Herbert Samuel fue el primer judío en gobernar la Tierra de Israel en 2000 años
Documentos revelados recientemente muestran cómo el primer Alto Comisionado británico de Palestina, judío y sionista, defendió el nombramiento de Haj Amin al-Husseini, lo que tuvo graves consecuencias a largo plazo en la historia del Medio Oriente
Oren Kessler*
Mencione el nombre “Herbert Samuel” a los israelíes de hoy, y es probable que piensen en dos cosas: el Paseo Herbert Samuel, que es la explanada costera de Tel Aviv; o una cadena de hoteles de lujo que lleva ese nombre, incluyendo los alojamientos boutique “The Herbert”, a lo largo de esa misma explanada.
Pero Herbert Samuel —o más bien, el Vizconde Samuel del Monte Carmelo y Toxteth— fue una figura seminal en la historia del sionismo: el primer judío en el Gabinete británico, el primer funcionario que propuso la idea de un Estado judío al gobierno británico, y el primer Alto Comisionado para la Palestina gobernada por los británicos. Y fue él quien, hace poco más de un siglo, seleccionó a un effendi de Jerusalén de 25 años de edad para que fuera el árabe más poderoso de Palestina, con consecuencias más profundas de lo que cualquiera en ese momento podía imaginar. Ese hombre era Amin al-Husseini.
Una década y media después de esa decisión, a finales de 1936, Londres nombró una Comisión Real para investigar la revuelta árabe que había estallado esa primavera en Palestina y que, según opinaban los líderes sionistas y muchos funcionarios británicos, estaba siendo impulsada sobre todo por el propio Husseini. Presidido por Lord William Peel, el panel interrogó a 60 testigos en sesiones públicas. Pero casi el mismo número de personas testificó en sesiones informativas tan secretas que incluso se ocultó la lista de sus nombres.
Edmund Allenby entra triunfante en Jerusalén en 1917, poniendo fin a cuatro siglos de dominio otomano. Lo hizo a pie por respeto a la ciudad santa
(Foto: dominio público)
Las trascripciones de estas sesiones podrían haberse perdido o destruido, si el secretario de la Comisión, con visión de futuro, no hubiese reconocido su importancia, garabateando que debían conservarse algunas copias, ya que relataban “un capítulo importante en la historia de Palestina y del pueblo judío, y será, sin duda, de considerable valor para los historiadores del futuro remoto”.
Exactamente ocho décadas después en ese futuro remoto, en 2017, Gran Bretaña entregó silenciosamente las sesiones secretas a los Archivos Nacionales. Allí, Samuel explicaba por qué eligió a Husseini como gran mufti de Jerusalén y jefe del Consejo Supremo Musulmán, cómo él y el gobierno británico imaginaban el futuro de Palestina, sus impresiones sobre los judíos y árabes de Tierra Santa, y mucho más.
Samuel tuvo una vida larga y plena. Nacido poco después de la Guerra Civil estadounidense, casi vivió para ver el primer alunizaje. Sirvió en el Gabinete británico siete veces, y finalmente ascendió a la cabeza de su propio Partido Liberal. Sin embargo, su testimonio ante la Comisión fue posiblemente el único caso conocido en el que se le obligó a defender su designación de Husseini, quien, en palabras del propio hijo de Samuel, “resultó ser un enemigo implacable no solo del sionismo sino también de Gran Bretaña”, que culminó con su notoria alianza con la Alemania de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial.
Samuel nació en 1870 en el barrio Toxteth de Liverpool, en el seno de una rica familia de banqueros. Criado en un hogar judío tradicional (su bisabuelo había emigrado de Europa Central), su madre lo animó a asistir a Oxford y, sin faltae, le enviaba carne kosher por tren. Sin embargo, al final de sus días universitarios el joven Samuel casi había abandonado la religión. Su vocación, en cambio, era la política.
Primero ingresó al Parlamento en 1902 con el Partido Liberal, entonces la principal oposición a los conservadores (antes del ascenso del Laborismo), y dominado por los futuros primeros ministros Herbert Henry Asquith y David Lloyd George. Su ascenso en Westminster fue rápido, alcanzando una sucesión de puestos en el Gabinete, incluido el de Director General de Correos.
Entre sus colegas desarrolló una reputación de competencia, pero también cierta frialdad. “Tenía un rostro bastante rígido”, recordó uno, “con una expresión escrutadora, casi furtiva” (una película de aquella época de Samuel confirma esa impresión).
Y aunque había suspendido gran parte de su práctica religiosa (guardaba el Shabat y las leyes dietéticas kosher para complacer a su esposa y “por razones de higiene”), nunca cortó sus lazos con la comunidad judía. Cuando estalló la Gran Guerra, quedó encantado con la perspectiva de que el Reino Unido obtuviera el control de Tierra Santa.
