Entrados cinco meses en la guerra de Israel contra Hamás, resulta evidente que el ataque del 7 octubre de 2023 tenía como objetivo conseguir lo que vive hoy Israel, dentro de sus fronteras y afuera: un desgaste obligado.
Es más que evidente que un ataque de las características y dimensiones de las del 7 de octubre, cuyo saldo de víctimas ese día pudo haber sido incluso mayor, no iba a destruir el Estado de Israel; iba a desatar una fuerte respuesta en represalia y para evitar futuras acciones similares, con el inevitable saldo de civiles que caerían víctimas de las acciones militares israelíes al ser utilizadas, de manera calculada, instalaciones y personas como escudos. Esta estrategia y sus resultados buscan —y logran— presentar a Israel como un cruel agresor. En poco tiempo y unas tantas fotos después, se olvida qué pasó el 7 de octubre, y el tema de los rehenes en Gaza pasa a un segundo o tercer plano en la agenda de muchos.
Israel no logra rescatar a sus secuestrados. No hay manera de negociar con Hamás. No se puede negociar en forma directa. Las terceras partes negocian con personeros de Hamás que no tienen la última palabra y, para rematar, nadie sabe dónde están los secuestrados, quiénes los tienen, y si viven o han perecido. Esta dinámica destroza los nervios de todos en Israel, empezando por los desesperados familiares que no tienen a quién acudir salvo al gobierno, que no tiene en sus manos la solución. Esto debilita al gobierno y lo coloca en una desventajosa posición en cada oportunidad de intentar negociar la liberación de quienes fueron raptados cruelmente.
Una de las constantes manifestaciones de familiares de los rehenes secuestrados en Gaza
(Foto: Reuters)
Deponer a Hamás no ha sido fácil. Un enemigo que ve la muerte como la victoria y la destrucción como un logro, es alguien que no se doblega y no se rinde. Israel no encuentra a los jefes de Hamás y todos, dentro y fuera de Israel, se desesperan. Occidente se cansa de lo que pasa en Gaza, de las víctimas civiles, de la hambruna provocada. Como no tiene otro a quién emplazar, emplaza a Israel. En un año electoral para Estados Unidos, Israel y su primer ministro tienen a su principal aliado en una posición que compromete. No hay duda de que este escenario fue previsto y provocado con el ataque del 7 de octubre.
Los palestinos, empoderados, asoman la posibilidad de declarar un Estado independiente, como si esa fuera la solución de lo que se vive. Se le pide a Israel que esboce un plan para el día después, sin que se tenga claro qué ha de suceder el día anterior. La inevitable crisis humanitaria obliga a muchos a solicitar ayuda para los palestinos a sabiendas de que, si la misma es administrada por Hamás, no llegará a su destino final. No importa. Lidiar con Hamás es imposible, y si alguien debe sufrir las consecuencias, es Israel. Mala suerte.
El norte de Israel se ha vaciado; todos los días caen allí cohetes lanzados por Hezbolá impunemente. A nadie fuera de Israel le importan las decenas de miles de desplazados que han abandonado sus casas y viven errantes. Mientras haya operaciones en Gaza, el frente norte seguirá en esto: desgastando a Israel. Nadie quiere una andanada de cohetes sobre Israel, ni la represalia sobre un Líbano víctima de sus grupos irregulares. Entonces sigue la dinámica de cohetes sobre Israel todos los días, y reacciones muy ponderadas, paños calientes que van calentando el ya tenso ambiente.
Preocupa que la larga guerra se llegue a “ucranizar”, que tengamos todos los días un parte noticioso de guerra tan regular como el del clima. Israel nunca ha tenido guerras tan largas desde la de su independencia
Los nervios a flor de piel, en todos los sectores de la sociedad israelí, no son para nada tranquilizados con el intenso debate interno de los políticos enfrentados unos a otros aun en medio de una guerra larga y complicada. A veces, y aunque resulte increíble, el tema de la guerra en Gaza pasa a un segundo plano. Se habla de adelantar elecciones, se trae a los titulares una investigación muy delicada respecto a la desgracia de Merón cuando murieron decenas de personas en una exagerada concentración hace tres años, se discute la ley de alistamiento militar expresando opiniones y conceptos que dividen y no unen. Al clima de tensión se une el dolor diario de quienes caen en combate: jovencitos en la flor de la vida, padres de familia que dejan viudas, huérfanos y familias amargadas. Preocupa que la larga guerra se llegue a “ucranizar”, que tengamos todos los días un parte noticioso de guerra tan regular como el del clima. Israel nunca ha tenido guerras tan largas desde la de su independencia.
Justo cuando se necesita más unión y solidaridad, se tiene mucha división. Los canales de radio, televisión y sus paneles permanentes de comentaristas e invitados, además de la prensa, en un país de plena liberad de expresión, convierten la guerra y sus acontecimientos en una especie de maratónico reality show.
Israel ha de salir victorioso y fortalecido. Son momentos muy difíciles. Este desgaste obligado es parte de la iniciativa brutal del 7 de octubre. Victoria obligada ante el desgaste obligado…y planificado