Vemos cómo en diferentes partes del mundo de se desatan los demonios, sentimientos malévolos donde la judeofobia siempre está de primera en la lista, seguida de expresiones racistas, xenófobas o de otro tinte, que denotan que a pasar de lo vivido por la humanidad en las dos guerras mundiales del siglo XX, la pandemia y la invasión rusa a Ucrania, alegando que este país está liderado por los nazis, nos da a entender que el ser humano está muy lejos de aprender de dichas terribles experiencias para redireccionar su conducta en búsqueda de una época de estabilidad universal.
Los dos polos de poder cada vez se alejan más, con la visiones de mundos radicalmente diferentes, que hacen difícil mas no imposible poder, por lo menos, parar la locura de una guerra fratricida que puede desembocar en otro diluvio universal, pero esta vez no será de agua sino de misiles hipersónicos que llevan muchas ojivas nucleares, difíciles de interceptar todas a la vez.
Es decir, estamos preparándonos para la hecatombe por posturas ideológicas, en donde el ser humano está en segundo plano.
Hoy leí que se le ha pedido al papa Francisco que convoque una reunión en la que el pontífice juegue un papel conciliador de las posturas en juego, y la verdad ojalá que esa reunión pudiera darse y terminar esta guerra infernal de una buena vez, que ha dejado un saldo lamentable de víctimas fatales, más de seis millones de desplazados, un país destruido y un impacto energético mundial por la dependencia europea del gas y combustible de la Federación Rusa.
Por si esto fuera poco, tenemos a Corea del Norte lanzando misiles de prueba como si fuera un juego de Play Station; la verdad, es la locura total, con armas de destrucción masiva en manos de desequilibrados.
Bueno, esta primera parte está dedicada al odio universal, donde un bloque del mundo acusa al otro de imperialista, de querer apoderarse de las riquezas de otros, de querer imponer su poder hegemónico, y si uno se pone a detallar la realidad, se da cuenta que es justamente al revés: los que acusan se autodefinen perfectamente, al igual que cuando dicen que Israel es un Estado de apartheid, a contrapelo de una realidad del tamaño de una catedral, en la que Israel se ha caracterizado por la coexistencia, por el respeto hacia el otro sin importar su fe, condición social, orientación ideológica o sexual, o color de piel. No sé si algún otro país del Medio Oriente pueda decir lo mismo.
En un mundo conflictivo, confuso, surrealista, bombardeado por la imposición de posturas falsas, tratando de implantar en la siquis de la sociedad una mentira repetida miles de veces y potenciada en las redes sociales, debemos tener suma precaución y cautela, por lo que la preparación, estudio y cultura es fundamental.
El caos puede estar a la vuelta de la esquina, pero cuando uno ve que un rapero emite conceptos antisemitas, racistas y todos sus patrocinadores le revocan de inmediato el contrato que los unía, o no pasan las entrevistas promocionales de ese individuo desequilibrado que ahora dice que es bipolar, a uno le entra un fresquito, porque aquí se ve cómo debería actuar toda la sociedad ante semejantes posturas. El odio hacia otros por su fe, condición social, raza u orientación ideológica o sexual es inaceptable y debe tener una condena general.
Los supremacistas blancos, los supremacistas negros, los radicales islámicos o los neonazis, no pueden jamás llevarnos a una confrontación fratricida. Estamos obligados como familia humana a denunciarlos, aislarlos y enjuiciarlos si fuere el caso, basados en las leyes de odio, como la que existe en Venezuela y se aplicó en estos días por un hecho que se hizo viral, cuando un sujeto festejó su cumpleaños en un reconocido restaurante de la capital ataviado con indumentaria militar, soplando una torta con la cara de Hitler, haciendo el saludo nazi y, para empeorar su situación legal, le achacó tan degradante circunstancia a su hija de 15 años que le compró la torta, alegando que a su padre le gustaban “las películas antiguas”. Me hace pensar en aquella famosa frase de Miguel de Cervantes en su personaje de Don Quijote: “Cosas veredes, Sancho”.