DISCURSOS PRONUNCIADOS DURANTE EL ACTO EN MEMORIA
DEL EX PRESIDENTE ELEAZAR LÓPEZ CONTRERAS,
ORGANIZADO POR EL INSTITUTO CULTURAL VENEZOLANO-ISRAELÍ
Sede de la Fraternidad Hebrea B’nai B’rith, Caracas, 10 de junio de 2018
CASI OCHENTA AÑOS Y DOS BARCOS
Aparte de comenzar por lo más obvio y, por tanto, agradecer la invitación que se me dispensara la tarde de hoy, les confieso que hablo, en este caso, en el marco de una ocasión doblemente emotiva para mí. Por un lado, y para empezar, por lo que impone el recuerdo que puebla la memoria de mi propia familia.
Mi abuelo, Alessandro Mondolfi Rechanati, quien llegó a Venezuela como Cónsul General de Italia en tiempos de la Presidencia de Raimundo Andueza Palacio y casó con la venezolana María Vicenta Otero Vizcarrondo, fue miembro fundador de la Asociación Israelita de Venezuela, en 1930. Esta institución –como bien se sabe- agrupa a la comunidad sefardí en el país y, a la vez, junto al Instituto Cultural Venezolano-Israelí que hoy nos acoge, funciona como una de las ventanas de cuanto llegara a significar la fascinante presencia de hombres y mujeres que, prácticamente a casi todo lo largo del siglo XX, supieron corresponder, desde la ciencia, las artes, la industria y la cultura, a la impagable hospitalidad que les dispensara este país en tiempos mejores.
No menos emotivo es que, por el otro lado, se me haya permitido disponer de esta oportunidad dada mi laxa condición de “pariente político” de la familia López Contreras (algo que sería muy largo y enredado de explicar aquí). Pero la ocasión es emotiva, por encima de cualquier otra consideración, dado mi interés profesional, y más allá de las pasiones y desencuentros que aún suscita hablar de López Contreras, por el interés que me ha despertado desde mucho tiempo atrás el hecho de estudiar el gobierno presidido por él entre 1936 y 1941 en razón de distintas ejecutorias. En particular, de lo que he de hablar de seguidas es justamente de la forma en la cual su gobierno ofreció asilo a un grupo de 251 judíos que, a bordo de dos naves, recalaron en Venezuela huyendo de la barbarie nazi.
Sin embargo, antes de proseguir, convendría formular una advertencia puesto que no quisiera contraerme al terreno de lo ya conocido, es decir, a lo meramente episódico del hecho. Dicho de otro modo: la historia de ambos barcos es lo suficientemente conocida y figura, además, bastante bien documentada. Así lo atestiguan, por ejemplo, algunas publicaciones de notable solvencia, como también un estupendo documental que corriera a cargo del cineasta Jonathan Jakubowicz en el año 2000, y que lleva por título el muy emotivo nombre de Los barcos de la esperanza, denominación que, por cierto, no sé hasta qué punto es propia del realizador o si fue con tal nombre que la tradición en torno a esos dos barcos se fue construyendo a lo largo de los años.
De modo que no es tanto al hecho en sí de los barcos a lo cual habré de referirme sino, más bien, a las circunstancias de lo actuado y, especialmente, pormenorizar un tanto acerca del contexto en el cual todo ello tuvo lugar.
Ocurre, pues, que fue durante la segunda etapa de la gestión de López, justo a comienzos de 1939, cuando su gobierno debió lidiar con un complejo problema, como también lo percibieron otros gobiernos en la zona del Caribe, principal punto de destino en este lado del mundo de las primeras oleadas de refugiados que prefigurarían lo que habría de ser la espantosa crisis humanitaria planteada, ya a partir de 1945, al concluir la Segunda Guerra Mundial.
Después de todo, no hablamos sólo de la segregación judía en la Alemania nazi sino, también, del fin de la Guerra Civil española y de los días de la diáspora republicana. Ambos hechos habrían de ocurrir de manera más o menos simultánea puesto que, a la cada vez más tensa situación de los judíos que había comenzado a complicarse a un ritmo acelerado después de la tenebrosa jornada de los Cristales Rotos en Alemania, en noviembre de 1938, se sumaría la derrota de la Segunda República en España.
Hagamos mención pues, aunque muy brevemente, al caso del exilio republicano para luego, en lo que a López Contreras se refiere, intentar contrastarlo con las diferencias que existen en relación al asunto de las dos naves que nos atañen.
Para López, con todas sus conocidas prevenciones y cautelas hacia la izquierda, fuera cual fuese la modalidad de la cual se tratara -socialista, anarquista o comunista-, no fue fácil la decisión de darles acogida a los republicanos venidos de España. De hecho, fue un proceso bastante tortuoso; tanto así que, de esa diáspora, muchos prefirieron seguir rumbo a México donde, por sus credenciales republicanas (siempre propensas a confundirse en tiempos de la pos-guerra española con credenciales de izquierda), creían en la acogida que pudiera dispensarles el gobierno de Lázaro Cárdenas, quien ya había expresado sentimientos de solidaridad con la República e, incluso, había asistido a la causa republicana mediante el suministro de material de guerra.
Una diáspora políticamente motivada era, pues, un problema para López Contreras, tal como lo representaba ese riquísimo exilio español que logró hacer pie en Venezuela, aunque en cifras muy pequeñas comparado con el caso de otras latitudes de la región. Con fundamento o no –y más que probablemente sin ello- de los inmigrados españoles cabía esperar, de parte de López y los suyos, “veleidades revolucionarias” o, dicho de otro modo, el riesgo de infiltración de “revolucionarios bolchevizantes”.
El caso judío era distinto, aun cuando cabe advertir –si se revisa con cuidado lo dispuesto por la normativa que reglara la actividad del Instituto Técnico de Inmigración creado por el propio gobierno de López con el fin de modernizar la política inmigratoria- la presencia de algunos criterios selectivos, o preferenciales, en lo que a la idoneidad racial del inmigrante se refiere. Esto que, visto así, no pareciera figurar lejos del eurocentrismo más raigal, obedecía en todo caso a una tendencia muy positivista de la época, y no atribuible de manera exclusiva a López o su gabinete, la cual propendía a privilegiar una fórmula centrada en el influjo que pudiese llegar a cobrar un tipo particular de sangre –en este caso, europea- en la llamada “regeneración del país”.