Árabes durante una manifestación antisionista en la Puerta de Damasco de Jerusalén el 8 de marzo de 1920, antes de la festividad de Nebi Musa en la que se produjeron violentos disturbios
(Foto: dominio público)
En enero de 1915, poco después de la entrada de los otomanos en la guerra, hizo circular un memorando al gabinete titulado El futuro de Palestina. En él, se volvió poético sobre el “sueño de un Estado judío, próspero, progresista y hogar de una civilización brillante”. Palestina “agregaría brillo incluso a la Corona británica” y le permitiría avanzar en su papel histórico de “civilizador de los países atrasados”. “Difundida y profundamente arraigada en el mundo protestante existe una simpatía con la idea de restaurar al pueblo hebreo a la tierra de su herencia”, escribió. Y sin embargo, “mucho más importante sería el efecto sobre el carácter de la mayor parte de la raza judía… el carácter del judío individual, dondequiera que esté, sería ennoblecido. Las sórdidas asociaciones que se han adherido al nombre judío serían eliminadas”. “El cerebro judío es un producto fisiológico que no debe despreciarse”, concluía. “Si se le vuelve a dar un cuerpo en el que su alma pueda alojarse, puede volver a enriquecer al mundo”.
El primer ministro Herbert Henry Asquith estaba desconcertado por el «estallido casi lírico» de Samuel, su «memorando ditirámbico, instando a que… deberíamos tomar Palestina, a la que los judíos dispersos regresarían con el tiempo desde todos los rincones del mundo».
Asquith, sin embargo, renunció al año siguiente, víctima de la frustración por el estancamiento de la guerra, y fue reemplazado por el más joven y voluble Lloyd George, quien estaba mucho más cautivado por la visión sionista. Fue él, incluso más que su secretario de Asuntos Exteriores Arthur Balfour, quien en última instancia sería el responsable de la Declaración Balfour de su gobierno en noviembre de 1917 (más tarde, la Comisión Peel también escucharía el testimonio secreto de Lloyd George sobre la génesis de ese documento).
Un mes después de aprobarse esa Declaración, las fuerzas británicas al mando del general Edmund Allenby entraron triunfantes en Jerusalén. Habían terminado cuatro siglos de dominio otomano, y había amanecido la era británica de Palestina.
En 1917, el mufti de Jerusalén designado por los otomanos era Kamel al-Husseini, hijo y nieto de muftíes anteriores de la Ciudad Santa. Kamel inmediatamente se volvió invaluable para la Corona, ayudando a calmar los nervios de los musulmanes locales que desconfiaban de caer bajo un poder cristiano que, peor aún, acababa de prometer que facilitaría un «hogar nacional judío» en su tierra.
Las relaciones de Kamel con los judíos serían igualmente correctas; el jefe de la Organización Sionista Mundial, Haim Weizmann, una vez lo llamó “uno de mis mejores amigos”. Los británicos estaban tan satisfechos con su liderazgo que en los años siguientes lo convirtieron en Compañero de la Orden de San Miguel y San Jorge, e inflaron su título al hasta entonces desconocido de “Gran Mufti” de Jerusalén.
Pero la ilusión de tranquilidad se rompió en abril de 1920, durante el festival musulmán anual de peregrinación de Nebi Musa. La multitud ese año fue mucho mayor que en los anteriores: unos 70.000 musulmanes llegaron a Jerusalén, algunos de ellos armados, cantando consignas nacionalistas y militantes. Destacados dirigentes árabes se dirigieron a ellos desde el balcón del Club Árabe. El alcalde, un pariente mayor y de línea más dura del mufti llamado Musa Kazem al-Husseini, instó a la multitud a “derramar su sangre por Palestina”. Durante los siguientes tres días, las turbas atacaron a los judíos en la Ciudad Vieja, saqueando tiendas y hogares. Cinco judíos murieron y más de 200 resultaron heridos, 18 de gravedad. Dos hermanas, de 25 y 15 años, fueron violadas.
En su testimonio ante la Comisión Peel, Samuel insistió, de manera inverosímil, en que al-Husseini era el único hombre calificado para el puesto de Gran Mufti
El alcalde fue una de las casi 200 personas enjuiciadas tras los ataques. Fue destituido de su cargo a favor de Ragheb Nashashibi, patriarca del eterno clan rival de los Husseini, y típicamente considerado más moderado en sus tratos con los británicos y los judíos.
Sin embargo, según el gobernador militar británico de Jerusalén, el “fomentador inmediato de los excesos árabes había sido Haj Amin al-Husseini, hermano menor de Kamel Effendi, el mufti. Como la mayoría de los agitadores, después de haber incitado al hombre de la calle a la violencia y a un probable castigo, huyó”. Amin al-Husseini (quien de hecho era el medio hermano del mufti) escapó a Damasco, y luego a Transjordania, y fue sentenciado a 10 años en ausencia por incitar los disturbios.
Gran Bretaña pensaba que reemplazar el régimen militar de Palestina por uno civil podría ayudar a calmar los ánimos. Lloyd George nombró a Herbert Samuel, autor del memorando de 1915 y recientemente excluido del Parlamento, como Alto Comisionado. Sería el primer judío en gobernar la Tierra de Israel en 2000 años.
