Gila Hubschmann-Falcón
Puedo describir un día de grandes emociones, como el que se siente con cualquier logro obtenido por un hijo. Ese maravilloso martes 21 de julio de 2020 quedará por siempre en mi memoria como el día en que compartí con mi familia, y otras 34, la dicha de ver a nuestros hijos vestir su toga y birrete azul, lo que los identifica con el logro de ser bachilleres.
Gracias al esfuerzo y dedicación del comité pro-graduación, el distanciamiento físico que ha marcado los últimos meses no pudo ganarle espacio a la creatividad y corazón de quienes, a través de sus detalles, no perdieron la oportunidad para que cada uno de nuestros graduandos mantuviera la sonrisa con cada sorpresa especialmente calculada.
Por su parte, nuestro colegio, en una ceremonia inédita, no presencial, realizó un acto en la distancia física pero como lo dice el nombre de la promoción, nos mantuvo “UNIDOS A PESAR DE LA DISTANCIA”.
Aunque no hubo abrazos ni estrechadas de mano, las familias, allegados, amigos, profesores, directivos y rabinos, nos encontramos a través de las pantallas de nuestros dispositivos para honrar y celebrar a los 34 jóvenes de nuestra comunidad que a pesar de covid, cuarentena, fallas de internet, y todo obstáculo que pueda pasar por nuestra cabeza, lograron con su resiliencia, ímpetu y determinación, obtener sus títulos de bachiller.
La experiencia se presentaba como incierta. Nos preguntábamos cómo sentiríamos esa emoción de vivir una graduación desde casa, y al mismo tiempo compartiendo pantallas con los demás graduandos y sus familias. Toda expectativa quedó pequeña, pues cuando se está realmente conectado y unido se traspasa la barrera de la pantalla, y se lleva la emoción al corazón. Al escuchar el himno del colegio y ver las fotos de los graduandos, unos nudos se apretaron en nuestras gargantas; pues tal y como señaló una de las representantes, “congoja da hoy entonar esa melodía con la fuerza de su letra, para la continuidad del pueblo judío”.
Por otra parte, la adversidad de la situación dio espacio al acompañamiento de quienes se encuentran más lejos y pudieron ser no solo testigos, sino activos participantes del acto.
Nada faltó: las palabras de los alumnos y profesores cargadas de emoción, la presentación de los integrantes de la promoción, e incluso la entrega de placas y agradecimientos. En fin, se sintió la marca de nuestra comunidad educativa, basada en profundas raíces de identidad como judíos, como venezolanos y miembros de esta kehilá.
Un esfuerzo enorme, un fin único, nuestra kehilá y su continuidad, siempre con la educación, la identidad y el sentido de pertenencia claro y presente en cada objetivo: “Que siempre la educación nos permita tener un espacio para el encuentro, que marque el avance y el crecimiento, y sea a través de ella que impulsemos a los líderes de mañana.”
¡Kol hakavod y mazal tov!
Gila Hubschmann-Falcón ¡una mamá orgullosa!