Sonia Gabizón Serfaty*
Las diferencias dentro de la sociedad parecen crecer día a día, dificultando nuestra capacidad de ver el panorama desde una perspectiva más amplia, más allá de nuestro propio ombligo. Nos centramos tanto en nuestro beneficio personal, que a veces olvidamos que el bienestar colectivo puede requerir sacrificios personales.
La historia de nuestro pueblo nos enseña la importancia de la unión y la solidaridad. También las facturas que pagamos cuando estamos divididos.
A lo largo de los siglos, hemos enfrentado numerosos desafíos y adversidades, pero siempre hemos salido adelante gracias a nuestra capacidad de mantenernos unidos y apoyarnos mutuamente. Este legado nos recuerda que, en momentos de grandes tormentas, la supervivencia de nuestros seres queridos será nuestra prioridad. Es natural pensar primero en los nuestros, y esto no debe interpretarse como una exclusión de los demás, sino como una estrategia para fortalecernos. Al asegurar la estabilidad de nuestras familias, de nuestros correligionarios, nos damos la fuerza para fortalecernos comunitariamente, al abrir espacios y oportunidades a quienes quieren y tienen la capacidad de poner su talento al servicio de su comunidad. Hacerlo nos enaltece, porque genera mayor confianza, sentido de pertenencia, compromiso y un sentimiento de reconocimiento y solidaridad invaluables.
El interés porque así ocurra es lo importante; más allá de los resultados, la fuerza que genera todo esto es una centrípeta que atrae voluntades y las fortifica. Esto nos llama a volver a la misión central del judaísmo para abrir espacios que nutran las relaciones entre todos de manera más empática, alimentando la conexión humana, y el compromiso personal del uno con el otro.
(Foto: Pinterest)
Se torna entonces prioritario poner el foco en cómo se abordan las relaciones humanas en nuestras instituciones, en una comunidad que enfrenta el desafío de crear las condiciones para sostener la vida judía comunitaria, evitando una centrífuga que deje por fuera a muchos sin ninguna razón. Para evitar que esto ocurra, considero que no basta únicamente con reestructurar lo que ya existe. Necesitamos reinventarnos y mirarnos sin egoísmos, para co-crear realidades que no dejen a nadie por fuera. La diferencia entre estas dos posturas es crucial: cambiar algo existente implica ajustes menores o quizás mayores, mientras que reinventarse requiere una transformación profunda y la creación de soluciones inteligentes, creativas y novedosas partiendo del conocimiento profundo de la nueva realidad.
En la práctica, esto significa que debemos estar dispuestos a salir de nuestra zona de confort, y aceptar que la incomodidad personal y/o institucional puede ser un precio necesario para lograr un bienestar colectivo.
La supervivencia y el progreso de nuestra comunidad dependen de muchos factores, es verdad, y entre ellos está nuestra capacidad para mantenernos unidos y adentro, pensando en uno mismo o en cada institución, pero sobre todo, contemplando a la vez los efectos que tenemos en los demás con cada decisión que se toma, con cada postura que se asume. La conciencia del otro y sobre el otro, siempre va a derivar en decisiones más justas y equilibradas.
La unión no es solo una opción, es la única solución. A través de la humildad, el apoyo mutuo y especialmente el reconocimiento del otro, podemos superar los desafíos y construir una comunidad aún más fuerte y resiliente.
Debemos recordar que, juntos, somos más fuertes y capaces de enfrentar cualquier adversidad, con todos y para todos.
En conclusión, aunque el camino de la unión puede ser difícil y requerir sacrificios, es el único que garantiza la supervivencia y el éxito de nuestra comunidad. Como lo dijo Ben Gurión: “En Israel para ser realista hay que creer en los milagros”, y yo le agregaría, no solo en Israel sino como Am Israel (pueblo de Israel), y ese milagro solo es posible poniendo en práctica Ahavat Israel.
*Formadora de niños de nuestra hermosa comunidad, con vocación y entrega