Esta guerra entre Israel y Hamás que estalló el 7 de octubre de 2023, y que se libra en siete frentes bélicos simultáneamente, tiene demasiadas novedades. Las inéditas circunstancias de un conflicto entre partes desiguales no solo en lo militar, sino también en todo lo referente a ideologías y formas de ver la vida; es, de lejos, una guerra de civilizaciones en muchos aspectos. Quizá el término civilización queda grande en este contexto.
Se trata de un enfrentamiento no convencional. Es un país que encaja dentro del orden aceptado de las naciones, contra huestes criminalizadas pero impunes apoyadas por regímenes condenados pero tolerados. Es un terreno confuso y que confunde, con demasiadas víctimas civiles y antipáticos daños colaterales que resultan imposibles de evitar. Es un drama mayor de nuestros días, incomprensible, difícil de superar por los medios convencionales que tuvieron éxito relativo o parcial en el pasado.
Pero existen antecedentes históricos que pudieran ilustrar. Cuando Neville Chamberlain pactó con Hitler, Winston Churchill se atrevió a desafiarlo en medio de la euforia temprana del primero. Le reclamó haber elegido el apaciguamiento de la bestia nazi antes que la disuasión, y por ello vaticinó con fría precisión que a Gran Bretaña y al mundo les tocaría pagar con sangre, sudor y lágrimas. Así fue. Y por supuesto la mayor cantidad derramada, absoluta y proporcional, de tales fluidos, correspondió a los judíos. Una vez más, lamentablemente no la última en la historia.
Al intentar apaciguar a los grupos terroristas solo se logró desatar mayor violencia en el Medio Oriente
(Foto: AP)
A las pocas horas del 7 de octubre de 2023, un mundo conmocionado por los acontecimientos pudo observar la afirmación o advertencia del presidente Joe Biden en su visita al Medio Oriente. Muchos la tomaron como una muestra de poder y disciplina tendiente a restaurar un orden perdido, a evitar que las cosas fueran a más, y eso que ya habían ido muy lejos. Su célebre expresión don’t fue entendida por unos como una severa reprimenda que acarrearía consecuencias inmediatas, por otros como una muestra de solidaridad con la víctima de turno. En un momento tan duro, los israelíes lo tomaron como una sincera muestra de apoyo y solidaridad. Y no debiera caber duda de que las intenciones del presidente norteamericano eran evitar que el conflicto escalara, que se liberara a los rehenes y que, de una u otra forma, imperara el sentido común de todos los involucrados. No fue así.
Con más de cuatrocientos días de guerra y muerte, hay cien secuestrados sin fe de vida que son reclamados, llorados y exigidos por sus familiares. Un Medio Oriente desdibujado completamente. Cuando se escribe esta nota, y valga la mención, no se sabe a ciencia cierta qué pasa en Siria, quién asume el poder ni qué tendencia tendrán los que parece que se harán cargo del sufrido país.
Joe Biden apostó a la carta del apaciguamiento y no de la disuasión. De buena fe, no impuso plazos, no adelantó acciones ni sanciones. Optó por confiar en el buen juicio y la lógica de sobrevivencia de los involucrados, quizás asumiendo que su razonamiento sería compartido y entendido. Evitar una expansión del conflicto y de las hostilidades, mantener cierto estatus quo con modificaciones hasta menores, parecía una estrategia inteligente si hubiese sido aceptada y entendida. No fue así.
Lo cierto y comprobado del caso es que la política del apaciguamiento no ha funcionado. Las partes en conflicto se han sentido muy libres de escalar en violencia, algunos pagando con su propia destrucción
A diferencia de Joe Biden, el presidente electo de los Estados Unidos de América, Donald Trump, ha prometido el infierno al Medio Oriente en caso de que los rehenes no sean liberados antes de su toma de posesión el 20 de enero de 2025. Esta retórica, lejos de basarse en el apaciguamiento, se apoya en el teórico poder de disuasión de la primea potencia del mundo. No se pueden señalar avances muy concretos, pero sí cierta disposición a renovar negociaciones para liberar rehenes y algún que otro avance, por ahora sin resultados significativos.
Lo cierto y comprobado del caso es que la política del apaciguamiento no ha funcionado. Las partes en conflicto se han sentido muy libres de escalar en violencia, algunos pagando con su propia destrucción. No estamos seguros si la disuasión vaya a funcionar, si el temor a algo peor resulte en alguna motivación para cesar el conflicto o al menos bajar su intensidad. Pero sí sabemos que el apaciguamiento no ha funcionado.
Lo triste de todo es que en pleno siglo XXI vivamos esta situación, que además se vive en vivo y en directo por los más avanzados medios de comunicación, sin censura y sin vergüenza, con expectativas muy limitadas y con daños irreversibles en todos los aspectos. Los materiales, los sicológicos.No se entendió el don’t de Joe Biden. El infierno que asoma Donald Trump ya se ha degustado con creces. Del don’t al infierno, el trecho no parece muy largo… cuidado si no existe.