Ver más resultados...
Caroline Glick*
M ientras el secretario de Estado Rex Tillerson era destituido, sus suposiciones básicas sobre el conflicto palestino con Israel —compartidas por todo el establecimiento de política internacional en Washington— literalmente estallaban por los aires en Gaza.
Esa mañana del 13 de marzo, el convoy del primer ministro de la Autoridad Palestina, Rami Hamdala, fue blanco de una bomba colocada a un lado de la vía durante su visita oficial a la Franja controlada por Hamás. Hamdala estaba en Gaza para inaugurar una instalación de tratamiento de aguas residuales financiada por el Banco Mundial. La construcción de esa planta fue aprobada hace 14 años, pero el conflicto entre Hamás, que tiene el poder en Gaza, y al-Fatah, la facción gobernante de la OLP que controla la Autoridad Palestina, impidió su operación una y otra vez. Esta instalación ha sido desde hace tiempo un monumento a la incompetencia del liderazgo palestino, y a su indiferencia ante las dificultades que enfrenta el pueblo al que supuestamente sirve. Mientras la planta se cubría de polvo, Gaza se sumergía más y más en una crisis de agua.
Gaza sufre dos problemas hidrológicos: insuficiente agua subterránea, y masiva contaminación del suministro debido a la falta de plantas de tratamiento. El agua sin tratar se descarga directamente al Mar Mediterráneo, y luego se filtra en las aguas subterráneas. Los contaminados acuíferos de Gaza producen solo una cuarta parte de los requerimientos, y el 97% de esas fuentes no son aptas para el consumo humano.
Se suponía que la visita de Hamdala iba a mostrar que el acuerdo de unidad entre al-Fatah y Hamás del año pasado, mediado por Egipto, estaba finalmente permitiendo que solucionaran los requerimientos humanitarios de Gaza. Pero entonces el convoy fue atacado, y toda la charada sobre la capacidad y responsabilidad palestinas pasó a mejor vida.
Más tarde ese mismo día, la Casa Blanca llevó a cabo una cumbre sobre el Medio Oriente. Con el liderazgo de Jared Kushner, yerno del presidente Trump, junto a Jason Greenblatt, su principal negociador, funcionarios israelíes se sentaron por primera vez a la misma mesa con sus contrapartes de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes, Bahrein, Omán y Catar. También asistieron representantes de Egipto y Jordania, con quienes Israel mantiene relaciones diplomáticas, así como funcionarios europeos y canadienses. Aunque estaban invitados, los palestinos prefirieron boicotear la conferencia. Este boicot fue revelador. La AP afirmó que lo hacía en retaliación por el reconocimiento de Jerusalén como capital de Israel, y por el plan de Trump de mudar allí la embajada de EEUU. Pero esto no justifica el desaire; el propósito de la cumbre no era alcanzar un “acuerdo definitivo”, sino formular un procedimiento para enfrentar la crisis humanitaria de Gaza. Los palestinos boicotearon una cumbre cuyo único propósito era ayudarlos. Como observa el comentarista palestino Bassam Tawil, este boicot, aunque terrible, no fue sorprendente.
La cumbre fue una amenaza para ambas facciones palestinas. Mostró que la administración Trump, a la que tanto al-Fatah como Hamás odian apasionadamente, se preocupa más por los palestinos que ellos mismos. La crisis de Gaza es por completo consecuencia de las acciones de Hamás y al-Fatah. Por ejemplo, en lugar de trabajar por la descontaminación del agua de Gaza, durante el último año la AP le impuso sanciones económicas a la Franja, supuestamente para inducir a su población a rebelarse contra Hamás. Pero el poder de ese grupo terrorista permanece indiscutido mientras sigue recibiendo abundante dinero y armas de Catar, Turquía e Irán. Como señala Tawil, Hamás y al-Fatah están dispuestos a seguir luchando entre sí hasta la muerte del último palestino de Gaza.
La conferencia de Washington demostró que el ataque a Hamdala no fue un acto caprichoso, sino emblemático de la obsesión del liderazgo de al-Fatah y Hamás por su propio poder, en detrimento del pueblo al que afirman representar.
