Hay que reconocérselo a Hamás. Como demostraron los eventos de la semana pasada en Gaza, esta organización terrorista, comprometida con la destrucción de Israel, aún puede manipular a los medios para que demonicen al Estado judío por las acciones legítimas que lleva a cabo para defenderse.
La fórmula de cuatro pasos de Hamás para el éxito ya resulta familiar. Primero, consigue un medio que sea mayormente hostil a Israel, simplemente ignorante o ambas cosas, para que desconozca los objetivos genocidas de Hamás y lo excuse por sus actividades terroristas. Segundo, coloca civiles palestinos en medio del peligro. Tercero, obliga a Israel, mientras se defiende, a matar a algunos de esos civiles. Y cuarto, cuenta con que los mismos medios hostiles e ignorantes culparán a Israel por esas muertes.
En Gaza, el paso uno comenzó hace aproximadamente dos meses. Hamás convocó a decenas de miles de palestinos a formar parte cada semana de unas “marchas del retorno”, lo que quiere decir inundar a Israel con millones de descendientes de los refugiados palestinos de la Guerra de Independencia (guerra que iniciaron cinco naciones árabes con la promesa de “echar a los judíos al mar”).
Estas marchas culminarían a mediados de mayo en el “Día de la Nakba”, que los palestinos conmemoran cada año para recordar la “catástrofe” de la creación de Israel. A los “manifestantes” se les indicó que echaran abajo la cerca de seguridad que separa a Gaza de Israel, un peligro evidente para todos los que viven en las comunidades judías ubicadas a tan solo unos cientos de metros de distancia. Yahya Sinwar, líder de Hamás en Gaza, no podría haber hablado más claramente sobre sus fines: “Tomaremos la frontera y les sacaremos los corazones de sus cuerpos”.
Pero cuando miles de palestinos se presentaron para lograr su criminal objetivo, los medios estaban decididos a contar otra historia. Los reportes insistían en que la marcha era “contra la ocupación” y “para pedir ayuda humanitaria”. Ese sinsentido continuó incluso mientras los vándalos que participaban en la macha destruían la mismísima infraestructura que le permite a Israel enviar alimentos, medicinas y otros suministros a Gaza.
La semana pasada, la narrativa de los medios cambió. A pesar de toda la evidencia en contra, de repente se nos dijo que los motines de Gaza eran contra la inauguración de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén: “Las marchas por la mudanza de la embajada toman un giro violento”, decía un titular en el Washington Post, uno de tantos otros similares alrededor del globo.
Los medios también insistieron en que los tumultos habían sido protestas pacíficas, o “mayormente” pacíficas –sea lo que sea que ello signifique–. Aparentemente las granadas, cocteles molotov, cometas incendiarias, artefactos explosivos, pistolas y machetes no llegan al nivel de lo que para esos medios constituye violencia palestina. Mahmud Zahar, uno de los fundadores de Hamás, dijo que llamar a lo que sucedió en Gaza protestas pacíficas fue un claro engaño. En mensajes de Facebook, Hamás solicitaba a los participantes “traer un cuchillo, puñal o pistola”, e infiltró a sus propias fuerzas en la muchedumbre, listas y decididas a secuestrar y asesinar israelíes. No sorprende que estos hechos apenas hayan merecido mención en la cobertura noticiosa.
Con los medios jugando su juego, el escenario estaba listo para el segundo paso: poner a los palestinos en medio del peligro. Hamás empujó a las masas hacia la cerca, asegurándoles falsamente que los soldados israelíes estaban abandonando sus posiciones y que la barrera ya había sido traspasada.
El paso tres era inevitable. Una vez que los medios disuasivos no letales, desde volantes de advertencia hasta gases lacrimógenos, se agotaron, la única opción para el ejército israelí era simple: dejar que una turba violenta de miles de personas atravesara la cerca, exponiendo a las comunidades judías del área al riesgo de una matanza, o defender a esas comunidades con fuerza letal. Esa opción no era ni siquiera una opción.
El escenario estaba listo para el paso crítico: lograr que unos medios sesgados, casi siempre listos para creer lo peor sobre Israel, lo demonizaran. Al igual que los libelos de sangre de antaño, Israel fue falsamente acusado de haber perpetrado una masacre.
Ahora que este libelo contra Israel se ha difundido por el mundo, la verdad está empezando a hacerse camino. Un dirigente principal de Hamás dijo que 50 de los 62 muertos eran miembros de su organización. Esas cifran hacen que la operación militar que llevó a cabo Israel para detener a una masa violenta de miles de personas que intentaba infiltrarse por nuestra frontera, envuelta en una densa capa de humo, pueda calificarse como la acción más “quirúrgica” de la historia.
Aunque un periodista (Daniel Sugarman) y un miembro del Parlamento británico (Nick Boles) que se habían apresurado a condenar a Israel ya se han disculpado, es poco probable que otros los imiten. La mayoría de los trabajadores de los medios que constantemente hacen de Israel su objetivo no pensarán en el daño que causan. Pero deberían, porque al mismo tiempo que perjudican la reputación de mi país, el costo de su actitud se mide en vidas palestinas. Al demostrar a Hamás que los medios pueden ser manipulados una y otra vez, lo alientan a continuar empleando esta morbosa estrategia.
¿Cómo puede evitarse que esto suceda de nuevo? Hamás podría dejar de ser Hamás, pero eso es improbable; Israel podría dejar de defenderse, pero tal cosa nunca ocurrirá. Como ya se ha dicho: es mejor tener mala prensa que un buen discurso funeral.
Pero hay otra forma en que puede ponerse fin a esta despreciable práctica: dejar de demonizar a Israel por el hecho de defenderse. Al no suministrarle a Hamás la victoria de relaciones públicas que busca, los medios podrían hacer algo para salvar vidas palestinas inocentes, en lugar de ser cómplices de sus trágicas muertes.
*Embajador de Israel en Estados Unidos.
Fuente: The Washington Post. Traducción NMI.