Música, poesía y arte para la coexistencia
Raquel Markus-Finckler*
Como judía que soy, no puedo evitar caer en la tentación de preguntarme qué habría sido de nosotros como pueblo y como nación si el curso de los acontecimientos presentados en los últimos días en Israel hubiera sido distinto. A pesar de saber que el pasado es inmutable, mi mente sigue buscando respuestas en el laberinto de los «qué hubiera pasado si…»
Ante la crudeza de la realidad israelí, mi mente anhela un mundo alternativo donde la solidaridad internacional hubiera sido un escudo protector y la justicia se hubiera mostrado como una brújula inquebrantable. ¿Cómo sería nuestro presente (judío e israelí) si la comunidad internacional, las naciones desarrolladas y las organizaciones humanitarias hubiesen respondido de manera más contundente ante las amenazas terroristas?
La alegría por la liberación de las tres jóvenes rehenes que se reunieron con sus familias en Israel, luego de más de quince meses de cautiverio (en las peores condiciones posibles), se ve ensombrecida por las preguntas que surgen: ¿Por qué la paz parece exigir sacrificios tan injustos a la sociedad israelí? ¿Cómo podemos construir un mundo donde la vida de una joven inocente no sea moneda de cambio por varias docenas de delincuentes muy dispuestos a cometer los mismos actos que los llevaron a su aprehensión?
Me queda en el alma la sensación de que la comunidad internacional tiene la responsabilidad de buscar soluciones duraderas que pongan fin a los conflictos en donde está implicado directamente el terrorismo, y que permitan a todas las personas del mundo civilizado vivir en paz y seguridad. Por lo tanto, es legítimo que nuestro pueblo siga exigiendo justicia para las víctimas y la liberación inmediata de todos y cada uno de nuestros secuestrados. El acuerdo que aceptó Israel de manera forzada muestra la diferencia que existe entre un Estado que busca la paz y un grupo terrorista que solo busca el caos y la destrucción. Israel pone en riesgo su propia seguridad a cambio de salvar vidas y proteger a su gente.
La lógica parece retorcida. ¿Cómo puede la libertad de unos pocos inocentes estar condicionada a la liberación de aquellos que han sembrado el terror? Es una ecuación perversa que deja un sabor amargo en la boca. ¿Por qué la presión para alcanzar soluciones justas y duraderas no es constante y firme? La comunidad internacional, en su conjunto, tiene una deuda pendiente con Israel. La liberación de los rehenes es un paso, pero la lucha por la paz y la justicia está lejos de terminar.
Para los habitantes de Israel en particular, y para los integrantes del pueblo judío en general, la incertidumbre es una compañera constante en estos momentos. Las familias de los rehenes viven en un limbo, esperando noticias que pueden traer tanto alegría como desolación. El dolor de la pérdida y la angustia de la espera son heridas profundas que tardarán en sanar, si es que eso es posible. Cada día que pasa es una agonía para las 94 familias que todavía viven con la esperanza de un reencuentro y el temor de una pérdida irreparable.
Para el pueblo judío y para nuestros amigos, las imágenes de las tres jóvenes liberadas, llenas de alegría y alivio, son un bálsamo para el alma y un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Pero la alegría es agridulce, pues sabemos que muchos otros siguen sufriendo en cautiverio. El dolor de las familias que han perdido a sus seres queridos es una herida abierta que no cicatriza fácilmente. La sombra de la incertidumbre se cierne sobre los que aún esperan.
Además, la liberación de decenas de terroristas es como abrir una caja de Pandora. ¿Cuántas vidas más se perderán como consecuencia de esta decisión? La sombra de la violencia se cierne sobre Israel, y el miedo se ha convertido en un visitante constante.
La historia de nuestro pueblo es un relato de resiliencia y esperanza. A pesar de las innumerables pruebas que hemos enfrentado, el espíritu judío ha perseverado, así como nuestro ineludible amor por la vida. La letra de mi nueva canción, Diluvio y Fe, es un humilde intento de capturar esta esencia, de expresar la profunda conexión que los miembros de Am Israel sentimos con nuestras raíces y nuestra fe.