Pese a lo anterior, quiero ser claro en este punto, como quisiera serlo también en el siguiente.
Primero, por supuesto, debo serlo con respecto a lo que toca a estas prevenciones de tipo racial, máxime si se toma en cuenta que la referida legislación venezolana sobre la materia no dejaba de hacer hincapié en el criterio según el cual no serían aceptados como inmigrantes “Los no blancos, lisiados, inútiles que constituyan una carga, los idiotas, los débiles de espíritu, epilépticos, dementes, ciegos, alcohólicos, mendigos, vagos, gitanos, buhoneros y comerciantes de pacotilla”. A ello habría que agregar otras providencias específicas y bien claras en materia de inmigración contempladas dentro de estos mismos dispositivos. Cito al caso un artículo contenido en la propia Ley de Inmigración, y que también apuntaba a poner de relieve las características del inmigrante deseable: “Personas de raza blanca, de estatura superior a 1,60, en ningún caso de raza negra ni amarilla, ni tampoco semitas”. Sin embargo en lo que a este último punto se refiere, la norma dejaba abierto un resquicio en materia de discrecionalidad: “Para el caso de estos últimos “[los semitas], es preciso consultar en cada ocasión con el Ejecutivo Federal a objeto de que [su admisión] sea considerada en vista de especiales condiciones que se ofrezcan”.
Si reparamos en los enunciados de tipo legal ya mencionados y si, además, lo hiciéramos tomando en cuenta las corrientes dominantes del pensamiento de la época, resultaba casi imposible que ese lado “oscuro” de la ciencia europea –conocido comúnmente como “darwinismo social”- no cobrase algún grado de repercusión en América Latina y se tradujera de alguna forma en la clasificación de lo que se estimaba debía ser tenido por inmigración “deseable” frente a la “no deseable”.
Para ir un poco más lejos, por doquier existían en Europa las llamadas Sociedades de “Higiene Racial” y, dentro de aquello que se llamara la “ciencia progresista”, tendrían cabida conceptos tales como la esterilización y la eugenesia con fines sociales. No hablemos siquiera en este caso de Alemania o de los países escandinavos –donde la doctrina del supremacismo biológico ya se hallaba en franco ascenso- sino más bien, como ejemplo que dejaría perplejo a cualquiera, de la muy liberal Inglaterra. Escritores, economistas y políticos como H.G. Wells, D. H. Lawrence y John Maynard Keynes, algunos de los cuales se inclinaban inclusive hacia la temprana izquierda, simpatizaron a su modo con algunas de estas variantes de ingeniería social.
Ahora bien, con todo y lo anterior, cuando el Programa de Febrero anunciado por el propio López, en febrero de 1936, alertaba sobre la necesidad de proveer al “cuido de la población existente” mediante una acción asistencialista mucho más sistemática, se estaba marcando cierta distancia frente a ese determinismo, heredado del siglo XIX, que había condicionado hasta entonces la interpretación de la realidad venezolana en términos sociológicos. “La colonización con nativos, primero que la colonización con extranjeros”, dirá un editorialista comentando el Programa de Febrero y, en especial, al poner de relieve uno de los puntos más directamente relacionados con lo que debía ser esa nueva política de colonización: la necesidad de dotar a la Medicina venezolana de una función social de la cual casi no gozaba y, sobre todo –como agregaría el mismo autor- de conferirle una orientación marcadamente tropicalista.
Inmigración e higiene pública serán, por tanto, dos temas en torno a los cuales la prensa habrá de discurrir con bastante intensidad a la hora de calibrar los méritos de lo ofrecido por la gestión de López. De hecho, llegará el momento en que, frente a una campaña según la cual el gobierno se había vuelto “demasiado ancha manga” y se había lanzado a una política de amplitudes innecesarias en materia de inmigración, un editorialista que simpatizaba con la vigorización que López había querido darle al tema señalaría lo siguiente:
“Nuestro país necesita aumentar su capital humano y de eso están pendientes casi todos los grandes problemas que hoy pesan sobre nosotros (…). [P]or eso resulta absurdo que se busque alarmar o sembrar desconfianza (…) como la de que se está permitiendo en demasía la entrada de extranjeros. Una inquina de tal naturaleza, entre otras cosas, desvirtúa nuestra noble tradición de hospitalidad”.
Y agregaba:
“Las actitudes anti-extranjeristas que ahora se ponen de moda nos parecen un error, hijo de pasiones infecundas. [E]so envuelve una posición inexplicable para con una política que creemos de las más sensatas, de las que mejor se inspiran en la realidad venezolana. Además, llevadas las cosas a extremos, hay también una triste desconsideración para con los importantes núcleos de extranjeros que entre nosotros residen, que han venido a formar hogares venezolanos y que han trabajado honesta y esforzadamente por servir a nuestra tierra”.
Ahora bien, los reparos existían y, además, corrían hondo en el sentir de algunos que también se expresaron a través de la prensa, especialmente cuando se trataba de opinar sobre núcleos humanos que no resultaban del todo bienvenidos. Basta esta cita para pulsar el nivel de polémica que suscitaba el tema: “Se habla de traer chinos. (…) No necesitamos chinos. [De esa forma] nos vamos a convertir en un país asiático, un pueblo muy inferior a nuestros vecinos”. Tal juicio llegó a correr por cuenta de un opinante en las páginas de El Universal.
De modo que resulta muy cierto que, en uno de sus puntos medulares, el Programa de Febrero le rendiría explícitos honores a la vieja tesis liberal que consistía en el estímulo a la inmigración, preferiblemente de origen europeo, para solventar el despoblamiento del territorio. Pero, al mismo tiempo, ese otro postulado programático que consistía en “el cuido de la población existente” parecía relativizar la carga determinista –y racista- que había llevado a privilegiar hasta entonces a esa inmigración europea por encima de cualquier otra consideración a la hora de pensar en un futuro mucho más denso para la república, demográficamente hablando. Ya para comenzar, pareciera advertirse aquí una mejor valoración de lo propio y un elemento de novedad en la gestión de López frente al pasado inmediato.
