Las últimas semanas han sido de particular violencia entre Israel y facciones palestinas. Desde Gaza, la amenaza siempre presente de una andanada de cohetes por parte de Hamás o de la Yijad Islámica, o de ambas. Desde el Líbano, la presencia amenazante de Hezbolá y sus bien apertrechadas huestes. Dentro de Israel, los ciudadanos árabes-israelíes, o los que tienen permiso de entrar y salir de los territorios, son impredecibles en un día de furia personal bien sea espontánea, alimentada o planificada. Y en las zonas bajo la administración de la Autoridad Nacional Palestina, se cobijan grupos de alta potencia de fuego y capacidad de elaboración de sofisticados atentados.
Los palestinos la tienen muy difícil. La estrategia de atentados y de cohetes que minen la determinación de Israel de sobrevivir no ha sido exitosa. Produce dolor, daños y la necesidad de acciones preventivas y punitivas, que conllevan a calentar los ya muy calientes ánimos. La propia división en facciones, en dos territorios con dos formas de gobierno enfrentadas, la de Ramala y la de Gaza, unidas solo en el deseo de enfrentar a Israel, no ayuda.
Israel, por su parte, no la tiene nada fácil. Se debate eternamente entre aplicar medidas duras contra los palestinos, sus facciones y sus gobiernos, u optar por una política de concesiones que generen confianza y bienestar, alguna sensación que permita entender a todos que no vale la pena acudir a la violencia y atenerse a sus consecuencias. Ninguna de las opciones ha dado resultados contundentes positivos. Uno que otro alivio temporal y pasajero, cuando más.
Esta historia sin final es deprimente y desconsoladora para las partes involucradas. Violencia permanente, siembra de odio, acciones y represalias. La raíz del problema reside en la postura intransigente de quienes no reconocen el derecho de los judíos a un Estado independiente, pero más grave es que no reconocen la realidad de su existencia.
En el pasado reciente, los acontecimientos entre Israel y sus vecinos, entre Israel y los palestinos, acaparaban titulares y la preocupación de los líderes de las naciones. Unas veces por motivaciones electorales locales, como quizás cuando Bill Clinton forzó Camp David 2000 a escasos meses de entregar la presidencia. Otras, para lograr un protagonismo que diera la influencia y estatus a algún dirigente de turno, fuera americano o europeo.
En la tercera década del siglo XXI, ha ocurrido una especie de difusión de eventos, de descentralización de acontecimientos. Ocurren muchos al mismo tiempo, son conocidos por todos en tiempo real, y causan preocupaciones locales antes que globales. En un mundo de convulsiones y noticias por todos lados, es más difícil que una de ellas logre despertar una desmedida atención, más aún si se trata de un conflicto largo y con conocidas intransigencias de las partes involucradas y sus afectos.
Al escribir esta nota está en pleno desarrollo el tema de Wagner y su eventual avance sobre Moscú. El tema de las negociaciones acerca del acuerdo nuclear con Irán y los acercamientos de algunos, como Arabia Saudita, al coloso persa. Las bolsas del mundo se resienten de una eventual recesión y subida de tasas de interés. China y Estados Unidos se retan en diversos escenarios. No es de extrañar que China no haya sucumbido a la eventual petición de Mahmud Abbas para asumir un rol más relevante respecto al conflicto palestino-israelí.
El lado positivo del desinterés en lo que sucede entre Israel y sus vecinos es en el sentido de que, quizás, obligue a las partes a entender que deben resolver sus disputas entre ellos mismos. No depender de terceros en forma tan evidente, y tener algo menos de intromisiones. Pero también sume a la región en una especie de abandono producto de un entendible cansancio, y deja a las partes a merced de sus profundas e insalvables fallas para entenderse.
El interés general sobre palestinos e israelíes tiende a decaer. De ser un tema de prioridad general, puede irse convirtiendo en uno particular, menos relevante para la mayoría de las naciones e igual de tóxico para las partes involucradas. Pero es imposible ser el ombligo del mundo por una eternidad.
Ojalá se logren resolver los conflictos particulares, y se llegue a un merecido y necesario bienestar general. No hay mucho optimismo al respecto.
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Excelente escrito, ésta es la realidad.