Israel, uno de los primeros países en cerrar sus fronteras e imponer fuertes restricciones por el coronavirus, se enfrenta hoy a una violenta segunda oleada, consecuencia de una desescalada que expertos consideran fue apresurada y antes de tiempo
A finales de febrero, apenas se empezaban a detectar los primeros casos en el país, el gobierno israelí se apresuró a tomar medidas severas para evitar la propagación de una pandemia que, hasta ese momento, azotaba principalmente al este de Asia e Italia.
Primero fue la imposición de cuarentena obligatoria para quienes regresaban de determinados países, luego el cierre de escuelas y universidades, y poco después el cierre casi total de sus fronteras.
El 16 de marzo, cuando registraba tan solo 277 contagios y ninguna muerte, Israel ya había cerrado bares, restaurantes, centros comerciales, hoteles y otros comercios no esenciales. Las reuniones públicas se limitaban a un máximo de diez personas, la actividad educativa era completamente virtual y los servicios de inteligencia recibieron poderes especiales para rastrear a los ciudadanos infectados y evitar más contagios.
Una ambulancia de Maguén David Adom (Estrella de David Roja) dotada de una unidad de terapia intensiva
(Foto: Maguén David Adom)
Así, el mundo fue viendo con asombro cómo Israel aplanaba una curva que apenas se llegó a formar, con decisiones drásticas, para algunos exageradas, y dejando las preocupaciones económicas en segundo plano. Ese asombro continuó cuando el país comenzó, a mediados de abril, una rápida vuelta a la normalidad pos-Covid-19, en la que la pandemia se convirtió, en menos de dos meses, en casi un mal recuerdo del pasado.
Y la sorpresa se reavivó en la última semana, cuando Israel volvió a destacarse en los gráficos sobre el avance de la pandemia en el mundo, pero ya no por el aplanamiento de la curva sino por el crecimiento exponencial en la cantidad de casos diarios.
Mientras en mayo apenas se registraban nuevos contagios —menos de cien al día—, la segunda quincena de junio marcó un aumento incesante que llevó a los 1138 nuevos casos al día el pasado 2 de julio.
¿Cómo se explica esto? Según los expertos, se debe a una desescalada demasiado rápida y demasiado temprana.
El 19 de abril, cuando con unos nueve millones de habitantes registraba 171 muertos por el virus y poco más de 13.000 infectados, Israel dio por terminada la peor fase de la pandemia. Durante el siguiente mes, período en el cual las víctimas mortales aumentaron en poco más de 100 y los contagios en unos 3000, reabrieron gradualmente los comercios a la calle, centros comerciales y gimnasios, la gente volvió —masivamente— a broncearse en las playas, los niños retornaron a la escuela y los fieles pudieron nuevamente rezar en el interior de sinagogas, iglesias y mezquitas.
Hasta aquí, una historia de éxito con todas las letras, un caso modelo.
Hoy, sin embargo, el panorama es otro. Más de 30.000 casos, cerca de la mitad activos y casi 100 en estado grave. Miles de contagios en los últimos días, incluso superando la barrera del millar diario, algo que no había sucedido durante el primer pico. La vida, mientras tanto, continúa con normalidad, las mascarillas, en su mayoría, se siguen llevando en la barbillas y, aunque las fronteras siguen cerradas, las familias aprovechan las vacaciones escolares para viajar por el país.
En una declaración hoy durante una reunión de gabinete, el propio primer ministro, Benjamín Netanyahu, alertó que, de no detenerse rápidamente la propagación del virus, el sistema de salud se podría ver paralizado y no quedaría más alternativa que tomar medidas extremas.
Presión política, dicen algunos que fue lo que pasó; otros lo catalogan como un exceso de confianza, y muchos enfatizan que el gobierno cedió frente a las presiones de un público ahogado por la falta de trabajo, con cifras de desempleo que subieron de un 3% en febrero a casi un 25% a fines de abril. Israel, tanto su gobierno como su población, se relajó hasta el punto de observar pasivamente cómo se adentraba en una segunda oleada que, según los expertos, ya está fuera de control.
«Abrimos demasiado rápido», reconoció hoy el vicedirector del Ministerio de Salud, Itamar Grotto, en una entrevista con la radio del Ejército, mientras desde el gobierno parecen estar preparando a la población para la vuelta a las restricciones, que comenzaron a implementarse en los últimos días con algunas limitaciones a reuniones sociales.
«Considerando la cantidad de infectados, el hecho de que están dispersos por todo el país y el que no sepamos donde están los focos de contagio actualmente, ya no podemos controlarlo», confesó ayer 5 de julio Eli Waxman, líder de un panel de expertos que asesora al gobierno.
Según explicaron expertos, si continúa la tendencia actual el país podría tener unos 800 casos severos en tan solo tres semanas y la cifra de muertos, actualmente en 332, podría multiplicarse rápidamente.
Algunos son optimistas sobre la posibilidad de revertir la situación, otros temen que ya sea demasiado tarde, pero todos coinciden en la necesidad de no repetir los errores de los últimos meses: no levantar restricciones tan rápido (principalmente la vuelta a clases), no desoír a los expertos, y no dejarse llevar por presiones políticas o económicas.
Fuente: EFE y Aurora.
Reimpuestas restricciones
El gobierno israelí anunció este lunes un nuevo cierre obligatorio de gimnasios y piscinas, así como límites en el número de personas en sinagogas, restaurantes y otros lugares. Las medidas deben ser aceleradas por la Knesset, y son esencialmente un retorno a algunas de las restricciones que se habían implementado durante la primera ola de la pandemia de coronavirus.
El número de personas que visiten restaurantes ahora se limitará a 20 en interiores y 30 en exteriores; el número de fieles que asistan a los servicios de oración tendrá un límite de 19, y el número de pasajeros en los autobuses no debe exceder de 20. Los campamentos de verano también se cancelarán.
Con información de Israel Hayom. Traducción NMI.