II
Esto se combina con lo otro acerca de lo cual también quisiera ser absoluta y totalmente claro. Me refiero a la vigilante actitud que mostró López y su gobierno hacia la formación de movimientos filo-nazis o filo-fascistas en Venezuela, algo que, por cierto, no fue la norma en toda la región, ni tan siquiera en la vecina Colombia, gobernada en esos momentos por el liberal Eduardo Santos. Así como a López le interesaba dejar claro que estaba dispuesto a ser duro con las izquierdas, tampoco simpatizaba con la idea de que las embajadas de Italia y Alemania, prevaliéndose de privilegios diplomáticos, hiciesen apología de sus respectivos regímenes en Venezuela. Por ello dirá en uno de sus escritores posteriores a la Presidencia:
“[D]í todo mi apoyo moral a las autoridades civiles y de policía del Departamento Libertador para impedir una ceremonia pública en un sitio de Caracas, acordada entre el Nuncio y el Ministro de Mussolini, en cuya oportunidad pretendían presentarse en el acto y desfilar por Caracas, uniformados, unos cuantos hombres del fascismo militante”. Algo que, por otra parte, según el autor de un folleto anónimo titulado La mística bolivariana en América, se verá refrendado en estos términos:
“El gobierno alemán, valiéndose de las relaciones diplomáticas (…) intentó hacer reconocer su organización nazista de ultramar, y el gobierno de López Contreras, con terminante actitud, no admitió ninguna intromisión política alemana en la república, desconociendo la legalidad de esa organización hitlerista. La colonia italiana (…) también fue engañada alguna vez por los agentes fascistas, con el pretexto de organizar ceremonias religiosas y reuniones aparentemente patrióticas y apolíticas, y el gobierno del Presidente López Contreras envió inmediatamente a los policías para que disolvieran esas aglomeraciones y detuvieran también a quien emitiera gritos en favor del régimen actualmente dominante en Italia”.
En Colombia, por el contrario, un sector del Partido Conservador decantó abiertamente hacia una defensa del fascismo y del nacional-socialismo. De hecho, en Colombia, habría de crearse entre 1937 y 1938 la llamada “Acción Nacionalista Popular”, expresión criolla del fascismo. Y, curiosamente, los promotores de esa “Acción Nacionalista Popular” se colocarían bajo la advocación de Simón Bolívar, lo mismo que había hecho López, pues el suyo se había hecho llamar “Régimen Bolivariano”, buscando así una legitimidad en el pasado.
Ahora bien, lo interesante en el caso de López es que “el bolivarianismo” le serviría para ponerse más bien a resguardo ante lo que su propio gobierno calificara como “doctrinas exóticas”, reñidas con lo auténticamente nacional, bien fueran tales “doctrinas exóticas” el comunismo o el fascismo, visto así, en parejas cargas.
Tampoco podía López, en ese contexto, utilizar a la libre el término “nacionalista” para auto-designar de tal modo su gestión, tomando en cuenta precisamente el acelerado descrédito que experimentaba el término “nacionalista” en manos de los movimientos nazistas y fascistas en Alemania e Italia. El bolivarianismo funcionaría entonces, en el caso de López, con un giro muy particular, llamando a poner bien en claro que lo suyo no eran ni las “exóticas ideologías” ni los “sistemas extraños”.
Aunque parezca innecesario hacerlo convendría recalcar que esto obraba, pues, como claro indicio del cuestionamiento que hacía López de quienes intentaban desafiarlo mediante el atractivo y pegajoso vocabulario de las izquierdas –“partidos políticos”, “sindicatos”, o a través de enunciados provenientes del acervo marxista-leninista como “lucha anti-feudal” o “penetración imperialista”. Pero, a la vez, aquello que tenía que ver con lo que él calificara de “ideologías exóticas” iba dirigido, con igual fuerza, contra quienes estaban dispuestos a retarlo desde los predios de la derecha.
Por algo, Juan Penzini Hernández, cuya trayectoria resulta más conocida por el hecho de haber llegado a ser Ministro de Relaciones Interiores de Isaías Medina Angarita que como colaborador directo de López, diría que la gestión de López fue tan “incomprendida por las izquierdas galopantes” como “por las derechas anestesiadas”. Estemos claros entonces: López podía haber sido la figura autoritaria o el heredero socarrón del gomecismo acerca de lo cual hablaran incansablemente sus adversarios; pero jamás transigió –como se ha visto- en la creación de formaciones filo-nazis o filo-fascistas. De hecho, las combatió abiertamente.
Un caso tanto o más dramático que el de Colombia es el de Cuba. Y no por otra razón que por el hecho de que tiene mucho que ver con una instancia similar al de las naves que atracaron en Puerto Cabello y La Guaira, pero cuyos pasajeros terminaron corriendo una suerte muy distinta. De hecho, podría decirse que su destino se torció del modo más macabro que cupiera imaginar.
Nos referimos en este caso al trasatlántico Saint Louis, en el cual viajaban a bordo novecientos treinta y siete judíos que pretendían escapar de una muerte segura y que recaló en La Habana en noviembre de 1938. Esta historia, de proporciones dramáticas, fue recreada recién, en el año 2013, por el novelista cubano Leonardo Padura. Lo cierto es que, en la colorida capital cubana que se batía a ritmo de sones, existían pocos, pero muy vociferantes nazis quienes, junto a una comunidad española de marcada tendencia falangista, desataron una feroz campaña contra cualquier intento de inmigración que, o bien tuviese que ver con quienes huían del nazismo o, en el caso de los españoles, con sus compatriotas republicanos que huían en desbandada desde la Península.
Esta propaganda –como lo puntualiza Padura- se había visto disparada hasta niveles insospechados en un país, por lo general, abierto. Y, como ya lo he apuntado, la campaña no sólo tuvo su mayor fuerza y musculatura de parte del Partido Nazi cubano (y conste que tal era el nombre oficial que portaba) sino que llegó a cobrar una significativa resonancia en periódicos de tan conocida circulación como el Diario de la Marina. Así, pues, nazis y falangistas asentados en la isla se hicieron cargo de que tanto el dinero como la propaganda fuesen capaces de hacer mucho más de las suyas en Cuba que en Venezuela y convertir la llegada del Saint Louis a La Habana en una explosión de odio, oportunismos y mezquindades.