Samuel llegó al puerto de Yafo en julio de 1920. Resplandeciente con un casco blanco con púas de acero, un uniforme blanco con bordados en oro, una faja morada y una fina espada, lucía una medalla en el pecho colocada por el emperador Jorge V. Apenas unos meses después de la los disturbios de Nebi Musa, uno de sus primeros actos fue ordenar una amnistía completa a los condenados a prisión por su papel en ellos. Entre los amnistiados se encontraba Amin al-Husseini.
Samuel se reunió con la Comisión Real en Londres, tras su regreso de Palestina, el 5 de marzo de 1937. Lord Peel no perdió tiempo en preguntarle sobre el nombramiento de al-Husseini como Gran Mufti en 1921.
“Al principio había sido una especie de rebelde nacionalista”, comenzó Samuel, y agregó que, cuando llegó al país, al-Husseini estaba escondido en Transjordania. “Le di una amnistía completa para acabar con todas las peleas anteriores y volvió”.
Samuel señaló que varias otras personas habían recibido sentencias de prisión, incluyendo judíos. Vladimir Jabotinsky, el activista sionista que cofundó la Legión Judía de Gran Bretaña en la Gran Guerra, recibió una condena de 15 años cuando la policía encontró armas y municiones en su casa de Jerusalén.
“Revoqué todo eso, lo eliminé y dije: ‘Comencemos de nuevo’, y funcionó muy bien”, testificó Samuel. “Esa amnistía fue completamente exitosa, y las personas que fueron amnistiadas no dieron problemas”.
Seis meses después de que se concediera esa amnistía, el Gran Mufti Kamel al-Husseini murió repentinamente. Tenía solo 54 años. Samuel había estado en Jerusalén menos de un año, y ya se enfrentaba a una crisis de sucesión.
Monumento en Tel Aviv a las víctimas de los disturbios de Yafo de 1921. Estos fueron el primer evento de muertes masivas de la Palestina moderna
(Foto: Biblioteca Nazarian, Universidad de Haifa)
La ley otomana que los británicos habían heredado estipulaba que el nuevo mufti se elegiría mediante una votación de expertos religiosos musulmanes y líderes locales. Los tres principales candidatos serían presentados a Samuel (anteriormente, se los habrían entregado a las autoridades religiosas de Estambul), quienes luego seleccionarían uno. “Cuando se produjo esta vacante, había un Husseini que había sido entrenado para el puesto de mufti, a saber, el actual mufti, Haj Amin”, dijo Samuel a la Comisión. “Él era un Haj, había estado en la peregrinación; también había estado en una Universidad, la de El-Azhar en Egipto, donde recibió una formación teológica musulmana con miras a ser el representante de su familia en ese cargo. Era el único hombre en Palestina con esa calificación”.
Esta fue una defensa menos que convincente. El hecho de que Amin al-Husseini hubiera estado en peregrinación (había estado en el Haj a La Meca una década antes con su madre, a los 16 años) no era una distinción rara, ya que los hijos de muchas familias prominentes habían hecho lo mismo. Su educación religiosa tampoco fue particularmente formidable: los tres principales candidatos para el puesto también habían asistido a El-Azhar, probablemente por períodos más largos, y todos eran significativamente mayores. Cada uno tenía calificaciones religiosas superiores: uno era inspector de los tribunales religiosos, otro era un erudito teológico respetado y jefe del Tribunal de Apelaciones de la Sharía, y el tercero era un juez religioso. Esas credenciales les daban derecho, a diferencia de al-Husseini, a los títulos honoríficos de alim (experto) y jeque, muy superiores al mero Haj del peregrino.
Sin embargo, en su testimonio Samuel insistió, de manera inverosímil, en que al-Husseini era el único hombre calificado para el puesto. “Ninguno de estos tres tenía calificaciones particulares”, dijo. “Ninguno de ellos tuvo el mismo tipo de entrenamiento, pero su única calificación fue no ser Husseinis”.
Edward Keith-Roach, quien se desempeñaría como gobernador de Jerusalén durante dos décadas, expresó una opinión mucho más amplia en sus memorias: las “únicas calificaciones de al-Husseini para el cargo eran las pretensiones de su familia, más un oportunismo astuto”.
Samuel conoció a al-Husseini el 11 de abril de 1921, y registró su conversación en una nota:
“Vi a Haj Amin Husseini el viernes, y discutí con él extensamente la situación política y la cuestión de su nombramiento para el cargo de Gran Mufti. El señor Storrs [gobernador militar de Jerusalén] también estuvo presente, y en el curso de la conversación [al-Husseini] declaró su sincero deseo de cooperar con el gobierno y su creencia en las buenas intenciones del gobierno británico hacia los árabes. Dio seguridades de que la influencia de su familia y de él mismo se dedicarían a mantener la tranquilidad en Jerusalén, y que estaba seguro de que no había que temer disturbios este año. Dijo que los disturbios del año pasado fueron espontáneos y no premeditados. Si el gobierno tomaba precauciones razonables, estaba seguro de que no se repetirían”.
