N o son secreto las crecientes afinidades que aproximan al primer ministro Benjamín Netanyahu con el presidente norteamericano Donald John Trump. Ambos coinciden en censurar y alejarse sin reservas de las directrices que Barack Obama se inclinó a promover durante los dos períodos de su estancia en la Casa Blanca. Además, tanto uno como el otro revelan afiebrada oposición al fundamentalismo musulmán y a países donde estas inclinaciones parecen encontrar encendidos adversarios de la cultura judeo-cristiana. Y en fin, ya se percibe una íntima afinidad personal e ideológica entre ambos, que acaso tiene origen en las respectivas experiencias personales y comerciales que los formaron antes de asumir responsabilidades políticas.
Circunstancias que previsiblemente conducirán a un diálogo fluido en el encuentro que se verificará en los próximos días en Washington. Anticipación que gana fuerza debido a las actitudes francamente agresivas que Irán ha adoptado en las últimas fechas. En estas circunstancias, no es aventurado anticipar que el diálogo entre los dos políticos pondrá las bases a un firme entendimiento personal e ideológico que gravitará en el Medio Oriente y en el devenir de las relaciones entre Jerusalén y Washington. En estas circunstancias, es verosímil que amplios grupos de la opinión pública israelí festejarán este hecho. Sin embargo, juzgo que no ocurrirá nada similar en los pobladores de las “dos diásporas”.
Aclaro de inmediato el uso plural del término. Amplios estudios –además de alguna experiencia personal en múltiples países– indican que cabe distinguir entre las comunidades “judías” en el mundo y los segmentos “israelíes” que por múltiples razones han resuelto insertarse en modalidades de vida y en labores que tienen lugar fuera de Israel. Se trata de un conglomerado particular que, según algunas estimaciones, se acerca por lo menos a un millón, y tiene particular y dinámica presencia en Estados Unidos, Europa, América Latina y otros países. Juzgo que amplias porciones de estos dos grupos —el judío y el israelí— presentan francas objeciones, por razones en parte dispares, al estilo presidencial que Donald Trump está imponiendo en la cultura norteamericana y las resonancias que ya presenta en múltiples partes del mundo. Amplias porciones de la diáspora judía exhiben inclinaciones liberales, y no olvidan ingratas experiencias históricas con líderes que se han inclinado por actitudes autoritarias y cuasi-mesiánicas. Por su lado, la diáspora israelí se amplía y prospera gracias a las oportunidades que ha encontrado en sociedades abiertas y plurales que Trump parece desdeñar.
De aquí una peculiar constelación que le corresponde al primer ministro israelí sopesar: implica que mesura y prudencia deben distinguir su diálogo con el mandatario norteamericano. Obviamente, los intereses de Israel como país cercado por poderosos enemigos deben figurar muy alto en la agenda política del mandatario israelí, si y cuando coinciden con las inclinaciones que hoy dominan en la Casa Blanca. Pero al mismo tiempo no puede ni debe enajenarse de las diásporas judías e israelíes, que mayoritariamente y por vivencias desiguales ya vocean reservas al fundamentalismo autoritario de Trump.
* Internacionalista, académico de la Universidad de Bar Ilán
Fuente: Aurora