El caso es que el gobierno de Cuba, actuando de manera truculenta desde un principio, pretendió darle acogida a esa nave; pero vaciló una vez que tocó en el puerto de La Habana y, en medio de una cadena de corrupciones cívico militares, terminó ordenando que se produjera su salida a fin de que regresara a Hamburgo, de donde había zarpado, semanas antes, con toda su carga humana. Pocos dudaban de lo que podía significar aquella vuelta en redondo.
Para agregar algo más al desastre de quienes habían tenido que vender casi todo para mendigar una visa en el consulado de Cuba en Berlín, algunos de los pocos pasajeros del Saint Louis a quienes se les permitió que desembarcaran provisionalmente en La Habana fueron desvalijados por los funcionarios de la aduana, quienes se hicieron cargo de despojarlos de las pocas pertenencias que traían consigo y con las cuales habían previsto reiniciar sus vidas en tierras del Caribe. En medio de este festín de corrupción y falta de escrúpulos hacia la desgracia humana, el débil gobierno de Federico Laredo Brú poco pudo hacer para salir de aquel mal paso.
Pues bien, aquí en La Guaira y Puerto Cabello, recalaron dos naves repletas de iguales temores y de parejas esperanzas. Y el derrotero de esas naves ya había descrito sus propias peripecias mientras navegaban en procura de hallar algún puerto dispuesto a aceptarlos. Estuviera –o no- dentro de los planes, lo cierto es que una de ellas –el Caribia– tuvo la intención de atracar en Trinidad en tanto que, la otra –la Königstein-, intentó hacer lo propio en Barbados y Guyana, todos ellos dominios ingleses. Es muy probable que la propia actitud –rayana en la indiferencia- del gobierno británico en este asunto no hiciera mucho por facilitar las cosas. De hecho, en la Guyana Francesa, que funcionaría también como una de las últimas ilusiones, el Königstein obtuvo la misma respuesta negativa.
A salvo al menos de la amenaza de los nazis, pero no del riesgo de continuar vagando sin destino y sin provisiones por el ancho Caribe, las naves, cada cual a su turno, terminaron tocando en costas venezolanas, con algunos días de diferencia entre una y otra, en febrero de 1939. Todo esto tuvo lugar –como se ha dicho- luego de gestiones desesperadas y de contactos infructuosos en varios puertos a lo largo de la ruta.
Ahora bien, para lograr la más pronta intercesión del gobierno de López en este asunto, sobre todo debido al estado de carestía y debilidad física que ya aquejaba a quienes permanecían confinados a bordo, hizo falta la diligente actitud de la comunidad hebrea residente en Caracas, bien se tratara del núcleo ashkenazí o sefardí. A diferencia de otros países donde la comunidad judía, activa en estos menesteres de socorrer a los suyos, contaba con organizaciones y comités de refugiados durante esos años previos a la guerra, todo hace suponer que en Caracas, y ante el gabinete de López, las gestiones emprendidas fueron más bien de carácter personal pero, no por ello, menos tenaces. Las primeras, en el caso del Caribia, corrieron a cargo tanto de la dirigencia ashkenazí como del empresario sefardí Fortunato Benacerraf; en el caso de la nave Koeningstein fue decisiva la intervención en pleno de la Sociedad Israelita de Venezuela.
Hubo empero las reticencias habituales, especialmente de parte de algunos personeros del gobierno; tanto, que la opinión prevalente hasta cierto punto se inclinaba a favor de que a los pasajeros de ambas naves se les concedieran apenas treinta días de tránsito mientras se decidía acerca de su suerte futura. Las gestiones, por tanto, no fueron sencillas. De hecho, haría falta que una campaña (no por breve menos intensa promovida por un grupo de escritores y periodistas a través de algunos de los principales diarios de la capital) ayudara a definir mejor los ánimos de quienes tenían la última palabra al respecto.
Rufino Blanco Fombona, gran novelista en una época de grandes novelistas y, quien luego de ser adversario acérrimo del gomecismo, contaba con puertas abiertas en Miraflores, fue testigo incidental de esas gestiones en procura de una hospitalidad que aún lucía incierta. Por ello, desde el diario La Esfera, el novelista se sumaría a la campaña de respaldos y solidaridades. Hablando pues acerca de los pasajeros de aquellas dos naves errantes y maltrechas, Blanco Fombona diría alertando acerca de lo que podía llegar a convertirse en una decisión errada de López Contreras, cuya condición de verdadero amigo del Presidente le daba precisamente a Blanco Fombona la libertad de expresarse en tan duros términos a través de la prensa:
“¿Por qué, en nombre de qué, por causa de quién, [se] rechaza ahora lo que un dictador sádico y estrafalario [como Adolfo Hitler] echa a sus puertas? El país [le] increpará al Presidente López Contreras y a su Gabinete y no sabe ni supone [aún] qué respuesta irán a dar Gabinete y Presidente. (…)
Venezuela es un pueblo liberal (…) y los judíos, entre nosotros, se conducen tan venezolanamente como los mejores venezolanos. ¿Quién dice que un Capriles o un Curiel de Coro sean menos patriotas –ni menos útiles- que [el federalista] León Colina o el Mariscal [Juan Crisóstomo] Falcón? ¿Por qué vamos a tener nosotros aquí los mismos prejuicios y los mismos odios que las viejas naciones de Europa? (…)
Ayer no más quisieron venir vascos a Venezuela. (…) No los quisimos, so pretexto de que podían contagiarnos de comunismo. (…) Se fueron a la Argentina. En vano, cierto bien orientado patriota venezolano publicó un folleto interesantísimo abriendo los ojos del país a la realidad de los vascos. No lo oímos. Perdimos a los vascos”.
Y remataría su advertencia en estos términos:
“En cuanto a los judíos llegados a nuestras playas, en busca de asilo, en nuestras playas deben quedarse. Todo el mundo está de acuerdo en que se queden. Si el Gobierno posee razones superiores para negarles la permanencia (…) que las exponga. No aducirá entre esas razones la de que unas gotas de sangre semita vendrán a desvalorar a los afro-indios-canarios que somos”.