Samuel estaba convenientemente impresionado. Pero cuando se emitió la votación al día siguiente, al-Husseini quedó en cuarto lugar.
En su testimonio, Samuel culpó a Ragheb Nashashibi, “un político muy inteligente y admirable moviendo influencias”, por maniobrar para que sus propios aliados, es decir, los oponentes de los Husseinis, ocuparan los primeros lugares. “Mis asesores me dijeron, y creo que con mucha razón, que ese tipo de manipulación causaría la más intensa insatisfacción entre las masas”.
Según admitió Samuel, la decisión no fue tomada sobre la base de su formación o experiencia teológica, sino sobre su familia. Los Husseinis habían tenido a los últimos tres muftis y ahora apoyaban al joven Amin al-Husseini. Por lo tanto, pensaba, era imperativo mantener el cargo dentro de esa familia para la paz de Palestina
Dado que un Husseini acababa de ser destituido como alcalde de Jerusalén, dijo, si a otro Husseini se le negara el muftinado, “un cargo que había esperado toda su vida, habría tenido un efecto extremadamente malo”. Como se señaló, en el caso de al-Husseini “toda su vida” significaba 25 o 26 años.
“No quería alienar a los Husseini y sus amigos y conexiones en todo el país, particularmente en Gaza, Acre y algunos otros lugares. Esa fue la verdadera razón por la que se nombró al actual mufti”.
Aquí, Samuel llega al meollo. La decisión no fue tomada sobre la base de su formación o experiencia teológica, sino sobre su familia. Los Husseinis habían tenido a los últimos tres muftis y ahora apoyaban al joven Amin al-Husseini. Por lo tanto, pensaba, era imperativo mantener el cargo dentro de esa familia para la paz de Palestina. Sin embargo, quedaba el hecho inconveniente de su cuarto puesto en la elección.
Samuel explicó lo que sucedió a continuación: “Storrs y otros, que conocían muy bien las circunstancias, ejercieron presión y los demás candidatos se retiraron”.
Sir Ronald Storrs había sido el primer gobernador militar de Jerusalén, un mandato que incluyó los disturbios de Nebi Musa. Aunque no estaba tan interesado en el sionismo como Samuel, tampoco era su enemigo acérrimo. Sus memorias evidencian una actitud matizada y, en ocasiones, de simpatía hacia el movimiento, incluido su arrepentimiento por las «crisis mal informadas» y la «ignorancia general» de algunos funcionarios británicos hacia el sionismo y los judíos. Fue Storrs quien más tarde mencionaría a al-Husseini como el “fomentador inmediato” de Nebi Musa, y parece poco probable que fuera el principal impulsor del nombramiento de al-Husseini. Más bien, los “otros” que invoca Samuel son una referencia casi segura a Ernest Richmond.
Richmond era un arquitecto que había servido en Egipto y hablaba árabe. A sugerencia de Storrs, su amigo cercano, Samuel lo había designado como su principal asesor y enlace con los musulmanes de Palestina. Samuel describió a Richmond en un cable como “alguien en contacto cercano y comprensivo con los árabes”. Un funcionario de la Oficina Colonial fue menos caritativo, al llamarlo “enemigo declarado de la política sionista, y casi tan francamente enemigo declarado de la política judía del Gobierno de Su Majestad”. Unos años más tarde, Richmond renunciaría a su cargo criticando la política de Gran Bretaña del Hogar Nacional Judío como “maligna”.
Hace medio siglo, cuando se desclasificaron los primeros documentos del temprano Mandato Británico, el investigador de Medio Oriente Elie Kedourie reveló cómo en mayo de 1921, tras la votación por el nuevo mufti, Richmond instó a Samuel a nombrar rápidamente a al-Husseini.
El primero de mayo de 1921 trajo un estallido de violencia en Yafo y sus alrededores que eclipsó todo lo visto el año anterior: casi 50 judíos murieron y 150 resultaron heridos durante seis días de derramamiento de sangre, y un número similar de árabes fueron muertos por las tropas y la policía británicas. Tan impactante como había sido Nebi Musa, los disturbios de Yafo de 1921 fueron el primer evento de muertes masivas de la Palestina moderna.
Una sinagoga destruida durante la masacre de Hebrón de 1929
(Foto: dominio público)
El tercer día de esa carnicería, Samuel recibió una nota sin firmar, probablemente de Richmond, en la que una larga lista de notables musulmanes y clérigos cristianos apoyaban a al-Husseini. La carta decía que la oposición a su nombramiento provenía principalmente de los judíos (incluido el Fiscal General de Palestina, Norman Bentwich, un judío vinculado por matrimonio con la familia de Samuel) y las “intrigas de la facción Nashashibi”. La nota concluía que había sido “claramente probado que el pueblo de Palestina desea la nominación del Haj Amin” («No estoy de acuerdo», garabateó el adjunto prosionista de Samuel, Wyndham Deedes, al leer la nota). Y cuando al-Husseini convocó a un grupo de dignatarios religiosos aliados suyos para declarar que la elección para mufti era inválida, Richmond no solo asistió sino que tradujo las actas para al-Husseini, quien nunca tuvo ningún dominio del inglés.
