Sociedad a Traposos, 4, oficina 26. Allí inició, hace 75 años, la primera etapa del medio de comunicación que usted tiene entre sus manos o en su pantalla.
En toda Venezuela había unos pocos miles de judíos, pero no era la primera vez que en esa pequeña y entonces dispersa colectividad surgía la iniciativa de crear un periódico. La diferencia fue que este iba a ser un semanario y “con pantalones largos”, como se decía en aquella época: un medio que no solo circularía entre los “israelitas”, sino que buscaba formar parte del entorno periodístico general y llegar a todos los públicos posibles.
El homenaje que esta edición rinde a El Mundo Israelita, cuyos tres cuartos de siglo coinciden con los 45 años de Nuevo Mundo Israelita, ha requerido varios meses de investigación. Gracias a Jeanette Almoslinos Sananes, sobrina de don Moisés –quien también nos concedió una agradable entrevista que puede leerse más adelante–, tuve la oportunidad de consultar la única colección completa que existe de aquel semanario (pues, paradójicamente, en los archivos de NMI no contamos con un solo ejemplar de El Mundo Israelita). Según señaló la señora Almoslinos, fue la primera vez en todos estos años en que alguien le solicitó aquellos vetustos tomos empastados.
Al revisarlos concienzudamente, fue casi sobrecogedor sentir que era la primera persona que volvía a leer esas páginas en muchas décadas. En su ampuloso lenguaje, don Moisés plasmó la historia de nuestra comunidad, de Venezuela y del mundo, en todo detalle y con todo su drama, durante treinta años que cambiaron la faz del planeta.
El descubrimiento que más me impactó al investigar esos volúmenes fue que El Mundo Israelita constituyó el primer factor de integración entre asquenazíes y sefardíes en Venezuela. Antes del Colegio Moral y Luces “Herzl-Bialik”, antes de Hebraica, antes de la CAIV y antes del Vaad Hakehilot, el semanario dio cabida a todos los miembros de ambas comunidades, entonces separadas, tanto en sus artículos de opinión como en la reseña de las actividades que realizaban, en sus notas sociales y hasta en sus avisos publicitarios. En esas páginas, pues, comenzó a forjarse la comunidad judía más integrada de la diáspora, de la que estamos justamente tan orgullosos.
No tuve el privilegio de conocer a don Moisés Sananes, pero he llegado a sentir una gran cercanía con él a través de las entrevistas realizadas para esta edición, y sobre todo al leer las opiniones que expresó en sus muchos artículos y editoriales. Resulta abrumador percatarme de que tengo la alta responsabilidad de ser su sucesor, justo en estos tiempos tan turbulentos y difíciles que nos ha tocado vivir, cuando mantener la mera existencia de NMI ha sido todo un desafío.
Espero que esta edición sirva para rendirle un merecido tributo cuando ya quedan muy pocos que recuerden a don Moisés, pues sin El Mundo Israelita no habría habido Nuevo Mundo Israelita.