Lo cierto es que los refugiados, que imploraban por una orden de desembarco, lograron ser trasladados y acantonados de manera provisoria en una hacienda en las cercanías de Mampote. El propósito inicial, ajustado a lo que pretendía estimular la Ley de Inmigración, era que conformasen una colonia agrícola en el interior de la República. No obstante, dada su calidad y condición, competentes mucho de ellos en diversos oficios liberales –desde abogados hasta médicos, o desde sastres, tenedores de libros, industriales, docentes, geólogos, relojeros, hasta electricistas y técnicos textiles-, se dispuso que cada cual fuera tomando su propio rumbo. La mayoría optó por asentarse en la capital; otros, en cambio, por hacerlo en ciudades como Maracaibo. A todos, por igual, se les otorgó la ciudadanía venezolana y, a fin de cuentas, la estadía indefinida. Además, con el correr del tiempo, su contribución al nuevo país de destino no sólo los convertiría en ciudadanos apreciados por sus distintas profesiones sino que les permitiría aplastar emocionalmente la derrota que habían dejado a sus espaldas.
Digno de nota es el hecho de que, mientras permanecieron en Mampote, la propia esposa del Presidente, María Teresa Núñez de López, prestó personalmente labores de socorro, mediante una provisión de víveres, al más del centenar de afligidos pasajeros que se hallaban acantonados allí. El gesto valió que, años más tarde, doña María Teresa recibiera un sentido reconocimiento por ello de parte de la Unión Israelita de Caracas. Este dato lo aporta Clemy Machado de Acedo, a quien no puedo dejar de mencionarla, como tampoco a Tomás Polanco Alcántara, a la hora de hablar de los biógrafos con que ha contado López Contreras.
III
Convendría, casi al cierre, que veamos un retrato del país al cual vinieron a dejar su sudor sin que nada en el destino de aquellos 251 judíos prefigurara que tal país fuera Venezuela, cuyo paisaje material contribuirían a modificar junto al esfuerzo de miles de venezolanos y al tesón de otras comunidades de inmigrantes. Tomemos en cuenta que los pasajeros del Caribia y el Königstein arribaron al no más principiar el año 1939; pues bien, era poco lo que el país había logrado cambiar hasta entonces pese al galopante empeño modernizador de López y sus ministros y técnicos, iniciado apenas tres años antes. Para resumirlo en cifras tan concretas como dramáticas: en 1936, Venezuela afrontaba un decrecimiento vegetativo, contando con una población que se ubicaba en los tres millones de habitantes, es decir, con un mínimo porcentaje de habitantes por kilómetro cuadrado. Créase o no, un censo promovido en1811 por el autodenominado “Gobierno republicano de la Revolución” daba como total la existencia de un millón de almas en la hasta entonces Capitanía General de Venezuela. Si en 1936 la población apenas rozaba los tres millones, esto quiere decir que el país no había crecido en más de dos millones de habitantes en un siglo y casi un tercio.
Para abundar en datos dramáticos: en 1936, cerca del 65% de la población era analfabeta; más de quinientos mil niños no asistían a la escuela y la expectativa de vida del venezolano rondaba apenas los 38 años de edad. Ese era el país de los retos al cual se incorporó ese fragmento de la diáspora al cual le tributamos homenaje el día de hoy.
Y, dado que comencé con él, con él quisiera concluir. Me refiero a mi abuelo, parte de cuya historia corre más o menos pareja, en términos de tiempo, a la de los dos barcos —el Caribia y el Königstein— que recalaron en La Guaira y Puerto Cabello. A mediados de esa misma década de 1930, a mi abuelo lo embargó la vana ilusión de regresar temporalmente a su Italia natal llevando consigo a su familia venezolana.
La experiencia fue insufrible. Florencia, donde se radicó, estaba anegada por doquier de banderas y símbolos y gritos fascistas. Un testigo tan privilegiado como Andrés Eloy Blanco lo alcanzaría a visitar y pudo dar fe de su terrible desazón. En la oportunidad de allegarse hasta la casa de la familia Mondolfi en la Vía Guerrazzi (no muy lejos, por cierto, dentro de la diminuta Florencia, de la Sinagoga de la ComunitáEbraica di Firenze), el poeta cumanés dejaría apuntado lo siguiente en su columna del diario El Universal:
“Teníamos que visitar a Alessandro Mondolfi, nuestro querido y grande Sandro, esposo de una venezolana y padre de venezolanos. Muchos son los que abandonaron el gomecismo porque Gómez había muerto; pocos son los que, desde un principio, fueron adversarios irreconciliables de la infamia. De estos últimos, los Mondolfi fueron sus enemigos jurados. Uberto, Sandro y todos ellos [han] sufrido en carne propia las furias del fascio desatado; gente de amplia estimación, pude darme cuenta de cómo eran respetuosamente, discretamente saludados por los transeúntes en las calles de Florencia”.
Luego de aquella fugaz y amarga experiencia en la Italia gobernada por Mussolini, mi abuelo resolvió empacar su menaje y hacer de nuevo vida en esta tierra más o menos feliz, o sea, en la misma tierra donde los pasajeros del Caribia y del Königstein se aprestarían a recomenzar las suyas.
En nombre de toda la familia, van mis palabras de agradecimiento a la Directiva del Instituto Cultural Venezolano Israelí por este acto conmemorativo en honor a la memoria de mi padre, enmarcado en el septuagésimo aniversario de la independencia de Israel.
Un brevísimo perfil de Eleazar López Contreras: disciplinado, organizado, con un gran sentido de la responsabilidad y del deber, se ponía a leer en las noches en medio de las campañas militares, lo cual le valió algunos apodos peyorativos, ya que para una tropa que de noche jugaba dados y tomaba tragos, él era un ser raro y un poco tonto—en este momento los jóvenes lo llamarían un “nerd”!
Las cualidades que yo más admiré de él fueron su gran tolerancia y respeto por la opinión del otro, su infinita paciencia, su capacidad de escuchar, la increíble habilidad de trabajar en equipo—un hito para su época y para su formación castrense!! Alberto Guinand, su médico y autor de una acertada Patobiografía, publicada en 1982, hablaba de su “agresividad bien controlada”.