Y así fue cómo el 8 de mayo de 2021, un día después de que se calmara el derramamiento de sangre de Yafo, que Samuel informó verbalmente a Amin al-Husseini que sería el próximo gran mufti de Jerusalén. Sin embargo, inusualmente, al-Husseini no recibió un documento oficial de nominación y el nombramiento no se publicó en la Gaceta de Palestina, como era habitual en asuntos oficiales importantes. Según Kedourie, esas omisiones pueden indicar que Samuel tenía «dudas» sobre la decisión. De hecho, aparentemente Samuel nunca permitió ser fotografiado con el mufti, y sus memorias no contienen ni una sola mención de su nombre.
Del mismo modo, puede que Samuel se negara a citar a Richmond por su nombre en su testimonio, debido a la reputación ferozmente antisionista de este último (el erudito israelí Yehuda Taggar lo denominó “el funcionario británico más antisionista durante el Mandato”). Para 1937, los ministros ya habían identificado a al-Husseini como el “principal villano contra la paz”, y el hecho de que Samuel admitiera que una figura como Richmond lo había inducido a tomar una decisión tan crucial habría arrojado dudas sobre su propio juicio y antecedentes.
En cualquier caso, el supuesto relato de al-Husseini sobre su reunión con el Alto Comisionado es revelador, incluso desconcertante. Según Gad Frumkin, un jurista de habla árabe que fue el único juez judío en la Corte Suprema de Palestina, al-Husseini recordó la reunión de la siguiente manera: “Mientras estaba de luto por mi hermano Kamel, Sir Herbert Samuel nos visitó en nuestra casa y tuvimos una conversación franca y abierta… Le pregunté: ‘¿A quién prefieres, un adversario sincero o un amigo renegado?’ Él respondió: ‘Un adversario sincero’, y sobre la base de eso vino mi nombramiento como Mufti de Jerusalén”.
Samuel declaró a la Comisión que desde el momento del nombramiento de al-Husseini como mufti, durante todo su mandato de cinco años como Alto Comisionado, “no dio ningún problema. Trabajamos muy cordialmente con él. Fue muy amable en todos los sentidos”.
Más tarde ese mismo año, Samuel dio a luz una segunda institución islámica, el Consejo Supremo Musulmán, para que supervisara los tribunales de la sharía, las mezquitas y las escuelas religiosas. También supervisaría los santuarios y las tierras mantenidas como waqf, fondos de caridad, establecidos por donantes adinerados y mantenidos en su nombre para la posteridad. En resumen, el Consejo manejaría todo lo que alguna vez estuvo a cargo de las autoridades islámicas otomanas, y también serviría como una especie de contraparte musulmana del liderazgo judío-sionista.
Al-Husseini, ahora investido de autoridad espiritual como Gran Mufti, ganó fácilmente las elecciones como presidente del Consejo. La historia lo recordaría como mufti, pero fue como jefe del Consejo Supremo Musulmán, con acceso a vastos fondos y sometido a una supervisión insignificante, que alcanzó mayor poder.
“Haj Amin ha combinado en su persona los cargos de Mufti de Jerusalén y Presidente del Consejo Supremo Musulmán”, escribirían los comisionados. “Él es, de hecho, el árabe más influyente en Palestina”. Husseini, “habiendo logrado tener tanto poder en su persona”, encabezaba ahora un “imperium in imperio árabe”, un verdadero “gobierno paralelo”
Samuel dijo que en su papel como mufti, Amin «fue designado de por vida», lo que no es poca cosa para un hombre que, si su salud lo permitía, podría tener medio siglo de vida por delante. Pero, agregó, el cargo de presidente del Consejo Supremo Musulmán debía durar un número determinado de años, hasta que Amin “influyó en los miembros del Consejo para que lo convirtieran en un nombramiento vitalicio”.
Cuando se le preguntó si el gobierno británico consintió en ese cambio, Samuel solo respondió: “eso fue después de mi época”.
El informe de la Comisión Peel finalmente describiría a Amin como “aparentemente inamovible” en la cima del Consejo Supremo Musulmán. “Creemos que es desafortunado”, señaló con suma subestimación, que el gobierno “no haya tomado alguna medida para tratar de regular el tema de las elecciones para presidente de ese organismo”. “Haj Amin ha combinado en su persona los cargos de Mufti de Jerusalén y Presidente del Consejo Supremo Musulmán”, escribirían los comisionados. “Él es, de hecho, el árabe más influyente en Palestina”. Husseini, “habiendo logrado tener tanto poder en su persona”, encabezaba ahora un “imperium in imperio árabe”, un verdadero “gobierno paralelo”.
Samuel no solo quiso responder preguntas sobre el mufti. Quería hablar sobre los judíos.
Le recordó a la Comisión su memorando original de 1915 al Gabinete: “Creo que esa fue la primera vez que el asunto se llevó al conocimiento del gobierno británico de manera formal. La vaga idea que tenía mucha gente era que debería haber algo en la naturaleza de un Estado judío bajo la égida del Imperio Británico”.
