Gabriel Chocrón*
Querido lector:
(No tan) feliz año 2100. Mi nombre no es importante, mi identidad sí lo es. Soy la última mujer sin hiyab.
Escribo estas palabras a apenas horas de mi ejecución a manos del Califato.
Seguramente te preguntarás cómo llegamos aquí.
Fue como cuando cocinan una rana, a fuego lento, y la rana no se da cuenta de que la están cocinando, hasta que ya es demasiado tarde. Solo que esta vez, nuestra civilización fue esa rana y cuando nos dimos cuenta ya la batalla estaba perdida.
Ellos decían en árabe que querían conquistar el mundo, que establecerían un califato, que todos terminaríamos rendidos a sus pies.
Y elegimos no creerles.
Porque cuando hablaban en inglés, en TikTok o Instagram, nos hablaban de libertad. ¡Cuánto anhelamos ahora esa libertad que ya no existe!
Lo hicieron de forma inteligente. Al principio los yijadistas radicales envenenaron nuestras mentes, especialmente las de los más jóvenes. Se infiltraron en la academia, en los medios, en el arte y en la cultura. Convirtieron en “trendy” lo que debía ser una condena rotunda.
Cuando sus ejércitos armados se infiltraban en países occidentales, quemaban, asesinaban, violaban, torturaban y secuestraban, nos decían que lo hacían en nombre de la libertad y contra el supuesto colonialismo. Y elegimos creerles.
Salimos a marchar en su favor y presionamos a Occidente para que no se defendiera.
Y al final fueron ellos quienes nos colonizaron.
Luego llegaron a las organizaciones internacionales. Normalizaron a las dictaduras con su mayoría en esas organizaciones, blanquearon a las teocracias islámicas radicales hasta el punto que presidían las comisiones que supuestamente debían protegernos. Países islámicos radicales donde se ejecutaba a mujeres por no usar hiyab presidían la comisión de derechos de la mujer. Hoy esa comisión ya ni existe, como tampoco nuestros derechos.
Las organizaciones de ayuda humanitaria eran solo una fachada para poder propagar su ideología de odio y su adoctrinamiento en masa. Hoy ya ni necesitan de esa fachada.
En los tribunales internacionales se dedicaron a acusar a cualquiera que intentaba defenderse del Islam radical. Tergiversaron nuestros valores democráticos hasta convertirlos en inservibles.
En las organizaciones educativas como la Unesco, aprobaron resolución tras resolución hasta borrar por completo nuestra historia. Primero reescribieron la historia judeo-cristiana de Jerusalén, resaltando solo su conexión con el Islam. Luego pasó lo mismo en cada lugar.
Si pudiera volver atrás el tiempo, le pediría al mundo que abra los ojos.
Póster hallado por soldados israelíes de la brigada Yiftah en el “campo de refugiados” de Shejaya, en la Franja de Gaza. La imagen muestra a la torre Eiffel con un minarete sustituyendo su parte superior, y un texto que afirma que Hamás “alcanzará a todos los hogares”. El póster le fue presentado por soldados reservistas al presidente israelí Itzjak Herzog, y también al periodista Douglas Murray
(Foto: cuenta de X de Douglas Murray)
Primero cayó Israel. Con el apoyo de miles de occidentales que creían que marchaban por los “derechos humanos”, Hamás terminó sobreviviendo y saliendo de sus escondites en hospitales y escuelas. Unos meses después se volvieron a armar de valentía, atacaron a Israel junto a otras organizaciones y países yijadistas en siete frentes diferentes, y luego Irán dio la estocada final con su armamento nuclear. Algunos lo lamentaron, pero otros simplemente miraron para otro lado pensando que no llegaría a ellos. Pero el país que fue la cuna de nuestra civilización fue solo el primero en caer.
Luego todo fue más fácil.
Europa ya estaba al borde del abismo, solo faltaba un pequeño empujón.
Para evitar una revuelta en Europa, decidimos hacer como si no veíamos lo que ocurría. Por ejemplo, en las escuelas europeas decidieron no enseñar más sobre la civilización judeo-cristiana para no molestarlos. Tampoco nos atrevimos a molestarlos cuando la primera mujer sin hiyab fue lapidada en un barrio de París. Teníamos miedo. Unos meses después pasó en Londres. Luego en Bruselas. Y luego en cada ciudad de Europa. Todas comenzaron a usar hiyab para no ser lapidadas.
En Estados Unidos fue solo un tema de tiempo. Los jóvenes que en 2024 salieron a defender a Hamás y a los hutíes, en el 2070 ya eran la mayoría. ¿Acaso es de extrañar que la generación que de joven apoyó a los hutíes, una organización que clamaba “muerte a EEUU”, haya sido la última generación de los EEUU?
América Latina fue su centro de financiamiento. Las drogas su principal mercancía. Los intereses económicos de un continente maldecido con la pobreza por décadas, abrieron las puertas de par en par a quienes venían a saquearlos con promesas de ayudarlos a desarrollarse. Y terminaron destruyéndolos.
Todavía recuerdo aquel mundo. Los últimos días de nuestra antigua civilización. Unos pocos intentaron levantarse advirtiendo lo que ocurría, y los tildaron de racistas. Quienes insistieron en rebelarse fueron asesinados, quemados vivos en sus casas. Nadie se atrevió a decir nada más.
Pero ellos eran los que tenían razón. No éramos islamofóbos, de hecho fuimos los primeros que tendimos la mano para vivir en convivencia con cualquiera, sea cual fuera su raza o religión. Pero el Islam radical yijadista terminó convirtiéndose en regla y no en excepción. Nosotros queríamos vivir en paz, ellos no.
Ahora ya nadie se atreve a recordar. O más bien, volvimos atrás en el tiempo. Aplicaron la ley islámica radical en cada rincón de la Tierra. Los “infieles” no aguantaron demasiado y tuvieron que acatar la voluntad del Líder Supremo.
Este año en la Marcha Global del Orgullo Yijadista participaron más de 5000 millones de personas. El Líder Supremo dijo que este año declaraba que la Guerra Santa había sido ganada.
Y la gente aplaudió con emoción.
El Califato Global es ahora una realidad.
De vez en cuando hay algún valiente que intenta vivir como antes, pero se aseguran de matarlo antes de que corra la voz.
Soy la última mujer sin hiyab. Tenía la esperanza de que saliendo a la calle así, intentando recordarle a todos cómo éramos antes, algunos podrían despertar. Pero creo que ya es muy tarde.
No sé si existe Dios o Alá, pero estoy segura de que esto no era lo que quería. Igual, en unas horas ya podré preguntárselo directamente. Y pedirle perdón, a Él y a todos los que están en el cielo, porque aquí en la Tierra nos equivocamos de camino.
*Periodista de origen venezolano radicado en Israel.
Fuente: cuenta de “X” @GabrielChocron.