Miguel Truzman Tamsot
El pueblo judío celebra con júbilo el 55 aniversario de la reunificación de la ciudad de Jerusalén, considerada como la capital eterna, única e indivisible del Estado de Israel, desde que fue instaurada como capital del Reino de Israel por el rey David hace más de 3000 años.
En el Pentateuco se menciona a Jerusalén en 669 oportunidades, y los rezos en la inmensa mayoría de las sinagogas del mundo dirigen su mirada hacia esa sagrada ciudad. El Libro de los Salmos reza en uno de sus párrafos: “Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza, mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare…”
El Primer Templo de Jerusalén fue construido por el rey Salomón, y dentro de él se encontraban objetos de colosal valor histórico–religioso, como el cofre con el Arca de la Alianza que contenía los diez mandamientos y la palabra de Dios, ambos escritos en piedra para el pueblo judío, más tarde para los cristianos y por último para los musulmanes.
El Reino de Judá y su capital Jerusalén fueron asediados por tres grandes ejércitos, que finalmente arrasaron con la ciudad, destruyendo el Primer Templo en el año 587 a.e.c. bajo las órdenes del rey asirio Nabucodonosor.
Al regresar los judíos de su exilio babilónico, comenzaron a construir el Segundo Templo en forma muy modesta, pero no fue sino hasta la llegada de Herodes I El Grande cuando se reconstruyó dicho santuario con toda la grandeza y espectacularidad que tal obra merecía, desarrollándose en grandes extensiones dentro del Monte del Templo en Jerusalén.
El Segundo Templo estuvo en pie durante 617 años, hasta que fue destruido por el general Tito, hijo del emperador romano Vespasiano, quien le había encargado doblegar y vencer la revuelta judía iniciada en año 66 de la era común. Tito masacró a miles de judíos y desterró de Judea a cientos de miles, dejando en ruinas el Segundo Templo en el año 70 e.c. Más tarde, tras aplastar la revuelta de Bar Kojba, el emperador Adriano cambió el nombre de Judea por el de Palestina.
Casi 2000 años después de aquella nefasta hora el pueblo judío vuelve a su tierra ancestral, erigiendo ciudades desde cero, luchando contra las adversidades del territorio —árido por un lado y pantanoso por el otro—, y al mismo tiempo defendiéndose de los ataques de grupos árabes que ocasionaron matanzas, como la ocurrida en Hebrón en 1929, donde asesinaron a 128 judíos.
Con ocasión de los conflictos entre poblaciones judías y árabes, así como contra los británicos que dominaban el territorio desde la victoria aliada en la Primera Guerra Mundial, las Naciones Unidasm buscando una solución salomónica, votaron en forma amplia y mayoritaria la Resolución 181 del 29 de noviembre de 1947, dividiendo el territorio para crear dos Estados, uno judío y otro árabe.
Ya sabemos lo que pasó, y todas las oportunidades que han tenido los árabes–palestinos para crear su Estado, pero realmente es más que obvio que su interés no es crear un Estado soberano, sino la destrucción de Israel y la masacre de su población.
La Resolución 181 emanada de la ONU declaraba a Jerusalén como ciudad internacional, y que al cabo de 10 años sus pobladores, a través de un referéndum, pudieran decidir el destino de la misma.
Una vez que Israel declara su independencia el 14 de mayo de 1948, es atacada al día siguiente por cinco ejércitos árabes, revirtiendo así el estatus internacional otorgado por la ONU a Jerusalén, que quedó dividida tras la guerra, ocupada por Jordania en su lado oriental y por Israel en el área occidental.
Entre la Guerra de Independencia en 1948 y la Guerra de los Seis Días en 1967, trascurrieron 19 años, durante los cuales, bajo dominio jordano, ningún judío podía acceder a orar en sus lugares sagrados como el Muro de los Lamentos. Innumerables sinagogas fueron saqueadas y destruidas y las lápidas del cementerio judío fueron utilizadas como material de construcción, es decir que no hubo respeto por lugares que albergaban siglos, si no milenios de historia judía, además de tener a la ciudad en ese periodo en un estado deplorable de aseo y servicios públicos.
Con la reunificación de Jerusalén se logró revertir esa vergonzosa situación, pudiendo todas las personas, residentes o turistas, orar libremente en sus lugares de fe, y caminar por la ciudad contemplando las maravillas arquitectónicas que la encubren.
Israel quiere y desea la paz, lo ha demostrado una y mil veces, pero el liderazgo palestino se aferra a un imposible, el cual es la destrucción de Israel y de sus residentes. Mientras en las escuelas palestinas se enseñe el odio hacia lo judío, se tergiverse la historia y se incite continuamente a la violencia, no habrá tranquilidad y seguirá la espiral de violencia, dolor y muerte que ha aquejado a ese pequeño territorio del planeta.
Israel prevalecerá, porque predica la paz, la coexistencia y el amor, que son las herramientas más fuertes del ser humano. Pero por si acaso, también lo complementa con la inteligencia y el armamento más sofisticado, para defender la soberanía e integridad de su territorio y sus ciudadanos.