En ese momento, dijo, “la única noción que se estaba discutiendo era la de Herzl, el Estado judío”. Pero dejó en claro que, en los años posteriores a la Declaración Balfour y la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico decidió que las ambiciones sionistas tenían que reducirse drásticamente. “Muy poco después se concluyó que un Estado judío era imposible, y que habría que proponer algo menos que eso”.
De hecho, después de los disturbios de Yafo de 1921 una comisión de investigación británica recomendó que el gobierno enunciara clara y públicamente sus planes para Palestina. Esa enunciación llegó en la forma del Libro Blanco de 1922, conocido por la posteridad como el Libro Blanco de Churchill (por el entonces secretario colonial Winston Churchill), pero escrito en gran parte por el propio Samuel.
El Libro Blanco reafirmó la visión de la Declaración Balfour de un hogar nacional judío en Palestina, pero rechazó cualquier idea de crear una Palestina totalmente judía, una “tan judía como Inglaterra es inglesa”. Tal proyecto sería impracticable, decía, y no era el objetivo de Gran Bretaña. Crucialmente, determinó que la inmigración debía continuar, pero solo en la medida en que lo permitiera la «capacidad económica del país para absorber a los recién llegados». La implicación fue que la política estaría dirigida principalmente a mejorar el bienestar de todos los habitantes de Palestina, y que promover el Hogar Nacional Judío sería un objetivo gradual, casi secundario. El historiador Bruce Hoffman ha llamado al documento de 1922 “concesiones disfrazadas de aclaraciones”.
El Gran Mufti Haj Amin al-Husseini, en el Monte del Templo en Jerusalén a finales de la década de 1930
(Foto: Biblioteca del Congreso, Washington)
“Mi idea de lo que debía ser el Hogar Nacional Judío quedó plasmada en los términos del Libro Blanco de 1922”, reiteró Samuel a Peel. “Esa sigue siendo mi idea de lo que debería ser el Hogar Nacional Judío”. Agregó que después de ese Libro Blanco y el “abandono de la idea de un Estado judío”, el territorio estuvo tranquilo por el resto de su mandato. “Me fui en 1925, y todos estábamos en muy buenos términos, no se dio un solo golpe”.
Cuatro años más tarde se produjo la notoria masacre de 1929, en la que 133 judíos fueron asesinados en Hebrón y otros lugares. La subsiguiente comisión de investigación encontró que “el Gran Mufti, como muchos otros que directa o indirectamente manipularon el sentimiento público en Palestina, debe aceptar una parte de la responsabilidad”, pero finalmente no recomendó su destitución. Un comisionado agregó una nota de reserva que se acercaba más a la convicción de los líderes sionistas de que Husseini tuvo la responsabilidad central de incitar los ataques.
En cualquier caso, Samuel ya había regresado a una vida muy diferente en Londres. Meses después de la masacre de Hebrón, se convirtió en líder adjunto del Partido Liberal. En dos años más sería designado Ministro del Interior —uno de los cuatro Grandes Cargos del Estado— y finalmente, en 1931, líder del Partido Liberal.
Las posiciones políticas de Samuel tenían múltiples capas y eran sutiles, no fácilmente categorizables como meramente pro-judías o pro-árabes. En su testimonio tendía a emparejar cada punto retórico con un contrapunto igual y opuesto.
Estaba ansioso por aclarar que sus aspiraciones sionistas aparentemente más moderadas no significaban que descartara una eventual mayoría judía. “La naturaleza del Hogar Nacional Judío debe estar condicionada por los intereses de los habitantes del país en general”, dijo. “Todavía lo mantengo, pero esa condición podría permitir un Hogar Nacional Judío con un millón de habitantes o posiblemente dos millones, con una mayoría o una minoría”.
Pero luego procedió a poner un énfasis igualmente firme en respetar las sensibilidades e intereses árabes. Los árabes de Palestina, admitió, “son facciosos y están desgarrados por disensiones basadas en gran medida en las conexiones familiares, [especialmente] los Husseinis y los Nashashibis”. No obstante, agregó: “Creo que es tremendamente importante, si es posible, tranquilizar a los árabes… Consideré eso desde el comienzo de mi administración como el tema predominante. No creo que los sionistas le dieran nunca suficiente importancia. Deberían haberse dado cuenta desde el principio de que esa gran empresa de establecer un Hogar Nacional Judío en un país que era principalmente árabe era extremadamente delicada y difícil, y deberían haber tomado todas las precauciones desde el principio para conciliar la opinión árabe y a ofrecer deferencia a las susceptibilidades árabes. No creo que eso se haya hecho”.
En los años posteriores a la Declaración Balfour y la Primera Guerra Mundial, el gobierno británico decidió que las ambiciones sionistas tenían que reducirse drásticamente. “Muy poco después se concluyó que un Estado judío era imposible, y que habría que proponer algo menos que eso”
“Es esencial hacer que los árabes sientan en sus corazones que están mejor con el Mandato Británico”, continuó. “En el aspecto económico, los árabes definitivamente están mucho mejor que bajo los turcos. Creo que las afirmaciones en sentido contrario son mera propaganda. Pero eso no es suficiente, y es igualmente esencial que sientan que culturalmente están mejor”.
