Un nuevo libro, reseñado por The Times of Israel, revela detalles sobre cómo el presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt no solo se negó a permitir la entrada de refugiados judíos durante la Shoá, sino que torpedeó todos los intentos de lograrlo incluso por parte de otros países.
The Jews Should Keep Quiet: Franklin D. Roosevelt, Rabbi Stephen S. Wise, and the Holocaust (“Los judíos deberían quedarse callados: Franklin D. Roosevelt, el rabino Stephen S. Wise y el Holocausto”), de Rafael Medoff, demuele la imagen de Roosevelt como hombre generoso y humanitario que de él tenían casi todos sus conciudadanos judíos mientras fue presidente, y hasta mucho después.
Ya se conocía la negativa de Roosevelt a recibir a los judíos que viajaban a bordo del famoso barco Saint Louis huyendo de Europa, así como su desinterés en bombardear el campo de exterminio de Auschwitz o los rieles ferroviarios que llevaban a él, a pesar de que los aviones estadounidenses sobrevolaban con frecuencia el área.
Medoff destaca cómo Roosevelt manipulaba al célebre rabino Stephen Wise, a quien daba acceso a la Casa Blanca y hasta llamaba por su nombre, consciente de la admiración que sentía por él; a cambio, Wise apoyó al presidente al apaciguar a los activistas judíos estadounidenses que exigían que la administración permitiera la recepción de más judíos en el país.
Medoff explica que la actitud de Roosevelt se basaba en prejuicios racistas, y resalta las similitudes en los comentarios que hacía respecto a los judíos y los japoneses; en ambos casos, opinaba que debían ser “diseminados” por el país para impedir que formaran “colonias” en ciertas zonas de las ciudades, lo que le incomodaba. Ya en una entrevista de prensa de 1920, mucho antes de ser presidente, había manifestado esas opiniones. Roosevelt también expresaba en privado que no se podía confiar ni en judíos ni en japoneses, quienes “nunca podrán convertirse en estadounidenses leales” y además “tratarán de dominar dondequiera que vayan”. Como se recordará, Roosevelt internó a 120.000 estadounidenses de origen japonés en campos de concentración durante la guerra, por considerarlos a todos sin excepción “espías potenciales”.
Con respecto específicamente a los judíos, Roosevelt pensaba que era indeseable permitir que muchos se dedicaran a una misma profesión o se concentraran en una misma institución o área geográfica. Para él, Estados Unidos debía seguir siendo abrumadoramente blanco y protestante, y los judíos poseían de manera innata “características desagradables”, prejuicios comunes en aquella época.
En 1939, Roosevelt se negó a aprobar un proyecto de ley que habría permitido la inmigración de 20.000 judíos adolescentes de Alemania; Ana Frank y su hermana Margot habrían calificado para ese beneficio, ya que eran de origen alemán aunque vivían en Holanda. Más tarde, cuando el gobierno de la República Dominicana se mostró dispuesto a permitir la entrada de 100.000 judíos, Roosevelt presionó para impedirlo, pues ese país quedaba “demasiado cerca de EEUU” y esos inmigrantes inevitablemente se dirigirían allí. Algo similar ocurrió cuando funcionarios de las Islas Vírgenes estadounidenses se ofrecieron a recibir refugiados judíos.
En 1944, cuando ya se conocía del exterminio sistemático de los judíos europeos, una encuesta de la empresa Gallup halló que el público norteamericano aprobaba mayoritariamente que se permitiera entrar a una cantidad ilimitada de refugiados judíos; pero incluso entonces Roosevelt obstruyó la posibilidad de que se llenaran las cuotas de inmigrantes permitidas por la ley, aunque habría podido superarlas sin encontrar resistencia. “Esa política dura fue una decisión suya, consecuencia de cómo pensaba que debía ser su país”, afirma Medoff.
La comunidad judía estadounidense sintió posteriormente remordimiento por no haber presionado más al gobierno en favor de sus hermanos europeos. Según Medoff, como consecuencia de ello surgieron más adelante los poderosos movimientos de apoyo a los judíos que vivían tras la Cortina de Hierro, y sobre todo al Estado de Israel. “Muchas de las figuras clave de esos esfuerzos han dicho que los impulsaba la determinación de no repetir el fracaso de la generación de sus padres en manifestarse durante la Shoá”.