Gila Hubschmann de Falcón
La importancia de la concienciación
Cada año, durante el mes de octubre, vestimos de rosa para reflexionar y concienciar sobre el cáncer de mama. Es, según lo describe la Organización Mundial de la Salud, un mes que se celebra en todo el mundo y “contribuye a aumentar la atención y el apoyo prestados a la sensibilización, la detección precoz, el tratamiento y los cuidados paliativos.”
Miles de mujeres en todo el mundo han sido y son víctimas de esta enfermedad. Las estadísticas la señalan como uno de los más frecuentes y letales cuando no se diagnóstica a tiempo; sin embargo, la prevención permite su detección temprana y curación en un alto porcentaje.
Como tantas otras enfermedades, en el campo de la oncología se han realizado innumerables avances, se han establecido campañas de prevención y detección temprana, tratamientos, y hasta nos identificamos con un color, el rosa, que durante todo el mes de octubre mantiene su presencia como una marca publicitaria que viste ciudades, líneas de ropa, páginas de las redes sociales y un sin fin de espacios de la vida, para recordarnos y sensibilizarnos sobre este mal.
Muchas mujeres sobrevivientes se han dedicado a contar sus historias y así concienciar y poner cara, nombre, y voz. Esta es probablemente la mejor campaña y forma de conectar con una enfermedad que no esperamos nunca conocer, pero que ciertamente “tiene un nombre y miles de rostros”.
Es por ello que en esta oportunidad damos espacio a los rostros de dos mujeres queridas en nuestra comunidad, quienes nos acercan desde lo más íntimo de su experiencia al tránsito por este episodio de sus vidas.
Sabina Beneish de Benzaquén y Corinne Benmergui de Belilty comparten su testimonio: cómo fue la detección, el apoyo de la familia y amigos, y como al día de hoy han superado su batalla.
Sabina Beneish, 53 años, casada y con dos hijos, comenta: “Hace 10 años fui sacudida al recibir un diagnóstico inesperado de que tenía cáncer de mama. Mi vida dio un gran vuelco a partir de esa vivencia. Como cualquier mujer, al cumplir los 40 me hice mi primera mamografía, al año siguiente la repetí como suele hacerse, pero cometiendo el gran error, en ambos casos, de leer el informe y guardarlo en una gaveta, haciendo caso omiso a la sugerencia de repetir dicho examen por uno más detallado y además no haberlos llevado al médico para evaluarlos. Al año siguiente, ya fue tarde”.
Cuenta que “me tomó meses digerir la noticia, pero una vez lo hice enfrenté la situación rodeada de tres pilares que me sostuvieron: fe y súplicas a Dios, buena alimentación junto con medicina alternativa, y mi gente más preciada.”
Sabina Beneish con su familia
Corinne Benmergui, casada, tres hijos, relata: “Mi diagnóstico se descubrió por un chequeo rutinario de mamografía y ecosonograma. Cuando lo llevé al ginecólogo él me refirió a un mastólogo, quien me mandó a hacer una biopsia que salió negativa; pero a él no le gustaba la forma que tenía la mancha en el eco, por lo que insistió y me mandó a hacer una segunda biopsia que también salió negativa. Sin embargo insistió en que no le gustaba el aspecto de la mancha, me mandó a hacer una tercera biopsia y una resonancia magnética con contraste. La tercera biopsia salió ‘indeterminada’, pero la resonancia magnética sí dio los primeros indicios de que había algo no muy bueno allí. Así que me decidí a operarme, y ahí fue cuando determinaron que era un tumor encapsulado pero maligno, aunque con ganglios limpios. Por mi edad, el protocolo a seguir fue de sesiones de radioterapia y tratamiento oral por 10 años que aún continúo”.
Corinne recuerda un único momento de flaqueza, cuando debió recorrer varias clínicas para poder hacerse la resonancia magnética. “Tuve la suerte de que al llegar a una de las clínicas conseguí un cupo. Había ido sola, y fue el examen más duro; fue la única vez que lloré y me planteé qué pasaría si salía mal. Fue el único momento.”
El apoyo familiar, los amigos
Al preguntarles cómo vivieron su proceso, quién estuvo a su lado y cómo se involucró la familia, Sabina cuenta: “En todo ese proceso tuve a mi disposición la ayuda de mi familia y el apoyo incondicional de mi grupo intimo de amigas. No quería socializar, evitaba ser vista, inspirar lástima o escuchar comentarios que pudieran herirme. Creé mi propio mundo, donde la espiritualidad tomó mucho protagonismo. Mi piano me acompañó siempre, despertando en mí un interés aún vigente por los grandes maestros de la música clásica. Mi familia aprendió a respetar mi silencio, mi espacio y el trayecto que recorría a mi manera. Asistía a sesiones de ‘medicina cuántica’, lo que me brindó mucha paz interior y ayudó a visualizar mi poder para ayudar a otros”.
En el caso de Corinne, comenta que su hijo mayor tenía 13 años y los otros dos eran aún pequeños, “así que nos los quise involucrar mucho. A mis padres les dije de mi operación solo unos días antes, porque ellos estaban de viaje cuando se me diagnosticó. Luego de la operación tuve 19 sesiones de radioterapia, siempre acompañada por mis amigas, que no me dejaron sola ni un minuto. Todavía lloro al recordar cómo estaban allí para mí. Se ocuparon de mi familia y eso fue primordial en todo el proceso. Mi mamá, una vez que lo supo, se convirtió en mi apoyo incondicional, me convertí en su bebe nuevamente”.
Corinne Benmergui con su familia
¿Qué les dejó este proceso, cuáles son las lecciones aprendidas?
Para Sabina, “al cabo de unos meses, gracias a la ciencia y a Dios, salí victoriosa de esa enfermedad y con una gran lección de vida.
“¿Qué perdí al haber atravesado por esa tormenta? Perdí el miedo a cosas impredecibles, a lo que está fuera de mi alcance, al futuro… Hoy en día solo espero que lleguen las situaciones agradables y desagradables, y lidio con ellas. No voy a negar que perdí una pequeña parte de mi corazón, puesto que queda agrietado de por vida.
“¿Qué gané? Fortaleza, valentía. Aprendí a darle prioridad a lo que realmente lo merece, a decir lo que pienso sin dudar, a ser más clara conmigo misma y con los demás. Aprendí a decir que no sin tener remordimiento (sigo trabajando en ello), y sobre todo aprendí a valorar lo más simple: ver, escuchar palpar, oler y degustar el día a día.
“Otro aspecto que aprendí es que, como es bien sabido, ‘si hay salud hay TODO’. Hay optimismo, hay ánimo para vivir y compartir, hay mucho que aprender de este hermoso mundo tan variado y cambiante que a veces quisiéramos detener para alcanzar todo el conocimiento que esta a nuestras manos; en fin… Mi consejo: no esperes a recibir un golpe para aprender. Hazte tu examen rutinario sin temor, es más fácil atacar una llovizna que una tormenta”.
Corinne, por su parte, considera que “la fe en Dios es primordial. Tuve muchísima suerte de que me crucé con un médico que siguió sus instintos hasta el final; pero definitivamente, el chequeo rutinario y preventivo es fundamental. Mi actitud siempre fue positiva, nunca me eché a morir y seguí los pasos que debía cumplir para salir de esto. En ambos casos, el apoyo familiar y de los amigos se convirtieron en pilares fundamentales en el proceso, algo que quedará por siempre en nuestros corazones”.