Parecía frío y distante pero no lo era y, dentro de la familia, aunque no era apasionado ni excesivamente afectuoso y demostrativo, estaba pendiente de las necesidades de sus seres queridos—. “Calma y Cordura”, como repitió tantas veces durante sus años de gobierno, es un lema que lo describe muy bien.
Un aspecto no muy bien difundido fue su respeto por las tradiciones religiosas populares de cualquier índole, siempre que fueran respetuosas y dentro la ley: su entusiasmo y participación en las actividades de los Palmeros de Chacao cada año era contagioso y casi obligante para la familia!
Su sentimiento hacia los judíos lo manifestó en numerosas ocasiones y jocosamente afirmaba que debía de tener sangre judía, ya que su simpatía iba más allá de una simple admiración por su constancia y perseverancia, y que además se llamaba Eleazar! Todos sabemos en realidad que la población andina con gran respeto usa mucho los nombres bíblicos, en particular en el caso de hijos varones.
Un político que no se dejaba llevar por las emociones, que tenía lo que actualmente llamamos “inteligencia emocional”, con un control de las situaciones de conflicto, tenía grandes probabilidades de éxito en lo que se proponía y en muchos casos lo logró.
Por último, muchísimas gracias a todos los que hoy nos están acompañando, para la familia ha sido muy satisfactorio la participación de ustedes.
Estimados amigos,
Atravesando mares y océanos hacen proa hacia la libertad bajo un cielo de esperanza y un estrellado mundo que orienta el camino hacia la Venezuela de América, partieron de Hamburgo, la ciudad que acaricia las aguas del río Elba, los barcos de la esperanza Caribian y Koenigstein que convertirán las espadas en arado y el dorado trigo será la alfombra mágica que sostendrá a la comunidad del mañana y extenderá el espíritu mesiánico con el aura que cubre a sus integrantes y las puertas se abrirán a su arribo gracias a esa estilizada figura como fue la del General López Contreras, Presidente de la República de Venezuela, quien irrumpiera en el firmamento y extendiera su grandeza y su autoridad y los 251 pasajeros puedan desembarcar y ser recibidos en la hacienda del doctor Celestino Aza Sánchez en Mampote.
Estimada familia López Contreras la actitud del presidente abriendo las puertas de Venezuela a los judíos perseguidos fue una decisión que está grabada en los libros de historia del judaísmo. Las Islas de Caribe, Las Guayanas, países del océano atlántico tenían cerradas las entradas a sus puertos. Alemania había logrado con éxito, con su quinta columna, que se había introducido en las tres américas propagando el antisemitismo y manteniendo una importante influencia política social e industrial, había que disponer de una gran personalidad para enfrentar la tiránica y maléfica dictadura nazi. López Contreras lo hizo.
Su gobierno será recordado por la creación de varios organismos que dieron vida a la patria de Venezuela como el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social muchas de estas innovaciones que el ministerio introdujo se deben al Dr. Arnoldo Gabaldón padre de nuestro apreciado compañero de la Junta Directiva, Arnoldo José Gabaldon quien trajo sugerencias de la conferencia de directores de la salud pública de Washington en 1936. Se estableció el Instituto Nacional de Puericultura y la División de Malariología. Además fue creado el Ministerio de Agricultura y Cría y más tarde se hizo la apertura del Consejo Venezolano del Niño y el Estatuto de Menor.
Un poco más tarde en 1938 se creó el Instituto Técnico de Inmigración y Colonización mediante el cual el gobierno inicio la distribución del latifundio a agricultores venezolanos y extranjeros. Digno de resaltar es su decisión de reformar la constitución en julio de 1936. Rebajó el período presidencial de 7 a 5 años y con gran espíritu moralista se aplicó a sí mismo el periodo presidencial.En 1961, por determinación constitucional es nombrado Senador Vitalicio y en 1963 le fue otorgada la réplica de la Espada de ELibertador. Fue el primero en recibirla de manos del Presidente Rómulo Betancourt.
Finalmente deseamos destacar que en uno de los párrafos de la constitución queda establecido que el territorio de Venezuela no podrá ni en todo ni en parte ser jamás cedido, traspasado o arrendado en ninguna forma a potencia extranjera. Y la presidencia no podrá ser reelecta.
No desearía finalizar sin señalar que sería ideal que las armas de destrucción se conviertan en armas de construcción.
Que esas inmensas fábricas hechas para los cañones, tanques y bombas se transforme en laboratorios para bien del ser humano.
Y màs vale hacer un hueco en la tierra para sembrar un árbol que colocar una bala en el hueco de un fusil.
Y vivamos por la vida que no hay nada mas hermoso que el amanecer de cada dia; que todo nuevo dia es una esperanza y que prevalezca ese espíritu de igualdad, justicia y paz.
Este homenaje al General Eleazar López Contreras nos ha permitido reencontrarnos con nuestra historia para destacar los valores de gratitud, solidaridad y tolerancia que han identificado al pueblo venezolano.
Este acto cobra especial importancia en la Venezuela de hoy, cuando se busca la quiebra moral de los venezolanos mediante la imposición un modelo político y económico que esclaviza a la persona y cierra cualquier posibilidad de cambio real dentro de las premisas constitucionales. Es como estar en un callejón sin salida, sin esperanza de cambio. Sin embargo, este acto nos hace sentir que nuestras raíces de libertad, justicia y paz están intactas para asumir, unidos, el reto de la reconstrucción de Venezuela.
Nuestra gratitud va en primer lugar a la memoria del Gral. Eleazar López Contreras, quien como Presidente de República, dio una gran lección de humanidad y hospitalidad cuando tomó la decisión de acoger a los 251 judíos que huían de la persecución nazi en Europa en los llamados “Barcos de la Esperanza”.
Esta decisión del Gral. López Contreras tomada en 1939, es el primero de tres acontecimientos que sellarían para siempre la amistad entre el pueblo judío y el pueblo venezolano. Ya que posteriormente, Venezuela atendió el llamado de la Agencia Judía Mundial y dio su apoyo a la creación del Estado de Israel en la Asamblea de las Naciones Unidas el 29 noviembre de 1947, y meses más tarde, en julio de 1948, Venezuela es el tercer país en reconocer al Estado independiente de Israel.
