto, ella no tiene sentido de la ironía inglesa.
A finales del mes pasado, pregunté en Twitter si otros sentían lo mismo. «Siempre me había sentido judía, pero británica primero», respondió @Gilana25. «Ahora soy judía primero. Me pone un poco triste que haya llegado a esto, pero ser judío es algo muy enriquecedor «.
Otros se han convertido en sionistas por primera vez. Laura Marcus, una amiga de la organización benéfica en la que trabajo, me dijo: «Ahora soy muy pro-israelí. Antes no pensaba en eso».
Y yo estoy entre ellos. El año pasado enloquecí cuando Netflix emitió la serie israelí Shtisel, que trata sobre una familia haredi en Jerusalén, y Fauda, sobre las fuerzas encubiertas israelíes. No he estado en Israel desde 1989, pero ahora quiero regresar a la Start-up Nation para probar su vida nocturna, sus playas, y tal vez incluso conocer a un soldado israelí o dos. Recientemente he vuelto a la soltería, y estoy disfrutando de un flirteo en línea con un novelista judío de Chicago que conocí en Twitter. Estoy orgullosa de mi apellido judío (no siempre lo había estado).
En este momento escucho a los armoniosos Simon y Garfunkel, que me recuerdan las guitarras bajo el tibio aire de un kibutz en 1985. Hasta hace poco mi músico favorito era el discordante Elvis Costello, quien apoya al movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones).
Mientras escribo esto, aparece en Twitter un mensaje de un amigo judío. «¿Nos vemos en la sinagoga el viernes?»
La respuesta, enfáticamente, es “sí”.