Sé que mi voz es solo una entre muchas, pero creo firmemente en el poder de la palabra y de la música para unir a las personas y generar conciencia. A través de esta canción, espero que muchos puedan sentirse identificados y encontrar un espacio de empatía y solidaridad.
¿Por qué la paz parece exigir sacrificios tan injustos a la sociedad israelí? ¿Cómo podemos construir un mundo donde la vida de una joven inocente no sea moneda de cambio por varias docenas de delincuentes muy dispuestos a cometer los mismos actos que los llevaron a su aprehensión?
Diluvio y fe forma parte de un proyecto literario y artístico mucho más grande que comprende una publicación digital, veinte video-poemas, dos pequeños cortos con participación de reconocidos artistas plásticos, y tres canciones (con sus respectivos videos). Además, este año, con la ayuda de Dios, de instituciones comprometidas y personas maravillosas, también contaremos con la publicación en físico del libro No alcanzan las palabras y con una exposición de arte itinerante. A través de la poesía, la música y las artes visuales, aspiramos a construir un mundo más justo y compasivo. Y apenas estamos empezando.
Estoy consciente de que mi nueva canción es solo una pequeña gota en ese vasto océano de experiencias. Sin embargo, como artista, siento la responsabilidad de utilizar mi voz para expresar las emociones que nos unen como humanidad. Resulta un desafío inmenso intentar encapsular la experiencia de un pueblo que ha enfrentado tantas adversidades a lo largo de la historia. Con esta canción, disponible en mi canal de YouTube “No alcanzan las palabras”, busco tender un puente entre el pasado y el presente, entre el dolor y la esperanza. Es mi humilde contribución a un diálogo global sobre la justicia, la paz y la dignidad humana.
La cálida acogida que ha tenido mi canción anterior, Hay sueños que se pelean (con más de treinta y dos mil vistas), me ha demostrado que la música tiene el poder de unir y tocar personas más allá de fronteras y culturas. Esta respuesta me impulsa a seguir creyendo, creando y compartiendo mi arte.
Los invito a unirse a esta jornada de sensibilización y empatía. Cada like, comentario y compartición que ofrezcan al material publicado en este canal de YouTube es un paso más hacia la construcción de un mundo más justo y compasivo. Juntos, podemos alzar nuestras voces por aquellos que sufren y exigir un futuro más seguro y justo para todos. Mientras tanto, seguiremos clamando por el regreso a casa de todos y cada uno de nuestros secuestrados.
Les dejo con la invitación a escuchar mi canción y a sumergirse en este universo de emociones. Espero que las palabras y la música puedan tocar sus corazones y despertar el deseo de lograr un mundo más justo y solidario para todos.
Por encima de los murmullos
que se levantan cuando pasamos,
arde en las venas la sangre vieja
de un pueblo noble
que se renueva.
Herederos de las visiones de reyes y de profetas,
extendemos sobre el mantel los sueños y las promesas
que siempre hemos llevado atados como bandera.
Somos el pueblo que se empecina.
Somos la marcha que no termina.
Somos semilla, somos anden.
Somos diluvio y somos fe.
Contradictorios como ninguno.
En parte ruego y en parte alivio.
Seguimos sembrados en nuestra tierra
como un olivo que en germinar empeña su identidad.
Brotamos como la miel de las abejas
que siempre vuelan de flor en flor,
de nido en nido,
de sol a sol.
Cubrimos nuestras heridas,
lloramos nuestras partidas,
vencemos al vendaval
de cada tiempo y cada lugar.
Somos guerreros que buscan paz
y los guardianes de la verdad.
Los más incautos.
Los más temidos.
Los que más creen en sus simientes.
Rezamos alto.
Lloramos quedo.
Creemos siempre.
Bailamos fuerte.
Somos la patria de los dolientes.
Somos el pueblo de los valientes.