Rabino Daniel Oppenheimer*
¿Ha escuchado usted la historia de Janucá? Algo, sí. Usted ya sabe que los griegos quisieron dominar a los judíos, que estos se rebelaron a pesar de que eran minoría, que los judíos terminaron liberándose de los griegos echándolos de la tierra de Israel… y que festejaron porque con el aceite puro que encontraron, que solamente debía durar para un día, alcanzó para encender la Menorá (candelabro del sagrado Templo) durante los ocho días que demoraba preparar un nuevo aceite.
¿Verdad? ¿Di bien la lección? Sí y no, pues esta es solo una parte de la historia. Quien haya leído minuciosamente la historia del pueblo judío se va a percatar de inmediato de que hubo tantos milagros a lo largo de los años que permitieron su supervivencia y el cumplimiento de las mitzvot, que habría que entender por qué los sabios eligieron precisamente la ocasión de Janucá para celebrar un milagro (existe un texto de la época del Talmud denominado Meguilat Taanit, en el cual se mencionan todos los días que eran parcialmente festivos o tristes en aquellas épocas para conmemorar eventos, los cuales, sin embargo, no trascendieron para la posteridad).
¿Qué tiene de especial Janucá? Los sabios en la Guemará nos enseñan: “Toda mitzvá por la cual los judíos entregaron su vida en los momentos en que se intentó destruir su vínculo con el Todopoderoso, aún se observa con entusiasmo”. Cuando leemos acerca de las batallas de los macabeos frente a un enemigo numéricamente superior, no celebramos una victoria militar en aras de “soberanía nacional”.
En aquel momento, los judíos venían de vivir bajo el gobierno helenista durante casi 180 años, desde el momento en que Alejandro Magno había conquistado la tierra de Israel en una de sus campañas militares. A diferencia de su actitud para con los otros pueblos, Alejandro y quienes le siguieron respetaron el derecho de los judíos a seguir viviendo de acuerdo a sus leyes y costumbres anteriores (la Torá) y limitaron su ocupación del país (Judea) a su obligación de pagar los tributos para engrosar las arcas del imperio. Esto ocurrió durante todo el período de tiempo en que Judea estuvo sometida al gobierno de los tolomeos, y luego a manos de los seléucidas.
Fragmento de vasija hasmonea, donde aún se puede leer con claridad el nombre de Hircano
(Fuente: Autoridad de Antigüedades de Israel)
Quienes luego cambiaron el estado de las cosas fueron los propios judíos. “Yeoshúa (el Cohén Gadol, sumo sacerdote) modificó su nombre por el más griego de Jazón, tal como su hermano Jonia lo cambió por Menelao. En su competencia por asegurarse el título de Cohén Gadol (para controlar los fondos del Beit Hamikdash), se acercaron al rey Antíoco, con el ofrecimiento de abandonar sus leyes y costumbres y optar por los usos de los griegos. A tal fin le solicitaron permiso para erigir un gimnasio griego en Jerusalén. Una vez que lo lograron, hicieron desaparecer su circuncisión, para practicar deportes desnudos tal como lo hacían los griegos” (Flavio Josefo, Antigüedades Judías, 12:3).
“Había en aquella época personas que sugerían al pueblo que hicieran un pacto con los pueblos de su alrededor, pues sentían que manteniendo su forma de vida habían traído sobre sí muchas aflicciones. Estas palabras le agradaron al pueblo presente, y algunos de ellos se encaminaron al rey para solicitarle autorización para practicar las costumbres paganas y construir un gimnasio en Jerusalén” (Macabeos, Cap. 1).
Una gran parte del pueblo adoptó el estilo de vida helenista, lo cual llevó al rey Antíoco IV a soñar con que los judíos se acoplarían finalmente a su cultura. Los primeros intentos de hacerlo no fueron violentos, pero hubo quienes se resistieron y debieron abandonar las ciudades y vivir en los pueblos.
Después, seguir las leyes de la Torá fue penado con la muerte. Lehashkijam torateja ulehaaviram mejuké retzoneja (“Hacerlos olvidar el estudio de la Torá y consecuentemente causar su alejamiento de las leyes”). Antíoco decidió obligar a los judíos a helenizarse totalmente. La situación parecía desesperante para quienes no estaban dispuestos a ceder, especialmente cuando los propios “líderes” demostraron ser traidores a su pasado. El enemigo estaba afuera… y adentro.
