Ver más resultados...
Esther Benayoun de Benhamou
L uego de estar —consciente e inconscientemente— posponiendo llamadas a familiares que están lejos, te ves por fin, y gracias a Dios, en el siguiente escenario.
Conferencia por Skype. Video semi-borroso. Sonrisa forzada y deseo de que estas imperfecciones hagan que del otro lado de la pantalla concluyan que estamos bien donde estamos. Porque parece ser que el lugar se ha convertido en tan importante, que puede dar una calificación binaria al balance personal. Buenos augurios de un lado y del otro. ¡Shaná Tová! Que por fin veamos la boda de este y el bebé del otro. Que estemos juntos.
Un silencio estruendoso entrecorta la conversación. Parece ser que casi nadie cree estar donde pertenece, y casi nadie cree pertenecer donde está. Previsiones para huracán de un lado, inseguridad del otro. Dificultad de adaptación de un lado, incertidumbre por el otro. Planes muy certeros que se intersectan con decisiones precipitadas.
El tema se convirtió en el postre semi-amargo de cada reunión familiar. Mientras tanto, para muchos, el saber de cada persona que planea salir hace mover sus placas tectónicas. Para cada familia hay circunstancias distintas y no para todos está todo tan claro.
Una historia de comunidad hace querer atornillarnos más en esta tierra de gracia que a muchos nos vio nacer y que erigió en sus cimientos lugares como sinagogas, colegios, centro comunitario, que sentimos como hogar. Aquí o allá buscamos constantes en nuestra vida que hagan reducir las variables, para sentirnos más serenos. Tarareamos una canción que fortalece nuestra fe.
Desempolvamos álbumes. Un regalo de tu enamorado, ahora tu esposo y padre de tus hijos. La miel de la manzana. El sonido del shofar reverberante. Sin embargo, aquí y allá, nos afecta la situación mundial. Por mejor que estemos, nos hace falta el bienestar de aquellos tiempos en los cuales familias compartían fiestas, cuando no había que esperar vacaciones para reencontrarse.
Como cereza de la torta, siempre te preguntan: ¿Por qué no viajas a ver a tus seres queridos? O la familia de afuera: ¿Cuánto tiempo más van a estar allá? Y nosotros a ellos: ¿Ya te adaptaste? Como si fuera tan fácil olvidar un bagaje que te recuerda cuánto extrañas. Todas esas preguntas, por mejor intencionadas que estén, hacen volver a cuestionar si la decisión es la mejor. Es esa presión social que en momentos de mayor presión está presente y hace todo menos ayudar.
La finalidad principal de Rosh Hashaná es reconocer a Hashem como el rey del universo. No es casualidad que, en los tiempos que se viven, vemos cómo Él manda y ordena el mundo, los gobernantes, la naturaleza, tantas cosas.
Él reina, sin embargo quedan en nuestras manos muchas cosas por hacer, sobre todo las que tienen que ver con nuestra conexión con Él. Por alguna buena razón, vemos mucho ahavat Israel. Enviar un mensaje, y a los pocos segundos encontramos para quién diseñó Hashem aquella medicina y por cuántas manos bondadosas tendría que pasar para llegar al usuario definitivo.
Para quién iba a ser esa comida caliente, cuál morá iba a enseñar a esos niños. Asimismo, el carácter difícil de esta época ha hecho que pensemos en nuestros planes propios. No sabemos lo que vendrá. Lo que tampoco sabemos es cuán útiles podemos ser. Cuánto las instituciones necesitan ayuda. Cuándo podemos ser voluntarios, derribando zonas de confort, en esta y en otras fronteras. Cuánto, en un momento de oscuridad, la luz puede iluminar.
Tratemos, al hablar a los demás, de ubicarnos en su realidad. Aunque no la sabemos, cada persona tiene su situación, que trata de maquillar lo mejor que puede. Y podemos hacérsela ver más fácil o también más difícil.
Estos tiempos que nos sacuden nos instan a reflexionar. La comunidad ve “movidas sus bases” por cada integrante que piensa en irse siquiera a “probar”. Cuando asistes al rezo de Rosh Hashaná, sentado desde tu lugar fijo, escuchas la tonada que te da ese suelo que tanto deseas sentir. Aunque no está tu compañero de silla, te enfocas en lo que sí está presente. Sin saber cuáles son las decisiones que estás pronto a tomar, reconoces una vez más que Hashem es quien maneja el universo. Que la dosis de emuná que nos provee Dios es la del día en curso.
Vivimos tiempos de Mashíaj. Dios nos pone a pensar en fast forward. Reconozcámoslo como rey del universo, como el que mejor maneja nuestro timing, como el que trae la calma después de la tempestad, iluminando con un sol más radiante aún que antes de la tormenta.
Lo que tenemos es muy valioso. Valoremos mientras tanto nuestro mayor activo: esta comunidad. La posibilidad que tenemos de realizar mitzvot como kashrut, la educación de los hijos, la pureza familiar, los cánticos de las altas festividades, la cantidad de cosas en común con los correligionarios, el jésed, la fusión “ashkefardí”, el mantener los modales aunque la crisis a veces nos aproxima a lo contrario, expandir nuestros niveles de resiliencia, son algunas de las cosas que a veces no sabemos cómo explicar a los familiares como lista de los pros por los cuales permanecemos aquí.
Cuando estés en Skype, hazle ver a la otra persona que la felicidad no depende del lugar, que tiene relación con lo que Hashem ha destinado para nosotros, y que tenemos una misión especial en ese sitio; que cada familia es un mundo, que si unos se fueron y otros se quedaron fue porque era por su bien irse y para los demás quedarse. Que rezaremos por ellos y por nosotros, que Hashem, que es coronado en estos días de Rosh Hashaná como el rey del mundo, decretará un año tan dulce como la miel.