A mediados de la década de 1980, Israel padeció un proceso inflacionario que volatilizó los ahorros de la clase media. Un vistazo a las causas y los correctivos, para comprender un episodio que marcó la transición de una economía intervencionista a una de libre mercado y a la prosperidad
Sary Levy-Carciente*
S i algo caracteriza la situación actual de la sociedad venezolana es el término crisis. Crisis económica, crisis política, crisis social, crisis ético-moral. Y en el ámbito económico, la magnitud de esta crisis tiene en la inflación una de sus principales señales de alarma.
El pasado 15 de enero, tras casi un año sin información oficial, el Banco Central de Venezuela entregó un informe con algunos datos económicos hasta el tercer trimestre de 2015. En él se señala que la variación acumulada del Índice Nacional de Precios al Consumidor durante los primeros nueve meses de ese año fue de 108,7%, y que la variación anualizada al cierre de ese lapso se ubicó en 141,5%
Estas cifras son muy inferiores a las que informa el economista jefe del departamento de América Latina del FMI, quien indica que la inflación en Venezuela alcanzó un 270% en 2015 y proyecta un 720% para el 2016. Por lamentable que resulte, la espiral inflacionaria en Venezuela es la crónica de una muerte anunciada, dado el aumento exponencial en la cantidad de dinero en circulación sin respaldo en la producción de bienes y servicios, por su masiva inyección vía monetización del déficit fiscal.
Así, se instala el temor a uno de los flagelos más devastadores para cualquier sociedad: la hiperinflación. Si la inflación se entiende como el aumento generalizado y sostenido de los precios, la hiperinflación es una inflación desbocada. Las definiciones formales de hiperinflación varían según los expertos desde una inflación de 100% a lo largo de tres años, una tasa mensual del 50%, o cuando la tasa alcanza una variación interanual superior al 500%. Sus efectos son tan empobrecedores que, incluso frente a tasas mucho menores, las sociedades consideran que padecen hiperinflación.
Por lo general, estos procesos son precedidos por períodos con inflaciones elevadas, volátiles y reticentes a la baja, desequilibrio fiscal, salida de capitales, controles y contracción económica.Vale señalar que mientras la inflación está en rangos del 5-6% mensual, su reversión se puede lograr de forma gradual, lo que permite reducir los costos sociales del ajuste. Sin embargo, cuando se llega a estadios hiperinflacionarios, los ajustes en las políticas monetarias, fiscal y cambiaria son incluso insuficientes, pues se requiere romper con la inercia inflacionaria. De ahí la necesidad de controles adicionales en precios y salarios.
La hiperinflación no es fenómeno nuevo: Alemania en 1923, Hungría en 1946, Brasil, Argentina, Bolivia, Perú y México en los años 70 y 80; y el más reciente, Zimbabwe, donde llegó a una tasa del 89.700 millones por ciento en 2008, son algunos de los casos tristemente célebres. Vale entonces revisar el caso de la inflación en Israel en la década de 1980, y las lecciones que aportó su exitoso control.
Desde su creación como Estado en 1948 hasta mediados de la década de los 60, Israel creció con baja inflación; era una economía pobre en recursos naturales que producía con un importante nivel de componente importado y con vocación exportadora. Por el contrario, la década de los 70 muestra inflaciones de dos dígitos, presencia de déficit de balanza de pagos y un creciente déficit fiscal, debido al importante gasto militar y el aumento de la factura petrolera. Los años 80 se caracterizarán por inflaciones de tres dígitos, llegando a mediados de 1985 al 450% anual, que si bien resultó muy duro, no es considerado un caso extremo de hiperinflación. Entonces se aplicó un programa heterodoxo de estabilización, que incluyó múltiples anclas nominales y controles de precios y salarios.
El programa consistió en la aplicación simultánea de un conjunto de políticas gubernamentales:
Como resultado de todo esto, a comienzos de 1986 la inflación se redujo al 20% anual, en la primera mitad de los 90 era del 10%, y al finalizar el siglo XX llegó a un dígito bajo. El déficit fiscal, que era del 13% del PIB en 1984, cayó a la mitad en 1985 y ya estaba equilibrado en 1986. El esquema cambiario actuó como importante ancla en los precios; posteriormente fue modificado a un esquema de administración por bandas, y más tarde a otro de ajuste deslizante (crawling peg).
Vale destacar que todo ello se logró manteniendo el carácter democrático del sistema, con altos índices de libertades civiles y derechos políticos, en lo que algunos autores han denominado Terapia por Consenso y que ofrece lecciones importantes para aquellos países que, además del problema económico, tienen que lidiar con una transición política.
Desde entonces, la economía israelí ha transitado de un modelo con importante intervención gubernamental a otro de economía de mercado, más liberal, similar a todas las economías capitalistas modernas, con un sector privado reconocido por su vigoroso dinamismo y con presencia en los mercados internacionales, reconocido por sus avances tecnológicos y por la audacia de sus numerosos emprendimientos: la famosa Start-Up Nation. Todo ello gracias a que, en el momento preciso, sus líderes en diálogo con la sociedad tomaron una serie de medidas difíciles pero necesarias, y lograron enrumbar al país al derrotero deseado. Todo ajuste trae consigo una serie de costos sociales de corto plazo, de ahí que para que el mismo tenga éxito se requiere de un fuerte acuerdo nacional en el que todos los actores se comprometan con el abatimiento de la inflación. El beneficio bien vale el esfuerzo.
*Individuo de Número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas.
Docente titular y ex decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCV.