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Beatriz W. de Rittigstein
H ace unos días, en su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU, el presidente de EEUU Donald Trump calificó a Irán como la principal fuente de desestabilización y crímenes en el mundo.
Ciertamente no podemos afirmar que Trump es el presidente ideal, preparado y hábil, por eso sorprende la elección del pueblo norteamericano; sin embargo, en este preciso caso sus palabras han sido certeras. Señaló que el régimen de los ayatolas se oculta detrás de “un falso disfraz de democracia”, lo cual es real, pues entre otras características, no funciona con la regla “un ciudadano, un voto”. De esta manera, los candidatos tienen que ser aprobados por el líder supremo, es decir, Alí Jamenei.
Trump planteó: “Es hora de que el mundo se una a nosotros al reclamar que Irán acabe con su búsqueda de muerte y destrucción”. Acusó al gobierno iraní de amenazar con “asesinatos masivos”, abogar por “la destrucción de Israel” y querer “la ruina de muchas naciones” presentes en el foro. Añadió que el acuerdo nuclear alcanzado por su país y otras cinco naciones con Irán, en 2015, es “una vergüenza”.
De hecho, en tal acuerdo hay prioridades no contempladas, como el desarrollo misilístico iraní, con el que coloca a su alcance a Israel, al mundo árabe y a la propia Europa. Tampoco se menciona el auspicio de Teherán al terrorismo global y su infiltración en países asiáticos, europeos y latinoamericanos. Y no toma en cuenta la campaña internacional de odio contra Israel y el pueblo judío; la teocracia iraní no solo desvirtúa eventos históricos con el objetivo de deslegitimar a Israel, sino que amenaza con “borrarlo del mapa”; de forma constante, distintos voceros iraníes desafían la existencia del Estado israelí.
Otra incoherencia es la tolerancia a la participación de Irán en la guerra civil en Siria, lo cual hace sospechar su permanencia en territorio sirio una vez finalizado el conflicto.
Esta circunstancia se parece a la protagonizada por Gran Bretaña y Francia cuando sucumbieron al entregar Checoslovaquia a Hitler, con la pretensión de amansarlo; está demostrado que los apaciguamientos son inútiles.
Pese a las fortalezas de la comunidad internacional, esta hace concesiones que a la larga harán inviable el mismo acuerdo, y trasformará en violencia su relación con los islamistas iraníes.