La historia del moderno Estado de Israel es relativamente corta, pero muy intensa. Un país que significó el retorno de los judíos a su patria ancestral, de la cual fueron expulsados para ser esparcidos por el mundo en el año 70. Un país fundado sobre las cenizas de seis millones de asesinados por la barbarie nazi. Pero un país y una sociedad que siempre han tenido fuertes y hasta casi irreconciliables posiciones entre quienes hacen vida política.
Israel es un milagro de nuestros días. Desafía la lógica tradicional, va en contra de la historia universal. El retorno a su tierra era algo que resultaba muy improbable por muchas razones: históricas, coyunturales, de política y geopolítica del momento y la actualidad; por el antisemitismo que nunca ha cesado, aunque alguna que otra vez haya cambiado sus vestiduras y apariencia.
Una vez declarada la independencia de Israel, y hasta el mismo momento de escribir esta nota, Israel tiene un récord muy llamativo de guerras y conflictos con sus vecinos, y con muchos que no son sus vecinos, con quienes no tiene disputas territoriales y que, incluso entre ellos mismos, tienen serias diferencias ideológicas y de concepción religiosa. No obstante, la animadversión hacia Israel resulta un pegamento indisoluble en una unión de efectos mortales.
Israel ha soportado y salido airoso de la Guerra de Independencia en 1948; de la guerra de 1956 por el Canal de Suez; de la Guerra de los Seis Días en 1967; de la Guerra de Desgaste luego de 1967. También de la Guerra de Yom Kipur en 1973, de las operaciones en el Líbano, de la guerra del Golfo en 1990-91 entre Iraq y Kuwait; de la terrible guerra en 2006 contra Hezbolá; de varias campañas sobre Gaza. No sigamos enumerando.
Proyectiles antimisiles del sistema Cúpula de Hierro interceptan cohetes de Hezbolá sobre territorio israelí
(Foto: Jewish Breaking News)
Un país y una población sometidos a bombardeos indiscriminados, a un permanente ataque en los medios y a un movimiento de deslegitimación conocido como BDS; a un acoso diplomático, y una cifra escandalosa de condenas de parte de las Naciones Unidas.
Hoy por hoy, Israel está sometido a una presión muy fuerte de enemigos muy poderosos. Poderosos por su capacidad de fuego, poderosos por su disposición al sacrificio, a soportar lo que sea necesario en tanto Israel sea golpeado, humillado, presionado. El sufrimiento de Israel y su población, algo que ocurre cotidianamente desde el 7 de octubre de 2023, es para ellos un logro, una victoria de grandes dimensiones.
En el año 1967, la existencia de Israel estaba seriamente amenazada. Egipto, Siria y Jordania se preparaban para un ataque sobre el pequeño Estado que cumplía escasos diecinueve años. Los tres países contaban con poderosos ejércitos, mucho material bélico, claras y declaradas intenciones: destruir Israel. Era un momento muy difícil. Conviene recordar, ya que estamos en fecha, que para ese momento Gaza y los palestinos estaban bajo el gobierno de Egipto; y la Margen Occidental del Jordán, Cisjordania, en manos del Reino Hachemita de Jordania.
El primer ministro de Israel era Levi Eshkol. Enfrentaba una crisis existencial, no calzaba los zapatos de David Ben Gurión, quien se había retirado de la política y seguía siendo una figura emblemática. El líder de la oposición era Menajem Beguin. Este último y Ben Gurión eran enemigos acérrimos, antes y después de la creación del Estado. Son legendarios sus debates, los intercambios en el Parlamento. Beguin fue llamado a un gobierno de unidad nacional antes de la guerra de 1967; aceptó a sabiendas de lo delicado de la situación. Además de promover que el ministro de la Defensa ante el difícil panorama fuera Moshe Dayán, consideró que la figura más apropiada para el cargo de primer ministro resultaba su archirrival David Ben Gurión.
Israel tiene mucha dirigencia. En el gobierno, en los partidos de oposición, en las instituciones importantes, en las Fuerzas de Defensa. Pero esta dirigencia y sus dirigentes no son suficientes: se requiere de liderazgo
Beguin fue hasta la residencia de Ben Gurión, en el Néguev, para proponerle que asumiera la primera magistratura. Estaba consciente de que la estatura de su rival de siempre era importante para Israel, que le daba el necesario prestigio a nivel internacional. Un sorprendido Ben Gurión no quiso asumir por varias y razonables causas. Queda para la historia el gesto de Beguin, su gran responsabilidad. Queda para la historia el carácter del enfrentamiento entre dos figuras icónicas de Israel, sus rivalidades ideológicas pero con respeto el uno por el otro en los momentos necesarios.
Hoy Israel vive momentos comparables a los de 1967. Atacado por varios frentes, por enemigos implacables y muy bien apertrechados; sometido a una enorme presión sicológica con un centenar de rehenes sin fe de vida, con más de 60.000 personas desplazadas de sus hogares en el norte del país; con una dinámica de política interna que resulta destructiva. Al escribir esta nota, el intercambio de fuego con Hezbolá es muy intenso.
Israel tiene mucha dirigencia. En el gobierno, en los partidos de oposición, en las instituciones importantes, en las Fuerzas de Defensa. Pero esta dirigencia y sus dirigentes no son suficientes: se requiere de liderazgo. De alguien o algunos capaces de comprender y hacer comprender que, por un lapso de tiempo, el interés nacional está por encima de otro cualquiera. Porque es una cuestión de supervivencia. No se debe confundir la dirigencia con el liderazgo. Y hacen mucha falta respeto y liderazgo.
Como cuando Ben Gurión y Beguin.