El ICVI
Etapa Democrática
Con el propósito de profundizar estos vínculos de amistad y buena voluntad, se creó hace 62 años, el Instituto Cultural Venezolano Israelí (ICVI), bajo la presidencia de Don Mariano Picón Salas, y cuyos sucesivos presidentes, previos a la actual Directiva, fueron: Luis Villalba Villalba, Luis M. Carbonell, Tomás Polanco Alcántara, Ricardo de Sola y Blas Bruni Celli.
Las actividades del ICVI durante los 40 años de vida democrática del país se desarrollaron dentro unas relaciones fluidas y amistosas entre el Estado de Israel y Venezuela, lo que le permitió al ICVI tener un apoyo esencial para realizar programas de intercambio culturales, educativos, científicos y tecnológicos.
De estos intercambios surgieron convenios de cooperación en Ciencia y Tecnología y en Educación y Cultura (que se han realizado a través de múltiples convenios entre universidades venezolanas con universidades israelitas, como la Universidad Hebrea de Jerusalén, la Universidad de Tel Aviv, Universidad de Bar Ilán, el Tejnión de Haifa y el Instituto Weizmann).
Adicionalmente, numerosos académicos, intelectuales, políticos, artistas y estudiantes venezolanos pudieron visitar Israel para conocer el proceso de construcción de la nación hebrea. Varios de estos testimonios están recogidos en el libro “Israel visto por ojos venezolanos”, publicado por el ICVI en 1989. Uno de esos testimonios es dado por el padre Pío Bello, ex-Rector de la UCAB, quien en su visita a Israel encontró un rasgo distintivo del nacionalismo israelí: una pasión que impulsaba a cada habitante a dar su mejor aporte al desarrollo del país. A esta tensión emocional la llamo la mística constructiva del pueblo judío. Pío Bello ejemplifica este concepto mediante una experiencia personal: “En los kibutzim —dice— encontré inmigrantes judíos que habían abandonado las posiciones de prestigio social, muchas de ellas cómodas y lucrativas, que tenían en sus países de origen, para abrazarse con la austeridad de la vida kitbutziana, en virtud de una mística que los hacía sentirse constructores del nuevo Israel a través del trabajo rural”.
Vientos en contra
Durante los gobiernos democráticos, Venezuela supo mantener una posición equilibrada con respecto al Conflicto del Medio Oriente. Sin embargo, en los últimos 18 años el gobierno de Venezuela ha polarizado su apoyo hacia los países y movimientos más radicales que se oponen a la existencia del Estado de Israel, como son Irán, Hamás y Hezbolá.
Esta posición internacional ha venido acompañada de una propaganda antisemita y antisionista a nivel nacional dirigida a deslegitimar a Israel como nación pacífica. Esta política de Estado contra Israel tuvo su punto culminante en enero de 2009 con la ruptura de relaciones diplomáticas con la nación hebrea y la expulsión del embajador israelí.
Ante esta difícil etapa del ICVI, hemos redoblado nuestros esfuerzos para mantener al más alto nivel nuestros programas. Vale pena destacar el programa de Esclarecimiento que hemos emprendido sobre los orígenes del conflicto árabe israelí, los esfuerzos que Israel ha hecho para lograr una paz estable en la Región. Estos programas han contado con la participación de una numerosa representación de la juventud venezolana representada por estudiantes de las Universidades: Central de Venezuela, Católica Andrés Bello, Simón Bolívar y Metropolitana, y también han participado dirigentes de organizaciones profesionales, estudiantiles, empresariales y sindicales del país.
Como eje de nuestros programas ha estado un excelente equipo de expositores: Trudy Spira (sobreviviente del Holocausto y fallecida hace 2 años), Milos Alcalay, Julio César Pineda, José Toro Hardy, Adolfo Salgueiro, Sadio Garavini, Elieser Rotkopf, Andrés Eloy Blanco, Efraím Lapscher, Elías Farache, Arnoldo J. Gabaldón, Sary Levy, Benjamín Scharifker, José Guerra, Bayardo Ramírez, Daniel Varnagy, Luis Daniel Álvarez, Leonardo Buniak y Gabriel Ben Tasgal.
La labor editorial del ICVI consta de diez obras publicadas, entre ellas la traducción al hebreo de Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, Olivos de Eternidad de Vicente Gerbasi y una selección de poemas de Andrés Eloy Blanco.
Este acto se enmarca dentro de la celebración de los 70 años del Estado de Israel.
A pesar de ser Israel un país pequeño —de un tamaño similar al Estado Lara, y la mitad de su territorio es el desierto del Néguev— que carece de recursos naturales, ha logrado un alto índice de desarrollo humano que lo ubica en el lugar 19/ 188, a nivel mundial, dentro de un rango similar al de Japón y Corea del Sur, muy por encima de sus vecinos árabes productores de petróleo. El índice de desarrollo humano del PNUD pondera: la expectativa de vida, el promedio de años de escolaridad de la población y el ingreso per cápita.
El recurso fundamental con que ha contado Israel para su desarrollo es el CONOCIMIENTO generado en sus universidades, centros de investigación y empresas de alta tecnología. Por ello Israel es considerado una nación emprendedora, líder dentro de la sociedad del conocimiento.
Este alto grado de desarrollo alcanzado por Israel demuestra que se han cumplido los objetivos esenciales planteados en la declaración de la independencia hace 70 años: crear un país próspero basado en los principios de libertad, justicia y paz, que asegure iguales derechos de sus habitantes independientemente de su religión, sexo o raza
No podemos dar por terminado hoy este homenaje al Gral. López Contreras, sin antes mencionar que el ICVI va a convocar en los próximos meses a una conferencia especial para analizar el proceso de modernización del país y la transición a la democracia iniciado durante la presidencia del Gral. López Contreras, esta conferencia estará a cargo del Profesor y Economista Luis Xavier Grisanti, gran amigo de la causa judía.