Sin embargo, Samuel advirtió en contra de “simplemente decir que restringiremos la inmigración judía y esperar lo mejor” (dos años más tarde, el gobierno de Neville Chamberlain haría exactamente eso con el Libro Blanco de 1939, una medida a la que Samuel se opuso firmemente). “Ese sería un gran golpe para los judíos de todo el mundo, despertaría un antagonismo vehemente, y los árabes probablemente lo aceptarían y no darían nada a cambio”, dijo. Londres podía optar por hacerlo durante varios años, como parte de un acuerdo más amplio, pero “no puede hacerlo para siempre”.
“La provisión del Hogar Nacional en el Mandato fue absoluta”, afirmó, sonando una nota categóricamente sionista. “Cuatrocientas mil personas han venido aquí por su fe, y se han invertido decenas de millones de libras por su significado. Es una obligación vinculante, y el establecimiento de instituciones de autogobierno también es necesario, pero no pueden anular la disposición con respecto al Hogar Nacional… El inglés común no comprende las fuerzas morales que están detrás del Movimiento Sionista, o la razón del entusiasmo y los sacrificios que suscita”.
“Pero, por supuesto, los judíos muy a menudo son personas extremadamente irritantes”, añadió, sonando una nota inequívocamente antisionista, de hecho antisemita, “y puedo imaginar que molestaron a muchos de los administradores, y existe ese tipo de distanciamiento o falta de comprensión en algunos de ellos”.
Miembros del Alto Comité Árabe en Jerusalén en 1936. De izquierda a derecha: el exalcalde de Jerusalén Ragheb Bey Nashashibi, el Gran Mufti Amin al-Husseini, y el entonces alcalde de Jerusalén, Hussein al-Khalidhi
(Foto: Biblioteca del Congreso, Washington)
La trascripción sugiere que los comisionados no se desconcertaron por el último comentario, tal vez porque antes habían escuchado el testimonio de uno de los sucesores de Samuel como alto comisionado, John Chancellor, quien ofreció un análisis similar: “Hay que recordar que el árabe es una persona atractiva, con modales encantadores, cortés y digno, mientras que los judíos son egocéntricos y arrogantes y hacen demandas con insistencia, sin importar los intereses o sentimientos de otras personas”, dijo Chancellor. “Eso tiende a hacer que a los funcionarios les gusten más los árabes que los judíos”.
En un segundo testimonio más corto, unos días después, los comisionados le preguntaron a Samuel sobre una solución drástica que estaban considerando para el estancamiento en Palestina: la partición. En términos crudos, la idea era “más o menos que las colinas fueran para los árabes y las llanuras para los judíos”.
“No me gusta”, respondió, “pero puedo concebir que si no hubiera otra solución posiblemente tendríamos que recurrir a ella como último recurso”. Aún así, dijo, “sería extremadamente difícil hacerla practicable. Preferiría mucho más intentar llegar a una conciliación en lugar de segregación”.
En las llanuras “hay grandes pueblos árabes como Gaza y Ramle… algunos de ellos fanáticamente árabes, como Qalqilya. ¿Desterrarían a toda la gente como en el traslado de los griegos y los turcos?” preguntó, refiriéndose al intercambio masivo de poblaciones después de la Gran Guerra. “¿Qué pasaría con la población de Yafo, donde hay viejas familias árabes? Es muy difícil”.
Hitler recibe en Berlín al Gran Mufti de Jerusalén Haj Amin al-Husseini, en 1941. El mufti permaneció hasta el final de la guerra en Alemania, donde presionó por el genocidio de los judíos de Palestina y ayudó a crear batallones musulmanes de las SS
(Foto: Colección Heinrich Hoffmann / Wikipedia)
“Sin duda, la cuestión de Jerusalén es un problema”, agregó, dudando de que los judíos aceptaran cualquier forma de gobierno que no incluyera a la ciudad santa. “Además, instalar toda la maquinaria de un Estado moderno es un asunto costoso, y aunque quizá la mitad judía pueda hacerlo, dudo que la mitad árabe pueda, a menos que se una a Transjordania”.
Aún así, no descartaba ninguna solución: “La situación es tan difícil, y todo el problema es tan importante, que no excluiría considerar nada”. Sin embargo, era necesario darse cuenta de que cualquier forma de dividir el territorio al oeste del Jordán sería una proposición extremadamente peligrosa. “Sería más bien un juicio de Salomón”, comentó.
Cuatro meses después, el 7 de julio de 1937, la Comisión Real para Palestina publicó su informe. Tenía 400 páginas, pero la posteridad lo recuerda principalmente por su capítulo final, en el que expuso los bocetos generales de la primera solución de dos Estados al conflicto árabe-judío.
