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Bernard-Henry Lévy
Cómo J.F.R. Jacob salvó cientos de miles de vidas en el territorio que se convirtió en Bangladesh
E sta historia parece improbable en esta época de guerra entre culturas, civilizaciones y religiones. Agradezco al periodista británico Ben Judah por haberla revelado en un artículo que apareció en el Jewish Chronicle, un día después de la visita a Israel del primer ministro de India, Narendra Modi.
El momento es diciembre de 1971. El lugar es el territorio entonces conocido como Pakistán Oriental. Separado por 1600 kilómetros de Pakistán Occidental, esta parte bengalí de Pakistán ha estado en rebelión desde marzo.
El gobierno central de Islamabad, rechazando la secesión de lo que eventualmente se convertirá en Bangladesh, está llevando a cabo una represión despiadada, cuyo costo en vidas sigue siendo desconocido incluso hoy, casi medio siglo después. Podría haber muerto medio millón de personas, o quizá un millón, o dos millones, o más.
El 3 de diciembre, India decide intervenir en el conflicto; “interferir”, como diríamos hoy en día, en los asuntos internos de su vecino, para detener el baño de sangre. La lucha se intensifica. Los luchadores de la libertad bengalíes, conocidos como Mukti Bahini, apoyados ahora por India, se vuelven cada vez más audaces.
La estrategia de Nueva Delhi era construir lenta y gradualmente una solución. Muchos opinaban que esta estrategia estaba mal adaptada al Bangladesh de aquel momento, un terreno con pocos caminos, grandes ríos e innumerables pantanos. A 30 días de iniciada la nueva fase de la guerra, con los pakistaníes concentrando 90.000 tropas alrededor de Dacca, la capital, contra los 3000 hindúes, Nueva Delhi parecía estar atascada en los inicios de un sitio.
Este es el momento en el que un oficial hindú de alta graduación, sin notificar a sus superiores, tomó un avión, aterrizó en Dacca, se presentó ante el general Niazi —jefe de las fuerzas pakistaníes— y llevó a cabo una de las fanfarronadas más espectaculares de la moderna historia militar: “Usted tiene 90.000 soldados”, le dijo a Niazi. “Nosotros tenemos muchos más, además de los Mukti Bahini, que están ávidos de venganza por su pueblo y no le darán cuartel. En estas circunstancias, usted solo tiene dos opciones: persistir en una lucha que no puede ganar, o firmar esta carta de rendición que he redactado y que le promete una honrosa retirada. Tiene media hora para decidir; yo me voy a fumar”.
Niazi cayó en el ardid y eligió la segunda opción. Ante el asombro del mundo, 3000 soldados hindúes aceptaron la rendición de 90.000 pakistaníes. Se salvaron decenas de miles; no, cientos de miles de vidas de ambos bandos. Y Bangladesh fue libre.
La historia debería terminar aquí.
Excepto que el general detrás de este golpe magistral, que lo convirtió en el padrino de un nuevo país musulmán, era judío. Su nombre era J.F.R. (“Jack”) Jacob.
Nació en Calcuta en 1924, en una familia sefardí* que había llegado de Bagdad dos siglos antes, dejando atrás 2000 años de historia. En 1942, enterado del exterminio que se estaba llevando a cabo contra los judíos europeos, se alistó en el ejército británico en Iraq, luchó en el norte de África y después pasó a Birmania y Sumatra, en la campaña contra los japoneses.
Permaneciendo en las fuerzas armadas tras la independencia de India en 1947, fue el único judío en ascender a altos rangos, y eventualmente llegó a comandar el ejército oriental que, en diciembre de 1971, montaría la ofensiva contra las legiones de Islamabad.
Resulta que hace 46 años conocí a ese hombre. Yo estaba en el Bangladesh en plena rebelión, en respuesta a un llamado del novelista francés André Malraux para la formación de una Brigada Internacional que luchara por una tierra bengalí que aún estaba en el limbo, pero que sufría terriblemente bajo el control de Pakistán Occidental. Yo acababa de entrar en Dacca como parte de una unidad de los Mukti Bahini.
En compañía de Rafiq Hussain —hijo mayor de la primera familia de Bangladesh que me dio la bienvenida a su hogar en el vecindario de Segun Bagicha, y quien más tarde se hizo mi amigo—, vi a Jacob el 16 de diciembre en Race House, parado detrás de (y permitiendo ser eclipsado por) su colega, el general Jagit Singh Aurora, mientras firmaba, en presencia de Niazi, el acta de rendición de su autoría.
Al día siguiente pude verlo de nuevo con un grupo de periodistas, y lo escuché hablar de Malraux, cuyas obras estaba leyendo; de Yeats, cuyos poemas conocía de corazón; de su doble identidad hindú y judía; del general israelí Moshé Dayán, a quien veneraba; y de la liberación de Jerusalén, que citaba como ejemplo de pericia militar.
Pero que yo recuerde no dijo nada sobre su intensamente dramático encuentro con Niazi, en el que la guerra de personalidades tuvo mil veces más peso que la guerra entre ejércitos; un encuentro que determinó el destino del joven Bangladesh.
Puedo recordar su mirada traviesa. Su silueta más bien pesada, poco impresionante en sí misma aunque emanaba una incuestionable autoridad. Y su extraña y reticente forma de permanecer uno o dos pasos por detrás de sus camaradas de armas, los generales Aurora y Manekshaw, como si se negara a reclamar crédito por la audaz hazaña que ahora sé que fue solo suya.
Él me pareció aquel día un representante de alguna de las tribus perdidas, difundiendo el genio del Judaísmo. Podría haber sido un Kurtz de Kaifeng, Konkan, Malabar o Gondar, que acabase de llegar del corazón de las tinieblas, pero listo para regresar. O un Lord Jim o Capitán MacWhirr bíblicos, que hubiese superado los tifones y estuviera dispuesto a forjar una nueva alianza con los coolies.
En el Judaísmo, las personas que salvan judíos se conocen como “justos entre las naciones”. ¿Cómo podríamos referirnos a un judío que salvó, convirtió en nación y dio nombre a un pueblo que no era el suyo?
*Nota de la Redacción: en realidad era judío mizrají (oriental).
Fuente: Tablet Magazine. Traducción NMI.