En el desarrollo de nuestros programas hemos contado con el apoyo incondicional de la comunidad de judía venezolana, a través de las Instituciones Comunitarias: Confederación Asociaciones Israelitas de Venezuela (CAIV), Asociación Israelita de Venezuela, Unión Israelita de Caracas, la Federación Sionista de Venezuela, Organización Internacional de Mujeres Sionistas, La Fraternidad Hebrea B’nai B’rith y el periódico comunitario Nuevo Mundo Israelita.
Debemos agradecer a Ena Rotkopf y a su equipo por el intenso trabajo organizativo para asegurar el éxito de este evento. A Sary Levy, por llevar adelante este acto en forma amena como una maestra de ceremonia excepcional. Al orador de orden, Edgardo Mondolfi Gudat, por su excelente discurso.
Colofón
Hoy el ICVI, bajo la figura del Gral. Eleazar Contreras, ha destacado su noble misión de vincular a dos pueblos que en épocas distintas y por razones diferentes les ha tocado sufrir la opresión de regímenes totalitarios y que han visto a sus hijos conformar una diáspora a través del mundo. Sin embargo, después de años de lucha la Nación Judía se yergue como un ejemplo para la humanidad, de igual manera, el Instituto Cultural Venezolano Israelí, con base en ese ejemplo espera pronto aportar caminos para la reconstrucción de este noble país: Venezuela.
VENEZUELA SE ENRIQUECIÓ
Pasan los años, incluso las décadas, y por más que el mundo desee que se olvide, el pueblo judío persiste en recordar la enormidad de la tragedia del Holocausto. Sale a relucir la indiferencia del mundo occidental frente a lo que sucedía en Europa en aquella época, y la culpabilidad recae también sobre los hombros del muy elogiado presidente americano Franklin Roosevelt. Incluso la comunidad judía de EEUU mostró docilidad y carencia de arrojo para protestar, con suficiente vehemencia y firmeza, frente a la apatía de su gobierno.
Muchos alegan que no se debe evaluar el pasado con los parámetros actuales. Está claro que ha habido muchos avances en diferentes campos de la tecnología y la ciencia. La medicina moderna, por ejemplo, es muy diferente y más sofisticada que la de épocas anteriores. Por ello, algunos religiosos consideran que las afirmaciones del Talmud en el campo de la medicina fueron válidas para cierto momento histórico, y que en la actualidad han sido superadas debido a las nuevas investigaciones.
Por otro lado, sí se puede cuestionar la actitud indolente frente al mal, en cualquier época. La solidaridad con el resto de la humanidad tiene que ser un imperativo innegociable. Tenemos el derecho y el deber de enjuiciar las crueldades de la Inquisición y el destierro de los judíos de España, no obstante los más de quinientos años que nos separan de ese cruel evento. No estamos de acuerdo con una moralidad cambiante de acuerdo a las circunstancias. Hay principios básicos inmutables, con valor eterno. Ese es el mensaje fundamental de los Diez Mandamientos.
El SS St. Louis había zarpado en 1939 con judíos que escapaban de Alemania. Tanto Cuba, como Estados Unidos y Canadá impidieron que los refugiados judíos desembarcaran en sus respectivos puertos. El capitán Gustav Schrôeder no tuvo más opción que dar media vuelta para regresar a Europa, donde se estima que al menos el 25% de los pasajeros terminaron en los campos de exterminio nazi.
Con todo derecho moral podemos cuestionar la actitud de las autoridades de los países que negaron asilo a quienes huían de una muerte segura; tendrían que responder de su conducta inhumana, que sugiere complicidad con el genocidio.
La Europa actual tiene que lidiar con el flujo de refugiados que huyen de persecución y posible muerte en sociedades tiránicas. Las experiencias de la época nazi son claramente aleccionadoras. Los países vecinos a Venezuela ahora tienen que ofrecer albergue a quienes piden socorro por la falta de medicamentos en su país natal para curar enfermedades, para conseguir el sustento alimenticio, para que sus familias puedan sobrevivir físicamente.
Pero cabe destacar que dentro del contexto de crueldad casi total, también salieron a relucir casos de solidaridad humana, personas que arriesgaron sus vidas para salvar a un vecino. La familia inmediata de mi esposa Henny logró salvarse de una muerte segura gracias a la intervención de un individuo justo y valiente, cuyo nombre está inscrito por siempre en el “Jardín de los Justos” de Yad Vashem en Jerusalén.
En nuestra Venezuela, muchos todavía recuerdan a Eleazar López Contreras, quien fue presidente de la República desde 1936 hasta 1941, especialmente por su altruismo en el caso de dos naves que habían buscado puerto seguro en varios lugares.
En el año 1939, el mismo del St. Louis, los barcos Caribia y Koenigstein se encontraban en nuestras costas, y López Contreras dio la orden para que los pasajeros pudieran desembarcar, para luego ser acogidos con frutas y flores en Puerto Cabello. ¡Cuán diferente habría sido el destino de los refugiados del St. Louis si hubieran llegado a Venezuela!
Conozco personalmente a varios de los pasajeros de esos barcos, que encontraron asilo en nuestro país de tolerancia y respeto por el prójimo. Después de vivir más de cuatro décadas en Caracas, no me sorprende la decisión de López Contreras. Una decisión diferente era imposible para un venezolano. Pero cuando considero que otros gobernantes actuaron de una forma totalmente contraria y cruel, no me queda más que reconocer y aplaudir la decisión humana y moral de Venezuela.
¿Qué pasó con los pasajeros del St. Louis? Muchos perecieron, fueron asesinados y por ello no dejaron descendientes. ¿Qué pasó con los pasajeros de los barcos Koenigstein y Caribia? Se instalaron en Venezuela, aprendieron su idioma, contribuyeron al desarrollo del país y, por qué no decirlo, vivieron muy agradecidos por haber recibido una segunda oportunidad en la vida. Sus descendientes estudiaron y trabajaron, y contribuyeron con valores positivos al desarrollo social, económico y cultural del país.
Quienes exilaron a los judíos se empobrecieron. Venezuela, en cambio, se enriqueció moral y materialmente por dar albergue a quienes encontraron nuevos horizontes en el país para quedar agradecidos por siempre.