El mufti rechazó la partición; para él, cualquier inmigración judía o sus derechos nacionales eran anatema. En cuestión de meses, la revuelta árabe comenzaría de nuevo, más feroz que nunca. Haj Amin luego huyó de Palestina, buscado por los británicos por su papel principal en revivir y perpetuar el levantamiento.
Samuel también rechazó la partición, por las mismas razones que expuso en su testimonio. Poco antes elevado a la Cámara de los Lores, acusó a la Comisión de haber revisado el Tratado de Versalles y adoptado todas sus «disposiciones más difíciles e incómodas». Esa oposición le atrajo amargas críticas de los sionistas. Como dijo su biógrafo Bernard Wasserstein, “la ira de Judá cayó sobre su cabeza”.
Edmund Allenby, Arthur Balfour y Herbert Samuel durante la fundación de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en 1925
(Foto: Biblioteca del Congreso, Washington)
Pero la década siguiente trajo consigo la Segunda Guerra Mundial, Auschwitz y la lucha por la independencia de Israel. En medio de los dolores de parto del Estado judío en 1948, las disputas de Samuel con los líderes sionistas fueron olvidadas y perdonadas. Cuando se abrió una legación israelí en Londres en noviembre de ese año, fue el primero en firmar su libro de visitantes. Estuvo en el país recién nacido en abril siguiente, y participó con los comandantes de las Fuerzas de Defensa de Israel en una fiesta beduina en el Néguev que celebró la retirada de las fuerzas egipcias. Durante muchos años apoyó a la Universidad Hebrea de Jerusalén, que había inaugurado junto a Lord Balfour en 1925.
En 1951, como líder liberal en la Cámara de los Lores, Samuel se convirtió en el primer político británico en trasmitir una fiesta por televisión. En sus últimos años se convirtió en un invitado fijo en Brains Trust, un programa de la BBC que presentaba paneles de expertos sobre varios temas de alto nivel. Fue autor de varios libros sobre las relaciones de la filosofía con la ciencia y la religión, alentado por su amigo Albert Einstein. Murió en 1963 a la edad de 92 años.
Los descendientes de Samuel aún viven en el Estado que él imaginó por primera vez en su «ditirámbico» memorando al Gabinete de hace más de un siglo. Su hijo mayor, Edwin, trabajó durante décadas en la administración del Mandato, se quedó en Jerusalén después del nacimiento de Israel y sucedió a su padre como segundo vizconde Samuel. El propio hijo de Edwin, David Herbert Samuel, nació en Jerusalén, tuvo una carrera científica, se casó no menos de cinco veces y se convirtió en el único ciudadano israelí en sentarse en la Cámara de los Lores (aunque otro de sus miembros lleva el nombre de un lugar de Israel : el Vizconde de Meguido, descendiente de Allenby). Y el sobrino de David, Jonathan Samuel, nacido en 1965 en el Reino Unido, lleva el título de Vizconde del Monte Carmelo.
Herbert Samuel tuvo una vida de logros extraordinarios y no poca dosis de aventura. Pero su exaltación de Husseini permanece como una mancha indeleble en ese legado. “Siempre es difícil para un hijo ver las acciones de su padre de manera objetiva”, dijo Edwin Samuel a un equipo de filmación en la década de 1970. “Creo que estaría de acuerdo en que cometió errores, no por ningún mal sentimiento, sino porque no apreció cuáles iban a ser los resultados. Uno fue el nombramiento de Haj Amin al-Husseini”.
Herbert Samuel tuvo una vida de logros extraordinarios y no poca dosis de aventura. Pero su exaltación de Husseini permanece como una mancha indeleble en ese legado
Wasserstein, su biógrafo, elabora: “Samuel no podía, por supuesto, prever el papel posterior del mufti como líder de la revuelta árabe palestina entre 1936 y 1939, como locutor de la radio de los nazis desde Berlín, o como el flautista de Hamelín que condujo a su pueblo a la derrota, el exilio y la miseria” en 1948.
Samuel nunca tuvo la intención de que el mufti se convirtiera en la figura más poderosa de la Palestina árabe, escribe Wasserstein; eso ocurrió gradualmente, y su enorme poder se hizo visible solo después de la partida de Samuel de Palestina. “Sin embargo, el registro anterior de Husseini en los disturbios de 1920 podría haber dado a Samuel una pausa para pensar”, señala, y “sugiere una ceguera defensiva ante el verdadero carácter del mufti. Samuel no percibió el gusto por la intriga del mufti, su hostilidad intransigente no solo hacia el sionismo sino también hacia el Imperio Británico, ni su disposición a recurrir a cualquier grado de brutalidad contra su propio pueblo, tanto como contra judíos y británicos”.
“Al igual que la confianza indebida de Neville Chamberlain en Hitler, la fe de Samuel en el mufti fue un profundo error de juicio, personal y político”.
*Autor del nuevo libro Palestine 1936: The Great Revolt and the Roots of the Middle East Conflict (“Palestina 1936: la Gran Revuelta y las raíces del conflicto del Medio Oriente”).
Fuente: The Times of Israel.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.