Los acontecimientos en Gaza y la Casa Blanca enseñan dos cosas importantes. Primero, que el principal obstáculo para la paz y la estabilidad regional en el Medio Oriente es el liderazgo palestino, tanto de Hamás como de al-Fatah. La AP no solo se negó a formar parte de una cumbre dedicada exclusivamente a ayudar a los palestinos, sino que ese mismo día su emisora de radio reportó que esa organización se prepara para introducir una querella contra Trump en la Corte Penal Internacional por haber reconocido a Jerusalén, y además va a demandar al primer ministro Benjamín Netanyahu y al ministro de Defensa Avigdor Lieberman por “crímenes contra el pueblo palestino”.
La segunda lección de la cumbre fue que, aunque la AP es el principal obstáculo para la paz y la estabilidad, es fácilmente superable. La conferencia fue un triunfo diplomático para la administración Trump. Por primera vez, representantes oficiales de cinco Estados árabes que no tienen relaciones con Israel se sentaron públicamente con delegados israelíes en la Casa Blanca. Se reunieron por su preocupación común por los palestinos de Gaza, y por la inestabilidad que las dificultades que ellos padecen podría generar.
Aunque aún no se sabe si lo discutido en la conferencia se trasformará en mejoras sobre el terreno, la cumbre misma fue un logro concreto. Demostró que los árabes están dispuestos a hacer a un lado a los palestinos para trabajar con Israel. El hecho de que estaba destinada a ayudar a los palestinos sirvió para tornar a la AP, de socio esencial en cualquier acuerdo de paz, en una irritante irrelevancia.
Y esto nos lleva a Tillerson y al establecimiento de política internacional cuyas posiciones él representaba. Durante sus 14 meses en el cargo, Tillerson insistió en mantener la noción de que la AP es el principio y el fin de los esfuerzos por la paz en el Medio Oriente. Esta visión impulsó a las sucesivas administraciones de EEUU a continuar apoyando a la AP, a pesar de su promoción del terrorismo y su negativa a aceptar —o siquiera responder— a cualquier oferta de paz, tanto de Israel como de EEUU. La creencia de que no puede haber paz sin al-Fatah convenció a los sucesivos gobiernos estadounidenses de vertir miles de millones de dólares en el agujero negro de las finanzas de la AP. Desde que se inició el proceso de paz en 1993, los palestinos han recibido más fondos internacionales per capita que ninguna otra nación sobre la Tierra en toda la historia; pero lo único que han producido es un Estado terrorista empobrecido y lleno de aguas negras en Gaza, y un núcleo de yijadismo en Judea y Samaria, el cual estallaría violentamente si Israel no controlase la seguridad.
La idea de que EEUU necesita a la OLP y su Autoridad Palestina para lograr la paz le ha otorgado al liderazgo palestino un veto efectivo sobre cualquier política de EEUU hacia Israel y el proceso de paz. La decisión de Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel, y mudar su embajada, representa la primera vez desde Bill Clinton en que un líder estadounidense se atreve a rechazar el veto palestino.
Tillerson apoyaba mantener ese veto, por lo que se oponía abiertamente a Trump. En junio pasado, en un esfuerzo por mantener el financiamiento estadounidense a la AP —a pesar de que el 7% de esos fondos se usan para pagar los salarios de los terroristas que están en prisiones israelíes, y a sus familias—, mintió al Comité de Relaciones Exteriores del Senado, al decir que la AP había aceptado detener esos pagos. Después de que los propios palestinos negaran esa afirmación, él solo se retractó parcialmente. Pero de hecho, la AP aumentó esos desembolsos de 347 a 403 millones de dólares entre 2016 y 2017. En otras palabras, Tillerson está tan comprometido con la idea de que no puede haber paz sin la AP que engañó deliberadamente a los legisladores de su país.
El gobierno de Trump insiste en que está casi listo para presentar un plan de paz para los palestinos e Israel. Sin importar lo que disponga ese plan, los pasos que ha tomado la administración —la cumbre, la decisión sobre Jerusalén, y la determinación de firmar la Ley “Taylor Force” para suspender el apoyo a la AP si esta sigue financiando a los terroristas— han hecho avanzar la causa de la paz más de lo que cualquier propuesta estadounidense ha hecho jamás y probablemente hará.
*Columnista y escritora, experta en política y diplomacia del Medio Oriente.
Fuente: www.breitbart.com. Traducción y versión NMI.
Mientras el secretario de Estado Rex Tillerson era destituido, sus suposiciones básicas sobre el conflicto palestino con Israel —compartidas por todo el establecimiento de política internacional en Washington— literalmente estallaban por los aires en Gaza.