Quienes luego cambiaron el estado de las cosas fueron los propios judíos. “Yeoshúa (el Cohén Gadol, sumo sacerdote) modificó su nombre por el más griego de Jazón, tal como su hermano Jonia lo cambió por Menelao. En su competencia por asegurarse el título de Cohén Gadol (para controlar los fondos del Beit Hamikdash), se acercaron al rey Antíoco, con el ofrecimiento de abandonar sus leyes y costumbres y optar por los usos de los griegos
Seguramente no fue la primera ni la última vez que la situación espiritual del pueblo parecía entrar en estado terminal. Lo que terminó por superar a los griegos no fueron las armas, sino la convicción de los pocos judíos que no quisieron “seguir la corriente” y mantenerse judíos. Su premio fue no solo poder volver a observar libremente las mitzvot y restaurar el Beit Hamikdash a su santidad anterior, sino la total independencia del poder griego. Pero ¿les sirvió esa independencia?
El final de los macabeos (Jashmonaím) fue trágico. Todos murieron en forma violenta. Algunos de sus descendientes finalmente adoptaron influencias helenistas y saduceas. La guerra civil entre los hijos de Shlomit Alexandra trajo a Pompeyo a Judea, y la convirtió en una provincia romana; los romanos terminaron destruyendo el Beikt Hamikdash. Herodes, el idumeo, casado con Mariana la Hasmonea, perteneció a las familias que fueron obligadas a convertirse al judaísmo por la fuerza. Terminó matando a los últimos sobrevivientes de los Jashmonaím.
El Rambán (Najmánides) se pregunta por qué todo terminó de modo tan trágico. Lo iasur shevet miYehudá (“El cetro no se apartará de la tribu de Yehudá”). Así fue la bendición profética del patriarca Yaacov antes de fallecer. Una vez recuperada la soberanía del país, correspondía a los Macabeos coronar a un descendiente de Yehudá, en lugar de seguir ostentando el poder ellos mismos y sus hijos. No lo hicieron. Y perdieron. La independencia puede llegar a convertirse en un obsequio caro.
Los Jashmonaím desaparecieron, pero no el espíritu con el que inspiraron al pueblo. Este supo recordar por siempre que no hay enemigo imposible de superar, siempre que exista la convicción de hacerlo.
Una vez recuperada la soberanía del país, correspondía a los Macabeos coronar a un descendiente de Yehudá, en lugar de seguir ostentando el poder ellos mismos y sus hijos. No lo hicieron. Y perdieron
Las velas se encienden Ish Uvetó, cada persona y su hogar. No alcanza con encenderlas en la sinagoga. El Judaísmo se mantiene por los hogares y familias judías. Si no hay luz en los hogares, no podemos esperar respeto por nuestra forma de ser de quienes están “afuera”. No desprecies el valor de tu hogar. Quienes cumplen con la mitzvá de manera especial (Mehadrin), encienden una vela por cada miembro de la familia. Que cada individuo, aunque esté solo, sea un portador que pueda llevar adelante el espíritu de los Jashmonaím y mantener viva la luz y la llama de la Torá.
Maalin baKodesh (“se suma una luz”) día a día, agregando velas durante los ocho días. Es menester crecer y no contentarse con lo que se logró. La idea es que cada vez esté más claro y más iluminado. Se coloca la janukiyá en la puerta de la casa con orgullo, para que la iluminación sea vista desde afuera.
Es indispensable destacar un punto: que el aceite sea puro. Aunque fuese una jarrita, que tenga el sello del Cohen Gadol. Frente a las ideas ajenas del enemigo, el poco “aceite” que había quedado puro, es decir los ideales eternos de la Torá, no podría mezclarse con ninguna cultura. Si el hogar mantiene puro el aceite, entonces la luz también será pura. Las pequeñas llamas de Janucá podrán vencer la profunda oscuridad de afuera, y se irán sumando día a día para completar la janukiyá.
*Adaptado de los escritos del Rab Sh. R. Hirsch.
Fuente: elreloj.com.
Versión NMI.