Cuando las cosas se ponen difíciles, estamos del mismo lado. Expresamos nuestra identidad como judíos de diferentes maneras, pero es la misma identidad
Dvora Waysman*
Los judíos de todo el mundo celebran el Día de la Independencia de Israel, incluso aquellos que no tienen intención de hacer aliá (emigrar a Israel), y muchos de los cuales ni siquiera han visitado el país.
“Es una especie de póliza de seguro”, me dijo un amigo extranjero. “Al apoyar financiera y emocionalmente a Israel, sé que está disponible para mí o para mis hijos o nietos, si alguna vez surgiera la necesidad”.
Este tipo de pensamiento me parece muy triste, porque Israel es mucho más que un refugio para judíos perseguidos. No todos los inmigrantes que construyeron una vida aquí escapaban del horror del Holocausto, de la tiranía tras el Telón de Acero, o de la crueldad de la vida en algún país árabe.
Muchos de nosotros (los que los israelíes denominan “anglosajones”) redujimos considerablemente nuestro nivel de vida cuando nos instalamos en Israel, pero encontramos aquí algo que nos mejoró la calidad de vida incluso mientras luchábamos contra la inflación y las hipotecas, y tratábamos de hacer que los minúsculos salarios llegaran a fin de mes.
Encontramos aquí una familia: nuestra propia gente. Por supuesto, como cualquier familia, nos peleamos… por la religión, la política, los acuerdos… las peleas pueden ser muy amargas. Sin embargo, en el fondo nos preocupamos los unos por los otros, y nos unimos cuando nos enfrentamos a un enemigo común. Celebramos juntos, y a veces incluso tenemos que llorar juntos.
Básicamente, cuando las cosas se ponen difíciles estamos del mismo lado. Expresamos nuestra identidad como judíos de diferentes maneras, pero es la misma identidad.
Encontramos aquí un país hermoso, único por la variedad de sus paisajes y su clima. Playas mediterráneas de aguas azules y arena blanca pura; arrecifes de coral; densos bosques; montañas; desiertos y ríos y cascadas; el brillante cristal de espejo del Mar Muerto; campos alfombrados de flores silvestres… y Jerusalén, la joya que no tiene precio.
Algunos encontramos aquí una espiritualidad que nunca habíamos podido alcanzar en el extranjero. Cualquiera que haya estado en Israel en Yom Kipur (Día del Perdón), cuando todo el país se paraliza durante un día, no puede dudar de la santidad de la Tierra de Israel. Es intangible, pero es una presencia innegable.
Por supuesto, como cualquier familia, nos peleamos… por la religión, la política, los acuerdos… las peleas pueden ser muy amargas. Sin embargo, en el fondo nos preocupamos los unos por los otros, y nos unimos cuando nos enfrentamos a un enemigo común. Celebramos juntos, y a veces incluso tenemos que llorar juntos
Encontramos aquí un orgullo en los notables logros de este pequeño país. Podemos igualar y superar la alta tecnología de naciones mucho más grandes, más ricas y mejor desarrolladas. Enseñamos agricultura al mundo. Somos ricos en poetas, escritores, músicos y artistas. Podemos presumir de empresarios industriales y científicos brillantes. Cuando cualquier nuevo invento israelí capta la imaginación del mundo, de alguna manera todos nos regodeamos en la gloria reflejada.
Celebramos el Día de la Independencia de muchas maneras: fogatas y cantos, picnics, concursos bíblicos, conciertos, música y bailes en las calles. Pasamos el día con la familia y los amigos, y disfrutamos de cada momento.
Pero es algo más que un simple disfrute. En todos los edificios ondea la bandera israelí. En casi todos los balcones de todas las ciudades flamea la bandera blanca con el Maguén David azul. Y durante los días previos y la semana posterior, la bandera ondea en todos autos en las calles. Todas las ceremonias comienzan con el canto de Hatikva (“la Esperanza”), el himno nacional de Israel. Lo cantamos erguidos y orgullosos, y normalmente con lágrimas en los ojos al recordar a las personas rotas que encontraron un refugio seguro aquí, y a las que nunca consiguieron llegar a sus costas y murieron con el sueño de Sión en sus corazones. Y también recordamos a los valientes hombres y mujeres que dieron su vida en todas las guerras de Israel, y en los tiempos anteriores al Estado, los luchadores y pioneros que dieron forma a esta maravillosa tierra que hemos heredado.
Shin Shalom, uno de los más grandes poetas de Israel, lo expresó para todos nosotros en su Madre Jerusalén cantando, que escribió un día después de la Guerra de Yom Kipur en 1973: “Amar para siempre, brillar para siempre, apreciar, anhelar, preservar el núcleo de una nación eterna, de una herencia eterna”.
*Escritora, autora de 14 libros. Su última novela es Searching for Sarah.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción AJN / Versión NMI.
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