Fue un intermediario que aprovechó los avances hacia la paz entre Israel y Egipto, pero luego asumió una postura obsesivamente antiisraelí que ha dejado su nefasta huella
Michael Oren*
Entre muchos otros atributos probados por el tiempo, el pueblo judío tiene una memoria muy larga. Ayúdenos como lo hizo el antiguo rey persa Ciro, y lo recordaremos siempre con cariño. Si nos hace enfadar como lo hizo el rey seléucida Antíoco IV, lo maldeciremos cada Janucá.
Nuestro talento para recordar es particularmente evidente hoy, tras la muerte, a los 100 años, del expresidente estadounidense Jimmy Carter.
Mientras el resto del mundo lo aclama como un estadista que, tras su fallida presidencia de un solo mandato, ascendió hasta convertirse en un pacificador incansable, un premio Nobel de la Paz y un modelo de virtudes ahora inexistentes, muchos judíos tendrán una respuesta mucho más ambivalente.
El presidente egipcio Anwar Sadat, Carter y el primer ministro israelí Menajem Beguin durante las conversaciones de Camp David, en septiembre de 1978
(Foto: Wikimedia Commons)
El hombre cuyo legado podría haber sido apreciado por futuras generaciones judías, calles en Jerusalén designadas con su nombre y comunidades creadas en su honor, será, en el mejor de los casos, olvidado, si no vilipendiado. Esa es la tragedia de Jimmy Carter, un líder que podría haber pasado a la historia judía como un segundo Truman, pero será recordado, si es que se lo recuerda, como otro Bernie Sanders.
La tragedia se ve agravada por el hecho de que el Estado judío tiene con Carter una inmensa deuda histórica. De manera anómala, su insistencia en incluir a los soviéticos en el proceso de paz del Medio Oriente inmediatamente después de que Egipto lograra expulsarlos, convenció al presidente Anwar Sadat de la necesidad de actuar con rapidez e independientemente de Estados Unidos.
El resultado llegó en noviembre de 1977, con la visita pionera de Sadat a Israel. Carter, hay que reconocérselo, saltó a la palestra diplomática y dedicó 13 días a forjar los Acuerdos de Paz de Camp David entre Egipto e Israel. Aunque nunca estuvo cerca de generar una paz cálida, ese tratado ha resistido presiones tectónicas y ha aliviado a Israel de la amenaza de tener que enfrentar ejércitos árabes en gran escala.
Carter, autoproclamado defensor de los derechos humanos, se sentía cómodo con dictadores del Medio Oriente como Sadat, Hafez al-Assad y el sha de Irán, pero criticaba sin cesar a los líderes democráticamente elegidos de Israel, empezando por Menajem Beguin
Pero lamentablemente, ese logro resultó un hecho aislado. Carter, autoproclamado defensor de los derechos humanos, se sentía cómodo con dictadores del Medio Oriente como Sadat, Hafez al-Assad y el sha de Irán, pero criticaba sin cesar a los líderes democráticamente elegidos de Israel, empezando por Menajem Beguin. Apenas se firmaron los Acuerdos de Camp David en 1979, Carter se embarcó en una campaña de desprestigio contra Israel que duró 40 años.
En mi reunión con él varios años después, Carter insistió en que Israel estaba violando la Resolución 242 de la ONU al no retirarse a las fronteras anteriores a la Guerra de los Seis Días y al no crear un Estado palestino. Mis explicaciones de que la resolución negaba específicamente el retorno a las indefendibles fronteras de 1967 y que no hacía mención de los palestinos —y mucho menos de un Estado— fueron arrogantemente rechazadas.
De su simple lectura errónea de la Resolución 242, Carter descendió a una oscura obsesión contra Israel, presentándolo como la fuente de toda la inestabilidad en el Medio Oriente y como uno de los principales violadores de los derechos humanos en el mundo. Su libro de 2004, Palestine: Peace Not Apartheid, basado en medias verdades y mentiras descaradas, legitimó efectivamente la deslegitimación de Israel.
Arremetía contra los israelíes seculares por abandonar la ley judía, y condenaba a los judíos religiosos por cumplirla. Ya fueran de derecha o de izquierda, los judíos no podían hacer nada bien para Jimmy Carter
Sin embargo, al reseñar el libro para The Wall Street Journal, lo que me impactó profundamente fue el antisemitismo no tan sutil de Carter. Arremetía contra los israelíes seculares por abandonar la ley judía, y condenaba a los judíos religiosos por cumplirla. Ya fueran de derecha o de izquierda, los judíos no podían hacer nada bien para Jimmy Carter. El ex cultivador de maní de Georgia, que pasó toda su vida arrepintiéndose de su anterior racismo contra los negros, olvidó convenientemente que el Ku Klux Klan también asesinó judíos.
Carter no se conformó con simplemente difamar a Israel. Sus últimas décadas las dedicó a blanquear a Hamás, presentándola como una organización opuesta al terrorismo y dedicada a la paz. Ese fue el mensaje que trasmitió en las páginas de opinión del New York Times y en apariciones públicas en todo el mundo. Si bien rehuía reunirse con los líderes israelíes, abrazó a Jaled Mashal, Ismail Haniye y otros jefes terroristas.
Apoyó el Informe Goldstone, que condenaba a Israel por cometer supuestos crímenes de guerra durante el conflicto con Gaza de 2008-2009, y acusaba a Israel de matar sistemáticamente de hambre a su población civil. Los intentos de los terroristas de construir túneles bajo la frontera de Israel eran, según el relato de Carter, “túneles defensivos excavados por Hamás dentro del muro que encierra a Gaza”.
Así, por desgracia, es como muchos israelíes recordarán a Jimmy Carter: una persona para quien la verdad, especialmente sobre Israel, se podía obviar fácilmente
Presumido y orgulloso, Carter nunca fue popular entre sus sucesores, tanto demócratas como republicanos, quienes en general lo evitaban. Una historia que me contó un exfuncionario israelí que participó en las conversaciones de Camp David resume las razones de esta aversión. En una visita a Israel en los años 80, mucho después de la dimisión y el declive físico de Beguin, Carter le pidió a ese funcionario que concertara una llamada telefónica. La conversación duró unos pocos minutos, como máximo, me dijo el funcionario, durante los cuales Carter habló sin parar y Beguin no dijo nada. Eso no impidió que Carter acudiera inmediatamente a la prensa e informara cómo él y Beguin habían discutido el proceso de paz y otros asuntos del Medio Oriente. “Fue una mentira total”, me dijo el funcionario, “una ficción”.
Así, por desgracia, es como muchos israelíes recordarán a Jimmy Carter: una persona para quien la verdad, especialmente sobre Israel, se podía obviar fácilmente. Una persona que no expresó la más mínima gratitud por la tecnología médica israelí que trató con éxito su melanoma, o por el primer ministro israelí que le aseguró, de forma inexacta, que “usted ha inscrito su nombre para siempre en la historia del pueblo de Israel”.
Al fin y al cabo, Jimmy Carter no fue un Ciro ni un Truman, sino un Nabucodonosor que se hizo amigo de Amán.
*Exembajador de Israel en Estados Unidos, miembro del Knesset y viceministro de diplomacia en la Oficina del Primer Ministro.
Fuente: The Jerusalem Post.
Traducción y versión Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.