L as familias son pensadas como un matriz de identidad. Su objetivo principal es la protección de sus miembros y el sentido de pertenencia. Para lograrlo, es necesario establecer pautas o reglas que aporten sentido a la estructura familiar.
Estas pautas están guiadas por el establecimiento de límites que indiquen hasta dónde puede llegar cada miembro, ya sea por los valores que guían el comportamiento como por las normas impuestas. Esto refleja los diversos modos disciplinarios en las familias.
El sistema familiar es armónico cuando las reglas y límites establecidos son claros y firmes, pero a su vez flexibles para permitir los cambios que las circunstancias demanden. Por tanto, la claridad de los límites en el interior de una familia constituye un parámetro útil para la evaluación de su funcionamiento.
Pensándolo de este modo, la conducta de un niño “problemático” surgiría a partir de una familia cuyos límites, reglas o roles no cumplen las funciones esperadas de cada miembro, no se adaptan a los cambios, y no existe apertura en la interacción de ellos. Entonces la conducta de un niño será influenciada por la comunicación, el lenguaje que usan y la forma en la que se relacionan.
Al entender el comportamiento de un niño bajo una mirada familiar, podríamos detenernos a reflexionar sobre lo que trata de decir con sus actitudes: ¿Por qué se comporta de determinada manera? ¿Por qué se expresa así? ¿Cuáles podrían ser sus necesidades? ¿Cuáles son sus intereses? Solo el contexto podrá explicar las razones por las cuales se comporta de determinada manera, por lo que es imprescindible proporcionar un ambiente adecuado para que reflejen actitudes positivas.
Para generar un ambiente positivo es necesario que los miembros de la familia se comuniquen de manera asertiva, que se respeten las necesidades de cada quien, decir qué se quiere y qué se espera del otro, valorar y considerar las distintas posturas, y por sobre todo aceptar y respetar. Estos son condimentos, pero el ingrediente esencial es servir de ejemplo, ya que la forma de aprendizaje más eficaz es la imitación. A menudo los niños se comportan de la forma en que son tratados y como perciben su medio ambiente. Las personas reflejan mutuamente sus emociones, respondemos a los demás según nos responden a nosotros.
Para servir como modelo, el primer paso es aprender a controlarse uno mismo, para luego poder manejar las emociones de los más chicos. El objetivo es enseñarles a calmar sus sentimientos, hablar adecuadamente, ser gentiles, y trasmitirles que cada acto genera una consecuencia.
Los niños se tienen que sentir protegidos, amados y muy valorados. Solo así se podrá fomentar en ellos una sana autoestima, y que reinen sentimientos de confianza, cordialidad y seguridad en todo lo que emprendan.
Reflexionar acerca del estilo disciplinario familiar es fundamental para evaluar los resultados que se desea obtener en los chicos. Un estilo disciplinario donde imperen límites, reglas claras y razonables, donde se converse, se dé afecto y se enseñe a través del buen ejemplo, se convertirá en las raíces fortalecidas que den pie a un frondoso árbol.
Disciplinar a un niño es como sostener un jabón en la mano. Si lo aprietas mucho sale disparado, si lo sujetas con indecisión se te escurre entre los dedos, pero una presión suave y firme lo mantiene sujeto.